La ilusoria corrosión de las palabras (post-341)
2.0, Innovación, Creatividad, Crowdsourcing, Consultoría, Design Thinking, Shared Value, Responsabilidad Social Corporativa, Comunidades de Práctica, Inteligencia Colectiva, Coaching, Blogs, Recursos Humanos, Innovación Abierta… y un largo etcétera de palabras que un día irrumpieron con fuerza en nuestro vocabulario pero que por alguna razón, caen en desgracia o alguien las mata.
En mi post-195 intentaba decir que ningún término consigue escapar a su potencial degradación conceptual. Por muy fiable que sea una palabra, si logra captar la atención ya vamos a ver cómo pronto vienen oportunistas a mercantilizarla. Nadie escapa al poder destructivo de las modas.
La lista de palabras que tritura el tiempo es infinita. En algunos casos porque así debía ser, porque nacieron viciadas, eran una tomadura de pelo para sacarnos los cuartos, o ya no responden al nuevo contexto que intentaban explicar; pero en (muchos) otros por esa crónica necesidad que tenemos de inventarnos historias nuevas para vender, o simplemente porque nos aburrimos rápido de lo que hay, en lugar de seguir enriqueciéndolo.
Ya sabemos que detrás de esas disputas por los espacios terminológicos hay mucha crematística. Primero se orquesta la enfermedad terminal del palabro en cuestión, después nos anuncian el funeral mientras se pone en escena la nueva estrella, ese término mágico que nos salvará de la confusión. Son batallitas diseñadas para la conquista del obsesivo posicionamiento, y parte de la estrategia consiste en que determinado gurú venido a menos publique un artículo con títulos como estos: “La Teoría-X ha muerto, es hora de Y”, “Teoría-Z, más allá de la X”, o “Palabro-Z, el nuevo paradigma”, y allá van las hordas borregas de los medios (y del Management) a repetir y escalar el negociete.
Este juego funciona como un mecanismo de obsolescencia programada, y son nomenclaturas que se someten a la lógica forzada del ciclo de vida de los productos. Al principio se venden caras por su novedad, en manos de los pioneros que las generan. Cuando las sintoniza el mainstream y las hace suyas, entonces empieza la sobre-explotación, el mercanchifleo y la decadencia. Dejan de ser moda, pierden su glamur, y ya no se paga tanto por ellas. Entonces los mismos que la vendieron en su momento cambian de chaqueta (u otros que llegaron demasiado tarde para sacar tajada), se vuelven hiper-críticos y se inventan otras de las que apropiarse para escribir libros y facturar ponencias a punta de pala.
Ese chanchullo no me interesa nada, y resulta casi una obviedad. Pero lo que comprendo menos es esa manía que tenemos los otros de salir corriendo a inventarnos otra palabra para salvarnos del efecto contaminante. Nuestra reacción a la llegada de los bárbaros es abandonar territorios y huir a otros donde construir jerga nueva con la que sentirnos más cómodos. Pero cada huida significa resetear los códigos y subir la cuesta de una nueva curva de aprendizaje; y de ese modo, no llegamos nunca a ninguna parte, porque hacemos más difícil que un número significativo de personas nos entienda.
Para mí está claro que si las palabras no se contaminan es porque nadie las usó, porque se quedaron atrapadas en los corrillos de las elites intelectuales, y no tuvieron ningún impacto. Sé que hay jueces del rigor que validan lo que es auténtico de lo que no, pero yo les digo que esos palabros tan puros que prescriben no han servido para cambiar nada, precisamente por eso, porque nunca se mezclan con la realidad y sus elementos.
No sé si tenemos que estar renovando constantemente las palabras que usamos, o en su lugar, seguir utilizando las que nos valen pero reivindicando su sentido original o el remix valorizado. Para colmo, los ciclos de sustitución son cada vez más cortos, y también la superficialidad con que se abusa de los eufemismos.
Así que siempre que me invitan a denostar un término y cambiarlo por otro; mi reacción natural a tanta hiperactividad semántica es una mezcla de pereza, fatiga y desconfianza.
Nota: La imagen del post es de una playa de Combouzas en Arteixo, y pertenece a la galería de Flickr de Jose Luis Cernadas.
Andoni Calderón
Gracias. Excelente síntesis
Amalio
Gracias a ti, Andoni, por pasarte por aqui.
Un saludo
Francesca
Uffff… ¡cómo me gusta a mí este tema!… precisamente hace tiempo que quiero escribir un post sobre eso.
Ahí va mi opinión: las palabras tienen una esencia y un contexto. En función del contexto adquieren un significado u otro. Hasta ahí todo bien, cada uno las utiliza para lo que quiere y no hay contaminación que valga, salen impolutas de una frase para mudarse a otra en la que significan otra cosa. No son propiedad de nadie.
El problema viene cuando… (me voy a copiar el término de Manel, que me ha gustado :-D) las vampirizamos, es decir, cuando les incorporamos un determinado contexto y nos empeñamos en que solo signifiquen una cosa: la que nosotros queremos decir.
Yo tuve una vez un jefe que solía hablar en plural mayestático atribuyendo sus propias opiniones a todos los presentes, nos miraba y decía cosas como «porque todos pensamos que tal cosa es una barbaridad» y cuando alguno levantaba la mano para decir tímidamente «yo no pienso eso», lo miraba con reprobación y, lo más extraño, con asombro.
Esa misma situación es la que veo cuando alguien dice «innovación», «emprendeduría» (¡mira que es fea esa palabra y el éxito que tiene!) o dospuntocero (¿mande?), sin molestarse en añadir ni siquiera un matiz.
Vas a una charla y el ponente dice «porque la innovación, esto o aquello» y yo sé que no estamos pensando en lo mismo. Pero él lo dice como si esa palabra no tuviese mas significado posible que el que él le da. Se apropia de lo que no es suyo y lo utiliza a su favor. Eso no está bien…
Y es que las palabras deben ser libres. Como el pensamiento.
Amalio
Hola, Francesca:
Aquí el menda respondiendo comentarios desde el AVE destino Málaga. Ya me imagino que te gusta el tema, tú que eres la maga de las palabras. A ver si te animas, y escribes un post para que pongas un poco de orden 🙂
Interesante lo del contexto. Es cierto que el contexto puede cambiar el significado de una palabra, y es un factor a tener en cuenta. Pero, a ver: ¿Es lícito que ciertas palabras (términos, conceptos) puedan usarse como a cada cual le dé la gana? Porque tanto relativismo haría el lenguaje incomprensible. No sabríamos ni siquiera de qué estamos hablando (en fin, es lo que ocurre en realidad con la «contaminación», si uno no tiene claro lo que significan las cosas).
Nadie es «propietario» de una palabra, pero hay una creencia general o un consenso en relación con el significado de los conceptos.
Para mi «vampirizar» significa «apropiarse» de una palabra para prostituirla. Yo sí que creo que ciertas palabras significan lo que significan. Y si alguien le cambia el significado y es para mejorarlo, pues me parece bien. Pero si el cambio se hace a conveniencia para vender burras o para volverlas superficiales, entonces no está bien.
Añadir matices está bien. Pero insisto, Francesca, tendríamos que ponernos de acuerdo en torno al significado de ciertas palabras o conceptos porque entonces no nos vamos a entender jamás. Si un ponente dice que «innovación» es esto o aquello (no tiene que recitar un concepto universal), ahí cabe un espacio amplio de coincidencias y divergencias, pero detrás de ese concepto hay una forma de entender lo que es innovar. Y si yo veo que su interpretación es reduccionista o mercantilista, me sentiré con todo el derecho a rebatir ese concepto porque sé que las palabras no son inocentes.
No me estoy «apropiando» de nada, sino que estoy participando proactivamente en un juego que va a determinar cómo usar el lenguaje y los paradigmas que se instalan en la cabeza de la gente.
Un abrazo
Iván
Por estas latitudes ibéricas somos expertos en joder nobles palabras, ya lo hicieron con la innovación y emprendedor. Todo vale con tal de inflar nuevas burbujas e intentar sacar pasta de debajo de las piedras. Todo alejado de la creación y la realidad. Un abrazo
Amalio
Hola, Ivan:
Jaaa…. «somos expertos en joder palabras nobles»… ¡¡lo has clavao!!
Efectivamente, ha pasado y viene pasando con «innovación». Tengo muchas peleas con eso. Vino un tal Nussbaum que nos vendió la idea de que la innovación habia muerto, y que ahora lo que valía era la «transformación». Y detrás vinieron las hordas borregas a repetir como papagayos.
Un abrazo fuerte…
Pablo Rodríguez
Amigo Amalio, una de las cosas que más me gusta de tu blog es la variedad de temas que tratas, muy a menudo me sorprendes, como es este el caso (siempre agradablemente). Las otras cosas que me gustan son el enfoque que les das, y que siempre te sueles «mojar».
Estoy de acuerdo en que se hace un mal uso y un abuso de muchos términos y expresiones que se ponen de moda. Si la palabra es en inglés, miel sobre hojuelas, ya que el usuario aparecera todavía como más «in» y más «cool» 🙂
También sucede con algunas profesiones, especialmente las vinculadas a las nuevas tecnologías y a la Red. Ahora parece que ha aflojado un poquito, pero hubo un tiempo no muy lejano en el que todo el mundo quería ser «community manager».
Por suerte, estas modas suelen terminar tan rápido como comienzan. Y si no es así, quizás sea que el término en cuestión merezca quedarse entre nosotros, de alguna manera se produce una selección natural digna de Darwin.
Para terminar, una anécdota. Hace ya bastantes años, tuve un compañero de trabajo que siempre quería aparentar que estaba al tanto de todo. Si le hablabas de cualquier novedad, él utilizaba la información que tú le dabas para construirse su propia teoría y decirte que (por supuesto), él ya lo sabía. Lo gracioso es que le podías contar cualquier cosa (aunque no fuese real), que él la hacía suya y te montaba una película. En fin…
Un abrazo
Pablo Rodríguez
Amalio
Muchas gracias, Pablo, por tus amables palabras. Las valoro mucho viniendo de ti, creeme.
Bueno, lo de los anglicismos tiene un efecto perverso. Parece un patente de corso para vender cualquier cosa. Es terrible.
Un abrazo
Isabel
Hola Amalio.
Yo también firmo todo lo que dices, cómo no. Desnudar las palabras y conceptos, una de mis obsesiones. Sin duda apuesto por «seguir utilizando las que nos valen pero reivindicando su sentido original o el remix valorizado».
Un abrazo.
Amalio
Hola, Isabel:
Sip, quise añadir al «sentido original» lo de «remix valorizado», porque creo que hay palabras que en su origen estaban bien, pero que se han enriquecido gracias a la aportación de otros, o con el paso del tiempo. Pienso, honestamente, que el rigor puede ser muy sexi, ¿no te lo parece? 🙂
Un abrazo
Jose robles
Amalio estoy muy decauerdo y yo caigo en ese error pensando que todo el mundo es blogero y me va a entender voy a tratar de leer mas y ampliar mi vocabulario en otros mundos a ver que pasa,un abrazo y ya te cuento amigo,genial post
Amalio
Hola, José:
En ese «error» caemos todos, que conste..
Un abrazo
Manel [cumClavis]
Hola Amalio,
Suscribo absolutamente todo lo que dices y, si me permites, añado otro determinante a este fenómeno de “trata de palabras” que comentas. Me refiero a esa utilización impaciente y con propiedad de palabras sobre los que no se ha averiguado realmente su espíritu ni su significado real. De este modo te encuentras como ciertas palabras pierden totalmente su significación original para desvirtuarse y diluirse en la superficialidad de quien quiere explotarla en aquel momento. En consultoría tenemos un mogollón de términos vampirizados a los que se les ha extraido todo su jugo y que, hoy, por hoy ya no significan nada por ser utilizados para los temas más dispares o frívolos. En cierto modo esto mueve a buscar nuevos significantes para los significados de siempre. No justifica lo que denuncias pero lo complementa. Buen post. Un abrazo!!
Amalio
Hola, Manel:
Perdona por no responder antes, pero estoy en mil frentes. Viajando mucho. Ja…me gusta ese término que has usado de «Trata de palabras». Es muy gráfico. Con tu permiso, lo usaré prestado.
Totalmente de acuerdo con tu nota de rigor. Mucha gente «importa» palabras sin preguntar de donde vienen, ni qué significan. Otros trabajan en sentido contrario: «exportan» terminos a los demás pero convenientemente desvirtuados, bien por ponerles su ego-sello o bien porque no han entenido nada, o bien por puro interés para vender sus cosas (eso que llamas tan acertadamente «términos vampirizados»).
Así que estoy de acuerdo con la tentación de querer buscar «nuevos significantes para los significados de siempre». Esa tentación es legítima. Nosotros mismos como consultores artesanos, en nuestras reflexiones a la hora de redactar documentos, hemos deconstruido mucha de esa jerga vampirizada y abierto nuevas narrativas con la intención de escapar de la contaminación. Pero yo pienso que, en cierta medida, es un error. Lo intenté explicar en el post. No podemos estar todo el tiempo huyendo a nuevos territorios, e inventándonos un nuevo lenguaje porque nuestra capacidad de infuencia (y de cambio) va a tender a cero. Obligamos a la gente a que constantemente deba reaprender nuevas narrativas, y eso puede ser agotador. Nosotros mismos nos desgastamos intentando evitar palabras contaminadas, y enredándonos en una narrativa que tiende a endogámica.Vale, se preserva la pureza pero a qué precio. No lo tengo claro, pero creo que hay muchos términos originalmente validos, que es mejor defenderlos y reinvindicarlos en su sentido más genuino, sin necesidad de estar siempre huyendo de la contaminación.
Mil gracias, Manel, porque efectivamente tu argumento complementa y enriquece las tesis compartidas en el blog.
Un abrazo!!
Josean Rodriguez
Lo has clavao Amalio! sólo te ha faltado mencionar lo de las «burbujas» y hubieras cerrado el círculo… 😉
abrazo
Amalio
Gracias, Josean, amigo. Es cierto, lo de las «burbujas» hubiera estado bien, creo que pegaba genial.
Un abrazo!!!