La moda pandémica de renunciar a la anticipación
POST Nº 662
Tuve el otro día un encendido debate con una compañera a propósito de un artículo de Juan José Millás, Tigre de Papel, que me pasó como prueba irrefutable del futuro que nos espera. Es de febrero de 2020, pero apunta a la misma tesis, tan de moda con la Covid, de que debemos vivir estupendos en la incertidumbre, surfeando y surfeando, a verlas venir. Ya he dicho que, definitivamente, no compro ese cuento postpandémico del VUCA-para-todo.
Por decirlo corto y rápido: el hype del surfeo sin anticipación, el de apostar todo a la resiliencia a posteriori, no resiste a la evidencia de que, incluso en un entorno que acelera los cambios, la inmensa mayoría de nuestras decisiones siguen tendiendo a ser mejores si se basan en las probabilidades, o sea, en un examen que ayude a anticipar escenarios y a estimar qué tan posible es que ocurra un evento u otro. Nadie niega que hay sucesos que escapan a la previsión, auténticos cisnes negros con un gran impacto, pero son la excepción que confirman la regla. Incluso detrás de ellos, incluida la propia pandemia de la Covid, uno descubre que ya había un grupo de personas bien informadas que sí preveían que un evento así podía producirse y nos invitaban a prepararnos ante sus consecuencias.
Querer saber con algún grado de certeza lo que es más probable que ocurra en el futuro no es solo una lógica aspiración humana, sino también una posibilidad que es factible en la mayoría de los casos. Se puede fallar estrepitosamente en algunos pronósticos puntuales pero si el análisis se hace bien y las decisiones se alinean con los sucesos más probables que nos convienen, el acumulado de resultados en el tiempo va a ser mucho más positivo que si nos creemos a pie de puntillas el mantra de la aleatoriedad y el “déjate llevar que no vas a poder prever nada”.
Volviendo al artículo de Millás, su tesis principal es que “los peores miedos proceden de la anticipación”, un mensaje que como mínimo suena sugerente. Es verdad, como dice el periodista, que a menudo nos “pasamos la vida imaginando catástrofes que nunca sucedieron” y que de no haberlo hecho así, hubiéramos podido ahorrarnos toda esa angustia y sufrimiento. Sintonizo también con ejemplos que él pone de que ha anticipado “cánceres que no se manifestaron y accidentes que no se produjeron” y que, sin embargo, su vida está “llena de desastres reales” que no pasaron nunca por su cabeza antes de que ocurrieran de verdad. Hasta ahí, todo bien. Quiero decir, no conviene dramatizar, ni inventarse eventos negativos sin evidencias, que solo producen angustia. Claro, siempre y cuando (y aquí viene lo importante) uno no pueda hacer nada para reducir de forma significativa la probabilidad de que sucedan en el caso de estemos haciendo cosas que la aumenten innecesariamente.
Millás se empantana más cuando extiende su teoría a lo colectivo. Dice: “¿A quién se le ocurrió, por ejemplo, la llegada de la crisis económica de 2008? A nadie. Vino de un día para otro y habitó entre nosotros (…) Lo que venimos denominando el ‘conflicto catalán’ se presentó también en 24 horas. Un miércoles había un 10% de independentistas y el jueves habían crecido hasta el 48%. De súbito, el vecino al que pasabas a pedirle una tacita de sal se convirtió en un adversario con el que evitabas coincidir en el ascensor. Todo ello sin que ningún analista político o vidente se hubieran atrevido a predecirlo. Penábamos por otros asuntos, no por ese”. Y, entonces, vuelve a repetir la misma frase: “Los peores miedos proceden de la anticipación”.
Es cierto que, como dice, el futuro “nunca es como lo habíamos imaginado”, pero sí que podemos aproximarnos a él en ciertos aspectos o tendencias que nos ayudarían a prepararnos mejor. Renunciar a eso, más cuando hablamos de la escala colectiva, sería insensato e irresponsable.
Si uno se detiene en el análisis de Millás se da cuenta, sin mucho esfuerzo, que cae en uno de los atajos mentales más estudiados, el sesgo de confirmación, que consiste en la tendencia a buscar, interpretar y ponderar selectivamente aquella información que respalda nuestros prejuicios y creencias. Y al mismo tiempo, a ignorar aquella que la contradice. Veamos.
Tanto la crisis de 2008 como el conflicto catalán se hubieran podido evitar (o atenuar significativamente) con una adecuada previsión. En ambos casos había voces muy notables que alertaban de esos riesgos, que insistían en la evidencia de que estábamos contribuyendo, con políticas y comportamientos concretos, a multiplicar las probabilidades de que eso ocurriera. Y nadie los escuchó. No fueron eventos imprevisibles, sino posibilidades ignoradas por políticas fallidas. Tanto en un caso como en el otro, si nos hubiéramos anticipado bien, el resultado y el impacto habría sido muy distinto. Es absurdo achacar lo que sucedió al azar repentino.
Por otra parte, hay sesgo de confirmación en el mensaje de Millás porque solo habla de lo que (según él) no fuimos capaces de anticipar, pero pasa por alto la cantidad de problemas que conseguimos sortear gracias a un buen diagnóstico previo. En el artículo se queja de las angustias que podía haberse ahorrado por adelantarse a cosas que no le pasaron, pero nada dice de las que se evitó por hacer una buena anticipación, que habrán sido muchas. Si añadimos esta lectura, podíamos complementar a Millás con este segundo mensaje: “Las peores desgracias proceden de la falta de anticipación”. Y si todavía dudas que sean las peores, al menos estarás de acuerdo conmigo que son las que más duelen porque se te queda la cara de tonto incompetente de saber que hubieras podido evitarlas.
Que Millás piense eso no es lo importante. Lo traigo al post porque ese relato incide en el hype de bienvenida-la-incertidumbre, en el mensaje tan extendido tras la Covid de “no puedes prever nada” y su consiguiente corolario que devalúa el análisis predictivo, el pensamiento estratégico, y que vende (todo sea dicho) la filosofía agilista llevada al extremo de “no pienses, prueba, experimenta”. El ensayo-error como receta universal.
Está de más que diga, pero lo voy a dejar en blanco y negro, que pretender controlar demasiado es una práctica poco saludable. Esto cabe tanto para los asuntos individuales como los colectivos. Pero de ahí a criticar la anticipación hay un buen trecho porque gracias a ella se evitan muchos problemas. No se trata de ignorarla, sino de que sea selectiva, que se use para lo que realmente vale la pena. Siempre nos inventaremos sucesos que no van a ocurrir, pero es el peaje que hay que pagar por saber anticiparnos a eventos reales.
La compañera con la que debatí este asunto se definía a sí misma, con cierta amargura, como “bombera de fuegos futuros” y entonces le invité a plantearlo en positivo, que pensara en la cantidad de fuegos que había evitado gracias a ser así. Lo más conveniente es gestionar la vida, y las organizaciones, por probabilidades. Por mucho que insistan con la cantinela del VUCA, eso no ha cambiado en absoluto. La prevención, e incluso el miedo (en su lectura positiva), deben incorporar las probabilidades.
Ni agoreros, ni kamikazes. La improvisación está sobrevalorada. Y lo curioso es que nos volvemos unos críticos implacables con la de los otros, mientras justificamos la nuestra, que vendemos envuelta en creatividad. Al mismo Juan José Millás, que respeto mucho, le he leído un montón de artículos criticando a distintos gobiernos y autoridades públicas por no anticiparse a fallos o errores que se demostraron socialmente costosos.
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David Sergio Rossi
Interesante el análisis. Desde mi punto de vista, el manejo de la propia vida no es comparable al de una organización, tratarlas de manera análoga lo veo como un sesgo profesional. El análisis de riesgo y la planificación en una organización es fundamental, mientras que en la vida personal manejamos parámetros emocionales mucho más intensos que desbaratan cualquier control. En mi vida personal no recuerdo haber planificado nada, y las pocas veces que creí controlar algo, la realidad me mostró lo falso de mi creencia.
Comparto la crítica a esa actitud desenfadada de quienes aparentan moverse sin rumbo alguno. pero, a mi entender, no es auténtico y lo que hacen es seguir una postura que está de moda, pero cuando las papas queman, buscan seguridad y control.
Amalio Rey
David, de acuerdo con diferenciar entre la gestión de organizaciones y la vida personal. Yo también insisto mucho en eso porque hay una mezcolanza bastante penosa. Sin embargo, tal vez discrepe con la rotundidad con que afirmas que las emociones “desbaratan cualquier control”. En mi vida personal claro que he planificado cosas. Algunas han salido y otras no. La palabra “planificar” suena un poco arcaica, pero lo que pretendo decir es que: 1) reflexionamos sobre la vida con perspectiva, sobre qué podemos y debemos hacer con ella a medio y largo plazo, 2) elegimos proyectos que decidimos cultivar y cuidar (a costa de otros que no valen la pena), 3) pensamos sobre nuestras emociones, para mejorarlas a través de mejores pensamientos (el juego de palabras tiene todo el sentido). En fin, yo no hablo de planificar sino de anticipar y prever. Algo de eso también hay que hacer en la vida personal, ¿no crees que es así?
David Sergio Rossi
Mhh, no se. Estoy de acuerdo con los puntos 1 a 3, eso es vivir. ¿Pero es anticipar y prever?
Amalio Rey
Sip, David, porque esa reflexión no solo tiene en cuenta lo que deseas, sino que demanda cierto análisis de escenarios y de probabilidades, si uno quiere ser medianamente realista. OJO, lo que llamamos “vida personal” incluye también nuestros itinerarios de aprendizaje, las relaciones que decidimos priorizar, el sitio que elegimos para vivir, el tipo de trabajo que más nos conviene, etc. Muchas de esas decisiones tienen una dimensión racional, además de emocional. Y a menudo hacemos bien en desconfiar de las emociones para ciertas elecciones.
David Sergio Rossi
La relación emoción-razón esta llena de matices y ponderar una u otra depende de múltiples variables. No hay reglas. Para mí, cada uno tiene que trabajar cada aspecto (emocional o racional) dependiendo de sus sesgos, quien se haya formado en un ámbito que prioriza la razón, le convendría trabajar el darle bolilla a sus emociones y viceversa. Todo practicamos ambos en mayor o menor medida, así que eso es inevitable. Con lo cual, ¿qué es lo que estamos planteando? ¿que es mejor priorizar la razón a la emoción?
Amalio Rey
Es evidente que no estoy proponiendo esa priorización. Opino parecido a ti, que hay que buscar el equilibrio así que conviene corregir sesgos según cojeras. Hay ciertas decisiones que necesitan de mucha carga analítica. Otras son más emocionales. El tipo importa para calibrar las dosis. Lo que digo en el post es que no se puede vivir ajenos a las probabilidades o pensando que al ser todo imprevisible mejor no intervenir, o desistir a la previsión. Dije lo que dije al leer tu idea del descontrol inevitable 🙂
Jorge Martínez
Comparto la reflexión de Amalio…….de ahí la diferencia entre hacer un plan estratégico e impulsar un proceso de reflexión estratégica……hay que anticipar y a prender (Desarollo Organizativo ) para lo previsible de lo no previsible.
Amalio Rey
Hola, Jorge. En efecto, a mí lo que me gusta es la reflexión estratégica. Tiene valor en sí misma. Ayuda a mejorar la luz larga 🙂
Ricardo Antón Troyas
Amalio, al final del post has vuelto a sacar a pasear uno de tus sesgos, que te lleva a soler vincular la creatividad con alguna otra cosa que tu entiendes como no muy positiva. En este caso: “justificamos la nuestra [improvisación], que vendemos envuelta en creatividad”. También hay mucha y buena creatividad en ejercicios anticipatorios relacionados con el diseño especulativo, la arqueología de futuros o la propia ciencia ficción.
Amalio Rey
Siento que has leído mal, Richi. Cuando digo que se justifica la improvisación (no cualquiera, la que consiste en no anticipar cuando puede y debe hacerse) con creatividad, me refiero precisamente a que la creatividad es buena, es una virtud, y como tal sirve de camuflaje para no dedicar tiempo al análisis tranquilo y previsor. Si lees bien, sin buscar sesgos o ideas preconcebidas, te darías cuenta que en ningún momento critico la creatividad, y menos si la usas precisamente para lo que yo echo en falta: pensar en el futuro para prepararse mejor. Mi post va de eso, no de lo que tú has leído, amigo. En resumen: que yo diga que se usa la (estupenda) creatividad como coartada para esconder falta de previsión y análisis, no significa en absoluto que no haya creatividad en los ejercicios anticipatorios. No entiendo bien por qué lo has interpretado así. Te invito a leerme de nuevo, porfa. Que tengas un buen finde, Richi
Ricardo Antón Troyas
Sin más Amalio, puede que sea por la hora de la siesta 😉
Creo que todo el texto gira en torno a la dicotomía improvisación/ planificación y lo que propones es un sensato equilibrio adaptativo entre ambas. Pero me ha resultado extraña esa alusion final a la creatividad como coartada, cuando en el resto del post no se alude a ella. Es un detalle sin importancia en el conjunto, pero me ha llamado la atención.