La fatiga de ser uno mismo (post-347)
Existe un prejuicio bastante extendido de asociar actitudes reivindicativas como el #15m con la idea de que se endosan a otros demasiadas responsabilidades en lugar de asumir las propias.
Esa postura justifica su desconfianza a partir del razonamiento siguiente: en lugar de salir a la calle a echarle la culpa a la banca, los políticos o el sistema; la gente tendría que empezar por reconocer lo que ha hecho mal, y trabajar desde su micro-entorno para modificar los malos hábitos.
Es una duda legítima que bien merece una reflexión. Creo que es cierto que si externalizamos todas las responsabilidades a los demás, si gastamos todas nuestras energías en quejarnos de los otros, es bastante posible que nos quede poca para revisar nuestros fallos y entender qué cuota de responsabilidad tenemos también nosotros, como ciudadanos, en lo que ha pasado. No tiene sentido, ni es sano, agarrarnos a eso para poder chillar, patalear y hacer catarsis como un falso ejercicio de psicoanálisis colectivo. Esa forma de liberación, la de tener un blanco externo donde centrar nuestras iras sin realizar primero un ejercicio de introspección que ponga en evidencia nuestras vergüenzas, es una trampa recurrente que nos hace un flaco favor. Si no hay autocrítica, la protesta pierde una parte de legitimidad.
Así que para mí, un verdadero indignado empieza por indignarse consigo mismo: ¿Qué estuvimos haciendo cuando todo esto se cuajaba? ¿Qué pasó con nuestro espíritu consumista mientras esto se veía venir? ¿Cuánto tiempo hemos tratado como divos a los políticos y los hemos mimado en su poltrona sin apenas hacer nada? ¿Y las veces que hemos extendido un cheque en blanco (o lo seguimos haciendo) en forma de voto a un PPSOEyCia? ¿No será verdad que tenemos los políticos que nos merecemos, si entendemos por “merecer” lo que hemos hecho como ciudadanos? ¿Por qué muchos solo hemos movido el culo cuando perdimos el trabajo y se puso todo chungo? ¿Por qué llevamos tanto tiempo esperando que “mamá-Estado” decida por nosotros, y nos libere de riesgos o responsabilidades?
Pero igual que digo eso, tengo claro que es una falacia pensar que salir a la calle a mostrar nuestra indignación (A) es incompatible con una reflexión honesta de nuestros errores (B). Como si (A) y (B) no pudieran darse a la vez, una tesis que he visto defender a más de un blogotuitero de postín. Esto es casi una obviedad pero hay que recordarlo: que la gente salga a manifestarse no tiene por qué significar que deja de asumir su cuota de responsabilidad. Yo lo veo al revés. Creo, sinceramente, que si salimos a la calle desde la convicción, estamos reconociendo que es parte de nuestra responsabilidad personal exigir al sistema que se depure, en lugar de dejar eso en manos de otros, como hicimos hasta ayer.
Cuando las muestras de reivindicación consisten en echar horas en una manifestación (lo que indudablemente implica un esfuerzo, y si no pregúntenselo a los que por esa misma razón se quedan tan panchos en casa), o en asistir a las asambleas en las plazas, o en mantener una frenética actividad en las redes sociales para dinamizar la reflexión colectiva; está claro que son ejemplos de asunción de responsabilidades, porque estamos abandonando esa actitud pasota de “que-lo-resuelvan-ellos”, y nos estamos implicando en acelerar el cambio.
Por eso me cabrean tanto las dos interpretaciones extremas (muy comunes, por cierto): 1) “Viva el #15m porque así nos vamos a cargar a esos malvados culpables, nosotros que hemos sido tan buenos”, 2) “Qué mierda de #15m, esos holgazanes que solo saben echarle la culpa a los otros en vez de ponerse a currar”. Estas dos posturas cojean por interesadas o por ignorantes.
Sentir autonomía es algo que nos gusta a todos. Pero es un derecho que al adquirirse viene acompañado de deberes. La libertad sin responsabilidad es un capricho insostenible, y esta segunda parte a menudo se nos olvida. Ya Erich Fromm había explicado muy bien esa paradoja en su “Miedo a la libertad”; que Bertrand Richard, en el prefacio del libro “La Sociedad de la Decepción” llama “la fatiga de ser uno mismo” porque a partir de ese momento dependemos de nosotros, y eso a algunos les produce vértigo. La sensación de libertad puede producir fatiga si no sabemos (y no nos entrenamos) a usarla bien.
Y que conste: mientras más resistencia nos plantea el sistema, mientras más nos castiga con desprecio e incomprensión, más vértigo e incentivos para volver al rebaño de la auto-condescendencia.
Así que ejercer con equilibrio derechos y deberes implica las dos cosas: 1) Exigirnos más a nosotros mismos, 2) Fiscalizar con criterio lo que hace el poder con nuestro dinero y nuestros votos. Eso es lo que yo pienso que haría un indignado auténtico.
Nota: La imagen del post es de la galería de Mateo Rojas en Flickr.
Eva
Hace mucho tiempo que una señora me dijo que no se podía confundir libertad con libertinaje ni servicio con servideumbre.
Muy acertada la reflexión sobre las obligaciones del ejercicio de la libertad, solemos quedarnos sólo con los derechos 🙂
Amalio
Hola, Eva:
Es mucho más fácil y “molón” reclamar derechos y libertad, que asumir los deberes y ejercerlos con responsabilidad. Eso es así, y es hora de que hablemos de eso también.
Gracias
Economía Sencilla
Hola, Amalio.
Como tantas otras veces, das en el clavo! A mí me gusta decir que en economía no hay blanco o negro, sino una infinita escala de grises (como en tantas otras facetas de la vida). Está claro que no podemos quedarnos sólo con los extremos, ni sólo “protestar por protestar”, ni quedarse callados (y luego quejarnos de lo mal que está todo), o como dice Fernando de la Riva, a Dios rogando y con el mazo dando…
Esta crisis ha tenido unas gravísimas consecuencias para muchas gente, y está claro existen algunos entes y organismos que pueden ser considerados más culpables (por acción u omisión) que la mayoría de las “personas de a pie”. Seguro que también hay muchos que han vivido, como se suele decir (aunque quizás no demasiado bien expresado) “por encima de sus posibilidades” (en realidad, dentro de las posibilidades que les ofrecía el sistema). Pero otros no lo han hecho y aun así, se han visto gravemente afectados por la situación.
En cualquier caso, todos debemos hacer análisis de conciencia acerca de nuestro comportamiento y de nuestras posibilidades, y actuar en consecuencia.
Un abrazo
Pablo Rodríguez
Amalio
Hola, Pablo:
Tengo claro que unos son más culpables que otros. Quizás me faltó decir eso explícitamente en el post, pero por lo demás, somos en parte responsables de lo que está pasando, y eso hay que asumirlo a conciencia.
Un abrazo
Nadir Chacín
Bien, Amalio. 😉 Qué buen post.
Llevo días reflexionando sobre lo que dices. Tengo la convicción de que no se puede realizar una verdadera transformación colectiva si cada quien no hace su parte y se responsabiliza por cambiar su entorno inmediato. Indignarse no sirve para nada, sólo para vivir en la amargura mientras todo sigue deteriorándose. Sí es válido, legítimo y necesario que seamos reflexivos y críticos, pero la crítica ni la auto-crítica están peleadas con la no violencia y la paz. Si cada quien hiciera un esfuerzo por realizar en su entorno inmediato un cambio pequeño, tendríamos a muchas personas haciendo lo mismo en diferentes partes del mundo.
Estas reacciones que describes, a favor y en contra, surgen de la rabia y de la necesidad de diferenciarnos de los demás (esto nos separa, o somos “inferiores” o somos “superiores”). Eso sólo alimenta el odio y deja a la gente paralizada, algunos se paralizan por fuera y otros se paralizan por dentro, y la paradójico es que estamos repitiendo la dinámica del Estado [actual] de las cosas y la legitimamos incluso sin darnos cuenta.
Estos comportamientos generan miedo psicológico y cuando tenemos miedo somos más manipulables. Ha sido la estrategia institucionalizada durante siglos y siglos. Asumir las responsabilidades sí, que no las culpas, que la culpa tampoco sirve de mucho. Ser responsable es empezar a verme a mí misma/o como un ser que participó en todas las acciones que produjeron este mundo actual y también es buscar soluciones aplicables en mi entorno inmediato y llevarlas a cabo: hacerlas.
Hace unos días en Gràcia (Barcelona) estuve en un mercado callejero y solidario de intercambio de cosas usadas, me hizo tanto bien estar allí. Sí es cierto, nos tomará tiempo esta tarea de construir una voz propia, de unirnos, de encontrar dentro de tanta mierda algo que vale la pena y que sea una causa común a todos/todas… nos tomará tiempo responsabilizarnos de nuestra participación en la construcción de este mundo y de accionar soluciones locales y globales para que sea un mundo más amable que vele por la dignidad de las personas. La delicadeza no está peleada con la firmeza, hagamos lo que creamos conveniente desde lo local, digamos lo que tenemos que decir con responsabilidad y en cuantos medios de comunicación estén disponibles, pero siempre desde la no violencia y la paz, desde la no confrontación, desde la negociación y la resolución del conflicto. Sigamos actuando. Gracias por escribir.
Te abrazo
Amalio
Hola, Nadir:
Qué bueno verte por aquí de nuevo.
Es cierto, a mí también me preocupa eso que dices de que “estamos repitiendo la dinámica del Estado actual de las cosas y la legitimamos incluso sin darnos cuenta”. Ese efecto viene de combinar miedo con inmovilismo, ambos aderesados por unos medios al servicio del poder que lo manipulan todo.
Exactamente: “nos tomará tiempo” cambiar de actitud, y aprender a “no tener miedo a la libertad”. Se necesita paciencia, trabajo y más trabajo. Encontrar una armonía entre lo épico, que tanto atrae, y el ejemplo cotidiano.
Un fuerte abrazo, Nadir
Fernando de la Riva
Como decía el viejo refrán: “A dios rogando y con el mazo dando”. Creo que, como apuntas en tu entrada, se necesitan ambas cosas: el cambio personal y el compromiso social. Pienso que, en realidad, no habrá un cambio social verdadero mientras no cambiemos las personas. Porque la sociedad no es sino un reflejo de las personas que la formamos. Y pienso que ambas cosas se refuerzan: los cambios personales alimentan el compromiso social, y el compromiso social contribuye a acelerar o reforzar los cambios en las personas.
Situarse en cualquiera de los dos extremos de la ecuación es echar balones fuera.
De poco vale un cambio personal que no se proyecta a la vida en común, a la convivencia, a la sociedad… y de poco vale gritar en las calles o colgar proclamas en las redes sociales si no nos aplicamos el cuento en nuestra vida y nuestro comportamiento personal.
Hace ya muchos años, mi amigo y hermano, el educador popular mexicano Carlos Nuñez Hurtado, publicaba un libro en el que llamaba a la “Revolución Ética”, de abajo arriba y de arriba abajo. Sigue siendo vigente.
Pues eso, un abrazote.
Amalio
Hola, Fernando:
Totalmente de acuerdo con esto: “No habrá un cambio social verdadero mientras no cambiemos las personas”. Lo explicas perfectamente.
Gracias por compartir tu punto de vista, que respeto mucho.
Un fuerte abrazo
Jorge
El otro día en misa, al rezar el credo mi hija me preguntó con insistencia por aquello de “por mi culpa, por mi culpa por mi gran culpa…” y me decía… “Pero qué culpa tengo yó y de qué ??”. Con una sonrisa le dije que eso se lo explicara su catequista, que yo soy budista y de eso no entiendo..
La autocrítica parte de la creación en el ser humano del sentimiento de culpa y eso es algo que gobiernos y religiones no dudan en emplear a destajo con sus congéneres, situándolos en un plano inferior a ellos, “referentes morales” siempre y en toda circunstancia. Lo hacen los cristianos y en especial es un ejercicio recomendado si te consideras comunista. Y yo con ninguna de estas orientaciones comulgo en este peculiar aspecto.
Que culpa se tiene de un gobierno, sea del color que sea o sin importar si es democrático o no? Cuando los aciertos son de ellos y cuando en los fallos se apela a la ¿autocrítica? entonando el mea culpa…
Una lectura recomendable es este artículo del Pais:
http://politica.elpais.com/politica/2012/09/08/actualidad/1347129185_745267.html
Amalio
Hola, Jorge:
Si quieres no usamos la palabra “autocrítica”, y nos olvidamos de buscar “culpas”. Pero aún así, vamos a seguir necesitando una actitud abierta y honesta hacia nuestras carencias.
Yo no quiero pensar desde la lógica de acción-reacción que tu propones, y que es (por cierto) poco budista. Ni deseo tomar como patrón los mismos modelos que critico.
Una cosa es lo que hacen religiones y gobiernos, y otra bien distinta lo que entiendo yo por ser coherentes a la hora de implicarse. No propongo “entonar el mea culpa”, sino evitar la triste costumbre de siempre ver todos los problemas en los demás.
Conozco y he comentado ya el artículo que propones de Cesar Molinas sobre las “élites extractivas”, con el que en una buena parte estoy de acuerdo. Pero me reitero en la misma idea: cambiar esos políticos es responsabilidad nuestra. Y si no lo hemos hecho antes, es porque seguimos esperando que lo hagan otros. Actuar así es un error, y ya va siendo hora de que lo reconozcamos.
Discrepo contigo porque creo en la autocrítica sana. Nada de flagelaciones, ni de martirios. Solo pido que seamos honestos con nosotros mismos, y que reclamemos los cambios desde la implicación y el ejemplo.
Un saludo
Manel [cumClavis]
Encuentro muy acertado el enfoque de la reflexión Amalio, la resignación no cabe ni aún reconociendo los propios errores y asumiendo la propia responsabilidad uno no tan sólo no pierde sino que adquiere el derecho [y la obligación] a enmendarla en este beta al que hemos de someter cualquier decisión que nos afecte. Un abrazo colega!
Amalio
Gracias, Manel. Estamos de acuerdo. Reconocer nuestros errores es una actitud sabia y humilde. No viene nada mal un poco de eso en los tiempos en que vivimos..
Un abrazo!