Cuando tanta complejidad arruina el poder de influencia
POST Nº623
Cada cual que se exprese como le venga en ganas, faltaba más, pero hay una forma de comunicarse que es efectiva en términos de impacto y otra que lo es menos. Hablemos de eso.
Contaba en mi post anterior que cuando en consultoría o en procesos de facilitación evitamos las técnicas procedimentadas y en su lugar adoptamos marcos flexibles basados en nuestras habilidades tácitas con el fin de capturar el máximo de complejidad posible, a menudo se daba la paradoja de que en vez de empoderar al grupo como se creía, ocurría el efecto contrario de hacerlo muy dependiente del facilitador o facilitadora dado que no se transfería un método que después el grupo pudiera usar, por su cuenta, para consolidar rutinas y aprendizajes.
Pues bien, lo que me faltó decir, y que digo ahora, es que debajo de esa paradoja subyace una tendencia que tenemos los intelectuales (entre los que me incluyo, así que es una autocrítica) de obsesionarnos con atrapar la complejidad a costa de penalizar nuestro potencial de influencia 🙁
Conseguir ser precisos, exhaustivos, describiendo la realidad con todas sus complicaciones es un ejercicio intelectual muy estimulante así que es fácil dejarse tentar por eso. Pero, cuando nos ponemos tiquismiquis con el rigor (en el contexto equivocado, añado) solemos construir un relato y unos métodos que terminan siendo tan complejos que no los entiende nadie. El resultado puede que sea estupendo para el conjunto minoritario de frikis que se mueve en nuestra entrañable tribu élite de colegas enterados, pero son ideas y soluciones muy difíciles de replicar y escalar fuera de ese círculo. Cuando eso ocurre, nuestra capacidad de influencia se debilita enormemente.
Una versión recurrente de ese error es inventarse palabras nuevas, más rebuscadas y complejas, en lugar de usar las que ya existen. No estoy hablando de esa estrategia tan extendida (un juego que aprendimos del marketing editorial) de inventarse palabros con la idea de ser los primeros en acuñar un término que después sirva para crear marca en torno a él. Eso explica la invasión de eufemismos con que alimentan la maquinaria comercial para vender lo mismo con nombre cambiado, así que sobre eso tengo poco que decir porque lo seguirán haciendo 🙁
En este post me refiero a un motivo más loable: el de las constantes huidas semánticas que practicamos activistas y experto/as para que lo que decimos – que suponemos tan singular- no se confunda con términos más asentados que ya nos parecen vulgares o prostituidos. Queremos proteger la pureza de nuestro relato, con toda su complejidad, así que nos tienta la opción de crear un término nuevo en lugar de utilizar uno ya existente.
Esta reflexión me viene de un comentario que le hice a Asier de que nunca consigo entender el rechazo que sienten algunos hacia la palabra “empoderamiento” y así con un amplio menú del diccionario generalmente aceptado. He preguntado y me dicen que es una palabra fea (sí, quizás lo es) pero la explicación más repetida es que no les gusta porque es un término que se ha prostituido por gente que se aprovecha de él.
En situaciones como esas se produce un dilema entre apelar a un lenguaje (pretendidamente) más riguroso y preciso, para que no se contamine nuestro punto de vista con el de los demás, o usar la misma terminología existente para poder participar en la conversación que ya se da en torno al tema sobre el que queremos influir. La gente que opta por inventarse palabros nuevos (en los muchos casos que no se justifica) tiende a aislarse del flujo principal de la conversación donde se influye de verdad.
Los territorios del lenguaje están para ser compartidos y colonizados. Ya sabemos que todo se instrumentaliza. Si la idea es buena, y tiene acogida, la maquinaria mediática va a intentar apropiarse de los significados. Pero, insisto, es un error estar siempre corriendo hacia una nueva jerga inentendible cuando llegan los del management para robarnos las palabras. Poner un nombre a cada expresión de la diversidad es bueno pero tenemos que saber que eso tiene un coste, y que a menudo es mucho más efectivo reapropiarnos de las palabras que ya existen. Lo que no puede ser es que “ellos” vayan colonizando cualquier instrumento de conversación posible y “nosotros” sigamos cayendo en la trampa infantil de inventarnos un lenguaje cada vez más minoritario.
El meta-discurso florido y onanista no contribuye a, como alguien decía, “trabajar para expresarnos de un modo más sencillo”. En ese constante rebuscamiento percibo también una especie de sobre-creatividad (“me aburre repetirme”) que va bien con la exploración artística, pero que no funciona si queremos hacernos entender con mucha gente para tener más capacidad de impacto.
Y, perdonad la generalización, pero en eso la izquierda ilustrada anda bastante más coja que la derecha (que tiende a ser más pragmática) porque suele abusar de la densidad intelectual y del relato que se mira a sí misma, sobre todo cuando se mezcla con el meta-discurso crítico de la cultura. Por eso me pregunto: ¿qué grado de influencia se va a conseguir con un relato que solo pueden consumir las élites?
Esa forma de comunicarse responde también a la mala costumbre de “apartarse a montar lo de uno” porque no me entiendo con los demás, o los demás no me entienden a mí. Así vamos creando grupillos con un lenguaje uniforme, molón, que es muy apreciado dentro del club por su pureza pero que desde fuera no lo entiende ni dios. A más orgánico y exacto hacia adentro, menos empático hacia afuera.
En fin, habría que plantearse seriamente si no deberíamos sacrificar cierta complejidad a cambio de más influencia 🙂 Además, no despreciar ni ser tan arrogantes con aquellas personas que tienen la voluntad y capacidad de simplificar para escalar los mensajes. Aunque su relato contenga carencias o imperfecciones están tratando de llegar a más gente y lo consiguen, mientras nosotros seguimos encerrados en nuestra ineficaz endogamia.
Juanjo Brizuela
Dos apuntes sobre este post, Amalio:
1) La palabra comunicar adquiere todo su sentido cuando “nos entendemos”. Y por lo tanto, una parte ha de hacer el esfuerzo en entender y la otra, sin duda la más importante, hacerse entender. Si no es así, no existe comunicación. Será meramente información pero no es únicamente esta diferencia sino la de no estar ambas partes al mismo nivel.
2) Vuelvo al concepto esencial del diseño del que alguna vez hemos hablado: “menos es más”. Y este poder de la simplificación es esencial para que nos entiendan y sobre todo para que se movilicen con este discurso que demos.
Amalio Rey
Gracias, Juanjo. De acuerdo con tus dos apuntes. Creo que hay gente que no está tan interesada en “hacerse entender” y espera que sean los demás los que hagan el esfuerzo de entenderles. Es legítimo, una postura más, pero deben saber que eso castiga su poder de influencia. Si no quieres influir, ni que se te entienda, entonces puedes “comunicarte” como quieras 🙂
Jaír Amores Laporta
¡Buenas! Aquí Jaír, de EfectiVida.es
Magnífico! Al final de lo que se trata es de comunicar. Y para eso hace falta sintetizar y simplificar.
Eso sí, lo simple debe ser correcto, porque si no, no se logra el objetivo. Aunque por correcto creo que solamente hace falta que sea entendible.
Por otro lado, también hay palabras que vienen del inglés, y que no tienen traducción fácil en español, y a veces las usamos por inercia.
Además, también es cierto, como mencionas, que a nivel de marketing, e incluso como recurso didáctico, viene muy bien usar palabras “inventadas”. De esto soy culpable, pues en mi blog, de vez en cuando, uso términos nuevos, como interdidacta, siño, imperfeccionista, atlista y alguna tontería más que se me va ocurriendo.
Nada… muchas gracias por tus artículos. Los disfruto un montón.
Saludos desde Canarias!
Amalio Rey
Hola, Jair:
Bueno, inventar términos para expresar cosas que no tienen nombre está bien, aunque eso nos abre a un espacio amplio de eufemismos innecesarios. Gracias por tu feedback. Saludos!!
Ana
Buenas tardes
Si, por favor (Para la persona que lo expuso )
Me puedes explicar la diferencia entre
Complejo y Complicado
Y Simple y Sencillo ?
Gracias
Un Saludo
RICARDO_AMASTÉ
Aupa Amalio.
Convendría diferenciar entre complejo y complicado y entre simple y sencillo.
Por otra parte, la función del lenguaje no sólo es comunicar sino también, crear y diferenciar significados y formas de representarlos.
Y otra cosa es saber adaptar el lenguaje y el discurso a un determinado marco.
Amalio Rey
Aupa, Richi.
Bueno, no veo mucha diferencia entre “complejo” y “complicado”, a menos que nos pongamos, otra vez, muy tiquismiquis con el razonamiento. Si me quieres ayudar a entenderlo, te lo agradezco 🙂
El lenguaje al que yo me refiero en este post es el que se usa para comunicar. Hablo de “impacto” y de “poder de influencia”, me refiero a solo esa dimensión, que se concreta solo a través de alguna forma de comunicar. Por supuesto que puedes construir toda la jerga que quieras para ser preciso, diferenciar significados y comprender. Eso sin duda. Pero yo me refiero a cómo lo cuentas después, fuera, para que tu mensaje llegue. Precisamente en eso que dices está la carencia: asimilamos “crear significados” (comprender, en definitiva) con “comunicar”, y entonces olvidamos que, entre medias, hay un embudo que filtra para construir simplicidad, si es que quieres tener impacto de verdad. Si uno se queda satisfecho con escucharse decir algo que realmente le convence, entonces ya está, es genial. Pero eso no es “impacto”, ni “influencia” a una escala que permita transformar cosas. Es a eso a lo que me refería.
Ese “adaptar el discurso a un determinado marco” es el que sufre, se tensa, cuando en lugar de hacer eso, optamos por ponernos al revés reproduciendo la complejidad que nos dictan las tripas 🙂