Normas y creatividad: ¿Nos volveremos un pais aburrido? (post-16)
Últimamente, cuando viajo fuera de Europa y comparo, me asalta la misma duda: ¿vamos por el camino de convertirnos en un país aburrido?
Cuando digo “aburrido“, quiero decir: predecible, encorsetado, metódico, normalizado, y en definitiva, todo tan regulado que no hay apenas espacios para la improvisación y la sorpresa.
Mi duda parte de la renovada obsesión que existe en España de introducir normas y reglamentaciones en todos los ámbitos de la actividad humana, empezando por la gestión empresarial y terminando por el diseño de los espacios urbanos.
Esta tendencia a normalizarlo todo tiene también su manifestación estética en el modo en que se reforman ahora algunas ciudades o se concibe la nueva arquitectura. Se aprecia (y se sufre) observando esos conjuntos urbanos aburridamente “bonitos” que prosperan por la geografía española y cuyo rasgo principal es una simetría fría y predecible.
Pero… ¿Y por qué escribo ahora este post? ¿Qué bicho me ha picado? Pues que en estos días, mientras me pateo las calles argentinas, estoy disfrutando de la belleza caótica que reina en estas ciudades, y vuelve a mí la misma pregunta de si el culto a la planificación y a las normas que tan buena prensa tiene en España terminará provocando un efecto-aburrimiento en nuestras vidas.
Unido a esto, he reflexionado mucho sobre la “estética de la perfección” y la “belleza de postal” que no por casualidad también se defiende con entusiasmo por estas personas tan amantes de las normas.
Los creadores de normas (y sus negocios asociados) están encantados con el entusiasmo que genera este hábito de reglamentarlo todo, pero para mí se está produciendo una preocupante involución hacia otro tipo de burocracia, más moderna y vendible, pero burocracia al fin.
El rápido crecimiento que están teniendo los servicios de certificación y normalización de todo tipo desvela los riesgos de que las normas se conviertan en un negocio en sí mismas, que es algo que ya ocurre, y que terminará desnaturalizando el objetivo para el que, en teoria, fueron creadas.
Sospecho que estamos sacrificando creatividad a cambio de una falsa seguridad. Encima, con un sobrecoste nada desdeñable que terminarán pagando los usuarios (o nuestros impuestos a través de subvenciones) a cambio de productos, servicios y entornos urbanos cada vez más repetitivos.
Sé que cierto orden es bueno y necesario para muchas cosas. Yo mismo estoy de acuerdo con establecer determinadas pautas de conducta y reglas mínimas que permitan proteger el óptimo colectivo.
Es conveniente también que se fijen ciertos límites y que se defina un “marco de actuación” pero todo ha de ser suficientemente flexible para no ahogar la imaginación.
No pongo en duda que las normas aumentan la productividad y la eficiencia, porque ayudan a replicar modelos de trabajo de un modo estable y sistemático, pero asumidas como un dogma provocan un elevado coste en términos de burocracia y de pérdida de la creatividad.
Para decirlo más claro, las “normas” me espantan, y en su lugar prefiero hablar de “principios”. Las primeras son rígidas e impositivas, mientras que los principios funcionan como referencias que dejan espacio para la diversidad y el enfoque personal.
Lo siento, pero tampoco me gustan los “manuales de calidad” (por lo menos del tipo que veo a menudo en las empresas), los procedimientos rígidos que distraen más tiempo y recursos que la actividad que prometen mejorar, ni la nociva aspiración de “hacerlo bien a la primera“.
Volviendo al detonante de este post, andando estos días por calles argentinas percibo un desorden sano y una diversidad que extraño en España, donde empieza a parecer que todo estuviera calculado y predeterminado.
Aquí los horarios de los comercios son mucho más flexibles y la oferta todavía te sorprende, tanto por el contenido como por la forma. Las tiendas tienen una oferta mucho más fragmentada en lugar de la docena de marcas que se repiten hasta la saciedad en las tiendas españolas.
Los muros urbanos exhiben graffitis que expresan la informalidad del arte callejero y que puedes encontrarte en esquinas insospechadas, en vez de avisos con prohibiciones o cartelería publicitaria autorizada, tan fría y formal.
Las normas arquitectónicas no parecen haber impuesto aún esa aburrida uniformidad y simetría que vigilan obsesivamente las comunidades de vecinos españolas, y todavía puedes disfrutar aquí de la autenticidad que desprende lo antiguo no maquillado y de la sorpresa del desorden espontáneo y natural que nace de la convivencia urbana.
Tanta predecibilidad europea me abruma pero, sobre todo, me aburre. No ha sido siempre así, porque curiosamente antes me atraía mucho la belleza de postal, “lo bonito”, pero con los años, he comprendido que lo perfecto es dañino para la imaginación.
Ahora está de moda restaurar lo antiguo con colores de catálogo turístico. La llamada “belleza decadente” que exhiben ciudades como Lisboa, Bilbao o La Habana, con sus colores torcidos y la anarquía estética de lo genuino, es un valor que no emerge si se asfixia con normas y planes que lo prevén todo.
Sé que las normas dan seguridad y alejan la sensación de riesgo, pero mi sentido de la vida no se conforma con eso, porque necesito sustos visuales, encuentros inesperados (que despierten de la rutina a mis neuronas) y sobre todo, diversidad, mucha diversidad, que es tan sana para la inteligencia.
La innovación 2.0 aboga por dejar amplios espacios para la improvisación y renunciar a la creencia absurda de que la vida cabe en unos cuantos documentos. Evitemos que eso ocurra, y que la burocracia ahogue la creatividad que tenemos.
RiverDD
La innovación y la creatividad van de la mano. Poner normas estrictas limita la creatividad. Esto es evidente.
Me encanta este parrafo:
“””
Para decirlo más claro, las “normas” me espantan, y en su lugar prefiero hablar de “principios”. Las primeras son rígidas e impositivas, mientras que los principios funcionan como referencias que dejan espacio para la diversidad y el enfoque personal.
“””
Añadiría una diferencia más. Las normas se acatan (te gusten o no), los principios se asimila y/o se comparten, por lo que la persona está encantada de hacer lo que hace porque cree en lo que hace.
Esto me recuerda una frase un poco cursi pero muy bonita:
“Ama y haz lo que quieras, porque harás lo que debes pero lo harás porque quieres”