¿A qué velocidad quieres vivir?

POST Nº 725
«Aquí no hay quien pare», leí ayer en un artículo que describía historias humanas en tiempos de arrebato «digital, laboral, exhibicionista y consumista», y el intento de algunos valientes de poner freno y cambiar en medio de esa locura.
Ya lo conté en mi primer libro. El contexto social nos aboca a la aceleración: comemos más rápido, nos desplazamos más rápido, educamos más rápido y —¡qué error!— pensamos y amamos cada vez más rápido. Y es una lástima porque a veces lo que realmente vale la pena es darse un paseo, sin urgencias, solo por el placer de disfrutar el camino, sin importar lo que haya al final. Además, esa urgencia por alcanzar el objetivo impide que nos cuestionemos su conveniencia. Eso es así porque se precisa tempo, pausa para poder observar y recabar pistas sobre si tal vez conviene corregir el rumbo.
Y la tecnología es el acelerador más eficaz que existe, a un ritmo que llega a ser exponencial. Más y más empresas se dedican al desarrollo de «soluciones» destinadas a ahorrarnos tiempo o hacernos las actividades cotidianas mucho más fáciles. Y cuanta más presión desde la oferta, más se hiperexcita la demanda y menos tiempo nos queda para pensar si tomar un atajo, con eso que pretenden vendernos, vale la pena.
Tengo claro que vivimos en un circuito demencial de precipitación inducida. Insisto, se trata de un comportamiento inducido, de acción-reacción, aunque nos engañemos creyendo que es algo que elegimos nosotros. Muchos sospechamos que hay que parar pero luego poca gente lo hace. Es peor, se apunta a la creencia de que a más velocidad, mejor. De esa manera, la obsesión por tomar atajos parece operar de forma automática, entonces se deja de ver que lo más rápido o fácil a menudo es inconveniente.
Sé sobradamente que la velocidad individual no puede abstraerse de la del promedio colectivo, la de cada época. Y en esas llegó, ni más ni menos que, la Inteligencia Artificial (IA). Con ella la vida se acelera a un ritmo sin precedentes, y lees por todos los sitios eso de que: «aunque creas que avanzas, si vas a menos velocidad que el mercado, te estás quedando atrás». Todos corriendo como pollos sin cabeza porque ven a los demás corriendo, y les da terror verse rezagados.
Y esos que nos contagian la ansiedad, son una verbena de frikis de la productividad, con cronómetros midiendo cuánto de más rápido cada cual consigue llegar a un objetivo. Son peores que los burócratas, solo les mueve la ambición, y de afectos van muy cortitos. Por el camino se están cargando una buena parte de lo que tenía gracia, porque para ellos nunca la tuvo. Esos son los locos que están marcando el curso del mundo.
Vale, no me voy a tirar al monte. Estoy dispuesto a apretar el ritmo un poco, pero sin obviar que hay un punto a partir del cual no hace falta correr más porque el coste supera el beneficio. Estamos sobrepasando ese punto y no veo intención ninguna de parar. Ni siquiera de desacelerar. La velocidad por la velocidad, como fin último.
La tecnología debe estar al servicio del bienestar, sin que se pierda nunca de vista quién sirve a quién y hasta qué punto confiar ciegamente en ella puede suponer un terrible coste ético. Necesitamos, como nunca, más asertividad tecnológica, esto es, un mejor discernimiento de por qué y para qué usamos una determinada tecnología. También nos vendría bien recuperar la capacidad de aprender a esperar, otro rara avis de los tiempos modernos. Practicar un enfoque crítico, emancipatorio, para que nuestro Homo Technologicus busque unos objetivos sociales independientes de los intereses hegemónicos de los Musk & Cía.
Y no me engaño. Sé que hay un factor de edad que condiciona mi manera de percibir los ritmos y el tiempo, que influye en el algoritmo que marca mi velocidad optima. Los que tenemos más edad, queremos ir más lentos. Hay explicaciones biológicas de eso y un reconocimiento de que nos queda menos tiempo, así que procuramos alargar y disfrutar más cada momento. Aun así, hay un componente de sabiduría en todas las personas que apuestan por ralentizar, tengan la edad que tengan. Y en mi caso, mirando con perspectiva, debo reconocer muy a mi pesar que siendo ya un señor madurete, tengo una vida más ajetreada y ando más de prisa que cuando tenía 20 o 30 años. Eso refleja el peso de la época, por mucho que trate de ponerle el freno.
La obsesión finalista es una fuente de ansiedad. Hay que preguntarse si tiene sentido automatizar tareas que desarrollan capacidades, que producen deleite o nos permiten conectar con nosotros mismos. Por ejemplo: pedirle a una IA que, en un pispas, te haga el resumen de un libro en lugar de sentarte varios días a leerlo de cabo a rabo. No hay color en la calidad de la experiencia. O el reto de aprender idiomas. Si puedes usar una app que traduzca en tiempo real cualquier conversación, es probable que desistas estudiarlo, pero, ¿qué te pierdes por el camino? El vigor elástico que produce en el pensamiento, la creatividad de aprender otras lenguas y el aprendizaje cultural asociado al camino que hay que recorrer para conseguirlo.
Claro, me puedes decir: «oye, majo, déjame a mí que decida qué quiero automatizar y qué hacer como antes«, y es verdad pero también tramposo, voluntarista. En el momento que te enredes a disfrutar de algo, a tomarte tu tiempo, llegarás tarde a todo y te harán sentir viejuno y obsoleto. Cuando eso te ocurra varias veces, por la presión competitiva, vas a ceder a la promesa de la automatización. Ese es el relato y ya forma parte de una vergonzante operación de venta, promovida por gobiernos que, sin sonrojo alguno, incurren en flagrantes conflictos de interés.
Por eso digo que ser asertivos con la aceleración inducida, aspirar a hacer las cosas de una manera artesanal y más lenta, se ha convertido en un acto de resistencia, que yo invito a practicar desde el goce que se siente cuando se sigue el criterio propio. Otra vez, déjame preguntarte: ¿a qué velocidad quieres vivir? Párate a pensarlo. Esta sociedad tiene que hacerlo, es urgente.
NOTA: La imagen del post es del álbum de Jeffrey Czum en Pexels.com. Si te ha gustado el post, puedes suscribirte para recibir en tu buzón las siguientes entradas de este blog. Para eso solo tienes que introducir tu dirección de correo electrónico en el recuadro de «suscríbete a este blog” que aparece en la homepage. También puedes seguirme en la red social Bluesky o visitar mi otro blog: Blog de Inteligencia Colectiva. Asimismo, aquí tienes más información sobre mi último libro.
Luis
[Acabo de pasarme a ver si alguien había escrito algo. Observo que hay dos comentarios, según el contador de comentarios, pero sólo aparece uno. En fin. Como dije, sigo releyendo a Virilio, e intuyo que las velocidades, una vez más, se imponen.]
Amalio Rey
A ver qué nos cuentas de Virilio. Puede ser interesante, Luis. De momento, no parece haber mucha gente que se haya molestado en leer el post, cosa que me esperaba. Pero no importa, aquí se escribe para comprender, que ya es bastante
Luis
[Esta es una entrada para comentar despacio. Sugiero que nos tomemos nuestro tiempo, porque plantea una pregunta capital. Dromología, Paul Virilio. Creo que voy a releer «Estética de la desaparición» (1980), y cuando termine, vuelvo y comento]