¿Cuánto de pasión y cuánto de ansiedad hay en tu ambición?
POST Nº 653
Mi hijo mayor me contó de un amigo que sentía cierta amargura por haber pasado su primer año de universidad demasiado obsesionado con sacar las notas más altas posibles. Las consiguió, con varias matrículas de honor, pero pensaba que “no había disfrutado de la vida universitaria” como debería haber hecho. Estaba arrepentido porque cuando se dio cuenta y quiso cambiar de enfoque, vino la Covid, casi todo pasó a modo virtual, y se acabó ese ambiente tan único que sólo se vive en los campus. Le estuve dando vueltas a la anécdota, pensando que no todo el mundo es tan sabio -y menos a esas edades- para darse cuenta y recapacitar a tiempo.
Después, casualmente, me encontré este artículo de Katie Heaney, en la revista The Cut, que plantea un dilema parecido y que resumo en la pregunta que sirve de título del post. Se trata de una cuestión que hay que explorar con honestidad en cualquier viaje de autoconocimiento. Según cómo se responda, y si se hace a tiempo, podemos evitarnos muchas tonteras obsesivas que se terminan pagando de alguna manera.
Intentaré hacer mi propia lectura de las principales ideas de la autora del artículo, a ver si consigo hacerte pensar. Dice Heaney que ella no necesita en absoluto que le digan qué hacer, pero sí agradecería tener a mano a alguna persona de confianza que le avise cuándo ha hecho lo suficiente y debería parar. Y que en el fondo de esa necesidad radica la duda de no saber cuánto de nuestro trabajo está motivado por un impulso genuino, y cuánto por alguna forma de miedo o ansiedad. No sé a ti, pero fue leer eso, y me entró un tembleque neuronal 🙂
Estamos todo el tiempo corriendo, tratando de llegar a sitios que no se sabe bien si valen la pena, ansiosos por nuestra mortalidad y la ética del trabajo, poniendo umbrales altos a nuestra producción creativa, con bastante autoexigencia; pero si paráramos un momento para hacernos la pregunta del tembleque, igual podíamos descubrir que una buena parte de esa sobreexcitación vital se explica por alguna forma de miedo, o de ansiedad, que es un poco lo mismo.
Cuando somos muy buenos haciendo algo, corremos el riesgo de ser demasiado buenos. Hasta el punto, dice Heaney, que podemos encerrarnos en eso hasta la obsesión, descuidando todo lo demás. Lo triste es que solo cuando pasa el sobresalto (porque todo pasa), nos viene de golpe el arrepentimiento por lo que nos perdimos, como le pasó al amigo de mi hijo.
Sheri L. Johnson, profesora de psicología en la Universidad de California en Berkeley, ha estudiado las conexiones que existen entre las disfunciones mentales y la ambición. Ella afirma que es bastante habitual que la segunda exacerbe a las primeras y así lo explica: “establecer altas expectativas para uno mismo es un importante predictor de éxito, pero es también una espada de doble filo” porque si las metas son demasiado elevadas, aumenta el riesgo de fracaso y también la probabilidad de renunciar demasiado al proceso, a disfrutar del camino. La pregunta que se hace es: ¿Qué tan alto es demasiado alto si hablamos de ambición?
Pero, claro, no todas las ambiciones afectan igual. La que llaman “intrínseca” va de plantearse objetivos que satisfacen un deseo auténtico de mejora o disfrute personal. Consiste en hacer cosas que nos gustan por sí mismas. En mi caso, por ejemplo, mejorar mis habilidades y la propia experiencia de escribir, o rendir más cuando hago running o levanto pesas porque eso revierte en mi bienestar físico, o por disfrutar de ese juego de competir conmigo mismo. Pero si lo hago para demostrar a los demás lo estupendo atleta que soy, entonces es una ambición “extrínseca”, y lo mismo pasaría si escribo con el único fin de conseguir un gran éxito editorial.
Si lo que buscamos es ser reconocidos por otras personas, fama, riqueza o poder, entonces esos objetivos extrínsecos pueden convertirse en una fuente de ansiedad, y casi siempre envuelven emociones menos saludables como el miedo, un vacío existencial, o una percepción exagerada del riesgo. Si la ambición se convierte en obsesión, es probable que haya un impulso tóxico soterrado distrayéndonos de poner la atención en una alternativa con propósito, en una pasión que sea sana.
No es que los objetivos intrínsecos sean inherentemente buenos y los extrínsecos malos porque, como explica Johnson, la mayoría de las personas combinan los dos. Sin embargo, hay que ser más cautelosos con los segundos porque, según estudios realizados, las personas que centran su ambición en los extrínsecos “tienden a ser más infelices y estar más insatisfechas”. Si el objetivo es la validación externa en lugar de la interna, las personas que son muy autocríticas tienen más probabilidades de sentirse deprimidas o ansiosas cuando no logran el éxito que esperan.
La recompensa más confiable -porque es la que más depende de nosotros- es el disfrute que podemos regalarnos a través del proceso mismo. Por ejemplo, si escribes, como yo, se trata de crear las condiciones para hacerlo por puro placer. Que esculpir palabras tenga su propia música y energice el espíritu, con independencia de la acogida que tengan tus textos en los demás. Yo esto me lo he trabajado bastante, y aunque me encanta ver que me lee más gente o que un post mío tiene muy buena acogida en las redes, hace tiempo que conseguí aislarme de la ansiedad de expectativas que produce normalmente la búsqueda del logro extrínseco. Incluso en este año, 2021, que me hice por primera vez un “plan de contenidos” para aumentar las estadísticas de visitas a este blog; todo lo que hago con ese fin pasa primero por un filtro intrínseco de disfrutar el viaje, de escribir sobre cosas que me gusten y con una cadencia que me produzca placer, sin miedos, ni ansiedad. Tampoco me produce ningún problema ver que un post que creía bueno o al que le dediqué bastante tiempo, no lo lee ni el Tato. Eso me pasa, y me seguirá pasando, y hasta viene bien para no perder perspectiva, ni que se me suban los humos 🙂
De todos modos, como dice la autora, a veces no es tan fácil distinguir entre si se disfruta el trabajo y si se hace por alguna obligación o impulsados por alguna emoción tóxica. La pasión saludable y la ambición ansiosa pueden superponerse, confundirse, mientras se viaja en busca de una meta exigente. Por eso, insiste, es tan importante evaluar críticamente cómo sentimos ese compromiso, por si hay más emociones negativas que positivas. Si, por ejemplo, tomamos los descansos como tareas al servicio de la ambición, en lugar de disfrutarlos como algo estimulante y agradable en sí mismos, es posible que estemos sobrepasando los límites.
No tenemos un árbitro que nos avise cuando una ambición deja de ser pasión para convertirse en ansiedad u obsesión. Tampoco alguien que nos haga ver lo bueno que nos estamos perdiendo por aferrarnos a una meta equivocada o por dedicarle más atención de la que merece. Piénsalo bien. Obsérvate y escúchate. Como dice Heaney, a la ambición se le agradece por el trabajo que ayuda hacer, pero también hay razones para llegar a odiarla. Si lo que nos mueve para pelear un objetivo es alguna forma de miedo -a veces muy camuflado-, es bueno descubrirlo, ponerle nombre y colocarlo en su sitio.
Vivimos muy poco para tanto desgaste, ¿no te parece?
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Ariel bangher
La ambición es el deseo desmedido por conseguir o tener algo. El problema está en la ambición.
Julen
Un asunto este que te puede traer por la calle de la amargura, desde luego. Siempre he dicho que “conviene llevarse bien con los defectos propios”. El discurso de superarse a uno mismo tiene su parte patológica, muy de la mano de la sociedad en que vivimos que define “éxito” como eso por lo que hay que pasar sí o sí para ser alguien en la vida. No sé, siempre me he considerado una persona poco ambiciosa, la verdad. Que cada cual encuentre su lugar, aquel en el que está a gusto. Y si puede contribuir a que otras personas también lo encuentren, mejor.
Amalio Rey
Julen, lo de “superarse a uno mismo” se puede llevar bien si se gestiona como un juego, un divertimento, sin obsesión. Me pasa cuando entreno, y ahora juego a eso mientras intento depurar mi escritura. La cosa se complica, se agrava, cuando te planteas “superar a los demás”. Ahí está la trampa. Yo no veo mal que uno se plantee caminos (incluso metas) de mejora, y eso es perfectamente compatible con aceptarse. Si te fijas, la diferencia está en los porque’s y los cómo’s.
Adolfina
Muy interesante, también la diferencia yo la veo en los para qué’s. Superarnos a nosotros mismos es una ambición que la veo más dentro de los contextos colaborativos y cooperativos, existe en nuestro fuero interno un para qué vinculado siempre a realizar algo importante o valioso con los otros, relacionado con el genuino sentimiento y pensamiento de querer ser lo mejor de nosotros mismos para poder realizar una buena y rica labor de equipo cuya meta se va construyendo con corazón y alma entre todos, se va actualizando a medida que el equipo avanza, experiencia que favorece la plena realización de las personas y de los equipos que estas conforman . Poner el foco en ser los mejores es como ir por nuestra individual cuenta, sin contar con los otros o en solitario, andar un camino competitivo para llegar de manera aislada a una meta previamente concretada socialmente de manera superficial como valiosa, delimitada y preestablecida socialmente, lo cual creo que supone tener una experiencia pobre, estancada o sujeta en un círculo vicioso, vacío de principios y valores, sin corazón, sin alma.
Adolfina
Creo por una parte que poner el foco en ser los mejores es algo que va cada día más perdiendo peso y valor en nuestras vidas, y en cualquier caso sentirnos aislados, o que en algún momento competimos, o pensar que tenemos una experiencia pobre y estancada, sin corazón ni alma de equipo, creo quw es algo pasajero, ya que pienso que nos encontramos en proceso de conseguir crear entre todos el contexto idóneo colaborativo y cooperativo donde poder tener ese equilibrio que necesitamos para hacer más atractivos tanto la ansiedad como la pasión dentro de nuestro trabajo, esfuerzo, dedicación y disfrute de los resultados conjuntos obtenidos.