Un poquito de pecera, por favor (post-270)
El libro de Barry Schwartz “The paradox of choice” (La paradoja de elegir) se publicó en 2005, no es ninguna novedad, pero es una joyita que vale la pena leer.
La hipótesis central que propone Schwartz es que “El exceso de opciones impide una elección acertada”, y que eso muchas veces induce a la parálisis más que a la liberación.
Resulta que la posibilidad de elegir es buena, pero hasta cierto punto. Que hay un límite a partir del cual, más opciones resulta perjudicial. Como veis, es una idea tan simple como potente, tan controvertida como fascinante, porque pone en tela de juicio un dogma oficial muy extendido en las sociedades occidentales según el cual la libertad individual (y el bienestar) se maximizan con el incremento del menú para elegir: “entre más posibilidades tenga la gente, más libertad y más bienestar” dice la receta.
Por cierto, un tema muy interesante es cómo afecta el número de opciones a los niveles de participación. Si pones a elegir entre demasiadas opciones, la gente puede que deje la decisión para mañana, o la posponga indefinidamente. Se complica tanto la decisión, que la gente no decide, y por tanto, no participa. Esto me parece muy revelador y de una importancia enorme para el diseño de arquitecturas participativas.
Otro matiz que invita a pensar es que algunas investigaciones demuestran que a más opciones para elegir, la persona termina después más insatisfecha con el resultado, porque aumentan en exceso sus expectativas y con ello la sensación de que se ha perdido más cosas.
Vi también el vídeo de Barry Schwartz en TED donde habla de su libro, que además de divertido e inteligente, me dejó prendado con su metáfora de que “todos necesitamos una pecera”. El símil de la pecera es brillante, por contra-intuitivo y provocador, así que estuve pensando largamente en cómo eso afecta a mi vida.
Vale, suena mal decir que nos vendría bien una pecera, del mismo modo que parece casi un derecho reclamar el océano infinito (más ahora que esto está de moda). Pero para mí esa “pecera” tiene que ver sobre todo con la gestión de expectativas y con un modelo de vida que tenga algunas constantes.
No había pensado antes en esto, pero es increíble la cantidad de parálisis que produce el exceso de opciones, y el todo-variable. Y lo curioso es que nos seguimos quejando de lo contrario, pidiendo más y más variedad. En los ejercicios que hago de Design Thinking he visto lo complicado que es para los participantes poner freno y descartar opciones. El propio Design Thinking recomienda “diferir decisiones”, pero hay un punto donde conviene decir basta y huir del principio de maximización que es tan perfeccionista.
Dice Schwartz que “el secreto de la felicidad está en tener bajas expectativas” (qué bueno, y que sabio). Cuando dice algo así, que suena tan conformista, provoca una de las risas más sonadas del auditorio de TED, porque la gente intuye que es verdad, que es una paradoja potente para el modo en que piensa el mundo occidental.
OJO, entiendo que es (como todas las buenas ideas) un arma de doble filo, y que conviene gestionar bien: es tan malo tener un exceso de opciones, como tener demasiado pocas, lo que pasa es que hablamos mucho de lo segundo, pero poco de lo primero. Sé que algunos necesitan aumentar sus expectativas para mover el culo, pero otros una pecera que las limite para poder disfrutar de lo que ya tienen.
Sé que aburro con esto, pero siempre digo lo mismo. Necesitamos poner algunas anclas y lazos fuertes en nuestra vida. Todo no puede ser variable. El mar infinito suena bien, nadar sin límites es inspirador, pero puede abrumar (y agotar) al más común de los mortales. No niego que haya gente que se maneja como pez en el agua en la más profunda complejidad, pero es sólo la excepción que confirma la regla.
Dice Schwartz que “si rompes la pecera para que todo sea posible, no tienes libertad sino parálisis, reduces tu satisfacción, y te sentirás peor”, y por eso afirma que todos necesitamos una pecera metafórica donde poner límites a nuestras opciones, y no le falta razón. El tamaño ideal de la vasija es cosa de cada uno, pero un poquito de pecera viene bien, ¿o no?
Gaby
Muy buena síntesis de la teoría de Barry Schwartz.
Gracias por compartir!
Amalio
Gracias a ti, Gaby, por pasarte por aqui..
Un saludo 🙂
Georgina
Interesante, no había pensado en esto y tampoco leí el libro que ya me lo agendo. Pensaba, solo basado en lo que escribís, que no creo se trata de que tener muchas opciones paralice, creo que siempre el tema se reduce a nosotros mismos, a nuestra personalidad.
El que haya muchas opciones lo creo muy positivo para que mas gente tome lo que le guste, pero no necesariamente veo las múltiples opciones para uno solo (no se si logro explicar mi idea). En lo personal, tengo un modo de elegir -en casi todo- bien simple, si algo me gusta y me cierra me lo quedo, lo elijo, sabiendo que hay mas opciones pero este me sirve. Sino jamás podríamos tener pareja…porque las opciones son muchísimas, pero es básico optar por uno solo -simplista pero real-
Amalio
Georgina:
Tienes razón, pero quizás el abordaje es mixto. Si la persona tiene las ideas claras (y allí influye mucho lo bien informado/a que esté, y el grado de complejidad del objeto/sujeto a elegir), se ve menos afectada por el número de opciones. Esto también tiene que ver con la “gestión de expectativas” que comentaba antes. Si uno busca “satisfacción” en vez de “maximización” (el ejemplo que ponías de buscar pareja), la cosa se aclara bastante: con el primero que te gusta, ahí te quedas 🙂
Pero muchas veces lo que “compramos” es una caja negra, y no es tan fácil saber a la primera si te gusta, si te satisface, entonces tienes que basar tu elección en información de otros. Ahí la cosa se complica, porque no es lo mismo informarte bien y decidir entre 4 opciones, que entre 10, y es ahí donde puede venir la parálisis…. ¿no te parece?
Gracias 🙂
Francesca
Me has hecho recordar esa tarde extraña en la que se produce una alineación de los astros especial que origina el que al llegar al aparcamiento del supermercado, se abra ante ti un espacio casi diáfano, con un montón de sitios libres… y se te cruzan los cables y te quedas paralizado, con la cabeza haciendo complicados cálculos sobre qué sitio será mejor para aparcar ahora… para meter las bolsas… para “desaparcar” después… hasta que el los niños dicen “¿por qué te paras? vaaaaa….”
También me he acordado de mi abuela, que a eso le llamaba “estar peor que un gato con dos morcillas”… mi abuela era sabia ¿te lo había dicho? 🙂
Amalio
Querida Francesca: Lo del parking ocurre bastante. Nos acostumbran a la sofisticación, así que cuando hay que tomar decisiones simples, nos quedamos más tiesos que un plátano verde.
Una de las cosas que más valoro de haber creado una empresa, es que te obliga a tomar decisiones con diligencia. Antes me liaba un montón para decidir entre opciones, era un procrastinador horroroso, pero las obligaciones y los riesgos me obligaron a simplificar, y a darme cuenta que la oportunidad es más importante que la perfección.
Pero, vaya, seguimos tomando lecciones porque ya sabes cómo somos los intelectuales :-0
Julen Iturbe-Ormaetxe
Precisamente citaba a Barry Schwartz en el artículo que escribí el jueves: El fracaso del (exceso de) software colaborativo. No me cabe duda de que es una de las claves para ser eficiente: decir que no, rechazar. Difícil ejercicio cuando la bolsa viene tan llena de opciones.
Ayer escuchaba a Piscitelli en una conferencia moverse también por estos territorios.
¿Mejor de salud? Ánimo.
Amalio
En efecto, decir que NO es una de las claves. Pero para hacerlo bien, hay que dedicar algo de tiempo a la estrategia. Muchas veces decimos que SI porque nos falta una hoja de ruta y fijar prioridades. Si no hay claridad de propósito, ni una jerarquía vital (es a lo que llamo estrategia), da miedo y/o pereza decir que NO. La bolsa puede venir llena de opciones, que si tú sabes lo que buscas, y pones foco, la elección se aclara. Y ya ni te digo lo que influye la gestión de expectativas….
Mejor de salud, sí… vamos saliendo. Gracias 🙂