#Pildorines 3: ¿Desordenar la identidad?
POST Nº 688
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Cuando andamos perdidos respecto de qué somos suele decirse que sufrimos una «crisis de identidad». En lo profesional, yo mismo siempre he tenido ganas de poder decir que soy médico, abogado o cultivador de tomates, que son identidades laborales que no necesitan más explicación. Mi profesión es una cosa imprecisa, «consultor de innovación», que me hace sentir confundido si quiero reconocerme por lo que hago. Pero definirse por una identidad ―cultural, ideológica, laboral, etc.― es una moneda de dos caras. El lado positivo es que mitiga entropía existencial y genera cierto sentido de pertenencia. Ponerle una etiqueta reconocible a lo que uno hace ―o a lo que uno es― aporta una agradable sensación de control. El bueno de Richard Sennett habla de esto cuando describe el impacto de la digitalización en los oficios tradicionales: «La panadería informatizada había cambiado profundamente las actividades físicas coreográficas de los trabajadores. El trabajo ya no les resulta legible, en el sentido de que ya no comprenden lo que están haciendo. Desde el punto de vista operacional, todo perfectamente claro, pero desde el punto de vista emocional, terriblemente ilegible: “en casa hago pan, aquí aprieto botones”». El lado oscuro, sin embargo, es que tatuarse una fuerte identidad nos mete en moldes rígidos que simplifican y empobrecen. Tomarse demasiado a pecho una etiqueta identitaria puede volvernos sectarios porque los dogmas limitadores confunden coherencia con fanatismo. También nos lleva a ignorar que podemos ser varias personas en una según distintos momentos y contextos. Esto lo explica bien Richard D. Bartlett: «Cuando digo «Yo», estoy pensando en una estrecha red de identidades superpuestas que comparten la custodia de este cuerpo al que llamo Me. Verme a mí mismo de esta manera me invita a tratar todas mis partes como dignas de respeto y compasión». Admitir que no se es fiel a un rasgo identitario que supuestamente nos define puede ser un drama pero si no se acepta, el cambio personal es imposible. Y, a escala social, penaliza la convivencia. Volviendo a Sennett, él sugiere que para conectar con gente que difiere por motivos raciales o religiosos, que viene de culturas distantes o que tiene formas de amar que nos son ajenas, hay que «ceder y tratar nuestra propia identidad como algo menos absoluto, menos definible» y ―esto me gusta mucho― «participar en una especie de proceso de autodesorden».
Bonus Track
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Vivimos en una sociedad infantilizada porque las personas muestran cada vez más un rasgo típico del comportamiento de los niños: sentir ansiedad por la gratificación inmediata. Ese es un rasgo característico de la infancia, que ahora se ha extendido a los adultos. Y la paradoja es que gustándonos más las grandes recompensas que las pequeñas, y sabiendo que las primeras solo se consiguen invirtiendo tiempo y esfuerzo, somos más impacientes buscando de forma obstinada los retornos a corto plazo. Esto plantea una contradicción existencial difícil de resolver.
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El otro día escuché en la radio un anuncio publicitario de una organización que se presentaba como “el sindicato líder de Andalucía en el sector…”. En fin, una señal de nuestro tiempo: todos a competir, incluso entre sindicatos. Por lo visto, tenemos ahora un mercado para pugnar entre reivindicadores de derechos laborales. Qué bien lo está haciendo el Capitalismo.
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Un comportamiento habitual es devaluar la importancia profesional de las habilidades que nos faltan. Y sobreestimar aquellas en las que destacamos. Por ejemplo, cuando las personas mayores critican que la sociedad valore tanto hoy ciertas capacidades y conocimientos, no están siendo del todo objetivas. Hay también en esa queja dosis de despecho y nostalgia. Es una forma de decir que les molesta que ahora los trabajos, y la sociedad, valoren tanto unas competencias que ellos no tienen. Y que saben que les costará desarrollar.
PILDORINES anteriores:
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Peter Hodgson
De acuerdo pero la identidad profesional no debe confabularse con la personal. Tarde o temprano hasta el catedrático emérito se ve alejado de su profesión. Y para muchos es entonces cuando se produce una crisis de identidad.
Amalio Rey
De acuerdo, Peter, hay que intentar separarlo. Es saludable hacerlo, pero hoy en día es complicado. Lo saludable es que ambos temas tengan sus propios espacios. Está claro…
Miriam Cervino Rodríguez
Qué tema! Cuestión peliaguda esta de la identidad y cómo nos limitamos con lo que creemos ser o con los rimbombantes nombres de nuestros puestos de trabajo aunque no encajemos en ellos.
Pienso por un lado que la identidad es una cuestión de la mente y salirnos de ella cuesta aunque es necesario para no creernos a nuestro personaje pero por otro, para funcionar en este mundo occidental y capitalista, tenemos que definirnos de alguna manera. Sin limitarnos demasiado pero es un equilibrio como el de la bicicleta, que sólo se consigue mientras te muevas.
Igualmente lo de la infantilización, los atajos y las recompensas rápidas, creo que la sociedad nos aboca a ello. Yo misma me veo cayendo muchas veces en lo que llaman FOMO (fear of missing out) por estar muy pendiente de las redes. Según dicen los psicólogos, mantener el foco y mirar sólo lo que tienes delante en el momento es quizá parte de la solución. Bueno, como dice la filosofía oriental vivir el presente.
Amalio Rey
Así es, Miriam, es una cuestión peliaguda. Comparto lo que dices de que crearnos una identidad es una manera de definirnos de alguna manera, y que hacer eso es construirnos un personaje en el que vernos reflejados. Eso aporta algo de certidumbre en medio de tanta confusión.
Irene Gil
La infantilización, la gratificación instantánea del «yo, mío, ahora», el «convenience» sobre cualquier otra consideración y las empresas que hacen de ello su modelo de negocio están destrozando el mundo. ¿Qué fue antes? ¿Nos hemos infantilizado o nos han infantilizado para mercantilizarlo?
Amalio Rey
Hola, Irene: Lo que dices del «convenience» sobre cualquier otra consideración es un temazo, sobre el que no se ha hablado (y educado) lo suficiente. Yo mismo me veo en parte reflejado en esa limitación y me lo estoy trabajando. Buena pregunta haces. Creo que hay de los dos: una sociedad teledirigida, con unos pocos peleándose por el mando (y los algoritmos), y nosotros, demasiado acomodados buscando siempre atajos. Así nos va…
Manel Muntada
Mi impresión es que al utilizar el concepto “compasión”, Sennet indica que su perspectiva está inspirada en principios un poco distantes de los que ha tomado el punto de vista de Occidente en los últimos siglos: no somos lo que hacemos, ni lo que no hacemos. Identificarse con ello es ver e interaccionar con el mundo a través de la máscara y las lentes de una identidad. El tema está en descubrir realmente que no somos nada y que, por lo tanto, podemos ser todo. Pero este descubrimiento no ha de ser intelectual, de poco les sirve a muchos sólo comprender… El descubrimiento ha de ser vivencial y es entonces cuando adquiere un sentido natural la palabra “compasión”.
Amalio Rey
Gracias por pasarte, Manel.
Jjj… es Bartlett quien habla de «compasión», pero da igual, son “Richard” los dos y confunde.
En cuanto a la idea que comentas de que «no somos lo que hacemos, ni lo que no hacemos», estoy de acuerdo, es algo que hay que cambiar, pero a mí me parece que es un poco inevitable sentir que somos «en parte» eso. Lo que hacemos, más si es recurrente, condiciona muchísimo la «identidad», por mucho que uno intente escapar de esa trampa. Por otra parte, y es la tensión que intento transmitir en el post, suponer que «no somos nada y que, por lo tanto, podemos ser todo» tiene también su puntito de estresante. No me costaría suscribir eso como aspiración, pero siento que en la práctica todo/as necesitamos menos incertidumbre. Reconocernos más como algo/alguien reduce entropía y aporta cierto foco, que también es importante. Aquí hay un tradeoff, que cada cual trata de gestionar como puede. Claro, Manel, estoy hablando por mí, y desde mis limitaciones…
Manel Muntada
Cierto con la referencia Sennet/Bartlett, sorry por el lapsus, ja sabes, el sesgo artesano 😉
Entiendo lo que dices y no lo debato. A veces me parece que buscar cómo reducir la incertidumbre es como buscar como evitar la muerte, viene a ser como batirse con el viento, imposible eliminarlas, el futuro siempre está por venir y la incertidumbre está siempre ahí, como la muerte. Creo que el problema no está en la identidad, ésta -como el ego- es necesaria para nuestra transacción con el entorno. Creo que la clave está en el aferramiento a esta identidad, en descubrir a qué tenemos miedo como para aferrarnos a esta identidad. Se trataría de eliminar el aferramiento, no la identidad, claro. Creo que hay prácticas milenarias que buscan despojar la consciencia de este tipo de apegos limitantes, claro que estas prácticas exigen capacidad de riesgo y constancia, de lo contrario, la impaciencia da al traste con todo. Quizás sí sea evitable.
Amalio Rey
Sip, Manel, seguramente hay un poco de miedo detrás de esas contradicciones. Ahora que lo pienso, creo que hay miedo detrás de casi todo. Aferrarse a una identidad es el problema, tienes razón!!