Vuelta a la India con Slumdog Millonaire- 2ª parte (post-56)
Siguiendo mi post anterior, y volviendo a mis vivencias más personales del viaje, si tuviera que elegir, creo que el mejor retrato de la India cotidiana se plasma en los recorridos que hice con un cacharro llamado Rickshaw.
Trasladarse en esos carritos se vuelve una experiencia memorable, que cura de cualquier espanto, y ayuda a imaginarte cómo puede ser ese «desequilibrio estable» en el que viven millones de indios.
Es una aventura que hay que vivir y de la que sacas varias lecciones: 1) Los indios son los mejores conductores del mundo en condiciones hostiles, 2) Tienen un sentido milimétrico del espacio que no parece humano, 3) A pesar de lo tranquilos que son, pueden llegar a ser competidores feroces, 4) El rickshaw debería aparecer en los mejores catálogos de deportes de aventura, 5) La paciencia y la prisa no son antagónicos en este país, y se complementan a la perfección
En definitiva, después de subirte a uno de esos cacharros, llegas a la conclusión de que es estúpido ser perfeccionistas.
Ese espíritu vibrante de los indios se trasmite de forma genial en esta descripción de los realizadores de la película Slumdog Millonaire:
Las primeras visitas de Beaufoy (el guionista) para inspeccionar el terreno le permitieron encontrar localizaciones clave en los alrededores de la ciudad. «Yo pensaba: ‘¡Bien, ahí hay una fantástica localización!’, y a los seis meses volvía con Danny y le decía ‘Mira qué fantástica… ¡Oh, ya no está!’ Aquí en el Reino Unido no podríamos conseguir que nos repararan una escalera mecánica del metro en seis meses. Allí, en ese tiempo, construyen ciudades enteras. Nosotros quisimos capturar esa sensación de ciudad que se construye a sí misma con energía, gente, dinero, polvo y suciedad, y, por encima de todo, movimiento de gente».
La banda sonora que acompaña la ruta en Rickshaw también tiene lo suyo. El clamor obstinado de los pitidos se mezcla con el caos ensordecedor de la calle y los olores a especias.
El sentido del tiempo, y de la distancia, son dos dimensiones que para un occidental estresado también funcionan en la India como remedio o castigo, según se tome.
Los relatos sobre la filmación de la película se hacen eco, cómo no, de situaciones que se parecen mucho a las que vivimos nosotros en nuestro viaje:
«Uno de nuestros principales obstáculos, del todo imprevisto, fue que estudiábamos el mapa antes de salir y pensábamos ‘estaremos en tal hotel y rodaremos en tal localización. Sólo está a tres o cuatro kilómetros’. Y podíamos tardar hasta dos horas en recorrer esos tres o cuatro kilómetros», recuerda Colson. «La ciudad estaba tan congestionada que me recordaba a Nueva York en sus peores momentos».
Lo curioso del Rickshaw, y de tantas cosas que descubres cuando visitas a un país como éste, es la discrepancia que se produce entre el encanto que genera en el viajero todo esto y la naturalidad con que lo viven los lugareños.
Es casi una obviedad pero me fascina este contraste: lo que para unos es natural, e incluso aburrido, para otros entraña algo extraordinario. Ahí está el poder mágico de viajar, y de salir a ver mundo.
Por eso recomiendo tanto que viaje a la gente que quiere innovar. Que intente ir a los lugares más raros y exóticos posibles porque allí será capaz de «ver» cosas que otros no ven, y trasladarlas (o contarlas) en otros contextos donde ganan más valor.
El mismo artículo que vengo citando hace rato sobre la película resume perfectamente ese punto de vista:
«Cuando te encuentras en medio de algo no siempre lo encuentras extraordinario. Solamente cuando sales de ahí y lo miras con perspectiva puedes verlo realmente extraordinario. No creo que la gente que vive en Bombay vea la ciudad como se ve desde fuera. Cuando volamos de Gran Bretaña y vemos la ciudad la encontramos absolutamente increíble y creo que eso es precisamente lo que Dany y Christian aportan como foráneos, un sobrecogimiento que deja poco menos que boquiabierto«.
Como te puedes imaginar, si eres de los que se ponen nerviosos/as con el desorden, y te gusta tener todo controlado, la India puede ser tu condena o tu salvación.
Allí el perfeccionista del orden cura rápido su patología, o huye espantado.
A mí, que me gusta el caos creativo y lo impredecible, esto me va de perlas. Es una razón más para que me guste la India.
Esa necesidad de control, que tanto caracteriza al profesional de Occidente, se aborda con inteligencia en el relato que hacen los realizadores de la película Slumdog Millonaire cuando describen cómo lo vivieron en la India.
Cito lo que dicen porque me identifico plenamente con esa percepción:
«La mayoría de experiencias cinematográficas se centran en el concepto de control, en la idea de que un director y su equipo pueden manipular el entorno para obtener exactamente las imágenes o el tono visual que necesitan para transmitir lo que el filme pretende. Pero en India no se pueden aplicar estas reglas. Sencillamente, en India no se tiene tal control. Si buscas tenerlo te puedes volver loco. En una semana te habrás tirado de un acantilado. No tienes más remedio que dejarte llevar y ver qué pasa«.
Más adelante, en el mismo artículo, se añaden nuevas ideas que ayudan a confirmar esa sensación liberadora y creativa que te aporta el no-control y que está en la línea del principio de «experimentación» («encuentra, no solo busques«) que caracteriza a lo 2.0:
«Boyle fue encontrando el proceso correcto de rodaje a base de probar y equivocarse. «Comenzamos con cámaras clásicas de película y no me gustó. Quería verme realmente inmerso en la ciudad. No me conformaba con quedarme mirándola, examinándola. Quería sumergirme en el caos todo lo que fuera posible. Hay una franja horaria, entre las 2 y las 4 de la madrugada, en que todo se detiene y solo los perros circulan por la calle. Fuera de esas horas, el lugar es una marea de humanidad».
La creatividad de los indios me recuerda mucho a la que se vive en Cuba, y que prospera en la necesidad. Es una creatividad que linda, en muchos casos, con el peligro, y por eso la hace aún más peculiar.
En muchos puntos, y a pesar de las evidentes diferencias, cubanos e indios son tremendamente parecidos y eso también añade un regustillo cómplice a estas vivencias.
Os cito otro pasaje del artículo que habla de la creatividad india:
«La red ferroviaria es como la sangre que da vida a la India», explica Boyle. «… y la gente tiene una forma muy peculiar de secar la ropa que lavan. Extienden la ropa entre las vías y la fijan con pesadas piedras. Cuando pasa el tren por encima, el aire caliente que desprende la deja seca en cinco minutos. Pero es una actividad muy peligrosa. Los trenes pasan muy cerca y a gran velocidad».
Esto me recuerda la extraordinaria inventiva de los cubanos en la vida cotidiana siendo capaces de metamorfosear las entrañas de una lavadora en un ventilador o en un aparato para producir algodón de azúcar, usar un cepillo de dientes como sustituto de la barra espaciadora de una máquina de escribir o ajustar herméticamente las puertas de un refrigerador con cierres arrancados de cajas de fusibles.
Para terminar, recomiendo que veáis la película. Es muy entretenida y se te pasa el tiempo volando. Tiene partes sórdidas pero como la vida misma. Destacaría el relato entrelazado de las historias, que es bastante original, y su ritmo, que resulta vigoroso.
Me quedo también con la mirada de Jamal Malik, el protagonista, por su exquisita mezcla de candidez, convicción y sutil inteligencia. Son tres rasgos que admiro mucho.
El filme tiene también sus sombras. Es facilon en ocasiones, e incluso inverosímil en algunos diálogos.
Una muestra de lo primero es echar mano de un símbolo tan de postal como el Taj Mahal para contar historias. Respecto de lo segundo, creo que podían haberse buscado una pregunta más exigente para repartir un premio de 20 millones de rupias.
En cualquier caso, salí entusiasmado del cine y aquí me veis, entregado a estos apuntes que han servido para activar mi aletargada memoria del lunes.
NOTA: Si quieres guardar o circular una copia de los posts 55 y 56, descárgalos aquí en PDF
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