La endémica (y enésima) desconfianza de la izquierda (post-420)
En estos días se está escenificando un episodio más de los desencuentros públicos de (personajes mediáticos de) la izquierda, que nos recuerdan a tantas situaciones parecidas del pasado. Que vaya por delante que a mí los debates, la dialéctica y la transparencia pública de la discrepancia me parecen un ejercicio sano y necesario. Ya he escrito que el buenrollismo y la búsqueda forzada de la uniformidad son prácticas nefastas que sólo conducen a castillos de arena.
Así que los desencuentros, per se, no me molestan, ni me soprenden en absoluto. Lo que me cuesta entender es el desgaste absurdo que produce tirarse los trastos en un diálogo de sordos, sobre todo cuando se respira mucha testosterona en el ambiente y una indisimulada obsesión por marcar territorios al estilo de la vieja política. De los unos y de los otros.
Bastante difícil lo tienen los salmones que luchan siempre río arriba, contra corriente, para que además se peleen entre ellos, poniéndoselo a huevo al oso que se afila los dientes. Sé que hay distancias insalvables que son incompatibles, pero otras tan ridículas que parecen caprichosas y sólo sirven para equivocarse de enemigo.
A lo que iba. No está demostrado, que yo sepa, ni puedo aportar evidencias que demuestren la tesis de este post: la izquierda tiende a desconfiar más de sus afines, de “su” gente, que otras inclinaciones políticas. Escudriñar con suspicacia al compañero es una práctica tan común y recurrente por estos barrios, que parece un rasgo endémico, que le viene de fábrica.
Aún cuando no se pueda demostrar mi intuición de que las personas (y los partidos) de izquierda tienden más a desconfiar de sus similares que los de otras tendencias políticas, o incluso constatándose que esa hipótesis fuera incorrecta; me sigue interesando saber por qué la gente de izquierda desconfía tanto de los suyos.
A ver, la desconfianza es un rasgo humano, bastante natural, pero hay grados. Lo que me resulta paradójico es que “ser de izquierdas” (al menos como yo lo veo, o quiero verlo) debería significar que se confíe más en las personas, o sea, creer que las personas son buenas por naturaleza a menos que se demuestre lo contrario. Creo que esa premisa marca una gran diferencia en la forma de hacer política y es uno de los signos distintivos del comportamiento con el que yo simpatizo. Por eso me choca tanto que la izquierda mediática, visible e institucionalizada se empeñe en traicionar ese patrón.
Me he preguntado por qué, y creo haber llegado a alguna conclusión. Mi lectura no es académica, ni de politólogo, sino el resultado de mi propia experiencia, y de observarme a mí mismo cómo gestiono ese dilema. Al grano. La desconfianza crónica de la izquierda consigo misma creo que puede deberse al efecto combinado de dos factores:
- El pasado ha dejado un trazo de decepciones difícil de borrar: Un largo historial de frustraciones en torno a falsas confluencias parece invitar antes a dudar que a confiar. Tantos chascos por maniobras oportunistas y demagógicas se llevan como losas en la mochila. Personajes supuestamente modélicos que después nos salieron ranas, dejaron su trazo de paranoia y explican en parte que el personal se ponga mosca. Es así como trasladamos en el subconsciente la experiencia del pasado al futuro, y alimentamos el círculo vicioso de la profecía autocumplida. Eso puede que pase en todos los barrios de la política, pero el idealismo pasional de la izquierda hace que las heridas sean más hondas y con más memoria.
- La retórica purista y tiquismiquis de la izquierda fomenta la suspicacia: La clave puede estar aquí. Se pone el listón de la ortodoxia de izquierdas a un nivel que sabemos que no se puede cumplir, que sólo es viable como ejercicio retórico, pero que aún así, se sigue usando (no me lo explico) para juzgar y etiquetar. El “molde” que se utiliza para atribuir carnets de izquierda es rígido, impoluto, deshumanizado, y es el que se usa para juzgar el pedigrí de los potenciales compañeros de viaje. Lo triste de todo esto es que forma parte de un triste ejercicio de hipocresía, porque a nivel personal, sabemos de sobra que ese “modelo ideal” de persona/entidad-pura-de-izquierdas es imposible de cumplir, bien porque los humanos normales tenemos debilidades y puntos ciegos (y menos mal) o bien porque nuestro comportamiento suele estar condicionado en parte por lo que este sistema (de derechas) nos deja hacer. La sombra de la suspicacia se extiende así: “Oye, éste tan bueno no puede ser, porque yo sé que no se puede ser tan bueno”. Es un problema de listón, del listón tiquismiquis: como es tan difícil alcanzarlo, se intenta disimular esa frustración con más retórica y más demagogia, apostolando sobre lo que “debe” ser, mientras se vive la realidad cada vez desde más lejos. Primero de cara a la galería y después, de tanto repetir postureo, la desconexión se metaboliza y perpetúa.
Ante el primer problema (el de la memoria aprensiva), déjadme echar mano del sentido común: “para confiar, sólo hay que empezar confiando” porque esa actitud positiva genera un círculo virtuoso que ayuda a desconectarse de las decepciones del pasado. Pero lo que vemos ahora es gente con el microscopio hurgando en el curriculum del compañero, poniendo etiquetas y esperando, siempre esperando, que sea el otro quien tome la iniciativa de ofrecerse. Y en algunos barrios, que despertaron (y despiertan) muchas esperanzas, empiezan a notarse signos de arrogancia, dando lecciones a tutiplen mientras agitan la foto vieja (esa que se pretende superar) como prueba de que el de al lado no es socio de fiar. Ante eso, insisto, lo que cuenta es lo que se haga a partir de ahora.
Para el segundo problema (el de la retórica perfeccionista), que me parece el más soterrado y del que menos consciencia se tiene, es hora de aprender a aceptar con naturalidad las contradicciones, sustituyendo ese patrón purista que se usa para filtrar o acreditar la integridad de la izquierda, por un perfil menos uniforme y más humanista e imperfecto. Dentro de la izquierda cabe la diversidad, que se necesita como el agua porque es higiénica. Los maximalismos identitarios siempre incitan a la falsedad, y ésta a la desconfianza. Ya va siendo hora de tratarnos mejor a nosotros mismos.
Nota: La imagen del post es del album de Sanhueza en Flickr
Guillermo
Amalio, algunos, los nuevos 🙂 , están haciendo el esfuerzo de encontrar ese discurso en positivo.
http://iniciativadebate.org/2014/09/16/entrevista-a-pablo-iglesias-lider-de-podemos-el-cambio-politico-es-posible-en-espana-y-podemos-sera-determinante/
El Partido X tambíen se enfoca en la acción. Luego está el problema de hasta que punto resulta creible, a mi particularmente me está empezando a convencer.
Estoy totalmente de acuerdo con Pau en cuanto a su visión de que lo que plantea es un mal de la izquierda. El mal de la derecha es el de la sociedad neoliberal, hacemos cosas sin plantearnos lo bueno o malo que es para nosotros y para la sociedad, lo hacemos “porque es así”, en este punto recuerdo lo que decía el maestro Zen, “recordad que actividad no significa movimiento” … pero hay que moverse, está claro, y la izquierda tiene que cambiar de actitud en este sentido. Lo curioso es que el fundamento del marxismo, el materialismo histórico, va de reconocer la realidad y de cambiarla con la acción.
Pau
El purismo tiquismiquis es el arma preferida de los vagos, de los cobardes, de los que nunca se arremangarán la camisa y se meterán en el fango de cambiar el mundo. Como ellos, desde la barrera de la teoría, pueden pontificar con excelsa pulcritud, consideran sucios a aquellos que sí se manchan porque sí hacen. Es un mal de la izquierda básicamente porque en la derecha (neo)liberal este tipo de personajes no tienen mercado, nunca mejor dicho, puesto que no sirven para nada y por tanto en nada les influye.
El asunto es cómo deja la gente de izquierdas que esta casta (porque son casta) de puristas, tiquismiquis, iluminados, eternos redentores morales con cargo y viviendo de dar la chapa como catedráticos imponga su modo de no-hacer, pasando por encima de algo que debería ser moneda común de todo aquél/lla que se considere de izquierdas, y que es la tolerancia.
Juzguemos los actos cuando ya estén hechos y tengamos la información completa para hacerlo. Curarse en salud denostando cada novedad por si esta fracasa y evitar así la frustración y -sobre todo- poder gritar “¡ya os lo dije!” es de necios, y hasta que no treatemos públicamente como tales a quienes esto hacen, ahí seguirán.
Abrazo.
Amalio Rey
Hola, Pau:
Gracias por pasarte. Es cierto que hay mucha teoría bonita, que yo diría tediosa, por lineal y retórica. Y lo que dices de la comparación con la derecha, das en el clavo: “si no sirven, no tienen mercado, y no valen nada”.
Sin embargo, en el barrio del otro lado, el discursito pasional se cotiza bien, y tiene muchos adeptos, aunque nada tenga que ver con la realidad.
El desafío de la tolerancia, o sea, de la diversidad (incluso más allá de la “tolerancia”, la “integración”) solo se va a resolver mediante una política de hechos consumados, o sea, con una notable vocación ejecutiva. Quiero decir: dejarnos de milongas, y que los hechos vayan por delante de las palabras. Si eso se consigue, si los hechos valen por si mismos, nadie hará caso a los charlatanes.
un abrazo
Guillermo
Hacía tiempo que no pasaba por aquí, pero no he olvidado que siempre he estado agusto 🙂
Como siempre, oportuna y apropiada tu reflexión, me ha recordado algo que pensé ante las declaraciones de Willy Toledo sobre podemos.
http://www.publico.es/politica/540671/willy-toledo-reniega-de-podemos-por-el-cinismo-de-sus-lideres
Que recuerda al segundo factor que planteas, sobre la retórica purista. Cuando leí las declaraciones de Toledo pensé otra cosa, que hay mucha gente de la izquierda que vive muy bien con una izquierda en la sombra, con una izquierda que sirva únicamente para fastidiar al poder, pero con ninguna intención de estar en el poder para cambiar realmente las cosas, porque en ese caso su “papel” carecería de sentido. Esta actitud la asocio con la de “las madres teresas” que no quieren que nada cambie para poder seguir siendo útiles.
Amalio Rey
Hola, Guillermo:
Me alegra verte por aqui de nuevo. De acuerdo con esa visión de la izquierda que se siente mucho más cómoda instalada en el discurso del “no” y de la “destrucción”, que en una postura positiva y de creación. Comentaba el otro día en un post de otro bloguero que la izquierda empieza a entender lo que “no” quiere, pero todavía no ha definiido bien lo que busca, lo que propone, su propuesta en afirmativo. Sin un discurso en positivo, no hay nada que hacer.
Obviamente, las alternativas de poder no casan bien con la retorica maximalista.
Pagano
Un tema muy importante este!
No hai que olvidarse de otro motivo muy poderoso: la competencia. Los partidos de izquierda tienen, en general, un “aire” a religión monoteista, algo así como el ganador se lo lleva todo. No suelen admitir la posibilidad de cohabitar con otro partido de izquierda
Amalio Rey
Lo del “ganador se lo lleva todo” es un cancer recurrente. El problema de fondo es que se entiende la política en términos de chiringuitos de poder. No de transformación social.