La Sociedad de la decepción (post-253)
Julio y Agosto, antes de ponerme en modo-missing y desconectar del todo, son meses ideales para escribir reseñas de libros leídos en el primer semestre.
Me encanta escribir reseñas, porque me sirven para volver a repasar las ideas más interesantes de un libro y a la vez compartir la experiencia de lectura con más gente.
Mis estanterías son testigo, año por año, de lo que llamo la “ley del stock creciente”: por mucho que aumente mi tasa de lectura anual, se incrementa más que proporcionalmente la de libros pendientes, lo que significa que mantengo la imprudente costumbre de comprar más de los que puedo leer, ¿a ti te pasa lo mismo?.
En este 2011, a pesar de lo intenso que está siendo, he tenido tiempo para zamparme unos cuantos libros, así que tengo una lista amplia para reseñar. Hoy empiezo por un librito de apenas 130 páginas que recoge una larga y jugosa entrevista que le hizo Bertrand Richard al destacado filósofo y sociólogo francés Gilles Lipovetsky, profesor de la Universidad de Grenoble y un agudo observador del impacto que produce la era del hiperconsumo en el mundo desarrollado. El libro en cuestión lleva el mismo título del post, “La sociedad de la decepción”, y su autor también ha escrito otra obra muy interesante que recomiendo leer, “La felicidad paradójica”.
Lipovetsky es un maestro para desentrañar los detalles contradictorios de nuestra existencia, y además, lo hace evitando los juicios moralizantes. Lo que no significa, advierto, que renuncie a la ideología como sustrato para su interpretación, como lo hacen todos.
Al sociólogo francés podríamos reprocharle la fuerte carga pesimista que destilan sus últimos libros. Pero es que uno, visto lo visto, puede entender que sea así, porque el escenario que se nos dibuja en el horizonte es para estar preocupados, y esto lo dice (que conste) un optimista irremediable. Una de las preguntas que se hace en el libro, y que dejo en el aire, es ésta: “¿Y si el futuro fuera peor que el pasado?”.
La tesis de Lipovetsky, y que da sustento a su libro, se resume en esta idea: Cuando se promete la felicidad a todos y se anuncian placeres en cada esquina, la vida cotidiana es una dura prueba (…) ¿cómo escapar a la escalada de la decepción en un escenario de <<cero defecto>> generalizado? Y esta sentencia me gusta más: “Las sociedades modernas individualistas ya no ponen límites a los deseos”, lo que lleva a preguntarme: ¿educamos a nuestros niños y jóvenes a que aprendan a poner límites a los deseos?
Émile Durkheim llamaba a esa tendencia “la enfermedad del infinito”, que conecta con esta otra observación de Lipovetsky: “los individuos ya no saben qué es posible y qué no, qué aspiraciones son legítimas y cuáles excesivas (…) los apetitos se disparan, no cesan nunca, y se busca la felicidad cada vez más lejos”.
Según Lipovetsky, las sociedades tradicionales combatían la depresión apelando al consuelo religioso; mientras que las hipermodernas utilizan de cortafuegos la incitación constante a consumir, a gozar, a cambiar. Se dispara el consumismo como consuelo, como satisfacción compensatoria, como una forma de <<levantar el ánimo>>. De hecho, la novedad se ha convertido en un ingrediente imprescindible para el placer, lo que hace que “el aumento de los bienes materiales, lejos de reducir el descontento de los hombres, tienda a elevarlo…”
El autor hace referencia a una especie nueva de consumidor, que llama el “turboconsumidor nómada”, cada vez menos encasillado en los clásicos territorios de clase, más imprevisible y desunificado. Cuando el entrevistador le comenta que “una de las ironías de la época es que los excluidos del consumo son también (al menos en espíritu) una especie de hiperconsumidores”, Lipovetsky fija una clara diferencia entre la pobreza del pasado en la que los desheredados lo eran casi de nacimiento (lo que hacía que sus aspiraciones tuvieran un techo), y la de hoy donde la decepción se conjuga con una especie de vergüenza y autorreproche. Y apostilla: “la civilización del bienestar de masas ha hecho desaparecer la pobreza absoluta, pero ha aumentado la pobreza interior”. O dicho de una manera más clara: “allí donde antaño estas situaciones se vivían como destino de clase; hoy el éxito o el fracaso se remiten a la responsabilidad de individuo”.
El sociólogo habla también del papel de la educación. Según él, la escuela es hoy el centro de la decepción, dado que no es ajena a la sociedad lúdico-hedonista en la que está inmersa y que pretende sustituir la reflexión por la emoción y el espíritu crítico por la animación-espectáculo donde todo debe distraer deprisa y sin esfuerzo.
Por eso reclama una escuela pos-disciplinal y poshedonista, donde las humanidades tienen mucho que aportar porque proporcionan “referentes de sentido y brújulas de reflexión” ligadas a la historia universal del pensamiento.
Apunto, para terminar la reseña, esta idea de Lipovetsky que me parece importante: “Nada reducirá la pasión consumista, salvo la competencia de otras pasiones”. Por eso se necesita una re-educación que ofrezca horizontes vitales más variados que el propio consumo, como el deporte, el trabajo, la cultura, la ciencia, el arte, la música y otros ámbitos que ayuden a encontrar el sentido de la vida al margen de la adquisición de bienes.
Las tesis del libro, en definitiva, sirven para recordarnos algo que ya sabemos: la felicidad tiene mucho que ver con dónde ponemos el listón de las expectativas, y si éstas se dotan de sentido auténtico.
Maru
Gracias por el libro. Cuento los minutos para leerlo. Pero apunto que me apasiona leer, y para evitar ese consumismo lector (Que también existe), cuando termino un libro, o bien tengo otro en mente como ahora, el que me has recomendado, o simplemente me voy a los clásicos que tengo en casa y los releo, por eso me tienes ahora leyendo de nuevo a Oscar Wilde, El retrato de Dorian Grey y constatando que según en qué época lees un libro, puede parecerte diferente…saludos y felices vacaciones.
Amalio
Gracias a ti, Maru. Le comentaba antes a Marta que en tiempos de vacaciones quizás este tipo de libros no sean la mejor opción. Búscate algo más fresquito, playero, y optimista… Creo que éste es un buen título para el Otoño…
El Rendrijero
Especialmente aguda me parece la reflexión que este sociólogo hace de la educación actual, donde valores trabajados antes como trabajo dedicación y esfuerzo son relegados por la animación-espectáculo del aprende jugando
Amalio
Pues sí, nos jugamos mucho con la educación para la felicidad. La cultura del esfuerzo es una de nuestras asignaturas pendientes.
krizkazema
Esta muy bien la reseña… me motivó la lectura.
Amalio
Gracias por pasarte….
Jordi Valls
La presentación que has hecho del libro es maravillosa, me has convencido para buscarlo y leerlo 🙂
Amalio
Pues nada, Jordi, ya me contarás qué te ha parecido. Estoy seguro que descubrirás otras aristas y matices, así que vente a compartirlas con nosotros, si encuentras el momento
un saludo
Marta
Mi querido Amalio: sí, me pasa a mi lo mismo. Mi capacidad para incrementar mi lista de libros pendientes es infinitamente superior al tiempo que soy capaz de liberar para dedicarme a leerlos. Y no sólo los que compro, también los que pido prestados en la biblioteca… pero no era de eso que quería escribir. Mil gracias por la reseña, si por algo adoro twitter y la blogosfera es porque me deja descubrir lecturas como ésta un sábado por la noche, que es cuando puedo dedicarme un ratito a navegar por la red mientras mis peques se entretienen con una peli…
Ellos nunca saben qué pedir a los Reyes, dicen que tienen todo lo que necesitan, y eso… pone de los nervios a la familia y hace feliz a una madre que, seguramente, intentará leer a Lipovetsky estas vacaciones… 😉
Amalio
Hola, Marta:
Gracias por comentar. Ya veo que contigo también se cumple mi “ley del stock creciente”. Lo de navegar por Internet, y que visites esta casa en ese ratito que los peques te dejan un sábado-noche, me resulta un montón de entrañable. Es bonito saberlo, y me ha encantado leerlo. Gracias 🙂
Tus niños seguro que han aprendido a poner límites a los deseos, y esa es una virtud muy grande sobre la que se asienta la posibilidad de ser felices. Por cierto, en vacaciones mi consejo es que no leas a Lipovetsky, sino algo más fresco, que hable menos de la decepción… 🙂