El sitio donde somos más sinceros es…
POST Nº603
Algo que aprendemos muy pronto es que contar a los demás todo lo que pensamos puede traernos problemas. Hay espacios privados que son estrictamente nuestros y que conviene preservar. Una cosa es la sinceridad, y otra la indiscreción, así que con la madurez vamos aplicando filtros de todo tipo para no exponer nuestras ideas más delicadas al escrutinio ajeno.
Algunas de esas inquietudes, dudas o vacilaciones que nos vienen a la cabeza pueden ser tan extrañas, sensibles o controvertidas que las protegemos en auténticas cajas fuertes mentales, a prueba de intrusos, pero… al mismo tiempo, paradójicamente, hacemos algo que pone en ridículo tanta precaución: contarlas a nuestro “amigo” Google, al que acudimos desesperados para hacerle preguntas que jamás haríamos a otras personas, ni siquiera de la máxima confianza.
Google, el buscador, se ha convertido en el gran confesionario de nuestro tiempo, y eso plantea una gran paradoja: somos más honestos en el sitio más expuesto, más vulnerable, y donde más fácil se nos puede monitorizar por extraños. Eso es así porque cuando nos sinceramos con el buscador, y tecleamos esa pregunta o pensamiento íntimo que nos da pudor o vergüenza, lo hacemos sin presencia física ajena, en una interacción con una máquina que parece aséptica, íntima, sin intrusos, pero que es, en realidad, un escribano implacable que, además, “aprende” de nosotros sin pudor, ni reparo. Nunca está demás acordarse de que “cuando el producto es gratis, el producto eres tú”… Ah, por cierto, no solo en términos monetarios, sino también políticos 🙁
De todo esto habla “Everybody lies”, un libro de Seth Stephens-Davidowitz, publicado en su versión original en 2017, que fue un éxito de ventas del New York Times; y su versión en español, distribuida recientemente por la editorial Capitán Swing, con el título: “Todo el mundo miente: lo que Internet y el big data pueden decirnos sobre nosotros mismos”. El autor trabajó una temporada como científico de datos en Google y fue profesor visitante en la Escuela Wharton de la Universidad de Pennsylvania. En la actualidad es columnista y periodista de datos para el New York Times.
El libro cuenta todo esto en positivo. No lo plantea como la paradoja que es en términos de riesgos para la privacidad, o sea, el hecho de que seamos más sinceros en el sitio equivocado, el que es más “público”. A mí me resultó bastante revelador poner significado a mis intuiciones, y de paso, entender (esto sí en positivo) el potencial que tienen estos datos tan íntimos (y sinceros) que regalamos a Google para hacer investigación en ciencias sociales. Voy a reseñar el libro publicando una trilogía de posts, y éste es el primero.
Está claro que cuando hacemos búsquedas por Internet dejamos huellas, en forma de datos, que pueden ser sumamente reveladoras si se agregan e interpretan bien. Stephens-Davidowitz aprovecha esos datos que se introducen en Google, procesados de forma agregada, y los analiza con herramientas como Google Trends, GoogleAdWords y sus propios algoritmos. Así realiza exploraciones atrevidas a partir de preguntas bastante curiosas.
El autor, como científico de datos de Internet, intenta entender qué queremos, haremos, y somos en realidad a partir de esa sinceridad temeraria con la que nos relacionamos con el omnipresente buscador porque, como dice Steven Pinker en el prólogo: “en la privacidad de sus teclados, la gente confiesa las cosas más peregrinas”.
La idea de fondo que desarrolla el libro, y su título, es que la investigación de esos datos indica una gran disonancia entre lo que la gente dice, y lo que realmente piensa o le preocupa, según lo que pregunta al buscador. Su tesis es que esa disonancia demuestra que la gente miente mucho a la hora de expresar sus supuestas prioridades u opiniones, por ser políticamente correcta, mostrar su lado más agradable, o porque se autoengaña.
Como decía antes, usar los datos del buscador es potente para la investigación social porque la gente escribe en el motor de búsqueda cosas que no le contaría a nadie. Según el autor, “hay pruebas abrumadoras de que una gran mayoría de estadounidenses dicen a Google cosas muy personales”, y se expresa sin censura con la esperanza de que pueda encontrar alguna información que pueda ayudarle. En España doy por hecho que no es diferente, y, eso es así, porque ante nuestros ordenadores, no hay incentivos para mentir 🙂
Leer las observaciones de Stephens-Davidowitz puede generarnos, como él mismo dice, una sensación tranquilizadora al saber que no somos los únicos con ciertas inseguridades o pensamientos embarazosos, porque en realidad, mucha gente se pregunta cosas parecidas a las nuestras, pero tampoco las dice en público.
El autor sostiene que “las búsquedas en Google son, con diferencia, la fuente más importante de macrodatos”, no sólo por el tamaño gigantesco del conjunto de datos que recoge un buscador ubicuo como Google, sino también, como ya he comentado, por la honestidad con que la gente aporta esa información. Este efecto se amplifica por el hecho de que, como dice Stephens-Davidowitz, “la gente acude (mucho) a Google cuando tiene problemas”, lo que puede destapar opiniones y conductas alarmantes y socialmente desconocidas.
Eso último, que permite desvelar territorios que permanecen oscuros para la investigación, también entraña un riesgo estadístico. Un posible problema de usar esta fuente para extraer conclusiones generalizadoras es que quizás las búsquedas de Google puedan estar sesgadas a favor de las cosas que la gente no habla. Es decir, que las creencias y opiniones más comunes y socialmente aceptadas estén minusrepresentadas en esos datos dado que la gente no necesita consultar esas ideas al buscador, lo que puede penalizar la frecuencia en que éstas aparecen en comparación con lo que ocurre en la realidad.
El problema de ese sesgo, como reconoce el autor, es que sacar conclusiones de lo que piensa la gente a partir de la información generada por las búsquedas puede que nos muestre un mundo peor del que pensábamos. Mi duda es si esa conclusión es correcta, o sea, si lo que piensa la gente es realmente peor que lo que dice, o si eso obedece al sesgo inherente a la fuente de los datos, ¿y tú qué piensas?
El siguiente post de esta trilogía va a tratar sobre “Patrones inesperados que nos descubre el buscador de Google”, así que prepárate para sorprenderte de las cosas que pregunta la gente 🙂
Juanjo Brizuela
Qué interesante Amalio.
Parece que Google es nuestro confidente, ¿verdad?
Amalio Rey
Desde luego, Juanjo. Mal sitio para la privacidad, colega 🙂