El bucle hipócrita del ciudadano en política (post-515)
Empiezo por lo principal: Es absurdo que pidamos tener políticos que hablen con sinceridad, si después nos escandalizamos cuando lo hacen. No tenemos compasión con las figuras públicas. Las juzgamos como a robots, desde arquetipos acartonados y perfeccionistas, cuando son personas como tú y como yo. Y ya ni te digo si son del bando contrario, porque al rival se le buscan con lupa los defectos mientras se esconden, y justifican, los de los nuestros.
He llegado a un punto tal de hastío con lo teatral e hipócrita que a veces me veo siendo condescendiente con una burrada dicha por alguien solo porque está expresada con sinceridad, que tampoco está bien. Por ejemplo. Donald Trump es un impresentable y un peligro. No voy a ser yo el que diga lo contrario, y que quede claro que no me gustan en absoluto sus ideas. Pero intuyo que buena parte de su obstinado tirón electoral se debe a que no es políticamente correcto y parece mucho más sincero que el resto de los candidatos que ha competido con él en la carrera por la Casa Blanca. Sé que mucha gente se resiste a reconocer a Trump como sincero, y preferirá llamarle provocador, que también lo es. Yo, en cambio, sigo pensando que ha sido el candidato más coherente con lo que (realmente) piensa de todos los que han pasado por esa campaña, salvo el gran Bernie Sanders al que echaremos muchísimo de menos.
Trump va de frente, no se corta expresando sus ideas sabiendo que eso tiene un coste elevado en su imagen, pero ese “andar por libre” es algo que la gente echa en falta entre tanto paripé y discurso falso. La Clinton es el ejemplo contrario. Una política profesional que calcula todas sus palabras, que transmite un discurso de laboratorio diseñado para agradar y optimizar el agregado de votos. Que nunca traspasa la raya, que teme cuestionarse las fronteras. Esto funcionaba mejor antes, pero hoy la gente se fija también en otras señales.
Atención. No estoy diciendo que expresarse con sinceridad justifique cualquier tontería. Lo primero que hay que hacer es juzgar las ideas, el contenido de las ideas, por sí mismas. Eso hay que aplicarlo a Trump, Clinton, Rajoy y cualquiera. Pero al mismo tiempo no deberíamos seguir esperando de los políticos la misma narrativa retórica y auto contenida que el establishment les pide por inercia. Hay que dejarles (insisto, ¡¡dejarles!!) que se atrevan a salirse del guion, a traspasar fronteras, a sabiendas que por ese camino se van a equivocar más. Puesto ante el dilema, yo lo tengo clarísimo: prefiero escuchar más burradas a cambio de más frescura y sinceridad. Si eso ocurriera, estoy seguro que nuestro sistema sería bastante más saludable porque entonces podríamos juzgar las opiniones y propuestas tal como son, y no por lo que parecen o lo que esconden.
¿Qué pasa cuando una figura política se atreve a ser sincera, expresando una idea polémica, controvertida, o reconociendo abiertamente un error? Pues que estamos tan acostumbrados al lenguaje plano, diseñado en laboratorio para agradar, que cuando alguien se sale del guion para decir realmente lo que piensa, nos suena “demasiado” honesto así que o lo linchamos públicamente (incluso aunque pensemos lo mismo en privado) o especulamos que esconde algo peor (“si es tan sincero/a diciendo eso, ni me quiero imaginar lo que estará ocultando”). Da la impresión que la gente está muy poco preparada para la sinceridad, por mucho que se diga que sí, y eso es terrible porque al mismo tiempo nos tiramos el rollo de reclamar más de lo mismo que nos asusta. A ver quién lo entiende 🙁
Es un jodido círculo vicioso: Un atrevido bien intencionado empieza la carrera política diciendo realmente lo que piensa, la gente y los medios se escandalizan y lo machacan por ello, entonces el damnificado toma nota del castigo y decide volver al redil para adherirse al mensaje enlatado y no buscarse más líos. Es así como el sistema generaliza la hipocresía y nosotros nos consumimos en nuestras propias contradicciones: queremos sinceridad pero no la premiamos, la castigamos.
Donald Trump, gústenos o no (y ya he dicho que no me gusta nada el personaje), se atreve a romper ese bucle y a conectar con sus propias ideas, incluso buscándose la guerra con todo el aparato republicano, lo que no me cabe duda le ha dado un gran rédito electoral porque eso es algo que se atreven a hacer muy pocos. Al César lo que es del César.
Quiero terminar el post haciendo referencia a una derivada de este juego hipócrita que seguimos como ciudadano/as, y me refiero a esa caprichosa costumbre de juzgar a los políticos y figuras públicas por lo que opinan en privado. Tiene que ver con mi tesis del post porque a ellos se les exige que cuiden la retórica y la autocontención en el discurso público, pero además no nos conformamos con eso, también pretendemos que lo hagan en sus conversaciones privadas.
Se arma la marimorena, por ejemplo, cuando alguien consigue abrir el micrófono en una conversación en off. Lo que yo pienso es que si las figuras públicas tuvieran que decir lo mismo en público que en privado o con su círculo de confianza, sería tan agotador que terminarían en un psiquiátrico. El juego está montado así, pero sabemos que no hay persona que aguante eso. Entiendo que nos ofenda cuando se destapa una incoherencia flagrante, cuando una conversación privada muestra una opinión totalmente distinta a la que se expresa en público. Pero esperar de un político o de una figura pública que no pueda relajarse en privado, me parece inhumano, excesivo.
Nadie, insisto, nadie, ni tú, ni yo, nos expresamos (pensamos) igual con amigos, familiares o colegas de confianza, que micrófono mediante. Yo he dicho cosas en privado, o dentro de equipos internos de trabajo, que jamás repetiría en público. Son contextos distintos, y así se debería juzgar. Tienen que haber entornos donde poder relajarse. Los políticos también tienen ese derecho. Más aún, y sobre todo, cuando se castiga tanto la sinceridad en el relato público.
Eximius
Que buen texto, Amalio, hace reflexionar sobre la insondable pendularidad de la sociedad. Quien sea capaz no tanto de predecir el cambio, que ocurrirá “si o si”, sino CUANDO, se llevará el gato al agua. ¿Podrá ayudar la IA a predecirlo?
Amalio Rey
No creo en la IA para esas cosas. Pero en fin, quién sabe 🙂
Julen
Puede, Amalio, que todo, incluso la “sinceridad”, sea objeto de análisis para evaluar su repercusión en voto. Y de ahí que cada personaje haga lo que el guión dice. Supongo, eso sí, que cada persona tenemos nuestro “comportamiento por defecto” pero la vida pública nos ha proyectado hacia una escena en la que pasamos demasiado tiempo pensando en las repercusiones de nuestros actos. Y de ahí, sea por decisión propia o asesorado por toda la armada, se representa un papel. Porque en realidad para llegar arriba hay que transigir y hacer lo que “vende”. Cada uno con su estilo, pero no nos engañemos: los líderes en campaña hacen lo que su ejército de supuestos expertos le dice que tiene que hacer.
No soy nada optimista respecto a esto de la sinceridad. Quien ha optado por crecer y ganar cuota de poder, obra de acuerdo a lo que funciona. Y ahí siguen y seguirán.
Amalio Rey
Sip, Julen, te he leido y sé lo que piensas sobre la sinceridad y la transparencia. Tengo en buena parte tus mismos recelos, pero soy más optimista. Creo que hay formas de saber o intuir cuándo es una postura simulada, o una estrategia, y cuando es una actitud honesta y coherente. Eso se percibe encajando piezas, juzgando los hechos, y observando el comportamiento a medio-largo plazo. Por otra parte pienso que es peligroso, y poco saludable, ponernos en la tesitura de desconfiar tanto. Nos termina haciendo daño a nosotros mismos. Yo prefiero que me tomen de ingenuo que estar en la paranoia (con perdon) de comerme tanto el coco creyendo que la gente está haciendo un papel. Es mejor creer a menos que se demuestre lo contrario, o haya indicios razonables de que es un paripé. En el caso de Donald Trump creo que él está haciendo él. No es un papel para llegar al poder. Trump fue siempre así. Han pasado ya varios expertos por su campaña y la han dejado porque no han podido encausarlo hacia un discurso más políticamente correcto. Ahí están los datos. Finalmente, creo que se puede llegar al poder obrando según creencias. Seguro que hay que modular y ceder en cosas para encontrar un equilibrio con “lo que funciona”, porque la política es así. Pero incluso aceptando eso, hay grados de sinceridad y de hipocresía. Yo lo que veo es que la hipocresía se ha instalado de tal manera, que es difícil romper el bucle. Nosotros mismos lo alimentamos, bien desconfiando tanto, o bien pretendiendo que los políticos no sean personas. Pero en fin, es mi opinión. Entiendo lo que dices 🙂