Cuando el marquismo atonta

POST Nº 642
Allá por enero de 2007, Joshua Bell, un violinista de fama mundial, por el que mucha gente estuvo dispuesta unos días antes a pagar 100 dólares por escucharlo en el Teatro de Boston, salió de incógnito a tocar seis piezas de Bach en el metro de Washington. En 45 minutos que duró su actuación, sólo siete personas se detuvieron a escucharle y otras veinte dieron dinero. Recaudó esa mañana solo 32 dólares. Como se ve, un artista virtuoso y de gran prestigio que hacía la misma música que ofrece en grandes auditorios era ignorado por presentarse de forma anónima, o sea, sin su marca.
Parte de esa historia, bastante difundida en su momento, se explicaría porque resulta difícil percibir la calidad en un contexto inesperado. Esa fue la conclusión de este experimento social realizado por el periódico The Washington Post. Al parecer, los prejuicios nos impiden reconocer un alto nivel de virtuosismo en un sitio como el metro, que asociamos a prácticas amateurs de supervivencia.
Pero eso no lo explica todo, ni mucho menos. Al margen de la influencia del contexto, es nuestra tendencia al marquismo y a exagerar el peso del factor reputacional, lo que hace que perdamos la capacidad de valorar la calidad con independencia del nombre de quien la ofrece. No digo que haya que prescindir de la reputación, porque es un elemento que ayuda a simplificar entre tanta complejidad, pero forjar un sólido criterio propio (tan importante en nuestro tiempo) significa -entre otras cosas- aprender a separar el contenido del contenedor.
Las marcas son un arma de doble filo. Por una parte, crean identificación y sintetizan (cuando son consistentes) atributos positivos que se pueden asociar a un profesional, obra o producto. Por el otro, pueden empobrecer la mirada crítica espesándola de estereotipos. De esto se aprovecha un tipo de marketing que dedica más tiempo y dinero a vender la imagen que a mejorar el contenido.
Reconozco que tengo una obsesión (casi una guerra) con eso. La prueba es que me he repetido bastante escribiendo sobre lo mismo. Me cabrea ver cómo gente inteligente sobrevalora un texto o una obra por el solo hecho que la hizo una persona con mucha marca, y menosprecia o ignora la calidad genuina de trabajos realizados por talentos desconocidos. Me ruboriza ver cómo se celebran a bombo y platillo verdaderas perogrulladas solo porque la dijo el gurú de turno. Mi antídoto contra eso es siempre el mismo: a más marca, más me pongo en guardia y más le exijo a la idea para evitar que la reputación atonte mi sensor crítico.
Si todavía dudas, aquí te dejo una historia que cuenta Albert-László Barabasi, en su libro “La Fórmula”, que dice mucho del impacto absurdo que tiene el marquismo y la autoría en la percepción de calidad. Quizás ya la conoces porque tuvo entonces cierta repercusión en los medios, pero permíteme recurrir a ella porque refleja bien lo pobre que puede llegar a ser nuestro criterio propio.
“El hombre del yelmo de oro”, atribuida a Rembrandt, era, en los años 80, la obra de arte más popular del Museo Bode de Berlín. Atraía a multitud de amantes de la pintura, y los vendedores ofrecían postales con su imagen en el exterior del museo, como la obra estrella de la colección. Todo el mundo reconocía que ese hombre de mirada contemplativa, con un reluciente yelmo adornado con plumas, era una obra extraordinaria.
Sin embargo, cuando los expertos anunciaron que esa pintura se había atribuido erróneamente a Rembrandt, y que el verdadero autor era un desconocido artista holandés, que fue discípulo del pintor barroco, la multitud desapareció. Como explica Barabasi, “nada había cambiado en la pintura, pero, de la noche a la mañana, el interés se desvaneció, su valor cayó en picado, y pocos recordaban por qué había suscitado tanta admiración”.
Leo la historia y me sigo preguntando, una y otra vez, por qué hay que ponderar el valor de una idea o una obra con arreglo a la reputación de la fuente si puedes juzgarla por sí misma. Insisto, si se trata de una reflexión o una creación libre, y no de una afirmación que requiera evidencias con un determinado grado de credibilidad, ¿por qué importa tanto el nombre?
Esto que cuento lo aplico más a la lectura de artículos, posts y ensayos, así que no estoy tan seguro de si se puede decir lo mismo al juzgar el arte, que es algo tan subjetivo, pero sí que puedo expresar lo que yo he vivido en estos casos: una pintura, una obra de teatro o una pieza musical me atrae y me dice cosas (o no) por lo que percibo al exponerme a ella. Saber a posteriori quién es el creador o creadora aporta valor y contexto, y vale la pena informarse, pero sólo después de interpelar la obra sin ese condicionamiento.
Por eso me gusta tanto la fórmula que propone presentar las ideas y las obras primero de forma anónima, para juzgarlas por sí mismas, con total libertad, y solo después desvelar la autoría. Nos llevaríamos muchas sorpresas al descubrir que el talento genuino y las marcas van a menudo por caminos distintos.
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Julen
Te lo compro en parte, Amalio. Creo que somos humanos también con nuestras incoherencias, nuestras filias y fobias. No siempre aplicamos racionalidad… y bienvenida sea esta parte más emocional. Ya sabes que hablo siempre de la «química», que sí, es un misterio pero que nos conduce a sentirnos plenamente humanos. Creo que, como tantas otras veces, hay que buscar un justo medio. Por ejemplo, si veo mi feedly tengo gente a la que sigo (sé que antes de leerlo es un texto de alguien en concreto a quien valoro ya antes de ponerme a leerlo; es más o menos lo que me pasa contigo) y tengo luego suscripciones a búsquedas que me permiten descubrir gente nueva.
A mí, lo reconozco, me cuesta desprenderme de mis prejuicios. Sí, sé que debería tener quizá más cuidado, pero es lo que hay.
Con lo que tengo más prevención es con marcas de productos físicos. Por ejemplo, con la ropa de bici me pasa que he encontrado producto chino barato vía Aliexpres que me parece de tan buena calidad como el que ofrecen algunas marcas que pagamos a precio de oro. También, dicho sea de paso, he encontrado diferencias.
Como digo, supongo que lo bueno es dosificar cierto marquismo con una exploración de fuentes.
Amalio Rey
Hola, Julen. Por supuesto que yo también tengo incoherencias, filias y fobias. Por eso digo que “lo intento” pero que a veces no lo consigo, que me dejo llevar por las pasiones o incluso las marcas, pero al menos pongo esfuerzo e intención para mejorar mi filtro y que sea más consistente. Yo mismo he difundido logros o contenidos de personas por las que siento un profundo aprecio, aunque ese logro esté por debajo de un hipotético listón para difundirlos. Esas son las emociones a las que te refieres. Pero, mira, siento que es más aceptable hacerlo por afecto, cariño, que por marca. Ese es el matiz que me viene a la cabeza ahora mientras te leo. Si es por marca, hay una capa racional también. En resumen: seguro que bajo mi listón por afecto (“filias”), pero lo subo a los gurús. Eso lo tengo claro.
Genial lo que dices respecto de las marcas de productos físicos. Sabemos que hay profundas diferencias entre las personas y los productos en ese sentido. Pero, tal vez, haya que insistir más en el contenido, ser más serios en eso, en lugar de primar tanto el contenedor. Es lo que pienso. Será mi parte racional, para bien y para mal 🙂
David Soler
Compro el último párrafo. Para todo. Obras y propuestas profesionales. Pero nos falta aún mucho para llegar a ese punto.
Sobre el resto te diría que, teniendo razón en la mayor de que un texto de un gurú no tiene preferencia per se, deberías considerar que igual has prejuzgado a las personas que lo comparten. Quizás a esas personas sí les ha parecido un texto interesante y digno de ser compartido y alabado. Yo no suelo seguir a ningún gurú. Ni siquiera en mi sector (el marketing digital). Y lo hago desde siempre y casi por principios: no sigo a Genís Roca, no sigo a Varvasky, ni a Enrique Dans, ni … y no porque no les admire ni crea que son muy buenos en lo suyo, que lo son. Simplemente mi tiempo de lectura es finito y al final siempre me he decantado por los «anónimos».
En realidad, como luego sugieres cuando hablas del arte, hay algunas cosas que son percepciones personales. Lo que para mí puede resultar interesante tal vez a ti te parezca un artículo de opinión muy flojo.
Pero por definición los Gurús creo que se han ganado el derecho a hablar de lo qué quieran y cómo quieran porque la gente «les ríe las gracias» (dicho con todo el respeto).
Amalio Rey
Hola, David. Un placer, como siempre, verte comentando aquí.
Te respondo a esto que dices de he “prejuzgado a las personas que lo comparten”. Fíjate, cuando he puesto antes “Me cabrea ver cómo gente inteligente…” es porque conozco a esas personas a las que me refiero, y sé que son finos filtrando, que tienen criterio y no se conforman con cualquier idea, pero que bajan muchísimo el listón cuando se trata de difundir una idea de alguien con marca, cosa que no acabo de comprender. Yo ese listón lo subo, y es lo que creo que hay que hacer siempre. A más listo es el autor, más hay que exigirles.
Según tu teoría, no podríamos opinar, ni sorprendernos, nunca de nada que difundan los demás. Si conoces a esas personas, porque las has leído mucho, puedes intuir el rigor de sus filtros, no? Hay un tipo de ideas que responden a “percepciones personales” pero hay otras que tienen una calidad, una excelencia, intrínseca. Insisto, que puedes valorar con independencia de la persona que la dijo. Podría ponerte ahora muchos ejemplos, incluso hacerte pruebas con personas/ideas a ver qué opinas, y seguro que confirmarías lo que digo.
Yo sigo a de todo: desde gurús a gente muy normalita como yo mismo. Los gurús también dicen cosas interesantes, así que no es una etiqueta que yo use para excluir.
Intento no aplicar mi filtro a personas = nombres, sino a ideas = contenidos, lo cual no significa que siempre lo consiga pero al menos lo intento. Por ejemplo, puedo RT una frase de Cayetana Álvarez de Toledo, que me parece una cretina arrogante, si esa opinión me parece acertada (dice, a veces, cosas muy interesantes esa cretina). Genís o Varvasky son diferentes, pero entran efectivamente en el género de los gurús. Ambos dicen cosas muy interesantes y también obviedades o ideas con las que discrepo. Hoy mismo acabo de leer y comentar un buen artículo de Enrique Dans. Al final, ¡¡son los contenidos, estúpido!! y no la persona. Claro, ciertas personas (con buena reputación acumulada) me llevan más que otras a sus contenidos pero, una vez que los leo (no RT nada, pero nada, sin leerlo antes), decido si vale la pena o no difundirlos. Si son buenos o malos.