12 ideas de conversaciones que los libros nunca tienen (pero deberían)

POST Nº 729
Imagina que dos obras de distintos autores se sientan a dialogar en la misma mesa. Y, además, publicadas por diferentes editoriales. Así no solo se enriquecería la lectura, sino que se demostraría que salvar la industria y defender el hábito de leer no es una causa individual sino colectiva. ¿Por qué limitarnos a conversarlas por separado cuando juntas pueden revelarnos conexiones inesperadas? Por eso digo que hay conversaciones que los libros nunca tienen, pero deberían.
Como sabía que esto hay que hacerlo más, nos inventamos la semana pasada un «Dialogo entre libros», en La Nave Nodriza (Madrid), en el que Antonio Lafuente y yo pusimos a charlar a nuestras últimas criaturas: «Peras y manzanas» (Experimenta) y «Cómo impulsar la inteligencia colectiva» (Almuzara), con la estupenda compañía de Tíscar Lara y Teresa Jular, dos comunicadoras de lujo. Gracias, además, a Isa Ludita e Isa Rojo, por la generosa acogida que nos dieron.
Allí se pudo comprobar que los libros no tienen por qué comentarse en soledad, pero, ¿qué significa un «diálogo entre libros»? Explicado sencillo, es sacar dos libros de la estantería para que hablen entre sí a través de sus autores y de dos de sus lectoras. Cuatro personas, cuatro miradas, más las de los asistentes. Se inspira en la idea de que cuando dos libros conversan, el pensamiento crece. Y ese dialogo funciona si además de complementarse, también hay puntos de discrepancia. No es darse la razón todo el tiempo. Si uno habla y el otro asiente, sería un tostón. Queríamos que hubiera chispa porque a ninguno de nosotros nos daba miedo eso. Buscábamos que las ideas de un libro resonaran en el otro de formas inesperadas, bien porque siguen enfoques distintos o bien porque, sin querer, uno ilumina un aspecto que el otro deja en la sombra.
Por otra parte, en los tiempos que corren, poner a compartir protagonismos a dos editoriales distintas, no digo que sea inédito pero ya tiene su mérito. Ese era un experimento que a mí me apetecía hacer. Me encanta la idea de romper barreras entre sellos editoriales. Además, desde el punto de vista comercial —un aspecto clave para la industria— estos encuentros también resultan beneficios porque, como se vio, cada autor atrae a su propio público, generando una oportunidad única: que los lectores descubran nuevas voces y textos a los que quizás nunca se habrían acercado de otro modo. Al final, muchos participantes terminan comprando ejemplares de los dos libros. No es, para nada, un juego de suma cero, como algunos descreídos suponen.
Tengo que decir que el encuentro del martes fue un gran éxito: lleno total, con personas de pie, emociones, sorpresas y una mezcla de asistentes super interesante. Me gustaría destacar esto último, porque demás de las buenas preguntas que se hicieron, después tuvimos un pequeño picoteo, al que nos invitó generosamente La Nave Nodriza, en el que pudimos charlar con personas de gran valía, que queremos y admiramos. No es nada fácil, en los tiempos que corren, llenar una sala con un grupo así para hablar de libros. Como contó Teresa, «ni haciendo un casting hubiera salido mejor»: historiadores académicos, responsables de programas de humanidades digitales, diseñadores estratégicos, informáticos, gestores de espacios culturales, artistas, un business manager en programas de emprendimiento y especialista en economía social, en definitiva: «peras con manzanas» mezcladas con alegría en la misma sala.
Tíscar explicó que es una maravillosa casualidad que Antonio y yo estuviéramos trabajando en paralelo dos libros, que nacieron casi al mismo tiempo, «como si una fuerza invisible hubiera orquestado ese encuentro». Y, además, que transitando por caminos y lenguajes diferentes, converjan al final en el mismo propósito: «apostar por un espacio de cuidados que dedique tiempo y ganas en actuar desde lo colectivo con método y experiencia». Se trata, efectivamente, de dos libros muy prácticos que contribuyen al mismo fin: mejorar la calidad de los procesos de aprendizaje y acción colectivos. Teresa, en la misma línea, aportó un dato significativo que demuestra ese alineamiento: Antonio usó la expresión «inteligencia colectiva» un total de 45 veces en su obra. Ella resaltó además lo mucho que hablamos ambos de diseño, sin ser ninguno de los dos diseñadores. Ideas como el procomún, la autoridad expandida y la importancia de los concernidos, también atraviesan mi texto.
Ambos autores hablamos de lo mismo pero usando palabras distintas. Yo tengo una visión muy marcada por mi formación como economista y en el ámbito de la gestión. Me suelo definir como un consultor artesano con inquietudes académicas. Antonio es un mago de las palabras y un humanista muy versátil, con bastante más enjundia que la mía. A él le gusta sentirse un artista pero no puede esconder su vena científica. Hace todo lo posible por disimularlo, pero se le nota 🙂
Como bien señaló Tíscar, parece que hemos hecho el viaje en direcciones opuestas. Yo, siendo consultor, disfruto profundizando y me atrae el rigor científico; mientras que Antonio, un académico de los buenos, ha ido acercándose al rol que desempeño yo: el de un consultor que resuelve nudos prácticos. Y en ese punto intermedio, nos encontramos. En todo caso, admiro especialmente la capacidad de Lafuente para traducir un pensamiento sofisticado en procedimientos elegantemente sencillos, muy operativos y transferibles. «Peras y manzanas» consigue eso con creces.
Lo que se dijo en el encuentro da para varios posts. Quedaron, de hecho, muchas preguntas sin responder, por falta de tiempo. Intentaré hacer un resumen de lo que a mí más me gustó, y enumero las 12 ideas por si quieres referirte en concreto a alguna de ellas en los comentarios:
1. La idea más repetida del encuentro fue que en los buenos procesos colectivos hay un método. En las cocinas cívicas o los talleres de prototipado que organiza Antonio y que explica tan bien en su obra, se usan unas técnicas y herramientas, integradas en lo que a mí me gusta llamar «diseño», que ayudan muchísimo a que las cosas salgan bien. Siempre hay algo mágico e ingobernable, pero una buena parte del éxito descansa en la gestión, en saber concebir espacios de interacción que sean efectivos y saludables.
2. Ese «método» se puede dibujar, bocetar y codificar a través de unos principios. El libro de Antonio está repleto de esquemas así, muy autoexplicativos. El mío se organiza en 101 principios, redactados brevemente, y estructurados en cuatro grandes retos de diseño, que a su vez proponen soluciones a nueve «patologías de la participación» que en su momento identifiqué a partir de investigación y mucha experiencia empírica. Toda esta metodología, hay que aclararlo, se expone con la humildad de quienes somos conscientes de la complejidad de estos procesos. Las técnicas, herramientas y principios esbozadas en ambas obras son prototipos en sí mismos, que se iteran y mejoran con la práctica, y que deben adaptarse a cada contexto.
3. Otro mensaje bastante recurrente en el encuentro fue la importancia de hacer «pedagogía de los procesos», para que no exijamos a la participación lo mismo que al ordeno-y-mando. En esto, siempre repito lo mismo, saber hacer una buena gestión de expectativas es crítico.
4. El dialogo, y las reseñas, pusieron en evidencia que ambos libros pueden ser buenas guías para capacitar a personas facilitadoras de procesos colectivos, a los «nosotrólogos», como los llama Antonio. Es así porque aportan método, una manera ordenada y efectiva de conseguir mejorar la inteligencia colectiva de cualquier grupo que procure abordar un reto común.
5. Ambos autores desconfiamos de los modelos cerrados y elitistas de reconocer los saberes y el conocimiento. Nos conecta muchísimo la idea de integrar en la búsqueda de soluciones a los «expertos en experiencia», a los saberes tácitos y experienciales, y no solo a los oficiales. El trabajo que ha hecho Lafuente en esta línea es invaluable, y ha influido mucho en mí. Esta es una idea que atraviesa ambos libros y funciona como amalgama. Los dos creemos que «los que no saben» sí que saben cosas que aportan valor a la solución. No sabrán responder a las mismas preguntas que se harían a una persona experta técnicamente acreditada, pero sí que son capaces de contestar a otras sobre su manera de vivir el problema que se busca resolver. Siempre digo que el error que más se comete es pretender preguntar a los consternidos las mismas cuestiones que a los expertos técnicos. También me atrae el modo en que Antonio democratiza la palabra «investigación», que remata con esta frase tan suya: «los científicos viven para investigar, los ciudadanos investigan para vivir».
6. Nunca hay que olvidar que la mejor solución, técnicamente hablando, deja de serlo si no se entiende y/o no se apoya por los que tienen que adoptarla, o sea, los consternidos. Por esa sencilla razón, a veces una decisión subóptima (esa que parece peor que la de los expertos), puede resultar mejor si también incluimos en la ecuación para valorar su eficacia lo que el grupo aprende pensando sobre el problema, la legitimidad con que se percibe, la autoestima colectiva que aporta sentirse tomados en cuenta, y las relaciones sociales significativas que se crean haciendo cosas juntos/as.
7. Me gustó el peso que le dio Antonio a confiar. Lo explicó así: «en estos procesos hay que esperar, darles tiempo, porque con paciencia al final salen bien». Y es verdad, porque para un observador externo o una persona facilitadora, hay momentos difíciles en los que perdemos la fe, creemos que aquello no va a funcionar y entonces tendemos a intervenir en exceso. Es un error. Algo mágico ocurre —sólo si se confía lo suficiente— para que al final las piezas terminen encajando. Lo más importante, en sus palabras, es que los/as participantes entiendan que «la solución está en ellos». Solo tienen que esforzarse lo suficiente para encontrarla, y nosotros ayudarles. Esa lógica es más eficaz si aceptamos que las cosas bien hechas necesitan cierta «lentitud», para que la complicidad surta efecto y el grupo encuentre el camino más satisfactorio.
8. Las personas facilitadoras de estos procesos asumen un reto tan grande como delicado. No es fácil encontrar un buen equilibrio entre ayudar e intervenir, tener presencia sin agobiar, facilitar sin ser paternalistas o demasiado permisivos. Esto es un arte y una ciencia, que se aprende entrenando.
9. Antonio compartió su enfoque sobre la gestión del fracaso, muy bien desarrollada en su obra, que nos reconcilia con lo más sabiamente humano de la vulnerabilidad. Merece atención aparte su maravilloso ejercicio del «FAIL TOGETHER PARTY», sobre el que tienes más información aquí: «La fiesta del fracasar juntos o de cómo celebrar (nuestros) yerros»
10. Algunas diferencias entre Antonio y yo, que por suerte nos complementan, es el tratamiento de la escala. Él se centra sobre todo en grupos pequeños, organizando talleres de unas 20-40 personas. Ese es el tamaño que a él más le gusta y para el que construye sus originales soluciones de diseño. Yo, en cambio, si bien quiero mejorar también a los grupos pequeños, porque dinamizo proyectos que se mueven en esa dimensión, estoy más interesado en escalar la inteligencia colectiva. Mi obsesión es diseñar mecanismos que concilien eficiencia y legitimidad cuando los grupos crecen, y un reto que me atrae especialmente es el de «escalar los afectos», sobre todo en una sociedad tan polarizada como la de hoy. También mejorar la inteligencia colectiva en grandes organizaciones, desde empresas e instituciones hasta barrios y comunidades de vecinos. Forma parte de eso, rediseñar los mecanismos de agregación para que las decisiones públicas se perciban como más legítimas, que haya más síntesis y menos perdedores.
11. Esa diferencia en la escala puede que nos lleve a un énfasis diferente al abordar el lugar que ocupa la votación como mecanismo de agregación colectiva. Ambos coincidimos en que la votación es el mecanismo más pobre de agregación colectiva. En grupos pequeños, hay que intentar siempre la síntesis. Pero, con la escala, sé que a menudo se llega a un punto en el que la síntesis es imposible, y hay que votar, pero introduciendo ajustes en el mecanismo que obliguen a negociar mayorías más generosas. Conviene aclarar también que me refiero a ejercicios colectivos cuyo objetivo no sea solo aprender, experimentar una mejor convivencia o explorar oportunidades creativas, sino aquellos en los que hay que converger necesariamente en una decisión (y descartar otras) que afecta a todos los participantes, como es el caso de las políticas públicas.
12. Antonio puso de relieve —también lo hace en su libro— lo importante que es, cuando abordamos soluciones en grupo, primar la «producción» sobre la «deliberación». Sostuvo que ponerse a producir juntos/as, amasar la arcilla en proyectos reales y no quedarse en el mero intercambio de ideas, facilita muchísimo la toma de acuerdos y una cultura de la convivialidad. Yo estoy bastante de acuerdo con eso.
Ya por terminar, usaré una frase de Teresa, que definió el encuentro «no como un lugar de partida sino más bien de llegada», aventurando que seguro habrá muchos más. Ojalá que sea verdad. Si quieres ver más reseñas que se hicieron en LinkedIn, mira las de Cristian Figueroa, Gema Gómez y Cesar Astudillo. Tienes varias fotos del evento en el post que publicó La Nave Nodriza.
NOTA: La fotografía del post es de Isa Rojo. Si te ha gustado el post, puedes suscribirte para recibir en tu buzón las siguientes entradas de este blog. Para eso solo tienes que introducir tu dirección de correo electrónico en el recuadro de «suscríbete a este blog” que aparece en la homepage. También puedes seguirme en la red social Bluesky o visitar mi otro blog: Blog de Inteligencia Colectiva. Asimismo, aquí tienes más información sobre mi último libro.