Sobre los laboratorios ciudadanos en el sector público
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Post Nº 576
En mayo estuve en Zaragoza trabajando con el equipo de Aragón Participa, que coordina Raúl Olivan. Fue una mañana, en una sesión vertiginosa, hablando de cómo aprovechar la inteligencia colectiva para articular estrategias de participación y su forma de concretarlo en el Laboratorio de Aragón Gobierno Abierto (LAAAB), que pretende impulsar el diseño abierto y colaborativo de políticas públicas en esa comunidad.
Todos sabemos lo difícil que es experimentar en un entorno tan intolerante al error como es la política y la gestión pública, donde los partidos y el poder mediático están siempre a la caza del fallo. En un escenario tan hostil, la Administración tiene que hilar fino para dar cierta seguridad como entidad garantista, y eso le obliga a habilitar dispositivos que “aíslen” la experimentación a un entorno controlado que ayude a gestionar mejor el riesgo.
De esa necesidad, y de la creciente presión social por abrir procesos a la participación, nacen los llamados “Laboratorios Ciudadanos”, como espacios de encuentro para explorar soluciones innovadoras y propiciar dinámicas de experimentación que no se le permiten habitualmente a las entidades públicas. Medialab Prado es, por citar alguno, el ejemplo más conocido de estos laboratorios.
Este es un tema que me interesa desde hace tiempo. En octubre de 2017 estuve en Nariño, participando en la inauguración del CISNA, el Centro de Innovación Social de ese departamento colombiano, y fue también una buena ocasión para hablar largo y tendido de cómo deben ser estos laboratorios y su potencial para resolver problemas reales de la sociedad desde una perspectiva abierta y participativa.
Dentro del debate que suscitan los laboratorios ciudadanos, hay un punto de vista que defiende Antonio Lafuente, un gran conocedor de estos dispositivos, que a mí me genera ciertas dudas, y que me gustaría discutir en este post. No voy a ser yo el que ignore o menosprecie el valor del aprendizaje pero poner todo el foco en ese objetivo podría relajar el otro rol de estos laboratorios que es generar soluciones con impacto, y resultados visibles para los objetivos de las instituciones que los crean.
Esa es una de las razones por las que no me gusta que se equiparen los laboratorios ciudadanos con los científicos o académicos. Es cierto que les une la experimentación, pero el término “laboratorio” es poco afortunado para describir a los primeros porque induce a pensar que son espacios aislados y controlados. Eso nos obliga a ponerles el apellido de “abiertos” para tratar de salvar esa percepción, pero aun así introduce un sesgo demasiado académico en la forma de entenderlos, como ya explicaré.
En mi opinión, ese énfasis tan hegemónico en el aprendizaje nos puede llevar a una propuesta de diseño de los laboratorios ciudadanos que se parezca demasiado al modelo científico, y descuide su papel principal de impulsar innovaciones con impacto en el entorno para el que se han concebido. El aprendizaje, como parece plantearlo Antonio, hace demasiado hincapié en una naturaleza especulativa que es más propia de las instituciones académicas, que de dispositivos vinculados a ayuntamientos y entidades públicas que tienen problemas ingentes que resolver.
Mis dudas se confirman cuando escucho a Lafuente insistir en esta idea:
“La innovación debe darse en dos momentos claramente separados: un momento de aprendizaje, donde opera en los laboratorios ciudadanos, y un momento de impacto, cómo trasladar las ideas de un mundo figurado, imaginado, al mundo real”.
Separar ambos momentos y centrar todo el trabajo de estos laboratorios en el primero, tiene ventajas pero también, muchos riesgos. Lo positivo de concebirlo así es que: (1) se desliga la imaginación del posibilismo, y la experimentación no se pone límites [yo añado, para bien y para mal], (2) se disfruta más del proceso, sin la presión, ni el estrés de conseguir un resultado.
Sin embargo, tiene a la larga grandes inconvenientes: (1) la imaginación sin dosis de realismo, sin incorporar restricciones, ni grados de libertad, nos atrapa en el prototipo eterno que nunca abandona el laboratorio, (2) el aprendizaje en innovación es incompleto, ¡¡incluso falso!!, si no se experimentan las ideas en contextos reales.
“Separar claramente” el momento del aprendizaje, el pasárselo bien y aprender juntos, del momento de esforzarse por encontrar algo aplicable y con impacto, tiene mucho peligro. Los participantes, si quieren aprender a innovar, deben avanzar lo más posible en el embudo hasta llegar a soluciones de impacto. No es suficiente la construcción de un bonito mundo metafórico porque eso no es innovación, sino creatividad.
Lo que temo de separar ambos momentos, como recomienda Antonio, es que estos dispositivos terminen convirtiéndose en espacios tan ideales y especulativos, que hagan más difícil, y demasiado costoso, el trabajo de los que, según él, deben dedicarse después, fuera de los laboratorios, a “trasladar” ese “mundo imaginado” al real. Sé de lo que hablo porque he visto esa brecha en muchos proyectos de design thinking en el ámbito público, cuando lo especulativo ha importado más que la empatía y la necesidad de generar impacto. También veo ese déficit en algunos de los laboratorios ciudadanos más exitosos y reconocidos de hoy, en los que a menudo se echa en falta menos especulación, y más transferencia al mundo real.
En resumen, lo que quiero decir es que si en los laboratorios ciudadanos no se hace un esfuerzo también de aterrizar las soluciones, de prepararlas para acelerar su traslado a la realidad, vamos a convertirlos en espacios aislados y sin incidencia en las políticas públicas.
No me canso de repetir que lo que hoy tenemos no es tanto una crisis de creatividad, sino de implementación. Hay un gap entre las buenas ideas y su conversión en proyectos con impacto, así que los laboratorios ciudadanos no deberían ahondar en esa brecha sino expandir su actividad hacia los espacios de interfaz, experimentando con problemas reales y “entregando” las soluciones de una forma que el aparato administrativo pueda asimilar a un coste asumible.
Un enfoque más pragmático como el que sugiero ayudaría a desinflar el “efecto Wow” que yo veo a menudo en los proyectos que descuidan la calidad (y aplicabilidad) de las soluciones. Si no hay impacto visible en la realidad, la euforia con que la gente sale de estos experimentos es vaporosa, flor de un día. Digo más, es un aprendizaje vacío. No se construye ciudadanía sin manosear las dificultades de la vida real.
No estoy diciendo, ni mucho menos, que el aprendizaje no sea importante. En ese sentido, me parece muy positivo que Antonio insista en cuidar esa dimensión, para que el estrés por los resultados no se lo coma todo y convierta a aquello en una maquina administrativa más. Sin embargo, hay que encontrar un equilibrio entre el objetivo aprendizaje (proceso) y el de solución con impacto de problemas reales (resultados), porque corremos el riesgo de ir al otro extremo.
Por otra parte, no podemos obviar el hecho de que estos laboratorios están sometidos al escrutinio público y tienen que dar resultados tangibles para la ciudad o institución pública que los crea. Esto va mucho más allá del mero aprendizaje de los participantes, porque insisto, no es un dispositivo universitario, ni académico. Esa urgencia se percibe en la estupenda entrevista que hace Juan Freire a Antonio Lafuente, como parte del proceso de investigación que el primero hizo para el diseño del Co-Lab, un laboratorio de innovación ciudadana impulsado por el Ayuntamiento de A Coruña. En ese dialogo se nota la insistencia de Juan en recordar las implicaciones prácticas que tiene para un laboratorio de este tipo que esté vinculado a un ayuntamiento.
Tengo claro que si los laboratorios ciudadanos quieren sobrevivir al próximo presupuesto, deben actuar con pragmatismo. No basta con que la gente que asiste a sus talleres aprenda, que por límites de espacio serán relativamente pocas, sino que habrá que hacer algo para beneficiar también a la ciudadanía que no va, o no puede ir. Por cada persona que participa en sus actividades, debe haber un efecto multiplicador en muchas de fuera, y eso solo se consigue trabajando retos y proyectos que tengan un impacto real en el conjunto de la ciudadanía.
No me quiero quedar en la mera teoría, así que en términos prácticos, te estarás preguntando cómo se articula esto, cómo se evita la separación que recomienda Lafuente. Daré algunas pistas:
1. Salir del laboratorio: En algún momento hay que contener la especulación creativa, y empezar a hacer prototipado iterativo en entornos reales, para aprender (e impactar) de verdad. El mayor aprendizaje se consigue probablemente fuera.
2. Hacer trabajo de campo: Hay que invertir en empatía hacia los colectivos afectados por los problemas públicos que se intentan resolver, pero para eso no basta con traerse a esos colectivos al laboratorio, que también. El ambiente de laboratorio, al ser tan intelectualmente estimulante, sobreexcita la imaginación y dispara el frikismo, pero la creatividad sin empatía es insuficiente para la gestión pública. Esto exige dedicar tiempo a recoger datos en el terreno, o sea, salir de la burbuja, digo… del laboratorio.
3. Aterrizar la rendición de cuentas: Hay que introducir en los indicadores de rentabilidad social de los laboratorios ciudadanos, además de indicadores de aprendizaje, de proceso, datos de impacto en términos de soluciones desarrolladas que han tenido una incidencia en la realidad. Si descuidamos eso, se corre el riesgo de gestionarlos como si fueran dispositivos académicos o educativos, y ¡¡no lo son!!
4. El personal público también debe participar: Si queremos que la Administración experimente porque, como dice Lafuente, no sabe hacerlo, hay que crear espacios mixtos en los que el personal público se mezcle con la ciudadanía en el co-diseño de procesos y servicios. Los laboratorios son espacios de encuentro entre los diferentes agentes, pero a menudo se olvida esta pieza en el rompecabezas. No basta juntar a los ciudadanos con expertos y facilitadores de dinámicas colaborativas, sin la presencia de quienes van a implementar esas soluciones dentro del aparato administrativo. Que éstos participen no solo genera un efecto de aprendizaje y empoderamiento en este colectivo que es clave para la innovación pública, sino que también introduce nuevos desafíos en los ejercicios colectivos, dado que son personas que conocen bien las restricciones normativas y las resistencias que se pueden producir en la implementación. No se cambia lo público sin un desaprendizaje de la cultura funcionarial.
5. Trabajar con mini-públicos: Realizar experimentos y prototipos con grupos estadísticamente representativos aporta legitimidad y una capa de realismo al esfuerzo creativo. No todas las actividades de los laboratorios ciudadanos deben estar sometidas a este rigor, pero sugiero que exista una línea específica de trabajo que explore el mecanismo aleatorio para captar a los participantes y así evitar el sesgo de autoselección que lleva a estos talleres un tipo de personas que, a pesar de su buena fe, pueden reforzar la desconexión.
6. Elegir bien los retos: Aunque los proyectos que se trabajan en los laboratorios ciudadanos suelen elegirse a través de convocatorias públicas, la agenda temática y los retos son fijados en parte por sus gestores. No todos los retos funcionan bien en estos espacios. Hay que implementar un sistema de filtrado/revisión (colaborativo) de los retos para que sean relevantes (¡¡para los participantes!!), convenientes (que aprovechen lo colectivo vs. expertos), precisos (para generar foco), e interesantes (provocadores => dilemas, paradojas, que pongan en tensión a los agentes participantes).
7. Gestionar una cartera equilibrada: Hay muchos tipos de prototipos, y todos deben tener cabida en estos laboratorios, respetando cierto balance. Desde los experimentales (centrados en crear conocimiento) y los puramente especulativos (buscan la provocación, cuestionarse las suposiciones), hasta los impulsados por la producción, que están muy apegados a la realidad, y pretenden generar soluciones de impacto. Estos laboratorios tienen que generar resultados también a corto plazo, porque si no, no habrá largo plazo. Hay que vigilar la ratio riesgo/rentabilidad, combinando X retos de intervención a corto plazo por cada proyecto especulativo, temporalizando el impacto para generar pequeñas victorias, porque ya sabemos que el sistema es impaciente. Un ejemplo de esto último pueden ser los talleres de co-creación para el diseño de dispositivos públicos como formularios, webs, convocatorias de subvenciones, normativas, etc., que tienen un retorno más a corto plazo. En un laboratorio científico o académico no se cuida tanto eso y se asumen riesgos muy elevados, pero en un entorno tan político como el que acoge los laboratorios ciudadanos, este pragmatismo no es solo de supervivencia institucional, sino legítimo, porque la sociedad está en su derecho de exigir retornos en distintos plazos.
8. Trabajar con colectivos y retos complementarios: En la entrevista que Juan Freire hace a Antonio Lafuente, éste plantea el debate que hay entre abordar los problemas y retos emergentes, o los que son estadísticamente mayoritarios, los más conocidos. En mi opinión, no hay dilema porque los laboratorios ciudadanos deben atender ambos ámbitos. Esas dos formas de entender la innovación ciudadana deben tener cabida, quizás con estrategias distintas y complementarias. Es cierto que las mayorías ya están representadas en muchos dispositivos institucionales, pero no en espacios experimentales como estos, así que también deben ser atendidas. Si los laboratorios ciudadanos de una gran ciudad no incluyen en sus sensores los problemas más acuciantes y palpables de la mayoría de sus residentes, entonces corren el riesgo de quedar desconectados, y de que se cuestione su utilidad.
9. Cuidar la retroalimentación como un acelerador del aprendizaje situado: Las personas que asisten a los talleres no sólo deben llevarse la experiencia social y lúdica del proceso (que es importante, pero por desgracia, a veces todo se reduce a eso), sino también la posibilidad de saber a dónde va lo que han hecho, y cómo están contribuyendo a cambiar cosas, por pequeñas que sean. Dar retroalimentación a los participantes refuerza la co-responsabilidad y el aprendizaje mismo, porque le dota de más sentido.
10. Sistematizar la implementación de soluciones: Hay que crear un mecanismo para conectar la fase divergente y especulativa, con la de traslación a la realidad, en lugar de separarlas. Si los laboratorios ciudadanos no prevén esto, si no lo sistematizan con protocolos concretos para acelerar ese proceso, el ciclo de innovación nunca se cierra, y el embudo se atasca. Dicho de otra manera, hay que prever un sistema que conecte los procesos creativos y experimentales con la mecánica institucional.
Me gustaría saber qué opinan de estas ideas personas que están gestionando o liderando, en el día a día, proyectos de Laboratorios Ciudadanos, para afinar la reflexión. Si eres una de ellas, anímate a dejar tus ideas por aquí…
Maximo Fraile
Hola Amalio, no gestiono ningun laboratorio, pero si quiero dejarte un comentario:
Estoy totalmente de acuerdo contigo, si es que tiene que haber laboratorios como tales.
Lo que haciamos en el siglo XX, y se sigue haciendo en el XXI, es mantener reuniones con el tejido asociativo implicado de área que se desea innovar mejorando en la prestación del servicio, bien porque exiten organos colegiados para ello, bien en reuniones mas informales con los colectivos y con la participación de los empleados públicos, que son los que en la mayoria de los casos lideran laspropuestas de mejora de los servicios, recibir las propuestas de mejora de los colectivos. Y desde luego acabando en unos nuevos o mejores servicios
No es un laboratorio, no hay formación/aprendizaje, porque ya vas a colectivos «expertos» en el servicio
En fin que como simplificador administrativo, veo un poco/mucho artifical la existencia de laboratorios, con las limitaciones que citas de llegar a muy poco publico, el riesgo de no descender a soluciones aplicables, etc
Un saludo
Amalio Rey
Hola, Máximo: Ese enfoque tiene, desde mi punto de vista, dos limitaciones: 1) Trabajar solo con el «anillo profesional», que es como actúa en la práctica el tejido asociativo más institucionalizado, es arriesgado si no se complementa con un acceso directo a los afectados, o sea, a la ciudadanía. A veces esa capa tiene sus propios intereses, 2) No basta con convocar reuniones, hay que explorar, experimentar, prototipar, porque eso permite el afloramiento de una información, y un aprendizaje, mucho más rico. Los laboratorios gestionan muy bien esas dinámicas, y aportan un plus de valor en la búsqueda de soluciones que sean más atrevidas.
No hay tanto problema con trabajar con poco publico, si lo seleccionas bien, si trabajas con muestras aleatorias. Y lo de buscar soluciones aplicables depende mucho de cómo se diseñe el ejercicio, y de cuánta importancia se le dé a eso. Si solo importa el aprendizaje de los participantes (o lo contrario, lo único que importa es el resultado), entonces el modelo falla.
Ricardo_AMASTÉ
Sigo tirando un poco del hilo, bastante en la línea de lo que dice Julen.
Respecto a lo de separar o no, creo que la cuestión es DIFERENCIAR para poder COMBINAR.
Es clave entender el PARA QUÉ de cada formato y saber ecualizarlos.
Por el momento en el que estamos respecto a todo esto de los laboratorios, creo que aún es muy importante aprender y empoderar. Empoderar, generar cultura de la experimentación, dotar de herramientas, para que las participantes puedan llevarse la experiencia consigo y empezar a extenderla a implementarla en otros ámbitos. De esa forma los labs pueden ir más allá de los propios espacios de laboratorio más formales o institucionales y hacerse ciertamente ciudadanos. El formato laboratorio siendo apropiado por la ciudadanía, más allá de la ciudadanía como sujeto participante.
Seamos exigentes con los laboratorios para hacerlos mejores, pero no tengamos demasiada prisa.
Amalio Rey
Richi, me repito: no es bueno separar. Es un buen matiz lo de «diferenciar+combinar», pero siempre hay que combinar. El proceso de aprender y empoderar funciona mejor si genera impacto, aunque sean pequeñas victorias. No entiendo la insistencia en el «O» en vez del «Y»: ¿no se aprende solucionando cosas? ¿esforzarse por solucionar cosas reales, con impacto, excluye el aprendizaje genuino?. Mucho peligro tiene el «O» porque entonces terminamos conformándonos con los procesos lúdico-creativos.
La idea de «generar cultura de experimentación» es inconcebible sin que los participantes no trabajen los experimentos más allá de los post-it o la creación artística de escenarios. Se experimenta de verdad asumiendo riesgos y peleandose con las restricciones. Creatividad y experimentación son, como sabes, cosas distintas.
Si parece que tenemos algo de prisa es porque conviene tenerla, en su justa medida, dentro de un sistema que bien sabes es impaciente. Si no tienes algunos resultados a corto plazo, no habrá largo plazo.
Ricardo_AMASTÉ
A favor del Y (aunque a veces convenga poner sobre la mesa algún O).
A favor de combinar (casi siempre)
A favor de ecualizar (cuidando los distintos tipos y niveles de objetivos).
A favor de reconocer de entornos que precisan más especulación-disrupción-creatividad y los que precisan más innovación incremental y sistematizada (mejor disponer de una caja de herramientas que solo de un martillo).
A favor de poder especular de forma sistematizada y de sistematizar de maneras creativas (como modo de hackear y transformar los sistemas imperantes).
A favor de que en cualquiera de esas cosas lo lúdico encuentre su espacio (confundir lúdico con falta de rigor es como confundir anarquía con libertinaje).
A favor de aprender implementando y de conseguir y celebrar los pequeños hitos como grandes victorias (no solemos hacerlo).
A favor de que nosotras nos vayamos volviendo más sistemáticas e incrementales (pero deseando mezclarnos con gente que llega con ganas renovadas de transgresión y especulación).
¡¡SI NO PUEDO ESPECULAR NO ES MI REVOLUCIÓN!!
Ricardo_AMASTÉ
Creo que en realidad, la clave es combinar lo que tu dices y lo que yo digo. Habría que probar a ver qué pasa, haciendo un proyecto juntas.
De eso también a favor 😉
Amalio Rey
🙂 Richi, fíjate tú… ¡¡estoy a favor de todo lo que tú estás a favor!!
Por cierto, «lo lúdico» no se confunde con «falta de rigor», o al menos no es ese mi punto de vista. Sé que el rigor entra mejor, y es más «socializable», si se empaca en dinámicas juguetonas. El lío empieza cuando nos conformamos con pasárselo bien sin esforzarnos por buscar impacto, que lleva su trabajo. Eso se puede hacer en casa, con los amigos, en plan ocio, pero no en un espacio financiado con fondos públicos. A ver si dejamos de hablar tanto y acabamos de hacer un proyecto junt*s. Estas chispas dialécticas hay que transformarlas en cosas palpables…
Julen
Tremendos estos posts tan densos y con tantas ideas juntas…
Me queda la impresión de que seguimos cayendo en el riesgo de complicar en exceso las cosas (es algo de lo que ya hemos conversado en más ocasiones). Me parece que se pegan dos ideas paradójicas: cuanto más ambiciosos y holísticos este tipo de laboratorios, más «poder» tendrán, pero más complicado será su trabajo. En palabras populares: el que mucho abarca poco aprieta.
Quizá exista un exceso de ambición en algunas de estas propuestas, bien por el énfasis en «participación sí o sí porque es lo que toca» o por la absoluta locura a la que conduce manejar todas las variables que concurren en este tipo de proyectos. Entiendo lo que propone Antonio y lo que propones tú.
La consecuencia es que la clave puede estar en las expectativas. A lo mejor deberíamos pensar en «diferentes laboratorios» para «diferentes objetivos». El elefante puede ser un animal demasiado grande para abordarlo en su globalidad. Quizá pueda haber laboratorios más «resultadistas» y otros más «especulativos». Mientras esto se pusiera en común al principio del proceso, sin problema. A lo mejor hacen falta más laboratorios y menos ambiciosos.
Amalio Rey
Julen, sinceramente, no veo ese exceso de ambición. Puede que algún que otro proyecto la tenga, pero no es el patrón general. Que se prometan cosas por ahí es algo bien distinto a cómo se asumen en la práctica por los gestores. Por el contrario, en mi opinión, estos laboratorios son poco ambiciosos cuando se plantean sólo incidir en los procesos, en el efecto lúdico del aprendizaje. Hay que aspirar a más, y eso no se hace porque tal vez sube el listón de la rendición de cuentas.
No entiendo bien tu idea de que agregamos complejidad. No acabo de pillarla, al menos en este contexto. El asunto es bien simple: sistematizar procesos para conectar la fase creativa-especulativa con la de implementación. Ni más, ni menos, que eso, porque el gap o ruptura existe. Y fíjate, ese rediseño de la interfaz involucra no sólo a los laboratorios propiamente dichos, sino también al aparato administrativo con el que tiene que colaborar para que sus proyectos tengan impacto.
La cuestión de fondo que motivó mi post es que no pueden separarse ambas fases especializando a los Laboratorios Ciudadanos en la primera. Hay que avanzar más en el embudo, y eso también hay que meterlo en la agenda de estos dispositivos.
Tampoco veo la necesidad, ni creo que sea conveniente, de especializar laboratorios. Apuesto por todo lo contrario, que los enfoques se mezclen. No es nada complicado trabajar por proyectos, de distinta naturaleza. Un laboratorio puede tener, como propongo en el post, una cartera equilibrada de proyectos especulativos y de impacto. Eso enriquece. Nunca me ha gustado la idea de aislar lo creativo-especulativo del esfuerzo (también creativo) de implementación. Pensar en el impacto es siempre una práctica saludable.
Ricardo_AMASTÉ
Aupa Amalio.
Como siempre, eskerrik asko por el ejercicio de sintetizar, tratar de sistematizar e invitar al debate en temas sugerentes.
No voy a dedicar demasiado tiempo a entrar al trapo de ese puntito para mi un poco obsesivo que tienes con lo de la creatividad y la especulación. En realidad, supongo que todas somos fruto de nuestras obsesiones. Enfrentarnos a ellas es un gran motor de trabajo que nos lleva a ir más allá de los límites. Solo diré que no creo que nuestro tiempo este sobrado de ideas sino de ocurrencias. Pero bueno, en el fondo, creo que estamos de acuerdo y por eso, en ese sentido me quedo con el punto 7 de tu decálogo, donde se habla del equilibrio e interrelación de objetivos y tipologías, más EMPODERADORAS, FORMATIVAS, ESPECULATIVAS y APLICADAS.
Así que voy a entrar en otros puntos que me parecen relevantes en esto de los laboratorios ciudadanos públicos:
– En general nos falta cultivar la cultura de la experimentación y del proceso. Vivimos en una sociedad cada vez más resultadista y cortoplacista, lo que obliga a quedarse en la superficie, no permite profundizar e ir a la raiz. Y el problema es que esto se da tristemente en casi todo, no solo en los aún tan periféricos e insignificantes laboratorios ciudadanos. Por tanto, debemos APRENDER a experimentar y más difícil todavía… hacerlo de forma COLECTIVA, COLABORATIVA, desde la DIVERSIDAD de agentes afectados en cada caso.
– Desde lo público falta riesgo para salir de la rutina y enfrentarse de verdad a estas nuevas formas de hacer, que suponen delegar o compartir poder. Estamos aún en el quiero y no puedo, en el nadar y guardar la ropa, tras el argumento de que desde lo público se debe ser garantista y cauteloso. Quizá a día de hoy la cuatela es un lujo que no nos podamos permitir y para enfrentarnos a retos climáticos, poblacionales, convivenciales, productivos… necesitemos mucha más AUDACIA, DISRRUPCIÓN (que no tienen por qué estar reñidas con el CUIDADO y la EMPATÍA)
– También faltan recursos y continuidad para de verdad poder pedir resultados más allá de “fotos bonitas” con gente haciendo cosas. Estos laboratorios siempre parecen caros ¿caros respecto a qué? Y se les pide un resultadismo milagroso ¡Pídeme milagros y te venderé un crecepelo!
– Demasiada exigencia y urgencia para lo que suelen ser poco más que que sesiones de 2 o 3 horas, de brainstorming, intercambio de impresiones o prototipados de primera intención, más o menos metodologizadas, pero por lo general, insuficientemente fundamentadas y preparadas
– Aún todas tenemos demasiada fascinación por el dispositivo y por la estética de laboratorio y eso lleva a una falta de rigor, a cierta autocomplacencia. Y también nos lleva a no cuidar el proceso para obtener resultados que vayan más allá del resultado que ya es, el mero encuentro de agentes diversos para co-diseñar posibilidades (pero un resultado que tiene valor sólo las primeras veces que te juntas, luego ya es obviamente insuficiente).
– No se da sufciente importancia al método, al procedimiento o mejor los distintos tipos de procedimientos, adaptados a: el tipo de reto a abordar, el tipo y diversidad de agentes implicados, las fases de experimentación y su enlace y trazabilidad, el contemplar distintos roles y funciones en el proceso, las metodologías que aplicar a cada fase, las formas de registro…
– Terminando con los recursos puestos a disposición del proceso de experimentación e innovación., Falta pensar sobre las condiciones materiales para hacer viable la investigación, sobre todo cuando el método supone la implicación, la dedicación de muchas personas. Esto no significa que necesariamente haya que monetizar todas las formas y niveles de participación, pero si que hay que ser mucho más responsables con la solicitud de participación, con asegurar las condiciones para que todo el mundo pueda hacerlo tendiendo a la igualdad de oportunidades, se planteen diferentes tipos de incentivos, se cuiden (y equilibren) los distintos intereses, se abran los resultados del proceso para el conocimiento y uso procomún…
Bueno, que este comentario casi parece un minipost 😉
A mi misma me ha servido para recopilar ideas para una jornada que estaremos este lunes dentro del proceso de trabajo dentro de la Open Government Partnership Euskadi, donde precísamente uno de los grupos vamos a centrarnos en este tema: http://www.ogp.euskadi.eus/inicio/
Dejo un link a un pequeño texto que escribí en el blog de Wikitoki para la participación en el #LabMeeting que organizó Medialab Prado en 2015, que se titulaba “El futuro del laboratorio es…” http://wikitoki.org/blog/2015/09/20/el-futuro-del-laboratorio-es/
Salud(os)
Amalio Rey
Aupa, Richi. Todos somos hijos, como bien dices, de nuestras obsesiones, pero que veas asi mi insistencia en superar la especulacion creativa como un fin en si misma, no ayuda a que te abras a otras perspectivas. Tu crees que yo estoy obsesionado con eso pero quizas yo vea, y viva, excesos que tu subestimas porque son habituales en tu practica creativa. Lo mismo puedo decir al examinar tu punto de vista.
Si lees con detenimiento todo el texto, veras que lo que yo defiendo es el equilibrio. No diria jamas, ni lo digo en el post, que hay que renunciar a la provocacion y lo especulativo.
Con todo el cariño, me parece algo injusto que sigas poniendo tanto enfasis en interpretarlo asi. Yo tambien tomo nota de tu forma de verlo. Yo veo un exceso de festivales de post-it, muy ludicos pero que no cambian nada el mundo; mientras tu abogas por seguir especulando para llegar a mejores ideas. Seguramente ambos tenemos parte de razon.
La gracia en todo esto, como sabes, es no descalificar, y poner mucha atencion en las miradas alternativas. Puedes estar seguro que yo lo hago siempre cuando te leo y me das caña.
Por terminar, suscribo casi todos los puntos de tu comentario. Lo que si me parece esencial es evitar la separacion que sugiere Antonio entre creacion/aprendizaje y traslacion en impacto. Fue esa idea que le vi repetir en un video lo que me motivo a escribir este post. Esa ruptura esta en la base de muchas iniciativas publicas que se quedaron en nada.
Estoy ahora en el aeropuerto. Cuando regrese a casa le doy una repensada y te comento.
Un abrazo!!!
Ricardo_AMASTÉ
Aupa Amalio.
Creo que conviene separar formas de formalismos. Los «festivales de post-it» (que en realidad provienen más del imaginario design thinking que de metodologías ligadas a lo especulativo, mucho más cercanos a las artes o la creación de escenarios) son tan dañinos como otras tantas modas. Nosotras no aplicamos solo procesos ligados a la creación y la especulación, sino que depende del tipo de proyecto o la fase de desarrollo en que se encuentre, aplicamos unas u otras metodologías y vamos depurando, testeando prototipos, algunos más disruptivos otros más incrementales (en realidad, en la mayoría de los casos nuestro trabajo se basa en recuperar, ordenar o poner en valor cosas que ya estaban ahí… somos bastante de pensar que lo»nuevo» esta muy sobrevalorado).
Y yo la verdad es que trato de mantenerme alejado de esos lugares donde se experimenta sin rigor, desde el formalismo y el esteticismo imperan sobre la búsqueda de objetivos o soluciones. Vivo rodeado de prototipos que no funcionan del todo y mi empeño es hacerlos funcionar colectivamente, cuanto antes mejor!
Amalio Rey
Richi: Lo de los festivales de post-it era metafórico. Me da lo mismo que sean post-it, o «creación (artística) de escenarios» despegados de la realidad. En ese sentido, con perdón, no hay demasiada diferencia entre el imaginario del Design Thinking (bien aplicado) y la especulación artística. Ya hemos hablado de esto en otras ocasiones, aunque no acabes de creerme que se puede especular mucho con el DT.
De acuerdo con que «lo nuevo» está muy sobrevalorado, y creo que esa forma de ver la innovación es algo que todos vamos aprendiendo. Mi percepción, aunque puedo estar equivocado, es que antes erais más tendentes a lo nuevo disruptivo, mientras que ahora ponéis más en valor lo bueno que existe.
Estamos en lo mismo, Richi. No hay ninguna discrepancia. Creo que has resumido perfectamente el mensaje de mi post: «estamos rodeados de prototipos que no funcionan del todo y que hay que ponerlos a funcionar colectivamente». Eso necesita una sistemática, que es más de implementación que creativa-especulativa. Ya ves, mi obsesión!!