La industria como un estado de ánimo (post-393)

Allá por el año 2005 publiqué un artículo en la revista IF de Infonomia, comentando una reseña que hizo Alfons Cornella sobre opiniones del gurú del Management C.K. Prahalad acerca de la inevitabilidad de la deslocalización de empresas. El artículo original era “The Art of Outsourcing” y sirvió de base para la crónica de Cornella que tituló “De exportar empleos a importar competitividad”.
En estos días, a propósito de uno de mis recurrentes viajes al País Vasco y conversaciones que he tenido allí, recobró interés un tema que siempre ha estado revoloteando en mi cabeza: el futuro de la industria en España y Europa. Así que se me ocurrió recuperar ese artículo de 2005 que para mí sigue teniendo bastante vigencia, incluso ahora que la situación está aún peor que entonces.
Prahalad y Cornella defendían, como muchos hoy, la teoría de la “deslocalización inevitable”. Aquel artículo abogaba por una política pública que admitiera la deslocalización como un hecho natural e incluso deseable para todos los sectores intensivos en mano de obra que todavía acoge la vieja Europa. Según ellos, la “exportación de empleo” (un eufemismo políticamente correcto de “destrucción de empleo”) vía deslocalización se compensa con la “importación de competitividad” vía repatriación de beneficios y otras ventajas. Mi visión, desde luego, es otra. Yo creo que por ese camino tendremos en el futuro cientos de empresas muy rentables pero países y regiones socialmente quebrados. Ya explicaré por qué, pero recordando a Guillermo Dorronsoro, a quien sigo siempre con atención cuando escribe sobre esto, me viene a la mente esta frase de Gary Pisano que él citaba en uno de sus post: “Si un país cede su capacidad industrial, está renunciando también a un montón de oportunidades de innovación”.
El error de las tesis que planteaban Prahalad y Cornella era creer que lo que es bueno para (el capital de) las empresas, es bueno para el país en su conjunto. Tenía razones para pensar entonces, y ahora más visto lo visto con los Repsoles y Cía., que los beneficios obtenidos con el empleo exportado se pueden ir después a cualquier otra parte, y no regresar jamás para recuperar el empleo destruido. El capital es por definición oportunista, pero los países tienen que funcionar de un modo diferente, y cuidar de ello es la función de los gobiernos.
Los fans de la deslocalización me recuerdan a aquella consigna que uno todavía escucha (con bastante chulería) de “nosotros éramos una empresa de productos, y ahora de marcas”. Que una empresa lo quiera hacer, es su problema; pero un “país de marcas” que no haga productos, está perdido. Lo que persiguen a menudo las estrategias de deslocalización empresarial es sustituir empleo por rentabilidad, insisto, rentabilidad y no competitividad bien entendida en términos estructurales.
Sería de hipócritas ignorar que algunos subsectores industriales de España (y Europa) no resisten la competencia que viene de los países emergentes, y están condenados al cierre si no transforman radicalmente su cadena de valor. Pero la solución socialmente óptima, a escala-país, no está en ponerle fácil a estas empresas la huida a otros lugares (“al fin del mundo” si es necesario, como decía Cornella). No entiendo por qué la mejor solución es esa, en lugar de apostar por un camino mucho más constructivo, el de la innovación, que permite retener una mayor parte de la generación de valor dentro del país.
Vale, sé que en ambos casos se pierde empleo, pero hay una diferencia tremenda entre un camino y el otro. La innovación tecnológica suele implicar la sustitución de mano de obra para mejorar la productividad pero introduce una dinámica mucho más proactiva que el sentimiento de impotencia que nos deja (en el tejido social, no en las cúpulas empresariales) la exportación automática de procesos que propone Prahalad. La innovación tecnológica reduce (transitoriamente) puestos de trabajo pero hace posible una reconversión laboral menos trágica; mientras que la deslocalización consentida lo que genera son caídas groseras del empleo que nuestra sociedad no puede permitirse.
Voy a poner un ejemplo concreto de un sector que conozco, el del mueble. Supongamos que de acuerdo a las recetas de Prahalad, deberíamos aconsejar a las empresas de Lucena (por citar un conglomerado importante del sector en España) que “exporten” los procesos de ensamblado de los muebles, que son muy intensivos en mano de obra, a países de Europa del Este. Los cientos de puestos de trabajo “exportados” (o siendo más precisos, destruidos) deberían traducirse, según se desprende de esta teoría, en más competitividad. Yo me pregunto, ¿competitividad para quién? ¿Las empresas de Lucena serán capaces de recuperar el empleo perdido solo quedándose con las fases del proceso más intensivas en conocimiento y menos consumidoras de mano de obra? Mucho me temo que no.
El mismo Cornella en su artículo nos recordaba el hecho evidente de que un porcentaje altísimo de los doctorados en ciencias e ingenierías otorgados en universidades norteamericanas van a parar a países como China, Corea o India. Siendo eso así, entonces cómo esperamos “traducir empleo exportado en empleo local de más calidad” cuando también en esos países va a ser posible completar la generación de valor en toda la cadena.
Esa tesis absurda de que nos vamos quedar con el trabajo más creativo y limpio no se sostiene. La arrogancia europea va a tener su propia cura de humildad cuando se entere que primero se empieza cediendo la industria y después el I+D y todo lo demás. Está claro que el único ganador en esta historia va a ser el capital que emigra sin trabas a donde más rentabilidad encuentra.
Los países (sus gobiernos) seguirán compitiendo entre sí por lograr superávit en sus balanzas de empleo que se producirán a costa de castigar la deseada importación de empleos de otros. Mientras los sistemas políticos y las decisiones sean nacionales, y no haya un gobierno mundial que se encargue de optimizar globalmente, los países seguirán siendo activas “unidades de competitividad”, y negar esto es dar la espalda a la evidencia.
Así que la política liberal que defiende Prahalad no me parece la mejor solución. Creo que hace falta una intervención consciente de los gobiernos para corregir las tendencias del capital a maximizar su rentabilidad a cualquier precio. El reto de las políticas públicas está precisamente en optimizar la conjunción entre los intereses de las empresas y los del país, y lo que yo defiendo no pasa por redoblar los apetitos proteccionistas, ni proteger la industria nacional con barreras absurdas que signifiquen un juego sucio contra (por ejemplo) el derecho genuino del Tercer Mundo a acceder en igualdad de oportunidades a nuestros mercados. Lo que hay que hacer es generar incentivos, sobre todo positivos (aunque no van a bastar las zanahorias), para introducir más innovación en los procesos industriales que atenúen en buena medida la tentación de las empresas a buscar soluciones fáciles basadas en destruir empleo. Hay que apostar por la innovación y solo cuando agotemos esa vía, entonces hablamos de deslocalización.
Y para aquellas empresas que no les quede más remedio que deslocalizar fases del proceso productivo, habrá que prever (y esto es importante) otros tipos de incentivos empresariales que faciliten que el empleo “exportado” se traduzca en nuevo empleo interno generado, o dicho más claro, que el capital “huido” regrese para retribuir a la sociedad donde creció.
No me engaño. Sé que en la industria ya no se hacen cosas tan entrañables. También reconozco que es un trabajo duro, y que es lógico pensar que haya mucha gente que prefiera hacer algo más intelectual o creativo. Pero esa parte más “real” de la producción de riqueza debe permanecer en nuestro imaginario. Fabricar cosas marca el espíritu, acuña la voluntad y nos hace más humildes. Hay que recuperar la industria porque además de ser algo culturalmente sano como sociedad, es un estado de ánimo. Y en términos prácticos es una generadora de empleo difícil de compensar con otras actividades.
Nota: La imagen del post es del album en Flickr de karramarro
Markel
Buena reflexión Amalio. Me gustaría añadir lo siguiente:
El gobierno de cualquier país/región debe garantizar las mejores condiciones de vida para la sociedad y cada uno de los los habitantes, dentro de las posibilidades. Existen diferentes perfiles de personas en todas las regiones del mundo. No todo el mundo está preparado o quiere realizar trabajos más «creativos y limpios». La industria no es sólo una herramienta económica, también es una herramienta social que aporta oportunidades de igualdad y desarrollo a la sociedad.
Un país sin industria verá una tasa de desempleo brutal, y por lo tanto pobreza, misería, indignación.
Amalio Rey
De acuerdo, Markel. Reconocer la diversidad y diversificar las oportunidades (y fuentes de riqueza) es lo que habitualmente caracteriza a las políticas económicas que se hacen con inteligencia. Un saludo
Iván
Hola Amalio. Excelente post sobre un tema de vital importancia, el de la internacionalización. En todos estos temas sigo con mucho interés las opiniones y miradas de Josu Ugarte ( @jugartea ) de Mondragón Internacional. Josu siempre defiende la multilocalización y el mantenimiento de la industria en casa. Desde hace un par de años hay una nueva corriente que sigo con mucho interés y que parece que toma fuerza en EEUU y Reino Unido principalmente, es el reshoring e insourcing, la vuelta de ciertas empresas a fabricar en sus países de origen, abandonando China por ejemplo. En España es algo que ha ocurrido en algunos sectores, sobre todo en trabajos que requieren detalle y un buen acabado. Pero ha pasado en otros sectores e incluso con grandes empresas internacionales que han abandonado China. La globalización tiene esos matices curiosos, primero todo el mundo se va a producir barato y luego se dan cuenta de que igual hay que traer de vuelta muchas de esas empresas industriales a casa. Me gusta leerte sobre un tema que me apasiona como la internacionalización. Un abrazo y gracias como siempre por tus miradas.
Amalio Rey
Sip, Iván, el INsourcing es una tendencia que empieza a observarse en algunos ámbitos. Yo lo veo más como una reacción estratégica, «defensiva», de urgencia, ante la evidencia de que producir en China es «venderse al diablo» (con perdón de la expresión). También influye el hecho tan previsible de que los costes en China están aumentando, y los margenes están dejando de ser tan bestiales como antes. Pero lo que yo defiendo en el post es la idea de que los gobiernos deberían «acelerar» esa tendencia con incentivos y apoyos a la industria. No esperar que eso ocurra de forma natural, sino promoverlo con iniciativas públicas y una política industrial coherente y proactiva. Un abrazo 🙂
Pere Losantos
Amalio, celebro tu post. Desde BCN nos estamos poniendo las pilas con el tema manufacturing, industria y el paso de las smart cities de servicios a las fab cities con producción local de bienes. Lástima que la política energética del gobierno no acompañe con la producción local de energía.
Yo sigo trabajando en el proyecto que en su día comenté ya a julen sobre introducir en las escuelas la fabricación mediante cooperativas -productos de verdad, no hacer collares o flores- aprovechando la eclosión de fablabs y makerspaces varios. Ya te contaré, pero lo que tengo claro es que el aprendizaje «learning by making» es mucho más atractivo para todos.
Pere Losantos
Por cierto, también las personas antisistema o que proponen sistemas alternativos entran en el debate de la fabricación, la economía circular y el aprovechamiento de los recursos. Este taller cerca de Barcelona en una colonia recuperada será muy interesante, por inusual y alternativo en todos los sentidos.
https://calafou.org/es/content/extrudme-2014-es-0
Amalio Rey
Gracias, Pere. Ya sabes que te sigo las pistas,y aprecio muchisimo esa linea de trabajo. Todo lo que cuentas sobre Fab Lab me parece muy interesante. Un abrazo