Consultor y artesano: ¿de qué hablamos? (post-107)
Sigo con mi seriado para reseñar el material que publicamos en el último boletín de septiembre de emotools, que da mucho de sí.
En vacaciones pude leer por fin el primer libro de la trilogía sobre cultura material de Richard Sennett, “El Artesano”, al que le seguirán dos joyitas más: “Guerreros y Sacerdotes” y “El extranjero”.
Aunque a estas alturas parezca obvio, lo primero que hay que revisar es la idea del artesano como alguien que solo hace trabajos manuales.
Ser artesano debe percibirse como una cultura, una forma de hacer las cosas y ver la vida, que puede expresarse en territorios mucho más amplios que el del trabajo manual. Por tanto, cuando hablamos de “artesanía” o de “artesanos” lo que estamos haciendo valer es la metáfora que supone.
Según Sennett, la “Artesanía” es el “deseo de realizar bien una tarea, sin más, solo por hacerla bien”, e insiste a lo largo de todo el libro que “la artesanía es trabajo impulsado por la calidad”.
Confieso que esperaba una definición más redonda y contundente de lo que es el artesano, y me sigue pareciendo incompleta esa forma de describirlo.
O mi forma de pensar me limita para entender algo tan simple, o me falta algo en la ecuación. No sé, a mi me parece que hacer las cosas bien porque sí, porque disfrutas lo que haces, es condición necesaria pero no suficiente para sentirte un artesano.
Hay personas que se empeñan en hacer las cosas bien guiadas por motivaciones intrínsecas, por mero disfrute, pero siguiendo una lógica y unos objetivos que pudieran ser “industriales”. Disfrutan su parte, y la hacen con calidad, pero sumergidos dentro de una cadena o dinámica que es industrial.
Por tanto, para hablar de artesanía sigo pensando que no es suficiente con “disfrutar”. Por mucho placer que pongas en lo que haces, si produces por lotes, a mí me parece que falta ahí un rasgo clave: la personalización. Lo siento, sé que es una palabra manida, de la que se ha abusado mucho, pero opto por ella porque es fácil de entender.
Partiendo de reconocer, como dice Sennett, que “la palabra misma implica valores en conflicto”, voy a enumerar algunos atributos o rasgos distintivos que para mí tendría siempre un artesano, y que se añaden al mero deseo de hacer las cosas bien:
- Disfruta: Se divierte con lo que hace, y por eso procura hacerlo bien porque sí. Se entrega al proceso con la pasión de un artista que moldea una pieza.
- Personaliza: Imprime un carácter y un sentido personal a sus trabajos, que tienden a ser diferentes porque adquieren cierta identidad. No hace “productos” sino proyectos flexibles y ligeros con un alto grado de personalización.
- Experimenta con libertad: Siente curiosidad por la experimentación creativa de nuevos materiales y formatos. Le cuesta repetir lo mismo porque es curioso y le tienta lo nuevo. Por eso anhela trabajar con márgenes razonables de libertad y autonomía.
- Aprende haciendo: Manosea la realidad con una clara vocación de acción. No separa teoría y práctica (“cabeza y manos” según Sennett), sino que las mezcla como el buen practicante reflexivo que le gusta ser. Observa y actúa, es ágil para concretar lo que imagina.
- Conecta, empatiza: Procura cimentar una relación de confianza con el usuario, cliente o destinatario de su trabajo, al que necesita poner nombre. Aspira a esa conexión íntima y cercana para poder personalizar su obra y también, para ganarse el margen creativo que reclama. Concibe lo que hace pensando en las expectativas de personas concretas.
- Vocación de productor: El artesano produce, no intermedia, ni subcontrata. Cuando necesita ayuda, se asocia y acude al gremio pero tiene esencialmente una cultura de productor más que de vendedor (de hecho, suele vender mal) y en cierto modo, no lleva bien la figura del intermediario.
Voy a traducir ahora estos 6 rasgos en clave de consultoría.
Para mí el consultor artesano es alguien que disfruta por vocación lo que hace imprimiendo identidad a sus proyectos, que reclama autonomía para la experimentación creativa, es ágil para concretar lo que imagina y cimenta relaciones de confianza con sus clientes.
El libro de Sennett sobre la artesanía en general me sugirió perspectivas interesantes y renovadoras de la función del consultor, y me ayudó a explicar mejor lo que podríamos llamar “maneras artesanas” de practicar la consultoría.
La personalización es un ingrediente vital porque sirve para definir muy bien a su complementario: el consultor industrial, que trabaja proyectos de implantación de grandes dimensiones y/o con una metodología más cerrada que lo orienta a “productos”.
El consultor industrial implanta soluciones paquetizadas, con resultados más o menos predecibles. Sabe lo que va a entregar, y a lo que se compromete, incluyendo el recorrido mismo que ya está prefijado en detalle.
El consultor artesano, en cambio, gestiona los proyectos como piezas únicas y diferenciadas, pero hay que entender esto con algunas matizaciones.
Lo que he dicho antes no significa que un consultor artesano jamás repita un curso, evite usar una presentación que ya tiene preparada o se niegue a utilizar trabajo bien hecho de proyectos anteriores. Desde luego que sería estúpido no aprovechar herramientas que funcionan bien y que también sirven para el nuevo proyecto. Pero como bien dice Julen Iturbe, “por mucho molde que utilice son demasiados los matices para repetir producto”.
Es decir, el artesano por su propia naturaleza parte de lo que ya tiene y ha aprendido, pero se esfuerza por personalizar o acuñar algo distinto en cada trabajo que hace porque: 1) Le añade una visión personal dado que evita clonar soluciones estándar, 2) Huye del “producto” para tratar la consulta como un “proyecto”, adaptado lo más posible a las particularidades de cada situación.
En definitiva, procura no repetirse a sí mismo porque es creativo y curioso, y no se siente realizado emocionalmente repitiendo cosas.
Esa característica del artesano la definía Miquel Rodríguez con una metáfora perfecta y que con su permiso voy a citar aquí: “¿Sabes cómo sabes si has entrado en una buena coctelería? Cuando no tienen carta de cócteles, cuando el barman te escucha y decide cuál es la combinación que te puede ir mejor en ese momento y para ese estado de ánimo concreto”.
Si quieres continuar la lectura, te invito a bajarte el artículo completo en PDF. El resto de los temas que trato en él son estos:
- Disfrutar, divertirse haciendo consultoría: ¿basta con eso?
- Personalizar, imprimir identidad a los proyectos
- Las ventajas de lo diferente… e imperfecto
- Curiosidad, experimentación y error inteligente
- La confianza y el trato cercano
- El marketing del consultor artesano
- Paciencia y concentración
yon fabian villafuerte
gracias
Amalio
@Alvaro:
Estamos de acuerdo, hay que tener un conocimiento PROFUNDO para hacer las cosas bien y ofrecer valor añadido. El toque personal comienza cuando ya dominas las bases y has alcanzado una hondura, y entiendes muy bien los fundamentos de tu disciplina y de los campos en los que trabajas. Lo que llamas “cultura artistica” y que yo prefiero llamar “cultura creativa” o mejor “pensamiento de diseño” es una tarea que tiene mucho que ver con la vocación del artesano. Pasion sin conocimiento no va bien en consultoria, y lo contrario tambien se cumple. Gracias por pasarte por aqui…
Alvaro
Indudablemente, la consultoría “bien hecha” es un arte en sí, o una “labor de amor” como se diría en inglés, pero hace falta un conocimiento profundo de los temas tratados para poder imprimirle un toque personal y único a cada proyecto, sabiendo de antemano que cada uno de ellos es diferente y requiere el uso de herramientas o técnicas que aunque pueden ser las mismas, se aplican de diversas formas para conseguir el resultado deseado.
Sin embargo, el introducir esta “cultura artística” dentro de una organización y conseguir contagiar al cliente o destinatario de los productos o servicios de ese entusiasmo y buen hacer, requiere de paciencia y de ser capaces de sorprender a través de métodos alternativos como el Lean Thinking o la formación experiencial, para causar un impacto positivo de gran alcance que permita poner en marcha el proceso de cambio.
Una mezcla balanceada entre pasión y conocimiento puede ser contundente a la hora de definir el éxito o el fracaso de un proyecto, no tanto por sus resultados sino por el cambio cultural que implica, que casi siempre tiene efectos a mucho más largo plazo que cualquier solución implantada en un momento dado.
JOSE LUIS MONTERO