Diario personal de Angola

POST Nº634
Este lunes se celebró el Día de África. Hubiera sido un día más de los que se festejan merecidamente todos los años si no fuera porque a mis compañero/as de estudios universitarios les dio por desempolvar las fotos de su experiencia africana, allá por 1989-91. Ha sido un revolcón emocional verme ahí, sí, el servidor de este blog, en las imágenes que compartían mis compis con los que estudié en Cuba, vestido de riguroso caqui militar, con fusil y bien acompañado.
Esa parte de mi vida es inédita para la inmensa mayoría de la gente que me conoce de por aquí. En España no he contado públicamente mi experiencia militar africana en ningún sitio salvo a unos pocos amigos de confianza, en sobremesas que de tanto extenderse se han vuelto íntimas. La razón de no contarlo nada tiene que ver con que sienta vergüenza o porque piense que dice algo de mí que resulte incómodo. Todo lo contrario, aprendí mucho de esa experiencia. El que me conoce sabe que no soy de esconderme. Soy yo y mis circunstancias. El verdadero motivo de no haberlo contado antes, en un espacio como este blog en el que escribo de todo, ha sido siempre por pudor. No quería parecer que estaba contando batallitas para parecer un tío más especial de lo que soy o de lo que somos todos.
Esa discreción saltó por los aires a medida que fui viendo las fotos que publicaban mis compañeros esta semana en Facebook. Me veía ahí con mis gafotas y rodeado de mogollón de buena juventud, así que me dije: venga, Amalio, es hora de contarlo. El Día de África es un buen pretexto para dejar documentados casi 2 años de mi vida en los que estuve ahí. Lo hago también por mis hijos, porque siempre digo que los casi doce años que llevo escribiendo en este blog son el “diario” que le dejo a ellos, a mi familia y amigo/as. Lo que no escriba aquí se olvida para siempre.
Para el/la que no lo sepa, hice mi carrera universitaria en Cuba. Estudié Relaciones Económicas Internacionales en el mítico ISRI. Esas cuatro siglas suenan frías y vacías pero para quien lo conoce sabe que es la pera limonera. Un privilegio. No era un lugar cualquiera. Los profes eran buenos pero los compañeros aún mejores. Los que tuve ahí tenían un nivelazo en todos los sentidos. La exigencia era máxima y tuve que esforzarme para estar a su nivel.
Al terminar mis estudios fui ascendido a Teniente del ejército -como parte de la formación militar que se daba entonces en Cuba en paralelo con la carrera, al menos en mi Instituto- y en un pispas me vi montado en un avión y aterrizando en Luanda, Angola. Según mis notas, llegamos a África un 15 de julio de 1989. Mi participación fue voluntaria y sabía lo que hacía cuando acepté ir. Era una oportunidad de seguir con los mismos compañeros que había estudiado, lo veía como una aventura que me iba a hacer crecer y sentía una gran curiosidad y simpatía por África. También creía que Cuba estaba haciendo algo bueno por Angola, sobre todo por su influencia en la lucha que se estaba dando para derribar al régimen del Apartheid en Sudáfrica, que había invadido ese país. La historia demostró que la dura derrota sudafricana en Angola, con la activa participación cubana, tuvo un impacto nada desdeñable en la posterior decadencia y caída del sistema segregacionista sudafricano. Soy de los que piensan, sin retórica y con total sinceridad, que no hay país del mundo que, no siendo africano, haya tratado con más respeto y dado tanto por África que Cuba. Lo sigue haciendo a cambio de nada y me consta que es así. Es algo que en la isla se trata casi como un deuda de sangre. Por cierto, si quieres saber más, mírate este artículo de Gabriel García Márquez que comparte su visión sobre la colaboración militar que tuvo entonces Cuba con Angola.
De julio a septiembre de ese año estuve recibiendo instrucción militar en un sitio cercano a la capital angolana, se llamaba Funda, preparándome para actuar como un militar de verdad (lo de los estudios universitarios era, con perdón, como una actividad extraescolar … y de eso recuerdo más risas y bromas que otra cosa). Siento que no fue nada fácil para mí adaptarme a esa cultura y a esas rutinas porque yo soy lo más diferente que puede haber a un militar. Soy un liberal pacifista y venía de una formación intelectual intensa, que es lo que a mí realmente me va, así que verme haciendo fila, marchando, empuñando las 24 horas un fusil AK o disparando con lanzacohetes era para mí como estar en Marte, aunque lo disimulara para estar en sintonía. Obviamente, fui siempre de los más rezagados. Nunca destaqué en nada aunque pusiera empeño en hacerlo lo mejor que podía.
A pesar de todo, en el campamento de Funda pasamos momentos muy especiales. De ahí se han compartido algunas fotos memorables porque es el tiempo en que estuvimos juntos. Por cierto, lo que no saben mis compañero/as es que tengo un diario de esos días que, a pesar de mi nomadismo, todavía conservo. Son dos libretas (se verán en las fotos) que abarcan desde el primer día que llegamos a Angola hasta el 21 de enero de 1990 en que se me acabaron la ganas de escribir 🙂 Este hábito que tengo yo de escribirlo todo al final sirve para algo. Igual ninguno de mis compis tiene la experiencia de Funda tan documentada, día a día, como yo.
Después de Funda la cosa se puso más fea. Nos repartieron por toda Angola a dirigir tropas. Al fin y al cabo éramos oficiales del ejército así que teníamos que demostrarlo. Digo que se puso más fea porque a mí me tocó la que era probablemente la provincia más peligrosa del país, Huambo, en la que nació el fundador de la UNITA, Jonas Savimbi. La beligerancia militar en esa zona era intensa y el trabajo que nos tocó hacer allí era bien complicado.
Un lunes 11 de septiembre de 1989 tomamos un avión Antonov AN 12 en dirección a Huambo. El avión, de hélices, era de carga, sin asientos, e íbamos sentados sobre cajas de sardinas y pescado fresco. El olor era insoportable pero peores los movimientos bruscos que hacía. El aterrizaje en Huambo era mítico, le llamaban “el tornillo”, porque el avión tenía que ponerse encima de la ciudad, a una altura exagerada, y descender en forma de un tornillo dentro del perímetro de la ciudad para no ponerse a tiro de la cohetería que operaba fuera del espacio seguro. Eso implicaba descensos bruscos de cientos de metros que nos ponían los h… de corbata.
Mi papel era salir al frente de un pelotón, formado por unos 20 cubanos y angolanos, tres veces a la semana, a explorar un territorio de un radio de 30-40 kms alrededor de la unidad militar donde estábamos. A esa función le llaman “explorador de profundidad” y es de las más peligrosas que se podían hacer en una guerra como la de Angola (después de la de zapador), un país al que sembraron de minas por todos los sitios. De ahí me quedó cierto trauma al regresar porque me pasaba el día mirando al suelo buscando “indicios” de minas.
Recuerdo que en cada salida el esfuerzo era agotador. No sé si nos hacíamos 50 kms por salida, pero lo peor era la tensión de prevenir las minas y las emboscadas. Hay que tener en cuenta que yo estaba a cargo de esa gente, tomaba las decisiones, así que si me descuidaba en algo y eso costaba vidas, tenía que asumir las responsabilidades, como haría un militar cualquiera. No me sentía nada cómodo con tanta presión haciendo una tarea que no me pegaba mucho pero, después de los años, me siento satisfecho de haber sido capaz de adaptarme, hacerlo bastante bien y no cometer ningún error grave del que me arrepintiera. No se me olvidan tampoco las veces que montamos emboscadas de noche, en medio de la sabana africana, a veces más atentos de los mosquitos y del riesgo obsesivo a pillar paludismo, que de que nos sorprendiera el enemigo.
La vida militar me aburría horriblemente. Esa vida no encajaba para nada con mi forma de ser, ni con las cosas que me gustaban. Comíamos fatal. Todos los días tocaba la pastilla esa que se toma ahora Donald Trump, la de cloroquina, para el paludismo, que era infumable, con efectos nefastos en el estómago. Pero me lo tomé como una oportunidad para desarrollar habilidades que no tenía.
Tuve que gestionar una compañía mixta de cubanos y angolanos de más de 30 personas. Gente extraordinaria pero también cansada, con sus mochilas y recuerdos que los volvían a veces hipersensibles e irritables. Eran personas que andaban siempre armadas así que había que gestionar con cuidado cualquier conflicto. Muchos de ellos tenían bastante más experiencia militar que yo, así que merecían un respeto. A veces había que tomar decisiones comprometidas en el terreno y era consciente de que me faltaban conocimientos, así que debía escuchar opiniones y aprender de los soldados pero sin poner en riesgo mi autoridad, que es algo que siempre hay que hacer valer en la vida militar. Pasé momentos difíciles pero también muy gratificantes. Ahí hice mi master Ivy League en Psicología.
Por cierto, como la cabra siempre tira pal monte, ¿sabéis con qué llenaba mi tiempo de condumio intelectual? Pues me dio, como hobby, por crear un “diccionario (artesano) de sinónimos”. Nos traían periódicos y revistas, así que elegía palabras nuevas o que me gustaban y las iba encajando en mi diccionario particular, que llevaba en una generosa libreta. Además de lo que me divertía (tal vez lo veía así porque mi coste de oportunidad de hacer eso ahí tendía a cero), sentía que era algo útil porque me ayudó bastante a ampliar mi vocabulario.
No recuerdo bien la fecha de regreso a Cuba, pero calculo que tiene que haber sido a los 20 meses de mi partida, o sea, allá por marzo de 1991. Los últimos seis meses los viví bastante mejor, en la capital, Luanda, haciendo un trabajo bastante más cómodo y seguro que el de Huambo. Y ya está, se termina mi historia. Así fue y así se la hemos contado. Espero haber despertado al menos tu curiosidad. Se la dedico al Día de África que celebramos este lunes. Podía llenar este relato con los nombres de mis compañeros, que los recuerdo siempre con muchísimo cariño, pero he preferido no personalizar.
Es increíble. Me ha salido este post en menos de dos horas escribiendo sin parar. ¡¡Lo que es tener ganas de contar algo!! Por darle un cierre más gráfico y emotivo, he reunido las pocas fotos que tenía digitalizadas, añadí varias que saqué hoy de las dos libretas que usé como diario en Angola además de algunas de las que publicaron mis compañeros en Facebook, y las he subido a un álbum de Google, por si quieres echarle un vistazo. Ese mochuelo que ves en las fotos con un frondoso bigote y en distintas posturitas de militar soy yo. Me veo y no me reconozco pero, como dicen en mi tierra, soy ese: “el mismitico que viste y calza”.
Juanjo Brizuela
La vida Amalio, la vida es maravillosa. Nos conocemos un poco más. Abrazo grande
amalio rey
Gracias, Juanjito… un abrazo fuerte
Alberto
Qué bueno, Amalio, tu post ha servido para traerme recuerdos de Luanda. Yo estuve tambien alli, y en esas mismas fechas, casualidad, trabajando durante tres meses para Sonangol. Epoca de toques de queda y «discotecas» al aire libre hasta que el amanecer nos permitía volver a dormir. Espero que el amigo Julen nos organice una comida con sobremesa para compartir historias. Un fuerte abrazo.
Amalio Rey
jjj… ¿tu y yo en el mismo sitio en los mismos tiempos, y sin saberlo? las cosas de la vida. Pero, oye, tu ganando pasta y yendo a discotecas, pero yo, ya ves, colega 🙁 Lo de los toques de queda, claro, si había amenazas de bomba en cada momento. Como recordaras, UNITA era muy activa en esos tiempos y la cosa estaba que arde. Mucho destrozo en un país increible… Un abrazo
Domenico
Amalio. Me emocionó leer este post. Según lo iba leiendo me parecía revivir tu propia sensación de estar reviviendo una experiencia tan intensa con los ojos de un presente que claramente te ve viendo un contexto que nada tiene que ver con aquello, y sin embargo todo sigue conectado porque es tu historia. Gracias por compartirlo.
Amalio Rey
Mil gracias, Dome. Una sorpresa agradable verte comentando este post. Todo sigue conectado, así es, compañero. Un abrazo
Julen
Impresionante. Como si vinieras de otro planeta, Amalio.
Amalio Rey
A veces pienso eso mismo, que vengo de otro planeta. No entiendo muchas cosas de este, ni del que vengo 🙂
Paz
Amalio con su pistolón…..jajaja. Das un poco de miedito la verdad. Tienes muchas batallas que contar, mucho vivido….y mucho aprendido. Sorprende que no dejarás de anotar, de aprender, de estar atento….o quizá no sorprende tanto. Gracias por compartir.
Amalio Rey
jjjj… con su pistolón, qué gracia tienes, Paz. Ya me conoces, que anoto y anoto. Es que tengo una memoria horrorosa… no me queda otra!!! Un abrazo
Teresa Zorrilla
Imagino que ser militar y pacifista no ha de ser nada fácil, pero lo demuestras con tu historia de vida. Gracias por compartir con sencillez y humildad tu vida comprometida y plena.
Amalio Rey
Gracias, Teresa. Ahí vamos, tratando de hacer lo mejor que se puede…
Lissette
Excelente amigo. Goincido en que esta historia queda para nuestros hijos. Fue un privilegio vivirla y probarnos desde lo físico y humano, en condiciones muy particulares. Como han comentado muchos compañeros por estos días, después de Angola fuimos un poquito mejores.
Sobre las fotos, siento envidia sana por la que tienes con el lanza cohetes. Recuerdo haber tirado un montón con esos artefactos y con tremenda puntería pero solo conservo la del tiro con pistola. Gracias por tu crónica!!. Abrazos.
Amalio Rey
jjjj… si es que tú eras, junto a Mayda, las Capitanas Marvel de la puntería 🙂
La foto del lanzacohetes fue especial. Mira que era complicado disparar con ese cacharro. Lo que sonaba y como tiraba para atrás!!!
un abrazo fuerte
José López Ponce
Amalio, buena crónica de una etapa de tu vida. Algún día escribiré sobre mi experiencia (1975-77) en la delegación de Prensa Latina en París. Peino alguna cana más que tú, pero conocí, de primera mano, tu mundo.
Un abrazo
Amalio Rey
Genial, José. Sera un `placer leerte. Av´ísame cuando lo publiques. Tú cuentas cosas interesantes así que no me lo pierdo!!! Un abrazo