Cuando los cargos públicos inauguran los eventos y se van
POST Nº 710
Me ha pasado varias veces este año en los eventos en los que he participado de ponente. A ti seguramente también. Los altos cargos públicos, sobre todo políticos, llegan casi en el momento de comenzar —a veces incluso se retrasa el inicio por esperarlos—, dicen unas palabras protocolarias o leen el discurso que le escribieron, y se van. En ocasiones conceden un ratillo de cortesía, porque irse de inmediato canta demasiado, pero casi ninguno se queda a escuchar lo que dicen los demás. Si no se van de prisa apenas terminan, se bajan del estrado, se sientan en primera fila a hacer tiempo, pero se les nota que no están escuchando porque ya están en modo huida, pensando en el siguiente sitio al que les toca ir.
Es una práctica tan habitual que la hemos normalizado, y no deberíamos. Se supone que estos altos cargos tienen poco tiempo, que deben asistir también a otras actividades, y que su efímera «presencia» sirve al menos como espaldarazo para destacar la importancia del evento. Estos son los argumentos que se utilizan para justificar que se siga haciendo. Sin embargo, es una costumbre irrespetuosa que debería abandonarse. No culpabilizo a nadie en particular porque la solución no es personal, dado que el problema es sistémico. Es complicado que un alto cargo público pueda romper con esa mala praxis por su cuenta, de manera aislada. Son las instituciones las que tienen que promover el cambio como un nuevo estándar a seguir.
Debería haber un código deontológico en la Administración que penalice actuar así. No es baladí porque el hecho de que un alto cargo público llegue a un evento, suelte su perorata y se vaya, transmite un mensaje horrible: «lo único que realmente importa es que me escuches». La retórica burocrática más eficaz, que jure y perjure que ese evento es sumamente importante para él o ella, y para la institución que representa, carece de veracidad y se desmonta de inmediato, si no se queda al menos un buen rato a participar. Si no lo hace en ese momento que está ahí, ¿cuándo, entonces?
La excusa para irse es siempre parecida: «Lamento muchísimo no poder quedarme, me encantaría pero…», y los motivos que esgrimen son sospechosamente recurrentes. Esos motivos se envuelven de una apariencia de hecho imprevisto, de fuerza mayor, cuando todos sabemos que esa autoridad no tenía ninguna intención de quedarse desde que agendó su participación. Y después, tener que escuchar al equipo organizador del evento agradeciendo al cargo directivo por haberse molestado en asistir. La paciencia que hay que tener 🙁
Y mira que no pido que se queden toda la jornada. Puedo entender que tienen muchos compromisos. Me conformaría con que asistan hasta el descanso del café. No irse a la primera sería una señal de respeto, de interés por lo que allí se va a hablar. Y no quedarse hasta el final es comprensible por la presión de sus agendas.
Quedarse más tiempo reduciría, por supuesto, el número de eventos a los que ese cargo público podría asistir. Ese es un coste, una renuncia, que debe asumir para bien. Un tour de inauguraciones exprés permite estar en un montón de sitios en un día, pero ¿qué valor público aporta eso? Ninguno. El propósito debe ser cambiar cantidad por calidad. Si van a ir a un evento, que lo hagan con presencia, con un genuino interés. Irán a muchos menos, pero enfocados y con tiempo para escuchar. También de aprender, de empatizar con los colectivos a los que sirven, que falta les hace.
Y la misma lógica aplica a si van a clausurar un evento. Deberían llegar bastante antes. Por ejemplo, en el descanso del café previo. Vivir, al menos un rato, la experiencia del foro, y aprovechar ese tiempo para recoger ideas, conversar con los participantes y enterarse de lo más interesante que se ha hablado antes. Esto le daría más pistas para personalizar su discurso, que es algo que la gente agradece mucho de quienes cierran estos eventos.
Exigir que estas intervenciones aporten valor de verdad no es insignificante. Por una parte, son personas con poco tiempo, así que el que dediquen a esto debería ser de calidad, que valga la pena. Por otra, que estas inauguraciones no dejen nada interesante a los asistentes chirría aún más cuando sabemos que, a menudo, las fechas de celebración de los eventos se fijan con arreglo a la disponibilidad que tienen estos cargos públicos para inaugurarlos. Es todo muy surrealista: «la fecha del evento la deciden ellos para venir a hacer algo vacío de contenido, que ni a ellos ni a nosotros nos interesa» 🙁
Un tema aparte son los discursos que estos cargos públicos dan en esas inauguraciones. Si sirvieran al menos para explicar novedades o decisiones de alcance político o estratégico, que no pueden darlas otros, algo es algo (aun así seguiría insistiendo en que deben quedarse a escuchar). Pero ni eso. Son espacios para la retórica, sin sustancia, para contar con su voz lo que contaría el técnico que les escribió el discurso.
Para ser justos, es verdad que también los hay buenos, a los que se les ve que saben muy bien de lo que hablan. Que se han preparado, y tienen un verdadero interés en transmitir unos mensajes que han interiorizado y son suyos. Pero la gran mayoría de los que yo he visto son leídos. Y si no lo son, discurren por lugares comunes. Les preparan el discurso, y se limitan a transmitirlo como un dictado. Y si han pasado ese día por varios eventos haciendo lo mismo, pues hasta cierto aburrimiento se les nota, que a su vez contagian a los demás.
Insisto en que no me gustaría que parezca que estoy demonizando a los cargos públicos. Lo que estoy criticando es el sistema, los hábitos de facto que se han normalizado. Me molesta que la Administración prime la cantidad sobre la calidad al gestionar el tiempo que dedican los altos cargos públicos a la asistencia a eventos. Es absurdo salir del despacho solo para hablar, y no dedicar tiempo de calidad para escuchar. De eso se trata.
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Javier Garcia
….he incluso estan dando vueltas al edificio en el coche oficial, hasta que el jefe de gabinete recibe la llamda del organizador del evento avisando que la sala está llena y la gente ya sentada esperando.
Creo que es una estética de poder autoritario, que ocurre con todo tipo de autoridad: administrativa, militar o religiosa.
amalio rey
Hola, Javier: Bueno, esa variante no la conocía. Suena terrible, pero no me extraña. Lo de la «estética de poder autoritario», es tal cual.
Ramon Caba Robletto
Lo que narras en el post se ha convertido en un vicio (maligno y degenerado). Me hago la idea de cuando vas a l medico a su consulta; en algunos casos parece que estorbes,. El médico, tienen tantas visitas por atender que las prisas se convierte en un enemigo silencioso y grotesco. Cuestión de educar, cuestión de practicas o «recopilar » una lectura por ejemplo del libro: «Elogio de la lentitud» de Carl Honoré. donde se desprende la frase: A más velocidad, menos reflexión o esta otra que aparece en la portada de dicho libro: «Un movimiento de alcance mundial cuestiona el culto a la velocidad. Para pensar. Gracias y felicidades por volver a estar.
Amalio Rey
Gracias, Ramón. Está claro que todos andamos demasiado de prisa, y las agendas, tal como se diseñan para los cargos directivos, padece de ese mismo vicio. Un saludo