Creatividad para OTRIs (post-11)

Ayer terminé de impartir un curso sobre creatividad para técnicos de Oficinas de Transferencia de Resultados de Investigación (OTRIs), organizado en la Fundación Universidad Empresa de Murcia.
Asistieron más de 15 técnicos de oficinas de transferencia de tecnología de entidades como la Universidad de Sevilla, la Politécnica de Cartagena, la Universidad Autónoma de Barcelona, varios centros tecnológicos, la Universidad de Alicante, la Red-FUE y la Fundación de la Universidad de León, entre otros.
Han sido 14 horas de frenético intercambio, donde hemos hablado de todo (como ha de ser en este tipo de talleres) y declaramos la guerra a los muchos tópicos, barreras y prejuicios que llevamos en el equipaje mental y que frenan el pensamiento creativo.
Si bien he tratado muchas veces, en mis charlas, el tema de creatividad, sobre todo desde que me dedico a promover la hibridación, no lo había hecho todavía para los técnicos de las OTRIs.
Mientras preparaba el taller, me preguntaba cómo enfocar el tema, y sobre todo, qué tipos de ejercicios realizar con los participantes. No quería impartir un curso típico de pensamiento lateral, donde a través de juegos mentales y ópticos, la gente entrena su capacidad creativa. No porque menosprecie ese tipo de cursos, sino porque me siento más cómodo haciendo las cosas de otra manera.
Así que opté por diseñar un curso más reflexivo, repleto de aforismos, ejemplos, imágenes y paradojas de la realidad, más filosófico-motivacional que lúdico, con la intención de que los participantes desafiaran sus mimetismos mentales, se abrieran a las contradicciones que habitan siempre en los espacios creativos y dejaran entrar ideas frescas y provocadoras para reflexionar a fondo sobre su entorno profesional, pero también, sobre su vida.
No me gusta la formación que se limita a tratar temas estrictamente técnicos. Huyo de las agendas encorsetadas, donde solo importa lo aplicable en el trabajo inmediato, y se espera de los participantes una actitud de eficientes profesionales.
Me gusta hablar con personas, de tal modo que los cursos se desenvuelvan como conversaciones, donde quepan temas variados y podamos salirnos del libreto para explorar valores y puntos de vista que van más allá del mero entorno laboral.
Por suerte la creatividad es un campo que se presta a ello por su naturaleza horizontal, así que ya sabía que me lo pasaría bomba, como finalmente ha ocurrido.
Estoy contento, porque la conversación colectiva que mantuvimos durante estos dos días sirvió para ejercitar hábitos muy sanos como:
- dudar de todo
- desterrar algunas frases mortales para la creatividad,
- preguntarse ¿y por qué no?
- buscar más allá en lugar de conformarnos con las conexiones obvias
- cuestionar tópicos inamovibles
- abordar los problemas desde perspectivas novedosas
- contraponer la sed de aprendizaje al estigma del fracaso y, en definitiva,
asustar a las miles de neuronas dormidas que viajan con nosotros, tan acomodadas ellas, en los asientos de primera clase de nuestro cerebro.
En el curso hemos presentado varias técnicas o herramientas. En total han sido ocho:
- Traslación: ¿dónde más funcionaría esto?
- Simetría: invertir, poner al revés
- QHC: ¿qué haría Creso?: los imposibles
- Resolución axiomática de problemas: premisas o axiomas para centrar la creatividad
- Juego aleatorio: introducir aleatoriedad en los procesos de pensamiento
- Método Scamper: preguntas para innovar
- Listado de atributos: descomponer para ver
- Hibridación: creatividad por combinación.
Quedó demostrado en el taller que las herramientas de creatividad sirven, sobre todo, para liberarnos de la paralizante sensación de tener que empezar a pensar a partir de un papel en blanco. Cualquier juego sirve para desatar la inspiración, para encontrar el hilo de donde tirar en busca de la idea creativa.
Ha sido agradable comprobar, después de echarle un vistazo a las encuestas, que la gente de las OTRIs tiene ganas de ser más creativa, y que espera sacar provecho de las herramientas presentadas para intentar hacer las cosas de un modo distinto.
Pero soy realista, y sé que la creatividad tropieza con enormes obstáculos para abrirse camino en entornos tan burocráticos y normatizados como el de las universidades, y las OTRIs.
No me hago excesivas ilusiones, pero sí que creo que formar a técnicos que se atreven con las nuevas ideas, que empujan desde abajo para reclamar espacios más flexibles donde conectar la ciencia con la sociedad, y sobre todo, que se niegan a acomodarse en las viejas formulas, puede contribuir a que estas oficinas den un salto en su eficacia de gestión.
El conflicto entre lo viejo y lo nuevo, entre lo posible y lo aparentemente imposible y entre las restricciones externas (que son muchas) y la voluntad personal de ampliar los espacios de creación, estuvo presente en la mayoría de las intervenciones.
También quedó de manifiesto, como siempre, que algunos están más dispuestos que otros a arriesgarse para cambiar las cosas. Es curioso constatar, además, cómo en todo colectivo hay personas que practican un pensamiento optimista y abierto a los cambios, mientras que a otros le resulta mucho más natural «poner pegas» o instalarse en un falso realismo inmovilizante.
Me gustaría recordar que la creatividad adora las restricciones, así que la universidad y los centros tecnológicos son lugares formidables para practicarla. Mientras más rigidez, burocracia y vicios funcionariales, más terreno de juego para la creatividad, ¿o no os acordáis lo creativo que fue el cine de la censura franquista?
No sé, honestamente, si el curso ha sido todo lo divertido y lúdico que podía ser, pero de lo que estoy seguro es que las reflexiones han sido profundas y enriquecedoras, que pude percibir un alto nivel de interiorización en el dialogo colectivo, y que al menos hoy los participantes están más preparados para encender las alarmas cuando el «vago mental» los visite.
Me gustaría ahora destacar algunas ideas que sobresalieron en el curso:
1) De los atributos que caracterizan a la personalidad creativa, el que recibió la valoración más baja entre los participantes fue el de no tener miedo al fracaso, ni sentido del ridículo. Una gran parte de los técnicos reconocieron que el «miedo al fracaso« es algo que suele maniatar su capacidad creativa en la medida de que les cuesta encajar los fallos.
2) Las OTRIs están minusvaloradas, y son las grandes desconocidas dentro del sistema. Parafraseando a Einstein, si se quieren cambiar estos resultados, habrá que hacer las cosas de un modo distinto.
3) Se necesitan fórmulas más creativas para provocar la colaboración entre los investigadores, que es algo que se antoja (paradójicamente) muy complicado en la universidad. La cosa va «por barrios», así que tenemos que hacer algo para construir más comunidad.
4) Aprender a «buscar lejos« es, probablemente, el hábito que más cuesta desarrollar. Las barreras asociativas, los tópicos y las rutinas mentales hacen demasiado bien su trabajo de llevarnos a conexiones obvias y poco originales.
5) Algunas OTRIs compiten entre sí, en lugar de colaborar compartiendo recursos. La colaboración ha de producirse entre entidades de distintas regiones, pero sobre todo, entre aquellas que comparten el mismo espacio geográfico pero que trabajan en entornos diferentes como las OTRIs de centros tecnológicos, las de asociaciones de empresa y las universitarias. ¡¡Estas piezas hay que conectarlas!!
6) Tenemos que quitarnos esa dañina costumbre de «etiquetar«. Las etiquetas generalizan injustamente y discriminan las buenas ideas. Nadie, ni nada, es tan malo, ni tan bueno para que merezca ser ignorado o santificado. Un perjuicio añadido de la práctica de etiquetar es no reconocer el carácter cambiante de (casi) todo. Ponemos las etiquetas, y las dejamos ahí para siempre.
7) Cursos de este tipo habría que impartirlos también a los investigadores (para ayudarlos a descubrir temas de investigación más novedosos), y sobre todo, a los equipos rectorales, para que se atrevan a innovar en las universidades.
Para terminar, me gustaría decir que, como siempre, lo que más me preocupa de estos cursos es hasta cuándo durará el efecto, y en qué medida los participantes seguirán con la motivación creativa que percibí allí. Ahí está el reto.
Quiero creer que la reflexión desatada tenga el fijador de los buenos perfumes, pero eso ya lo dirá el tiempo. De momento, me alegro de haber compartido dos días de reflexión profunda con este magnífico grupo de personas.
Si quieres profundizar en este tema, te recomiendo que leas, entre otros, libros como estos:
FRANS JOHANSSON: «El Efecto Medici: Percepciones rompedoras en la intersección de ideas, conceptos y culturas». Ediciones Deusto.
BARRY NALEBUFF Y IAN AYRES: «¿Y por que no?: Cómo utilizar el ingenio para reinventar mercados y resolver problemas». Empresa Activa. 2005.
MICHAEL MICHALKO: «ThinkerToys: cómo desarrollar la creatividad en la empresa». Gestión 2000. 1991.
ALFONS CORNELLA Y ANTONI FLORES: «La alquimia de la Innovación: 10 palabras para innovar». Avance Editorial. Colección Infonomía. 2006.
EDWARD DE BONO: «Un sombrero para su mente: alcance el éxito mediante el pensamiento creativo». Empresa Activa. 2004.