García Márquez y su largo poema de la vida cotidiana (post-402)
Aprovecho la tristeza del domingo para sumarme a los homenajes que está recibiendo, porque soy uno de los tantos que sienten pena por la muerte de Gabriel García Márquez.
Confieso que no he sido un lector frecuente del Nobel colombiano, pero he admirado mucho su personalidad y ese carácter tan entrañable que proyectó en todos los sitios. Como él bien decía: “El oficio del escritor es tal vez el único que se hace más difícil a medida que más se practica”, y pienso que ese talante de humildad siempre le acompañó en vida.
No sé bien por qué, pero creo que es uno de los escritores por el que sentía más afecto. Quizás esa mezcla de aspecto bonachón, campechano, con una viveza e inteligencia prodigiosas, me hacían acercarme a él con un sentimiento de familiaridad que pocas veces he sentido por otros personajes públicos. Esa sensación me invade hoy mientras repaso un extenso álbum de fotos y reviso libros que tenía dispersos sobre su vida. Me recreo en las imágenes y en los apuntes, dándome cuenta que este señor de bigotes es el icono perfecto de una Latinoamérica profunda a la que sigo atado, a pesar de los 20 años que llevo viviendo por aquí.
Entre los libros que he recuperado este fin de semana está “Gabo: Cartas y recuerdos”, de Plinio Apuleyo Mendoza, quien fuera uno de los mejores amigos de García Márquez desde su juventud, formando parte siempre de su círculo más íntimo. Es un retrato intimista y algo diferente a lo que he estado leyendo estos días, así que voy a centrarme en él para construir el relato de este post.
Según su amigo, García Márquez supo administrar muy bien las dificultades de la vida, “mejor que el éxito, quizás”, y cuenta que el nobel colombiano era (mientras estuvo en Barranquilla) un “estudiante de Derecho, bohemio y demacrado, errando de café en café, considerado por condiscípulos y amigos como un caso perdido, que decidió heroicamente dejarlo todo por escribir novelas”.
Dice Plinio Apuleyo que las circunstancias ásperas que rodearon la vida de García Márquez lo empujaron siempre a la máquina de escribir movido por la oscura y ardiente necesidad reivindicativa de sí mismo, y así fue como construyó su leyenda: “Mirado como uno de esos reporteros flacos, mal vestidos, roídos por una bohemia irremediable de cantina y madrugada, cuyo porvenir no promete nada, escribió (rabiosa, sigilosamente) su primer libro”. Después, como “corresponsal cesante, muerto de hambre en París, aguardando siempre cartas y cheques que no llegaban, escribió el segundo”. García Márquez, por su parte, replica a esos elogios diciendo que siempre ha creído que los escritores no lo son por sus propios méritos, sino “por la desgracia de que no pueden ser otra cosa”.
Esas circunstancias duras le dieron a García Márquez, según cuenta su amigo, “un espesor humano, una ternura viril, un sentido de la solidaridad muy profundo” de tal modo que “sus mejores libros y sus mejores amigos nacen de esa privilegiada relación suya con la verdad de la vida”. Ahora pienso que quizás su desafío vital como novelista tuvo mucho que ver con ese antiguo deseo de escribir “un larguísimo poema de la vida cotidiana” como él mismo reconoce en más de una ocasión.
En una carta inédita que escribe García Márquez a Apuleyo en junio de 1967 dice cosas sobre el oficio de escribir que me gustaron, y con las que me siento identificado:
“Cuando uno tiene un asunto que lo persigue, se le va armando solo en la cabeza durante mucho tiempo, y el día que revienta hay que sentarse en la máquina. Lo más difícil es escribir el primer párrafo. Pero antes de intentarlo, hay que conocer la historia tan bien como si fuera una novela que ya uno hubiera leído, y que es capaz de sintetizar en una cuartilla. No se me haría raro que se durara un año en el primer párrafo, y tres meses en el resto, porque el arranque te da a ti mismo la totalidad del tono, del estilo, y hasta de la posibilidad de calcular la longitud exacta del libro (…) Lo que me dices de mi ‘disciplina de hierro’ es un cumplido inmerecido. La verdad es que la disciplina te la da el propio tema. Si lo que estás haciendo te importa de veras, si crees en él, si estás convencido de que es una buena historia, no hay nada que te interese más en el mundo y te sientas a escribir porque es lo único que quieres hacer”.
Por cierto, lo de darle muchas vueltas a un tema queda patente en el caso de “Cien años de Soledad”, novela que según el propio García Márquez se pasó “19 años pensándola”.
Se ha hablado mucho, también, de la dimensión política, de izquierdas, del novelista colombiano, que huía sistemáticamente de los corsés doctrinarios. Gabo ha sido un escritor comprometido pero con las ideas claras, como se constata aquí: “pensando en política, el deber revolucionario de un escritor es escribir bien, y la única posibilidad que se tiene de escribir bien es escribir las cosas que se han visto”. Y por si quedara dudas, añade: “la literatura positiva, el arte comprometido, la novela como fusil para tumbar gobiernos, es una especie de aplanadora de tractor que no levanta una pluma a un centímetro del suelo. Y para colmo de vainas, ¡qué vaina!, tampoco tumba ningún gobierno”.
García Márquez es quizás una de las figuras que mejor dignifica el ímpetu creativo y la singularidad universal del talento latinoamericano. En este campo fue muy combativo defendiendo el derecho del Sur a ser juzgado desde su propia realidad: “Tal vez la Europa venerable sería más comprensiva si tratara de vernos en su propio pasado (…) ¿Por qué la originalidad que se nos admite en la literatura se nos niega con toda clase de suspicacias en nuestras tentativas tan difíciles de cambio social?”.
Descansa en paz, Gabriel García Márquez.
Abracadabra Noticias
Hablar de Márquez y política social da cierto rubor.
literariamente una pérdida sentida….lo otro……cada uno es cada cual.
Iván
Emotivas palabras sobre un genio de la Literatura Universal. Siempre nos quedará su obra y recuerdo. Gracias por compartir tus emociones sobre un escritor irrepetible.
Francesca
Descubrí el realismo mágico leyendo “Cien años de soledad” y durante muchos años creí que había sido García Márquez quien lo había inventado, hasta que leí “Pedro Páramo”. También creí que, el autor del prodigioso relato, no sería capaz de escribir una novela que me gustase más que aquella, pero luego leí “El coronel no tiene quien le escriba” y me enamoré de su autor.
Sin embargo, no hubiese querido conocerlo aunque se hubiese dado la ocasión, porque los grandes escritores siempre defraudan, nunca están a la altura de sus novelas; es imposible, la vida no admite correcciones, un escritor que sea igual de brillante hablando que escribiendo… bueno, yo creo que sería un oxímoron andante.
Un escritor nunca es lo que parece, por eso entiendo que tuviese un mundo entero en su cabeza, siendo un hombre sencillo, y no me extraña su fotografía recogiendo el Nobel con una simple guayabera.
No he escrito hoy sobre él, porque su obra es eterna y tiempo habrá de recordarlo, pero, como he confesado antes, me equivoqué mucho con García Márquez y por eso aprovecho que tú le rindes homenaje aquí para dejarle el mío, aunque sospeche que no era un hombre muy dado a esas cosas.
Me da a mí que él preferiría que le leyésemos, por cierto… ¿le leemos? 😉
Amalio Rey
Hola, Francesca:
Será verdad eso de que «los grandes escritores siempre defraudan» cuando los conoces. Es difícil estar a la altura de sus novelas. Tarea complicada.
Las imagenes de García Márquez recogiendo el Nobel refleja bien su talante y su forma de ir por la vida. Ahora me va a pasar como a muchos, que me va a dar por leerlo más.
Un abrazo 🙂