Dos escuelas de interpretación del mundo, y el mal del experto
POST Nº604
Los expertos han estudiado tanto el pasado, tienen tanta experiencia sobre lo ocurrido hasta ahora, que tienden a extrapolar ese conocimiento a la interpretación del futuro. De ahí que es bastante difícil que los procesos genuinamente transformadores sean liderados por expertos. Por la misma razón, las revoluciones las hacen mayoritariamente los jóvenes porque su supuesta ignorancia les permite ver como variables, factores que para la gente con experiencia son constantes.
Cuento esto porque leí, hace unos meses, una entrevista a alguien que, con merecimiento, se considera un respetado experto en gestión pública, en la que decía:
“Hay que tener cuidado con estas técnicas [se refería al empoderamiento del personal y el carácter más participativo por el que aboga la llamada Holocracia], porque a nivel general no son aplicables. La Administración Pública tiene que ser jerárquica; quien manda son los políticos y los funcionarios tienen que obedecer. Pero, en cambio, en los funcionamientos más internos sí que sería necesario implementar estas técnicas. Es una combinación complicada. Lo que ocurre es que hay quienes se emocionan y quieren que toda la Administración Pública funcione de forma casi asamblearia, y eso no puede ser. A nivel macro, el modo jerárquico es el que manda, pero a nivel más micro sí sería muy beneficioso”.
Me sorprendió esa afirmación, planteada así (“estas técnicas a nivel general no son aplicables”), en la boca de un especialista que predica constantemente, y con buenos argumentos, por la innovación en el ámbito público. No sé si eso es lo que quería decir, o se debe a un error de transcripción. Una compañera me decía que, efectivamente, era una frase muy negativa que daba buenas excusas para no abordar el cambio que se necesita, incluyendo el “nivel más macro”, que pide a gritos un revolcón importante.
Pero ajustándome a lo publicado, tengo que decir que esa forma de interpretar la realidad no es en absoluto un hecho aislado, sino un filtro muy típico de los expertos (entre los que me incluyo, en lo mío, porque nadie me salva de caer en el mismo sesgo), que condiciona bastante la predisposición a atreverse a transformar el presente, como comenté al inicio del post.
Lo que me preocupa de esta postura, que llamaría escuela “posibilista”, es que, como ese experto que citaba, tiene un relato atractivo porque destila un aroma realista, terrenal, que se asienta en la experiencia demostrada de quien defiende ese tipo de hipótesis. Prestamos mucha atención a alguien que, en medio de tanta retórica y futuro impostado, te cuenta la realidad tal como la ve. Cuando una persona con credibilidad viene y te dice, con buenos argumentos: “dejaos de tonterías, que eso no es aplicable, porque la realidad funciona tal y tal…”, es fácil que uno levante las orejas y le entre el complejo del soñador ingenuo que peca de no tener los pies en la tierra. Se nos queda una cara de (con perdón) gilipollas por exceso de inocencia, mientras sentimos admiración hacia esa persona que sí sabe ver la realidad “tal como es”.
Las posturas “realistas” tienen, a menudo, la razón, pero, a pesar de su aparente consistencia, fallan con frecuencia a la hora de concebir la posibilidad de escenarios alternativos a esa realidad de la que son expertos. Si uno pone atención, descubre en esos discursos un montón de premisas, que se dan por válidas e inamovibles, pero que se pueden cuestionar perfectamente. Si interpretamos la realidad usando los moldes ya conocidos, los hegemónicos, es lógico que cualquier cosa diferente o rompedora que hagamos, no encaje en ellos. Y lo que es peor, si el intento de cambio fracasa, puede ser porque usamos el molde o filtro equivocado, y no porque el cambio buscado fuera inviable.
Cambiar el filtro, en este sentido, me parece extremadamente importante si queremos tener alguna opción de transformar cosas esenciales que se resisten y no funcionan bien. Insisto, una cosa es lo que ocurre hoy, y otra, lo que queremos (y podemos intentar) que ocurra. Por ejemplo, si damos por buena, como una premisa, esa idea de que “la administración tiene que ser jerárquica; quien manda son los políticos y los funcionarios tienen que obedecer “, porque es eso lo que hemos visto hasta hoy y es el paradigma dominante actual, entonces, la energía transformadora va a quedar muy debilitada. Ya es complicado navegar río arriba para, además, hacerlo pensando que es un imposible.
Los paradigmas mentales pueden ser muy traicioneros, y si están basados en la experiencia, como casi siempre, pueden llevarnos a posturas conservadoras, que preserven el status-quo. La historia está plagada de ejemplos de supuestos imposibles que después se dieron; desde el derecho al voto de las mujeres, a la destrucción creativa de Internet en muchos sectores, o la normalización de gais y lesbianas en cargos públicos de gran relevancia.
Volviendo al tema inicial, no digo que la administración vaya a ser totalmente “holocrática”. Tampoco descarto que algún día pueda llegar a serlo porque la historia está repleta de disrupciones que, vistas en perspectiva, han dejado en ridículo a prominentes expertos que aseguraron en su día, de forma tajante, que eso jamás ocurriría. Sin embargo, creo que hay escenarios intermedios, más abiertos a la posibilidad de reinventar el presente, que invitan a ser menos rotundos a la hora de descartar posibilidades.
Por eso, cada vez que me veo dando por buenos, por constantes, atributos del presente, intento hacer el ejercicio de cuestionármelo, para asegurarme que no estoy siendo demasiado “posibilista”. Creo que tenemos el deber de explorar el atrevimiento de la escuela alternativa, la de preguntarnos si esa realidad tiene que ser así o se puede cambiar.
En definitiva, mucha gente se limita (la primera escuela) a intentar encajar las soluciones en “lo que hay ahora“, sin darse cuenta que el reto está en cuestionarse esa premisa, y cambiar precisamente las condiciones para conseguir “lo que queremos que haya“. Mientras escribo esto, me acuerdo de las veces que he leído al bueno de Ricardo Amaste una idea parecida, ¿eh, Richi?
Todo esto puede sonar a retórica, pero nada más lejos de la realidad. Cambiar las gafas de una escuela por la otra o, como mínimo, intercambiárselas, puede significar un cambio radical en cómo interpretamos el mundo. Sé que, a más edad tengo, más probable es que caiga en la trampa posibilista porque los años tienden a hacernos más escépticos. Por eso me obligo a cuestionarme, por sistema, cualquier constante que me vendan como premisa ineludible. A menudo termino confirmando que, efectivamente, son constantes que hay que respetar, pero a veces descubro que es un corsé del que vale la pena liberarse para poder abrirme a nuevas posibilidades.
Como decía el sabio de Silvio Rodríguez, en su Resumen de Noticias, “yo he preferido hablar de cosas imposibles porque de lo posible se sabe demasiado”. Ahí lo dejo 🙂
1 Comments