La soledad era poética hasta que llegó el móvil
POST Nº630
Terminé hace poco un ladrillo imponente de 450 páginas. Su título: “En defensa de la conversación” de la editorial Ático de los Libros. Su autora, Sherry Turkle, es profesora del MIT y ya publicó antes “Alone Together” (2011), que versa también sobre el impacto de lo digital en la vida de las personas, sobre todo de los jóvenes y adolescentes, y que tuvo en su momento bastante impacto en los medios.
Aunque se repite mucho y creo que podía ser la mitad de voluminoso, es un libro que me ha encantado. La autora hizo una profunda investigación para escribirlo y los argumentos que comparte son poderosos. Me gusta sobre todo porque analiza el problema desde la voz de los jóvenes, siempre desde su perspectiva, con una empatía que hace la obra muy convincente. Voy a reseñar el libro en varios posts, haré un seriado, porque tiene muchas aristas y vale la pena mascarlo por partes.
Voy a dedicar esta entrada al impacto que producen los teléfonos móviles y demás dispositivos electrónicos modernos en cómo percibimos la soledad, ese sentimiento que puede ser gloria o dolor según cómo se viva. La soledad es tan rica que aparecen en ella emociones de todos los colores. Una es la tristeza, tal vez la más incómoda de todas y por eso tan a menudo intentamos esconderla debajo de la alfombra. Hablemos entonces de la soledad y de la tristeza, un tema que suena oportuno en estos momentos que estamos en confinamiento, en especial para las personas que viven solas, pero el relato está más dirigido a cómo están manejando esto los jóvenes y adolescentes desde que tenemos los teléfonos móviles, y qué podemos hacer los padres y madres para que la soledad (y la tristeza) se vivan de otra manera, a pesar del efecto distorsionador que producen esos dispositivos.
Dice Turkle que mucha gente está atrapada en el “comparto, luego existo”, como si necesitaran compartir un pensamiento o sentimiento en redes sociales para poder pensarlo y sentirlo de verdad. Esto nos expone al riesgo de construir un falso yo, basado en actuaciones que creemos que gustarán a los demás. En medio de tanto griterío, de tanto ruido, no damos tiempo a la conversación con nosotros mismos que hace falta para tener más claridad sobre quiénes somos y queremos ser. Sin soledad, no podemos construir un sentido estable del yo, y esto es especialmente importante en los adolescentes, en los que ese sentido está todavía en plena construcción. Ahora, con los teléfonos omnipresentes, es difícil llegar a un lugar íntimo, que sea auténticamente nuestro, como conseguíamos antes con los diarios, que escribíamos para nosotros mismos. Con Facebook & Cía. estamos siempre sometidos a estímulos externos y en modo actuación.
La autora plantea una idea que suena contraintuitiva pero que tiene todo el sentido: la capacidad para estar en soledad es esencial para el desarrollo de la empatía. Según ella, la soledad señala el principio del círculo virtuoso de la conversación porque si estás cómodo contigo mismo, te puedes poner luego en el lugar del otro.
Antes aprendíamos a convivir con la soledad porque no había más remedio y de ese esfuerzo sacábamos algo de bueno. Hoy la soledad parece un problema que necesita resolverse y lo parece porque ya podemos “resolverlo” si nos conectamos con alguien, con quien sea. Lo que yo percibo es que hay un plan-B (conectarse para huir), de bastante peor calidad, que debilita el A (vivir la emoción). Siempre podemos huir de la soledad (y de la tristeza) gracias a la tecnología. Esa huida hace que nuestras relaciones, esas que buscamos de prisa y corriendo para tapar los huecos, no sean tan auténticas.
La película “Del revés” (“Inside Out”, en la versión inglesa), de Pixar, describe bien por qué conviene vivir los sentimientos de forma genuina y cómo la tristeza juega una función útil, necesaria, en el sutil equilibrio de las emociones y en el crecimiento vital de las personas. Esa tristeza que sobreviene a menudo en la soledad merece expresarse sin interrupciones. Los jóvenes y adolescentes se están perdiendo esa oportunidad cada vez que echan mano del teléfono para evadirse. Los adultos, por cierto, también.
Para ilustrar esto, Turkle cita un largo pasaje de la intervención que hizo el comediante Louis C.K., en un programa nocturno de TV norteamericano, para explicar por qué él pensaba que los teléfonos son tóxicos, especialmente para los niños. Sé que este actor ha sido acusado por acoso sexual y su carrera se hundió a partir de varios testimonios de abusos que publicó en 2017 el diario The New York Times, pero eso no quita sensatez y razón al fondo de lo que dice. Me quedo con la idea, no con el personaje. Explica una verdad incómoda de una manera tan poderosa y sugerente que merece la pena detenerse en el mensaje, al margen de quien sea el mensajero. Así lo contó en el programa (puedes ver el vídeo aquí):
“Tienes que desarrollar la habilidad de ser solo tú mismo y no hacer nada. Eso es lo que los teléfonos nos están arrebatando. La habilidad de estar ahí , sentados. En eso consiste precisamente ser una persona. Porque por debajo de todo en tu vida está esa cosa, esa sensación, ese vacío, que siempre permanece vacío. El saber que nada importa y que estás solo. Y a veces, cuando las cosas se disipan y no estas mirando nada y estas solo en tu coche, empiezas a pensar, oh, me está viniendo acordarme de que estoy solo, y empieza a visitarte esa sensación como de tristeza (…) Un día estaba solo en mi coche y empezó a sonar una canción de Bruce Springsteen (…) y de pronto empecé a sentirme un poco triste y fui directo a por el teléfono, y entonces pensé, ‘¿sabes qué? No lo hagas. Simplemente estate triste. No te apartes y deja que te pase por encima como un camión’. Así que detuve el coche y me puse a llorar como un bebé. Lloré un montón, y fue precioso… La tristeza es poética… Tenemos suerte de vivir momentos tristes. Y luego tuve un sentimiento de felicidad, porque cuando te permites tener momentos tristes, tu cuerpo tiene como unos anticuerpos que acuden a toda velocidad cuando te pones triste. Pero como no nos gusta esa primera sensación de tristeza, la apartamos de nosotros con el teléfono. Así que nunca te sientes completamente feliz ni completamente triste. Solo te sientes satisfecho con tus productos. Y luego… te mueres”.
El subrayado final es mío, porque la idea de cierre es sublime. No se podía expresar mejor cómo el teléfono nos evade de vivir emociones más intensas y nos lleva a una vida más plana.
Tengo la costumbre de leer los comentarios, me encanta hacerlo así que si un vídeo me gusta mucho echo un buen rato mirando qué opina la gente. Repasemos qué dice la gente de la intervención de Louis C.K.: Vivid Kothari reconoce que no se había dado cuenta que es por eso, por huir de la tristeza, que busca su teléfono todo el tiempo. Spencer Lee que ha dejado que esa tristeza le golpee porque es un sentimiento encantador saber que está vivo. Bret Ware, que más personas necesitan reconocer la intensidad y vitalidad de la tristeza. Guersom Falcon: “nunca nos encontramos con nuestras emociones, siempre tratamos de distraernos”. Emilia Stakutytė: “Creo que es mejor estar a veces muy triste y a veces muy feliz, es bueno para el alma, porque entonces realmente estás viviendo. Es mejor eso que siempre ser algo feliz o algo triste, y simplemente dejar que la vida pase de largo”. Quintin Davis es el más directo: “Louis cuenta la mierda más real de la historia”.
Lo más cruel de los comentarios es la disonancia profunda que rodea todo esto. Es decir, la incoherencia que significa ver este vídeo precisamente en un teléfono móvil, sentir que se está diciendo algo que va con nosotros y que nos invita a un cambio profundo de comportamiento, saber que es cierto, y volver entonces a las redes sociales para contarlo. Así lo explican algunas personas que comentan el vídeo: Jay Speakman: “Mientras miraba esto, revisé mi teléfono 5 veces”. Pat Ware: “Me siento mal viendo esto en mi teléfono”. Nabin chapagain: “No me reí ni una vez, era muy sincero acerca de todo. Estaba asintiendo a todo lo que dijo y lo estaba escribiendo precisamente a través de mi teléfono”. BTCKYLE: “Enviaré un mensaje de texto a toda mi lista de amigos, escribiré en mi muro de Facebook y luego reproduciré este video en YouTube cuando termine”. Smokey McJoint: “Recibí un anuncio para un teléfono celular precisamente antes de que comenzara el video”. Todo esto pone en evidencia la profunda ironía vital en la que vivimos y lo bien que están diseñadas las redes sociales y esos aparatillos diabólicos para que incluso estando en el mismísimo epicentro de la verdad incómoda, cuando leemos o vemos algo que retrata nuestras miserias, volvemos como robots a meternos en los mismos charcos.
En uno de los comentarios descubrí que alguien relacionaba esta idea central de que los teléfonos son un vehículo de evasión, de evitar emociones que deberíamos vivir como la soledad y la tristeza, con una canción que me encanta de uno de mis proyectos musicales favoritos por todo lo que me une con mis dos hijos: Twenty One Pilots. La pieza se llama “Car Radio” y habla del miedo a “sentirse en silencio” cuando conduces sin poder distraerte. Es el miedo-a-pensar que siente alguien al que le han robado la radio del coche y no tiene con qué evadirse de sus pensamientos.
Yo he sentido soledad y también tristeza. Es un sentimiento que me ha visitado más en los últimos tiempos pero que creo haber puesto en valor como en la película de Pixar. Los teléfonos no ayudan a eso y lo tengo claro. Son esa radio que, como dice la canción, intenta ahorrarte el encuentro a solas contigo mismo cuando “no hay distracción para ocultar lo que es real”. Disfrutad la canción (he elegido la versión rotulada en español aunque la imagen sea fija por si no entendéis en inglés) y pensad un poco pero solos, dejad el móvil a un lado 🙂
Joan
Excelente Amalio. Gracias por las reflexiones y por contribuir a entendernos y aceptarnos un poco mejor. La tecnología no parece el enemigo pero no pasa como el cuento de la rana hervida en agua que empezó siendo tibia. Salud!
Amalio Rey
Eso, Joan, lo del cuento de la rana encaja perfecto aquí y con eso juegan los diseñadores de interfaz adictivas como estas. Gracias por tus palabras
Julen
Sería curioso enfrentar esta idea del teléfono móvil a la que maneja Roger Bartra con su idea del exocerebro. Ahí, en esta “prótesis” va mucho de lo que hoy día somos… quizá para lo bueno y para lo no tanto. Al final, depende a quién leemos, vamos tomando perspectiva. De mis referencias actuales para entender el móvil como “artefacto” Wajcman y Bartra me son útiles. Añado a esta mujer a la que no conocía. Znks!
Amalio Rey
Hola, Julen: A ver, la clave está precisamente en el discernimiento. La propuesta que comentabas en tu post de Bartra que ve al teléfono como “complemento” protésico es tan válida (en términos de “inteligencia/memoria aumentada”) como decir que esa prótesis puede interferir la atención plena y la conversación con uno mismo, que es tan necesaria. Sé que el asunto es complejo pero creo que cuando vamos a esa prótesis estamos dejando de muscular partes genuinas. De hecho, pensándolo bien ahora, me doy cuenta que no me gusta ver, ni gestionar al teléfono como una prótesis. Creo que verlo así es negativo. Me surgió la duda y he buscado en Internet el término “prótesis” y dice esto: “Colocación o sustitución de un órgano, una pieza o un miembro del cuerpo por otro o por un aparato especial que reproduce más o menos exactamente la parte que falta”. O sea, una “prótesis” nunca es un complemento (como yo inicialmente lo había interpretado y veía en positivo porque expande posibilidades) sino que es algo que sustituye “algo que nos falta”. ¿pero “nos falta” realmente, o es que no lo usamos? Si te fijas, es muy conformista y el exceso de comodidad siempre se termina pagando…