Jugando a los hipócritas (Post-47)
Nos han enseñado a ser tan políticamente correctos, que nos hinchamos de mentir.
Como resultado de ello ahora lo normal, en toda manifestación pública, es ser educadamente hipócritas, y así nos va…
El título de este post tiene que ver con una reflexión mañanera que me ha llevado a la triste conclusión de que estamos participando en un juego… en un juego de hipócritas. ¿Por qué lo digo?
Pues porque se produce un toma-y-daca bastante dañino que intentaré explicaros.
Las intervenciones públicas son tan políticamente correctas, tan formales, bonitas e insípidas, que entonces nos han acostumbrado a aburrirnos, o en el mejor de los casos, a intentar con lupa “leer entre líneas” para ver si dicen algo sabroso en medio de tanta jerga previsible.
Pues bien, nos hemos acostumbrado a que todo sea así, de modo que cuando alguien se atreve a ser sincero, y decir realmente lo que piensa, entonces…
…salta la liebre, y somos ¡¡nosotros mismos!! los que nos escandalizamos, y movemos ficha en este juego aportando nuestra propia dosis de hipocresía.
Imagínate, por un momento, la situación siguiente: el político de turno o la persona pública, que siempre dice “lo correcto“, “lo previsible” o lo que “conviene reconocer en antena“, se atreve por primera vez con valentía a decir la verdad, lo que realmente piensa, a riesgo de que moleste a ciertas personas.
Entonces… qué pena, el contenido nos suena sospechosamente raro, a nosotros que ya estamos domesticados en el lenguaje plano.
Nos resulta demasiado honesto, así que escribimos decenas de artículos y diatribas en contra de esa persona tan irresponsable.
De ese modo ponemos nuestro granito de arena para alimentar el escándalo que hará, de nuevo, que ese político se lo piense mejor la próxima vez, y vuelva al rebaño para seguir jugando al discursillo engañoso e insípido (“para qué me voy a buscar más líos“, dirá con razón).
¿Cuál es la moraleja de todo esto? Pues que los personajes públicos NO van a cambiar si nosotros no cambiamos primero.
O dicho de otro modo, es injusto que reclamemos tener políticos honestos, si nos escandalizamos cuando lo son. Esta contradicción obedece, desde mi punto de vista, a cierto resabio que arrastramos de nuestra educación, que avala el doble discurso intra-extramuros.
Ya nuestros padres nos decían que fuéramos prudentes, y no tan ingenuos de decir lo que pensábamos.
Tendríamos que ser más coherentes a la hora de juzgar lo que declara públicamente un político, un directivo o una persona conocida. Algo más de empatía nos vendría bien, y no seguir aplicando ese filtro hipócrita.
Por cierto, me he estado quejando de lo que aburren estos discursos prefabricados, pero lo peor no es eso.
Qué lástima que no podamos medir, con datos e indicadores, los costes que acarrea en todos los órdenes tanto discurso preparado y poco sentido. De todos modos, intentaré identificar algunos costes de tal actitud, en un ejercicio viciado por el economista que habita en mí.
Los costes de ser hipócritamente correctos son, en principio, de tres tipos: 1) Por lentitud o retraso, 2) por especulaciones de pasillo, 3) por imagen.
- Una partida importante sería la de “costes por lentitud o retraso“, pues necesitamos mucho más tiempo del razonable para enterarnos de lo que realmente se quería, o se pretendía, detrás de unas bonitas palabras.
- Otra partida elevada sería la de “costes por especulaciones de pasillo“, dado que la falta de transparencia es el mejor caldo de cultivo para que la gente conspire y consuma recursos en debates estériles.
- Por último, los “costes de imagen“ (azafatas, vestuario, publicidad, eventos, etc.) derivados de la necesidad de aparentar cosas y convencer de algo que no se dice claro, ni se aprecia por el contenido.
Hay muchos ejemplos de este “juego de hipócritas”.
Desde la Reina cuando se atreve (o no…) a revelar al gran público sus ideas conservadoras y estalla el escándalo, al político que reta a la maquinaria partidaria para hacer valer su voz propia, o al directivo de una gran empresa que no se esconde, y confiesa con honestidad (aunque no nos guste) qué piensa hacer en la gestión de las personas, con despidos incluidos.
No quiero que en esta sociedad terminemos hablando como los futbolistas de primera división, que nunca se mojan y practican el lenguaje más neutral e insípido que he escuchado en mi vida.
Los futbolistas, como los políticos y los altos directivos, tienen mucho que perder. Unos, dinero, y otros, poder. Pero actúan así porque saben que la gente, en el fondo, está muy poco preparada para escuchar un discurso sincero, por mucho que digamos que sí.
Desde este foro declaro que intentaré estar en guardia para no participar en ese juego, y que cada vez conozco a más personas que creen en un modo más libre de decir las cosas.
La solución a este dilema entronca con otro post que he escrito en el blog, y que invita a recuperar la inocencia.
La inocencia por definición no es hipócrita, ni calculadora, ni cínica. Es un sentimiento fresco y espontáneo que haría muy bien para practicar un lenguaje más directo y sincero.
Créeme, hacer lo contrario no es bueno, ni hace bien a la salud.
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Raquel
“los futbolistas de primera división, que nunca se mojan y practican el lenguaje más neutral e insípido que he escuchado en mi vida” muy bueno… y us declaraciones son las más largas de todo el telediario…
Antonio de las Nieves
Interesante reflexión Amalio.
Odio también el discurso plano de los políticos, y las actitudes que el mismo ZP está teniendo de “complacer a todos”, osea la política (el arte de lo imposible) elevado a la máxima expresión.
Con los futbolistas discrepo. Deberíamos tener menos interés en oir lo que dicen, no se les paga por hablar… y tampoco podemos criticarles por eso. Cuando son sinceros (Etoo) son duramente criticados. Hay que verles jugar al fútbol, y si son más o menos locuaces o planos hablando.. es lo de menos.
Pero vamos, que en el objetivo del post, totalmente de acuerdo. Las cosas claritas. Los precios publicados. La gestión transparente, Lean Management.
El ocultismo, la falta de transparencia, la falta de sinceridad… forman parte del que esconde algo, del que no está haciendo las cosas bien. Y desde luego no benefician en nada, como uno es feliz es siendo uno mismo, transparente, honesto y sincero.
La conciencia tranquila y la asertividad son cosas que no tienen precio.