Nunca debimos cerrar nuestra pequeña tienda

POST Nº609
Leía, el otro día, un buen post de José Alcántara, en el que sugería que para crear una web más abierta, todos tenemos que poner de nuestra parte y “salir de la comodidad”. Tiene razón cuando dice que en esta Internet de hoy, cada vez más oligopólica, nuestras “migas de pan son parte del mapa”, así que está en nuestras manos hacer cosas para intentar ser menos intermediados por los Google, Facebook y Co., quienes, ya sabemos, se sirven de la web para sus propios intereses.
José lo explica así:
“Si no te gusta cómo cambian las cosas y sientes que de verdad te incumbe y te importa, la opción que tienes es la de ayudar a construir algo mejor (…) Cuando Internet se limita a estructurar tus interacciones mediante las reglas de un puñado de servicios cuyo único objetivo es extraer toda la información posible sobre ti para espiarte, incluso aunque la única motivación sea puramente comercial (esto es, para calzarte anuncios que te separen mejor de tu dinero), contribuir a la diversidad aportando al margen de esos esquemas centralizados es cada vez más importante”.
Después, dí con otro artículo del diseñador Javier Cañada, que ahonda en la misma idea de proteger nuestra autonomía, a propósito de la decisión repentina de Medium de crear “muros de pago” para restringir el acceso a algunos de sus contenidos, con lo que se suma a las prácticas de abuso de posición que ya son tan comunes en gigantes como Facebook, LinkedIn, Twitter, Google y otros, que suelen cambiar las condiciones de uso cada vez que les interesa, sin que podamos hacer nada con nuestros contenidos que han quedado atrapados en sus redes.
Estas plataformas están continuamente experimentando en sus modelos de negocio para optimizar sus beneficios (más si cotizan en Bolsa), y lo hacen explotando nuestros contenidos. Si los creas y alojas allí, tienes que saber que ya no son tuyos. Si no dispones, por ejemplo, de un dominio personalizado, eso compromete claramente tu independencia. No conservas tus URL, y contribuyes así a una mayor centralización de Internet y del poder editorial de unos pocos.
Por eso es mucho mejor preservar nuestra propia casa, utilizar plataformas abiertas, de software libre, gestionadas por comunidades, como WordPress, y usar un proveedor de hosting al que le pagamos para que nos dé ese servicio, de tal manera que seamos nosotros los únicos dueños del sitio y de los contenidos que publicamos. Claro, después hay que atraer a las audiencias porque no estás en donde está el mainstream, pero, como dice Alcántara, tampoco hace falta eso:
“Participar de esa web indie nunca será mayoritario. Pero, ¿qué más da? Lo importante es que la puerta siga abierta para quien quiera cruzarla. Me gusta pensar que ése es parte del valor de mi blog, y de tantos otros que siguen escribiéndose aun cuando el invento ya no sea tendencia (…) En una web sin rumbo, tus migas de pan son parte del mapa y de la cartografía. Elegir dónde depositarlas es una decisión a la dedicamos menos tiempo del que deberíamos”.
Por eso, insiste Javier Cañada, con mucha razón, que “necesitamos volver a adueñarnos de nuestros contenidos” para proteger esa autonomía que estamos perdiendo. Una forma de conseguirlo es, como ya decía, regresar a los blogs para “abrazar lecturas más tranquilas y conscientes”, sabiendo que ese altavoz es tuyo, y no te lo va a quitar nadie.
El modo en que lo cuenta Cañada, pensando en el caso de Medium (pero es un modus operandi que cabe a todos, bien hoy, o bien mañana), me parece muy persuasivo, así que lo cito. Mejor explicado imposible:
“Le dimos a grandes corporaciones todo nuestro contenido, nuestros mensajes, pensamientos, reflexiones, el valor de nuestro conocimiento. Y comerciaron con él. Nos prometieron más audiencia a cambio de alojarlo ellos. Nos lo pusieron fácil y nos sedujeron (…) Al principio todo era sencillo, limpio y gratuito. Después pusieron publicidad en nuestro contenido. Luego lo reordenaron mediante algoritmos para priorizar el que enganchase más a sus audiencias, que nunca fueron las nuestras. Por último, lo hicieron de pago, lo revendieron. De pago para quien lo ve y de pago para quien quiere lograr que se vea más. Decidimos distribuir nuestro pequeño producto artesanal y de calidad en grandes superficies. Ellos eligieron el lineal, la estantería y el precio; lo cambian a su antojo. Te destacan o te entierran según su interés. Sólo pagando podemos darle visibilidad. Nunca debimos cerrar nuestra pequeña tienda”.
En efecto, me parece especialmente clarividente establecer esa equivalencia entre lo que pasa con Internet y el negocio tradicional. Lo mismo que ocurre con el oligopolio de la web y nuestra tendencia a acomodarnos en sus redes centralizadas, va a pasar con Amazon, y su fabulosa capacidad de colonización de los canales de distribución. Algo de eso cuento aquí, porque al final no cabe otra que seguir insistiendo en la importancia del consumo como opción política.
Todo esto, aunque no lo parezca, va de cómo en última instancia se distribuye el poder, o sea, de política 🙂