Critical Making Lab: ¿Valores en la tecnología? (post-297)
Escribo hoy desde Toronto, en una mañana nublada y lluviosa. Aprovecho para organizar mis apuntes, que se agolpan en mi agenda negra sin apenas tiempo de convertirlos en posts.
Hoy decidí ir relatando mis experiencias del viaje sin seguir un orden cronológico. Iré disparando sobre temas variados según me sea más fácil de escribir. Queda pendiente, por ejemplo, mi entrada (creo que serán más de una) sobre la MIT Intelligence Collective Conference que asistí en Cambridge-Boston la semana pasada, pero ahí hay mucha tela, y me falta tiempo para empacar con sentido tanta información, así que la publicaré después, a mi regreso a España.
Comentaba en mi post anterior que una visita que me hacía mucha ilusión era al “Critical Making Lab” para verme con Matt Rato. Casi no se produce porque hubo un error de correo, pero al final conseguimos quedar a las 14:30 de este miércoles en el 130 de St. George Street, donde está la Facultad de Información de la Universidad de Toronto.
Me invitó a visitar las nuevas instalaciones donde se va a alojar el laboratorio, que serán más amplias y polivalentes que las actuales. Aquello estaba todavía incompleto, era un espacio en construcción, así que no había mucho que ver, pero aprovechamos para tener una conversación intensa y estimulante, entre mesas y estanterías vacías.
Matt es un tío simpático, tan hablador y gestual como yo, así que aprovechamos bien el tiempo. No me sorprendió la sintonía, porque ya había leído cosas de él, y estaba al tanto del enfoque crítico que seguía en ciertos temas que a mí me interesan mucho.
Dedicamos un buen rato a discutir sobre las diferencias entre “Critical Making” que él defiende, y el “Design Thinking” que se practica en Rotman School of Management y otras escuelas de negocio. Es un tema que merece un post aparte, pero estuvimos de acuerdo con que el prototipado no puede consistir en un mero carnaval de post-its, sino que es importante “fabricar” cosas en 3D. Además, que el Design Thinking necesita de más espíritu crítico, de vocación de transformación, y que no es cierto que tenga que ser necesariamente indiferente a lo ideológico.
La idea de su laboratorio me fascina. Es un espacio que se dedica a construir dispositivos físicos como modelos de experimentación y de reflexión crítica acerca de los dilemas sociales, culturales y políticos inherentes a los sistemas digitales.
El laboratorio cuenta con equipos, herramientas y componentes como microcontroladores, sensores, actuadores, LEDs, motores, workstations, software para programación de microcontroladores tipo Arduino o Wiring, programas para realizar prototipado rápido y aplicaciones de diseño en 2D y 3D. También dispone de un 3D Printer para convertir sus creaciones en artefactos tangibles. Este equipamiento se ampliará con cortadoras-laser, maquinas de control numérico (CNC) y otros tipos de 3D-printers.
Pero el equipamiento es lo de menos. De hecho me confieso bastante ignorante al respecto. Lo que a mí me interesa es el concepto, lo que hay detrás de todo eso. Vais a ver que el enfoque es perfectamente extrapolable a otros ámbitos, y que merece mucho la pena echarle una pensada a lo que este modelo de aprendizaje significa.
El laboratorio asume la premisa de que la acción, el “hacer” artefactos tangibles, es una herramienta cognitiva que aporta un valor en el aprendizaje que no se consigue a través de la lectura o el texto. Son formatos distintos y complementarios.
Acordamos con Matt que el Lenguaje del “Making” es muy potente para:
- Cultivar una vocación de acción, “de hacedor”
- Familiarizarse con los interfaces entre teoría y práctica, entre reflexión e implementación
- Potenciar la conexión entre manos y mente, como metáfora cognitiva que ayuda a comprender la complejidad desde la humildad del que comprende las restricciones.
- Favorecer dinámicas de consenso (ya hablábamos de eso en este post)
- Ampliar el menú de lenguajes que se pueden utilizar para la interacción en equipo, buscando superar el rigorismo de las palabras.
- Superar la tendencia de la gente a obsesionarse con el producto, el “outcome”, y en su lugar disfrutar del proceso, de lo que significa “hacer cosas juntos”.
Una matización interesante en el caso de este laboratorio es que los alumnos que asisten no tienen formación técnica en electrónica o hardware informático. Son en su mayoría de la facultad de información, y hasta ese momento solo trabajan con intangibles, entienden de datos e información en distintos soportes documentales, pero aquí no hablamos de bits, sino de átomos. Así que meterse en un laboratorio a “fabricar” dispositivos es una experiencia chocante para ellos, pero que les abre una perspectiva desconocida hasta entonces.
Los alumnos reciben tutoriales para adquirir los conocimientos básicos que necesitan de programación, circuitos electrónicos o diseño técnico. Esto les asusta un poco, pero forma parte de la intención del curso de provocar una actitud de curiosidad y una cultura del esfuerzo para comprender ámbitos ajenos. Matt me decía que con ello busca también que asuman riesgos, y que comprendan que no hay que ser expertos para desentrañar los supuestos misterios de la tecnología.
El curso se conforma de 3-4 horas semanales. Una parte la dedican a leer y discutir artículos sobre “technology morality/sociology”, y la otra a la fabricación de los dispositivos en el laboratorio. Los desafíos técnicos que eligen los alumnos son variopintos, y la mayoría son inventos híbridos que juegan en la frontera de la ficción para evitar que sean constreñidos por experiencias que ya tienen. Por ejemplo, sistemas como el “Roomalizer”, un aparato que modera el nivel de entusiasmo en una habitación, “una pared que respira” de modo que si la excitación aumenta, el artefacto se mueve más o cambia de color. Buscaban con ello examinar cómo los sentimientos personales interactúan con el espacio público. Otro proyecto es un “Physical Facebook” en forma de corona (“Social Crowning”) que ayuda a indicar el estado de ánimo del usuario. Este desafío les ha servido para discutir sobre las limitaciones de las tecnologías de redes sociales a la hora de capturar la diversidad de status y expectativas.
Estos proyectos que parecen locos, tienen mucho sentido porque lo que al final sale de la formación, el producto que desarrollan los alumnos en equipo, es lo menos importante. Lo que realmente interesa es el proceso, las habilidades cognitivas que se despiertan gracias al esfuerzo que tienen que hacer para: 1) comprender aspectos técnicos con los que no estaban familiarizados, 2) fabricar cosas tangibles, que se tocan y se usan, 3) discutir valores inherentes a los sistemas y artefactos de información.
Esto último es importante, y lo que más me atrae de este programa. Matt y sus “critical makers” lo que buscan con esta experiencia es generar una mirada crítica sobre la “moralidad y ética de la tecnología”. Por ejemplo, si están trabajando en el diseño de un semáforo; mientras construyen los prototipos, discuten en qué medida ese artefacto vertebra valores como los de autonomía, privacidad, sentido de comunidad, y otros.
En el laboratorio se invita a los alumnos a hacerse preguntas del tipo: ¿Cómo diseñar dispositivos abiertos que permitan ser utilizados con fines distintos a los previstos, que puedan ser “re-purposed” por los usuarios? ¿Cómo sería una tecnología “moralmente responsable”? ¿En qué medida un sistema de información es realmente “inclusivo”? ¿Cómo afecta un dispositivo la capacidad de colaboración entre individuos?
Cualquier artefacto o sistema digital se inspira, en definitiva, en un sistema de valores que puede ser consciente o no. Lo que busca el curso es que aprendamos a desarrollar una mirada más crítica sobre cómo la tecnología y los sistemas de información condicionan e influyen en los modos con que las personas se interrelacionan. Mientras diseñas y fabricas, piensas en esas implicaciones.
Es una práctica reflexiva muy potente, que nos ayuda a superar la asimetría que supone nuestra experiencia actual de uso de estos dispositivos en la vida real. Creo que tendemos a ver estos sistemas como algo éticamente neutral, y ese utilitarismo reduccionista nos hace más vulnerables a las perversiones de la tecnología, y de sus promotores.
No es paranoia moral. Tiene mucho sentido estimular esa habilidad de juzgar las cosas que nos rodean desde una perspectiva más crítica y sistémica, porque nos condicionan más de lo que parece.
Pues nada, en el siguiente post creo que voy a hablar sobre la visita que hice al Centre for Social Innovation, así que pronto nos vemos.
Maria J. Cervera
Hola Amalio!
Lo que comentas del pensar o leer al hacer me recuerda a un seminario en una universidad de verano de hace muchos años donde un profesor de orientación PNL nos lo comentaba, según él nuestros pensamientos “residen” en un hemisferio del cerebro mientras que los actos se guardan en el otro, el simple hecho de escribir un pensamiento hace que se fije mejor, quizás por eso hay gente que duerme con un bloc de notas al lado de la cama. Lo que si sé por experiencia es que siempre he estudiado escribiendo, bueno desde que reconocí mi gran limitación a memorizar como un papagayo, para integrar nueva información y hacerla mía necesito reescribir, subrayar, remarcar y enlazar conceptos con flechas y flechitas… De hecho es el sistema que utilizamos en el màster que estoy estudiando, en la UOC no hay exámenes sinó prácticas y debates, allí he descubierto los mapas mentales, diagramas de flujo y como crear nuestro propio material de asignatura en un espacio wiki. Precisamente fue en Dirección de la Innovación donde empezamos sin material docente, leyendo muchos artículos y “jugando” con vuestro Innobox para una práctica en equipo, pero con un profe bestial que tiene las cosas muy claras y me aficionó a tu blog, es Pere Losantos.
Este semestre me continua quedando clara tu otra afirmación y creo firmemente que cualquier producto/servicio o instrumento son consecuencia del sistema de valores éticos de quines los han ideado y el uso que se haga de ellos dependerá también de los principios de quien los utilice, véase TIC, RSE, etc. ¿Porqué sinó hay fabricantes que se preocupan por los residuos que generaran sus productos muchos años después de haber salido de su fábrica hasta el punto de innovar en materiales biodegradables y en cambio otros no?
Saludos y que tu viaje continue tan provechoso o más. Maria.
Iván
Interesante todo lo que cuentas. Me gusta lo del hacer y la acción que comentas. Me ha sorprendido gratamente eso que comentas de las lecturas para a partir de ellas hacer con leer y discutir artículos sobre “technology morality/sociology”, imagino que eso une muy bien la parte intelectual con la parte práctica. En lo del sistema de los valores de los productos también sorprende, la verdad es que los yankees siempre me han parecido expertos en vender, pero los canadienses son como comentabas en otros posts una sociedad a medio camino entre la vieja Europa y los americanos. Felicidades por el post y por el viajaprendizaje ;). Un abrazo Amalio
Ramon Sangüesa
Hola Amalio
La versión “light” del Design Thinking que se nos venden desde IDEO a Rotman pasando por la Stanford d.school nos oculta la fundamental conexión entre diseño y tecnología. La construcción es una actividad de diseño y la tecnología es una creación de conocimiento en un proceso que se deriva de la práctica (de aquí el punto de contacto entre Sennet y la tecnología).
La tecnocultura tiene sus valores y estos se expresan e incorporan en los sistemas construídos que los transmiten. Ved, por ejemplo Kevin Slavin y su discusión del papel de los algoritmos en nuestra vida diaria. Igualmente, vale la pena recordar el trabajo de Lucy Suchman en la instilación de valores en el proceso tecnológico y la deriva de valores de la tecnología (una cosa alimenta a la otra). Ahí Bruno Latour tiene bastante que decir también. Es loque mi buen amigo Daniel Beunza “La moralidad está en las máquinas” http://www.wired.co.uk/magazine/archive/2010/04/start/daniel-beunza-market-anthropology). De ahí que sea urgente imbricar en el proceso constructivo a cuanta más gente mejor: para incorporar otros valores que los de las empresas o, sólo los expertos (por muy nerds, geeks y freaks que sean siguen siendo expertos respecto al resto de ciudadanos).
El trabajo de Ratto es más que interesante en tanto que recoge, adopta a su intereses y amplia algunos postulados del “Critical Design” (iniciado en el Royal College of Art, diseñadores Dune and Raby) y los cruza con la cultura “maker”. Si tiene sentido el concepto de laboratorio ciudadano para democratizar la tecnocultura y poderla conformar de acuerdo con los valores de todos los ciudadanos, entonces este tipo de aproximación tiene bastantes visos de ser coherente con la cultura que, a la vez, quiere promover y poner en cuestión.
Ya me hubiera gustado a mí, poder implementar la aproximación de Ratto cuando hubo ocasión y espacio.
El tema es importante puesto que nos pone en medio de la redefinición de la esfera pública, una esfera pública que no se agota y se expresa en el debate y la comunicación como sería el modelo de Habermas y Feenberg sino que precisamente porque el medio tecnocultural, como diría Mar Padilla, “Internet es recursiva: es un producto y a la vez su propio medio de producción” http://t.co/cUyftlnq ”.
Pero esto nos pone en un lugar realmente difícil, en este parráfo que he traducido del catalán de “La democratización de la tecnocultura: rudio, límites y oportunidades de los labs” (Revista d’Etnologia de Catalunya, número especial de tecnoantropología), lo remarco:
Los procesos de consecución de capacidad de decisión por competencia en la construcción recuerdan el modelo del Open Source. En efecto, en estos comunidades otorgan capacidad de decisión sólo después que se ha mostrado competencia en proyectos compartidos. Este vínculo de la decisión con la competencia práctica recuerda también la tradición artesanal que, significativamente, Sennet conecta con las prácticas de los programadores (Sennett, 2009) 2. El componente colaborativo dentro del proyectos de la tecnocultura es muy importante. La participación se expresa vía la colaboración reconocida. […] La capacidad democratizadora sería asimilable a la capacidad de extender la agencia ciudadana en el ámbito de la tecnocultura. Esta agencia debería, quizás, de entender como la capacidad de llevar a la práctica el diseño digital de forma crítica. Conviene recordar aquí el papel que la capacidad de autonomía y decisión tienen en la escala de participación de Arnstein que marca una progresión en el papel de los participantes en cualquier institución o proyecto. El grado mínimo de participación corresponde a la educación (asimilada a la manipulación) y el máximo a la decisión y control democrático (Arnstein, 1969).
En la terminología de Feenberg, el participante subyugado puede aspirar, como mucho, al papel de receptor y educando, mientras que un productor / constructor / diseñador puede alcanzar la condición de participante estratégico y su correspondiente papel en la toma de decisiones. Por esta vía, sin embargo, tenemos un requisito muy duro con respecto a los programas de democratización de la tecnocultura: hay que llegar a la competencia para poder decidir. Ampliar el número de los competentes, su agencia tecnocultural, debería ser el foco y el método de un proceso democratizador en la tecnocultura
Dicho todo lo cual, no nos carguemos el Post-it y la visualización para la construcción y prototipado de modelos que nos afectan.
Quizá deberíamos trabajar también en la colaboración entre los ciudadanos de diferente nivel de implicación en el “hacer” tecnológico: no todos están al mismo nivel, al mismo tiempo.
Sigue disfrutando de Toronto!
Ramon
Amalio
Ramón, me alegro de verte por aquí, aportando tanto valor al post. Porque de esto tú sí que sabes, colega.
La tecnocultura y la deriva de valores a partir de la tecnología es un campo fascinante, y controvertido. Siempre nos podrán acusar de paranoicos o quisquillosos, pero habrá que seguir insistiendo en lo mismo. El enfoque de Matt Rato en su laboratorio es precisamente corregir el “sesgo de experto” que produce la mirada elitista que hoy se practica sobre el diseño de la tecnología. Está pensando, por ejemplo, en crear herramientas para el diseño inclusivo, de tal manera que personas ciegas o con otras limitaciones, puedan usar esas herramientas para participar en el proceso de diseño siguiendo lógicas de DIY (“hazlo tú mismo”). La “cultura maker” es apasionante. Me lo decía antes Julen, y estoy de acuerdo. Y yo creo que tu insistencia en el meta-diseño, que me ha ayudado mucho, conecta mágicamente con la cultura del prototipado que pone el énfasis en superar las barreras textuales o semánticas, y ponerse a hacer cosas juntos como herramienta para comprendernos mejor.
También es importante lo que dices de que las tecnologías no son solo un “medio de comunicación”, sino también “de producción” (y no solo de contenidos digitales, sino de muchas más cosas que afectan nuestra propia existencia, y el sentido que le damos). Pasar de la manipulación a la capacidad de participación genuina y de decisión colaborativa es un reto que costará hacerlo realidad, pero es algo que tenemos que plantearnos.
Muchas gracias por las fuentes y los enlaces que nos has sugerido. Vienen muy bien para completar ideas y seguir aprendiendo. Ah, no te preocupes, que no nos cargaremos el Post-it… es una herramienta muy útil para la visualización, pero parece necesario que pasemos también al prototipado en 3D, como una forma de ensuciarnos las manos mientras amasamos la arcilla.
Seguimos en contacto
Un abrazo
Nadir Chacín
Woww qué increíble está eso Amalio… “mataría” por participar en un laboratorio así. 😉
El uso de las manos y la interacción con los otros humanos modelaron la evolución de nuestra especie. Ahora también la está modelando la tecnología. No es algo que se puede ignorar, la tecnología nosotros la estamos haciendo o las personas que las hacen a quienes nosotros se la estamos comprando. No se hacen solas. Suena estúpido, pero es que la gente no piensa en eso, en lo que hay detrás de un producto. La mayoría de las tecnologías no tienen transfondos como el que describes, que buscan alimentar y no mal nutrir, la mayoría sólo deshumaniza. Yo soy partidaria de hacer otro tipo de tecnologías que sí nos ayuden. Y siento que si algo puede ayudar al ser humano a revertir este caos global es la tecnología, en el buen sentido, hacia el bien. La moral y los valores de un grupo (el poder, la hegemonía) están en todo lo que hacemos, compramos, consumimos, hasta en lo que sentimos, así de heavy metal. Habrá que preguntarse: ¿es la moral que yo quiero?
Gracias por tus post, son bálsamos.
Amalio
Querida Nadir:
Pues sí, aquello fue muy nutriente, la verdad. También “me pido” para mí un laboratorio como ese. Efectivamente, “la tecnología no se hace sola”, y tiene siempre una intención. Tenemos que dedicar tiempo a repensar el efecto “deshumanizador” que puede tener la tecnología cuando se usa sin criterio por las personas. Estamos “cosificando” algo que tiene un gran poder transformador en la cultura y los hábitos sociales. Y esto de ver el trasfondo que tienen los productos que consumimos es una sana costumbre que tendríamos que fomentar en la educación. Gracias a ti por pasarte… Un abrazo
Julen Iturbe-Ormaetxe
Esta idea del “making” va muy en línea con reflexiones de Sennett en “El artesano”. Hacer se convierte en motor de aprendizaje porque incorpora otras capacidades a las que estamos acostumbrados a desarrollar en el trabajo teórico de “conocimiento”. Esta idea del conocimiento como pensamiento+emoción+acción es muy interesante.
Amalio
De acuerdo, Julen. No lo he explicitado en el post, pero Sennett y “El Artesano” inspiraron esta visita, y estuvieron salpicando toda la reflexión que tuve con Matt. La cultura artesana tiene mucho de practicante reflexivo, y comprender la interfaz entre “pensar” y “hacer” tiene un sentido enorme. Habrá que seguir trabajando esta línea, porque mientras más me adentro en ella, más me doy cuenta de la importancia que tiene. Gracias, un abrazo