#Pildorines 8: Somos las palabras que pensamos
POST Nº 696
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«Somos las palabras que pensamos. Quien más palabras tiene, más palabras sabe callar. Y eso le hace seguramente mejor», dice el gran Alex Grijelmo. Y es así, porque pensamos según la riqueza del menú de palabras que nuestra inteligencia es capaz de manejar. Aunque la siembra más nutriente se hace de pequeño/as, sobre todo mediante la lectura, construimos «capital semántico» a lo largo de la vida, y nunca es tarde para invertir en él. Si uno/a maneja más palabras, y aprende a usarlas con destreza, es más probable que piense mejor. Aunque no es suficiente. Después habría que aplicarse un segundo test, el de la capacidad de síntesis. «Navajas mentales» llamaba un antiguo jefe mío a la capacidad de resumir ideas brillantes en oraciones optimizadas, con las palabras justas, que atraviesan un asunto con la precisión del rayo láser. Cuando Regino Boti ―así se llamaba mi jefe― se ponía sabio, podía ventilarse un problema complejo con una frase a la que no le sobraba ni le faltaba nada, y que todos sabíamos que era imposible de mejorar. Y así de austero con las palabras se ponía revisando nuestros borradores de informes. Podía entregar un documento de veinte folios, que él era capaz de abreviarlo en dos, demostrándome que la nueva versión tenía mucho más sentido y que todo lo demás era «cantinfleo». Con él aprendí que cultivar las palabras, ensanchar el vocabulario, entender los matices que hacen diferentes a vocablos vecinos, es una habilidad crítica para pensar con rigor y elegancia. A partir de entonces me lo tomé tan en serio que, desde las primeras curas de humildad que recetó Boti a aquel universitario que iba tan sobrado, decidí crear mi propio diccionario de sinónimos y antónimos. Ese fue mi hobby favorito, el que me salvó del tedio en mis tiempos libres durante los casi dos años que pasé en Angola: extraer palabras de los textos que leía y coleccionarlas en un librillo que guardaba con celo en mi litera. Las palabras no solo sirven para expresar lo que se ha pensado en un lienzo inteligible, sino también para urdir los colores en tramas de patrones lógicos de más o menos sofisticación. Si mi caja de herramientas es muy limitada, me va a costar construir ideas que sean realmente interesantes. El valor único de las palabras no solo está en el rigor, en su precisión, sino también en la belleza, en su lírica, en cómo emocionan. No solo ayudan a pensar bien, sino también a sentir mejor. Tan es así que si nuestros diálogos internos usan las palabras equivocadas, a veces tóxicas, así serán nuestras emociones. Decir «estoy melancólico» no es lo mismo, ni tiene el mismo efecto en las tripas afectivas, que decir «estoy deprimido». Por eso, una persona que, sin caer en la pedantería, es muy precisa en las palabras, me parece de las cosas más seductoras.
Bonus Track
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Tiendo a ser cauteloso con los líderes y profesionales que adoptan o recomiendan cambios que no les afectan. Los chefs deben comer su propia cocina y los arquitectos deben vivir en las casas que construyen. Las decisiones públicas más delicadas, que ponen en riesgo el bien común, han de ser tomadas por personas que también sufran sus consecuencias. Por eso es tan difícil aceptar que haya ministro/as de Educación que no envíen sus hijos a la escuela pública o de Salud que usen la sanidad privada.
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«El otro día me recordaron la diferencia entre “timo” y “estafa”. En una estafa, uno gana y el otro pierde porque no sabe lo que estaba haciendo. En un timo, ambas personas piensan que van a aprovecharse del otro, pero sólo una de ellas sale ganando» (Alvy de Microsiervos)
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No debo enterarme de nada. Será la edad. Que alguien me explique cómo puede gustarle a tanta gente el «informativo matinal para ahorrar tiempo» de Ángel Martín. Un tío hablando atropelladamente, con un carga de estrés considerable, para comprimir en dos minutos la mayor cantidad de temas que pueda. Después me tropiezo con «Áureo Academy», una iniciativa ―que ni voy a enlazar― vendida como «un Book club para empresarios donde aprenderán de forma mega-eficiente sin tener que leer», o sea, algo así como aquella broma de Woody Allen que decía: «Hice un curso de lectura rápida y fui capaz de leer “Guerra y paz” en veinte minutos. Es acerca de Rusia». Yo me bajo de ese autobús, al que ―en realidad― nunca me subí.
Pildorines anteriores
0. ¡¡Y llegan los pildorines!!
1. Las rutinas pueden ser bellas
2. El fastidio emocional de hacer el equipaje
6. ¿Un teclado con impresora incorporada?
7. Impulsos naturales y meritocracia
NOTA: La imagen es del álbum de Gerd Altmann en PublicDomainPictures.net. Si te ha gustado el post, puedes suscribirte para recibir en tu buzón las siguientes entradas de este blog. Para eso solo tienes que introducir tu dirección de correo electrónico en el recuadro de “suscríbete a este blog” que aparece a continuación. También puedes seguirme en Twitter o visitar mi otro blog: Blog de Inteligencia Colectiva. Más información sobre mi libro la tienes en este enlace.
Manel Muntada
Muy interesante el post, Amalio, después de leerlo he pensado que lo hubiera titulado de otra manera ya que me ha venido a la mente lo que dijera Tozan Ryokai al ver reflejado su rostro en el agua: “verdaderamente ese reflejo soy yo, pero yo no soy ese reflejo”. De la misma manera, nuestros pensamientos son nuestros pero nosotros no somos, solo, lo que pensamos, ya que nuestra vida mental es mucho más compleja de la que somos conscientes [me refiero a la multitud de resortes y engranajes, semánticos también, que determinan nuestra vida “consciente”] y otra porque los pensamientos, en realidad, son los fuegos artificiales que desvían la atención de nuestra consciencias, por eso quizás algunos llegan a creerse tal y como se piensan e ignoran, realmente quienes y cómo son de verdad.
Como a ti y a tu maestro, creo en la importancia de la síntesis aunque, por complementar, añadiría que siempre y cuando esta consista en eliminar lo superfluo, repetitivo o sobrante y no suponga eliminar componentes clave que forman parte sustancial de lo que se está conceptualizando, si no, ya no se trata de síntesis sino de superficialidad.
Un saludo!
Amalio Rey
De acuerdo con lo de que dices, Manel. El título es reduccionista, porque somos mucho más que palabras y hay una parte emocional en nosotros difícil de expresar en ellas. Solo pretendía ponderar la importancia de las palabras exagerando un poco 🙂 También es verdad, absolutamente verdad, que “nuestra vida mental es mucho más compleja de la que somos conscientes”. Aunque los pensamientos a menudo son engañosos, si que es cierto que (sean veraces o no) afectan nuestro comportamiento, y por eso hay que poner atención en ellos. Y usar las palabras adecuadas ayuda a entenderlos, al menos para una persona como yo. Descifrar la parte emocional, la más tácita de todas, es un gran reto para mí. Yo soy muy de palabras, y sé que no es fácil. En cuanto a lo que dices de la síntesis, para mí la única síntesis válida es esa que describes. La que elimina piezas esenciales es otra cosa, es una chapuza. Gracias por pasarte. Un saludo!!