Minimalismo digital y por qué la adicción no se corrige con parches
POST Nº 672
Uno de los libros que leí este año es «Digital Minimalism: Choosing a focused life in a noisy world», de Cal Newport, publicado por Portfolio/Penguin en 2019. Que yo sepa, no tenemos todavía una versión en castellano. Voy a escribir una serie de tres posts para reseñarlo, y aquí va el primero.
Este asunto de cómo gestionar nuestra relación, cada vez más tensa, con los dispositivos digitales ―sobre todo los smartphones― es recurrente en esta casa. Crece y crece entre los temas que más me interesan, pero me cuesta escribir sobre él porque se presta con mucha facilidad a la retórica, a dar sermones hipócritas del tipo «haz lo que digo, pero no lo que hago». Así que intento ―en la medida de lo que soy capaz― de matizar lo que escribo desde el reconocimiento honesto de mis incoherencias. Cuando recomiendo cosas que son solo aspiraciones, y no hábitos que haya conseguido, lo digo, para no parecer que estoy dando lecciones que no tengo derecho a dar.
Mi opinión sobre el libro
Compré este libro también por el autor, Cal Newport, cuya obra anterior: «Deep Work» me pareció de lo mejor. Siempre la recomiendo. La reseñé ampliamente en este post: «Trabajo profundo, o el control de la atención como una destreza vital», una entrada que fue bastante seguida en este blog y que a mí me encantó escribir. Sin embargo, esta nueva entrega de Newport no mantiene ese nivel tan alto. La primera vez que la leí me decepcionó un poco porque es convincente en el diagnóstico pero no tan original en las soluciones. La dejé reposar un tiempo, y en una segunda lectura me gustó más, aunque sigo pensando que baja algunos peldaños respecto de su primer libro.
Un problema que le veo, como decía, es que después de un buen diagnóstico uno espera más en la terapia, pero parece claro que no hay mucho más. Para los que entienden el «porqué» y buscan el «cómo», no van a encontrar mucho de sorprendente en este libro. Pero muscular el porqué con buenos argumentos a mí me ha venido bien para dotar de consistencia ese propósito tan resbaladizo que me he planteado de recuperar el control en mi relación con lo digital.
Por otra parte, como ocurre a menudo con los «one-big-idea-books», es muy repetitivo y se alarga innecesariamente. Lo que pudiera ser un buen ensayo breve, se convierte en un libro de 250 páginas que cabría en un tercio de su longitud actual. Irónicamente no es muy «minimalista» que digamos, lo cual demuestra ―una vez más― que hablar de minimalismo es mucho más fácil que llevarlo a la práctica.
¿Adicción?
Empecemos por el diagnóstico. ¿Cómo reconocer si hay una «adicción»? Pues bien, esta se da cuando una persona persigue repetidamente un comportamiento por el estímulo que le produce sus efectos gratificantes a pesar de saber que tiene consecuencias perjudiciales. Como dice el autor, «siempre que algo es demasiado bueno a corto plazo a costa de penalizar el largo plazo» hay que intervenir de manera intencional para cortar ese efecto. Es lo que pasa, por ejemplo, con las drogas.
En su libro, Cal Newport compara el teléfono móvil con una «máquina tragaperras digital». Un artículo de La Vanguardia, refiriéndose al libro, avanza preguntas que dan pistas sobre la existencia (o no) de comportamientos adictivos:
- ¿Recuerdas la última vez que mantuviste una larga conversación con otra persona sin echar miradas furtivas a la pantalla de tu móvil?
- ¿O la última ocasión en que disfrutaste de una actividad excitante con amigos o con la familia sin necesidad de documentarla y de colgarla en las redes?
- ¿Has salido de casa recientemente sin tu smartphone en el bolso, en la mano o en el bolsillo, sin que te diera un ataque de pánico?
- ¿Cada cuántos minutos consultas tu móvil si lo tienes a mano?
- ¿Si pasas algunas horas desconectado/a de las redes sociales, sientes algo parecido a lo que los expertos llaman «FOMO» («fear of missing out»), o sea, miedo a perderte algo?
Lo que ya sabemos hoy es que las propiedades adictivas de la tecnología no son un accidente, sino características de diseño cuidadosamente pensadas y buscadas. Tanto los teléfonos móviles como las aplicaciones de redes sociales son tecnologías que tiranizan nuestra atención y nuestro tiempo. Son insaciables porque están diseñadas para eso. Funcionan, además, como «fast-food social», o sea, comida rápida de socialización.
Para colmo, esa compulsión impotente que a veces sentimos de revisar nuestro teléfono móvil cuando estamos aburridos, o sin saber qué hacer, genera una cultura de la hiperconexión que socava el tiempo de estar solos con nuestros pensamientos. Produce eso que llaman el síndrome de la «privación de soledad». Otra forma de explicar este efecto, con el que quizás te sientas identificado/a, es como lo hace este post: La soledad era poética hasta que llegó el móvil.
La filosofía minimalista como enfoque intencional
El reto principal que tenemos hoy es recuperar el control que hemos perdido. Asegurarnos de que somos intencionales, que somos nosotros los que tomamos las decisiones. Esto, que parece una aspiración obvia, está seriamente comprometido en nuestra relación con lo digital.
Por otra parte, el problema es demasiado grande para pretender domarlo con parches o pequeños cambios aislados. De ahí que se necesita una filosofía, un enfoque integral basado en principios claros que sea consistente y robusto para contrarrestar tanta presión adictiva. Como dice Newport con razón: «para restablecer el control, debemos ir más allá de los ajustes, reconstruir nuestra relación con la tecnología desde cero, utilizando nuestros valores profundamente arraigados como base».
Ese enfoque más intencional que busca la filosofía del «minimalismo digital» se resume así:
MINIMALISMO DIGITAL: 1) Filosofía de uso INTENCIONAL de la tecnología que, 2) concentra nuestro tiempo online en un pequeño número de actividades, óptima y cuidadosamente seleccionadas según las cosas que valoramos, 3) descartando sin ningún remordimiento a todas las demás.
Es decir, como buen «minimalista» (yo prefiero hablar de «esencialista»), se definen primero unos propósitos de vida, y solo después se ajusta el consumo de la tecnología en función de esas prioridades. Primero lo primero. Así que la gracia, el punto inteligente, no es quitarse del todo, claustrarse, sino saber dosificar ―según prioridades― para recuperar el control.
También me gusta explicarlo así: Si nos tratan como productos (y es así como nos tratan), debemos ser capaces de volver a ser personas que, a diferencia de los productos, pueden ser intencionales.
El término «minimalismo» es bueno porque explicita la idea de que la solución está en ser asertivo/as, en eliminar cosas según el principio de: «menos es más». Pero esto no es algo que se hace una vez y ya está. Es relativamente fácil eliminar y ordenar nuestra vida digital una sola vez y luego comenzar inmediatamente a recolectar basura digital de nuevo.
Estoy de acuerdo con Newport cuando insiste en que los parches y cambios graduales no funcionan para dominar un morlaco como este. Hay que desplegar una metodología integral que se aplique de forma drástica, con suficiente convicción, y en poco tiempo. Concentrar toda la artillería para no dejar resquicios en los que la adicción pueda camuflarse. El autor llama a esta estrategia de shock «Digital Declutter», o «limpieza digital», y lo que busca es romper el bucle del piloto automático, el «ritual de la secuencia» que ya tenemos integrado en los hábitos compulsivos.
Anticipo, desde ya, que para ser «minimalista digital» hay que cargarse de coraje, «tenerlos bien puestos», porque vas a estar nadando siempre contra la corriente. Te sentirás raro/a y a menudo llegarás a pensar (y te intentarán convencer de) que estás exagerando o de que te equivocas con tomarte esto tan en serio. Adoptar una filosofía ― esto es, un sistema de principios y valores― requiere un rigor, una disciplina, que mucha gente no tiene. La buena noticia es que (según cuentan, porque yo todavía estoy lejos de alcanzar ese estadio) cuando se asume y sistematiza bien, es como el nirvana. Descubres que te has quitado toneladas de mierda tóxica y que las cosas vuelven a fluir. A partir de ese momento, comprendes que «raros» son los otros 😊
En el siguiente post voy a describir un plan, paso a paso, para hacer eso ―«Digital Declutter», o «limpieza digital»― y así convertirse en un/a minimalista digital, según la estrategia de shock que propone Cal Newport.
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Juan
Creo, segun mi humilde opinion, que el problema no es internet ni los medios digitales….la basura tecnologica son las redes sociales (instagram, Facebook, TikTok, WhatsApp, etc), de ahi hay que escapar o moderar el tiempo de uso.
Julen
No sé hasta qué punto, con todo el tsunami de tecnologías que está en permanente renovación, se puede diseñar una estrategia eficaz sin revisarla cada poco tiempo. Me da que ese nirvana te puede durar lo que una golosina a la puerta de un colegio. Creo, además, que cada cual tiene que encontrar su “dosis” adecuada. Depende actividades profesionales me da que hace falta más o menos intensidad en el manejo de información y esta hoy en día llega en un elevado porcentaje a través de soportes digitales. El minimalismo va por barrios.
Por cierto, si quieres leer a un cenizo de verdad respecto a las tecnologías… santo diosssss, el colega Byung-Chul Han en No-cosas. Cómo se ha puesto el hombre 😉
Amalio Rey
Al concepto de “minimalismo digital” me remito. A mí me parece muy claro y útil. Si hiciéramos eso, estaríamos mucho mejor. Claro que hay que revisar la estrategia cada «cierto» (no «poco») tiempo. Recuerda, como sueles decir, que se puede estar «a la penúltima». Lo que la industria quiere es que andemos actualizando como unos locos. A más tsunami, la respuesta debe ser: más criterio, más slow. El Nirvana puede durar mucho, my friend, si priorizas bien en base a propósitos claros. Lo «esencial» no cambia tanto. OJO, no estoy hablando del “manejo de la tecnología para trabajar”, sino de la mezcolanza que tenemos entre vida personal y digitalización laboral y como lo digital lo invade todo, hasta el punto de «cortar el rollo» a lo analógico. Ya te dije en su momento que me cuesta leer a Byung-Chul Han. Lo intentaré de nuevo.
Por cierto, he seguido pensando a partir de tu comentario, porque sé que es un punto de vista que tú tienes del que discrepo un poco. Podría dar para otro post, pero me voy a enrollar aquí mismo. Mira, hace tiempo me di cuenta de que cada vez que hablo de “adicción digital”, la respuesta o reacción de mucha gente responde precisamente a algunos patrones del comportamiento adictivo: 1) «no exageres», 2) «déjame tranquilo que yo controlo, que yo sé lo que hago», 3) «deja que cada cual haga lo que quiera».
Por supuesto que no es tu caso porque te tengo como un tío muy intencional, pero me aprovecho de tu respuesta para darle una vuelta más de rosca al tema: nos hemos vuelto adictos así que haremos lo que sea para no reconocerlo y achacar nuestro comportamiento a una “tendencia general inevitable”. Es el mismo fatalismo que tú te cuestionabas cuando no entendías por qué ignoramos la pregunta de: ¿Que máquinas queremos? Es lo mismo, Julen, porque lo primero que tocaría hacer es ¡¡reconocer que hemos perdido el control!! (ah, y que ese control es posible, aunque nos digan otra cosa). Yo lo he perdido, ¿Tu no? Además, en la propia relativización (de esa adicción) está la trampa. Por ahí se abren rendijas por las que se cuela todo. Yo creo que con esto no queda otra que ser drásticos. Y es algo que empiezo a tener cada vez más claro. El diseño adictivo nos va a zampar ☹