Las contradicciones del turista/viajero (post-418)
Acabo de pasarme diez días en Marruecos con la familia. Esta vez rompí mi costumbre de viajar al norte en verano en búsqueda de fresquito. Me apetecía que los niños conocieran un país que estando tan cerca, es tan diferente. Hicimos un itinerario de 10 días por Tánger, Asilah, Marrakech, Ait BenHaddou, Essaouira y Casablanca.
Hay pocos países que destapen las contradicciones del viajero/turista más que Marruecos. Lo he visto desde el primer momento en que percibí que no encajaba mi retórica de viajero no-turista con lo que sentía al entrar en contacto con algunos episodios de la realidad local.
Si hay una cosa que detesto es la hipocresía, y la mía es la que peor llevo. Intento contrastar lo que digo con lo que pienso y siento, y yo en ese ejercicio me he llevado a veces muchas sorpresas. Por ejemplo, si soy honesto conmigo mismo, me he descubierto en ocasiones (pensando y) actuando más como turista que como viajero, a pesar de que diga (y crea) que soy siempre lo segundo. Te cuento algunos ejemplos de esa contradicción que viví en este viaje:
- No vayas a cambiar/mejorar tanto que te parezcas a mí: El turista/viajero occidental (ojo, en su versión más sana) suele celebrar el ideal de la autenticidad, y alaba los destinos turísticos que se mantienen en su estado original, sin cambiar mucho. Yo me apunto a esa tendencia. Nos encanta visitar sitios que se han mantenido aislados del mundanal ruido de la modernidad y el tiempo parece haberse detenido. Pero resulta curioso que eso nos gusta bastante menos si ocurre donde vivimos. Nos quejamos de los sitios que se han “modernizado”, que se parecen más a los nuestros, sin reparar en que esos cambios pueden haber traído mejoras en el nivel de vida de los residentes locales, las mismas que deseamos para nosotros. David Jiménez, escribiendo sobre su vuelta a Bután, lo explicaba de una manera que me gustó: “No puedo esperar que el país no cambie para que los extranjeros que lo visitan cada año abran la boca de asombro y se lleven estupendas historias que contar a su regreso. La modernidad se lleva parte de la inocencia de estos lugares pero, a cambio, ¿no trae nuevas oportunidades?”. Sé de sobra que “modernidad” no es siempre sinónimo de progreso y bienestar humano, y que a menudo significa todo lo contrario. Pero quiero fijarme en el hecho de que a veces cuando viajamos, nos dejamos llevar por una búsqueda egoísta de lo original, lo diferente, y nos olvidamos que lo más importante de ese-lugar-que-ya-no-es-lo-que-era es que el cambio ha traído una mejora de los lugareños, aunque eso signifique perdernos la foto inverosímil o la anécdota extravagante que tan bien quedaba en las reuniones de amigos para contar el viaje. Lo justo es desear para los demás lo mismo que para nosotros, el mismo progreso que buscamos en casa, aunque eso signifique cierta pérdida de novedad para el turista: ¿por qué un joven butanés no va a querer disfrutar de la comodidad de un vaquero o las ventajas del teléfono móvil como nosotros?
- A ponerse en modo-rácano: En países como Marruecos, donde hay una diferencia tan grande en el nivel de vida y en los precios respecto de España, puede ocurrir que el regateo nos vuelva rácanos e idiotas. Me pasó hace varios años en mi primer viaje a Marrakech, pero por suerte aprendí. Mis colegas de viaje se esforzaban en conseguir rebajas a unos niveles que me parecían absurdos: ¿Te pelearías en España por conseguir un descuento de un euro para alquilar una calesa? ¿Por qué abusar cuando un precio ya es razonable? En fin, sacamos lo peor de nosotros cuando nadie nos ve. Y después vamos de chulos contándole a los colegas la mierda que fuimos capaces de pagar. Dije que aprendí porque desde entonces sigo una práctica fija: estimo lo que pagaría en España por el mismo servicio (aplicando, si cabe como en el caso de Marruecos, algún descuento), y no me muevo de ese precio. El regateo me pone de mala leche, me resulta desagradable, y es indigno aprovecharse de la miseria sabiendo uno lo que pagaría por lo mismo en Europa.
- El fotógrafo impertinente: Me encanta la fotografía, y sé que una foto pierde buena parte de su gracia cuando es posada. Así que intento capturar imágenes sin pedir permiso, ni contar con la colaboración consciente del fotografiado. Esto puede llevarte a situaciones desagradables en cualquier sitio, pero sobre todo en países con una fuerte tradición religiosa como Marruecos. Quien haya paseado por sus medinas y zocos sabe que es de los sitios más fotogénicos que puede haber, así que allí estaba yo en mi salsa creativa cuando me di cuenta que sin querer podía estar tratando a la gente como monos de feria. Eso lo multiplicas por un montón de turistas, y es fácil entender que moleste. A ver, me pongo en su lugar, desesperados en sus tenderetes por vender, y viene un tío al que se le presume una vida de puta madre (o al menos lo suficientemente buena para irse de paseo al extranjero) y se hincha de sacarles fotos, sin comprar nada. No sé, creo que me sentiría un poco objeto, un mero “material” para rellenar sus álbumes. En fin, se necesita mucha discreción y elegancia para no ser invasivos, pedir permiso siempre que se pueda, y si uno está muy interesado en una foto, debería ofrecer algo a cambio, para que la relación sea equilibrada. También es verdad que cuidar tantos detalles no es fácil, más aún cuando el puntito egoísta del fotógrafo y su ansiedad por atrapar la imagen prima sobre lo demás.
- Cabreos incontenidos: Las personas que abordan al turista y lo presionan para venderle algo, sacan lo peor de mí. Me he visto en este viaje reaccionando con gestos de los que después me he arrepentido. Esos episodios siempre me plantean un conflicto, porque sé que como visitante debo contenerme y mostrar respeto. No es mi sitio, y lo mejor que hago es ser moderado en mis reacciones. Pero el conflicto se da desde el primer momento en que una actitud suave y comprensiva se interpreta por el vendedor como un aumento de la probabilidad de conseguir la compra. Ahí se jode todo, porque entonces te agobian más. Eso ocurre en muchos lugares, pero especialmente en Marruecos. No he sabido a veces manejar esas situaciones, y ponerme seco (incluso hosco, arisco) para que me dejen tranquilo no es algo que me haga sentir bien. He intentado hacerlo con humor, pero lo único que consigo es alimentar el bucle del acoso, así que me cabreo, y entonces me regalan unas cuantas flores en su idioma, cuya ponzoña adivino por el gesto, pero como no entiendo el insulto, puede que se me haga más llevadero, aunque lo pase mal.
- Cuánto extraño un buen bocadillo de jamón serrano: Uno de los comportamientos que diferencian al viajero del turista es que los primeros buscan expresamente nuevas experiencias culinarias, intentan consumir sobre todo lo local, mientras que a los segundos les tira más repetir lo que ya conocen, reproduciendo allí donde estén hábitos alimentarios similares a los que practican en casa. Comer bien y distinto es para mí un momento glorioso en todos los viajes, y he sido siempre (gastronómicamente hablando) de los que “adonde fueres… haz lo que vieres”. No concibo viajar sin sumergirme en experimentos culinarios, pero por desgracia, no todos los sitios son tan animados en ese sentido como Perú, México o España. Mi experiencia con Marruecos fue frustrante, hasta el punto de sacar mi vena de turista y llegar al absurdo de desear ir a comer a un McDonald (algo que finalmente hicimos). El menú allí es muy limitado, y al tercer o cuarto día ya estaba cansado del cous cous, tagine, brocheta, pastela y ensalada marroquí, los cinco magníficos que erre que erre te encuentras en todos los sitios. Esto, por cierto, no sólo me ha ocurrido en Marruecos porque aunque probar cosas nuevas está muy bien, al final somos animales de costumbre, y pronto el cuerpo te pide que le des más de lo suyo, de lo que lo tienes acostumbrado. Siempre he criticado al turista español que busca en los sitios que visita las mismas referencias gastronómicas que tiene en casa, pero me he visto a mí mismo en algunos viajes añorando una paella o un bocadillo de jamón serrano, y eso me hace pensar que es una más de las contradicciones que afloran en los viajes.
- El turista impaciente: He escrito mucho sobre la paciencia. También tiendo a cuestionarme la apología recurrente que hace nuestro sistema de la búsqueda obsesiva de la eficiencia. Era de esperar entonces que sienta simpatía por el Slow Movement, y por algunas premisas de la escuela del Decrecimiento. Todo eso lo lleva uno en su mochila cuando se va de viaje, más aún a un país como Marruecos, donde el tiempo tiene el sentido que tiene, tan diferente a los cánones occidentales. Sabía que tenía que salir de casa con el paso cambiado, con un “tempo” distinto. Pues oye, ni con esas. En estos días entendí lo fácil y agradable que te hace la vida unas dosis razonables de la dichosa eficiencia, y lo poco que está preparado el turista occidental (me incluyo, por supuesto) para asimilar de forma paciente las carencias, burocracias e indolencias que uno se encuentra por ahí cuando va de viaje. Te dices a ti mismo: “oye, no estás en tu país, no tiene que ser igual que en tu país” pero lo cierto es que cuesta comprender que no puedas pagar con tarjeta en un peaje de carretera (ojo, hablo de autopistas modernas como algunas de Marruecos) o que tengas que hacer una cola kilométrica para sellar un pasaporte, o no tengas agua caliente (ni tibia) para duchar a tus chavales porque alguien no se haya preocupado de revisar el termo. Por muy Eco-Green-Slower que uno sea, o parezca, esa neura la llevamos en vena y termina saliendo cuando la provocas.
- Always on: Se supone que la gente viaja, entre otras cosas, para desconectar de su realidad habitual. Poner distancia del día a día debería ser uno de los objetivos. Pero resulta que desde que tenemos móviles, Internet y wifi, actuamos de un modo bastante irracional, negándonos de facto a conseguir esa sana desconexión. Estamos allí pero pensando qué podemos contar y saber de aquí. Con las redes sociales esta tendencia va a peor. Esto lo comentábamos con mi mujer, al ver a los niños enganchados a los móviles y las tablets, resistiéndose a salir a conocer sitios nuevos por seguir conectados con las personas y las cosas de siempre. O llegar a un restaurante, y preguntar pronto si tienen wifi para chutarse una dosis de Internet mientras estamos allí. Te pones a pensar, y es bastante descabellado. Con lo que cuesta viajar, parece un poco absurdo perder tiempo (y concentración) de la experiencia in situ para estar enganchados a algo que puedes hacer perfectamente en casa. Esto yo lo tengo bastante bien gestionado porque me aplico una dieta digital severa, y solo accedo a los aparatitos diabólicos cuando me sobra tiempo en el hotel. Pero aún así, tiendo a caer en la tentación siempre que bajo la guardia 🙁
Maribel Navascues
Buenas Amalio,
una entrada para llevarmela puesta de viaje, jejeje. Ya habíamos pasado por aquí los de El Guisante Verde Project aunque te debíamos un comentario.
Es agotador ese debate entre turista y viajero, tal vez baste decir que uno se siente viajero y que el otro siempre nos ve como turistas. Es imposible mimetizarse del todo en otra sociedad y en otras costumbres, es un ejercicio de paciencia y conlleva un esfuerzo y una preparación previa que a veces no nos acompaña. Nuestro estado de ánimo no siempre está por la labor.
Después de algunos kilómetros a las espaldas, y siempre con mucho por aprender, tal vez esté en proceso de vacunarme contra algunos de estos comportamientos que mencionas.
Me he enfadado con turistas viajeros prepotentes, rácanos, he intentado siempre aprender a pedir disculpas en el idioma del país que visito. He escuchado a un monje tailandés quejarse abiertamente de hacer fotos y no ver su realidad…seguramente he visto los errores en otros y no los míos…
Algunas veces, no siempre, la magia se produce y te encuentras en un zoco charlando y compartiendo los mismos problemas y las mismas ilusiones.
Gracias por tus reflexiones, viajar para enfrentarnos a la contradicción, viajar nos transforma, nos provoca.
Un fuerte abrazo ;-))
Anais Rubió Galván
Muchas gracias por tu post, Amalio.
Ha sido una grata sorpresa saber que viajaste a Marruecos en las mismas fechas que yo y encontrar a alguien que sintiera lo mismo que yo sentí. Nunca un país me había causado tantas contradicciones y conflictos morales. Los sentimientos de culpa y de enfado, de cariño y de ternura fluían como el calor en desierto. Digamos que durante todo el viaje me moví en la difusa línea de la confianza-desconfianza. Confiaba, quebraban mi confianza, desconfiaba, me sentía mal conmigo misma, volvía a confiar, quebraban mi confianza… y así durante los 15 días. Y en cuanto al regateo, lo mismo, sentir justicia sin caer en “insultar” y no valorar su trabajo, sin iniciar la cruzada interior por la ridícula suma de 2 euros.
Ay, maravilloso pero contradictorio Marruecos. Belleza en el caos y caos en el sentimiento.
¡Gracias Amalio!
Amalio Rey
¡¡qué bien lo resumes, Anais!! Mejor explicado imposible.
Todo eso he sentido yo también. Tan es así que, como ves, he escrito un post bastante distinto a los que publico cuando vengo de un viaje y me centro en los atractivos del sitio. Marruecos es un país repleto de contradicciones.
Qué casualidad, igual nos cruzamos por un zoco sin saberlo 🙂
Gracias a ti por pasarte
María
Hola Amalio,
Yo también agradezco la sinceridad de este post, que me ha hecho recordar una parte del libro “El hilo de Penélope: la labor de las mujeres que tejen el futuro de Marruecos”, de Fátima Mernissi. Es la parte en la que habla de la experiencia frustrante de George Orwell en Marruecos. Extraigo aquí un trozo, porque creo que le da continuidad a los temas iniciados:
“… en 1938 Orwell ya se planteaba el problema de la relación entre el turismo y el compromiso político, tema central en el que intentará profundizar este libro….Pero ¿por dónde empieza? Propongo quedarnos un poco más con Orwell en el Marrakech de los años treinta, para fijarnos en el curso de sus pensamientos y sus dudas sobre la dificultad y el reto que comporta la voluntad de comunicarse cuando alguien se aventura en un país extranjero, sobre todo cuando está políticamente comprometido…
…Al principio pensó que el handicap podía ser su condición de turista…
…Yo, personalmente, atribuyo la dificultad de comunicarse de George Orwell a un problema tecnológico, más que al racismo: en 1938 no existía ni internet ni mucho menos cibercafés;…
…Este último dato nos lleva de nuevo a George Orwell y su incapacidad de encontrar defensores de la democracia en el mundo árabe. ¿Era racista o estaba desinformado? En última instancia, lo importante no es tanto responder a la pregunta como hacérsela, ya que nos permite centrarnos en lo esencial, lo que de ahora en adelante llamaré “el maravilloso potencial del turismo cívico”, es decir, la extraordinaria posibilidad que nos brinda el alba del siglo XXI de descubrir en todo el mundo a quienes luchan por las mismas ideas y albergan idénticos sueños sobre un planeta donde los ciudadanos puedan entretejer mil diálogos…A estos ciudadanos los llamaremos a partir de ahora “cosmocívicos”
En realidad recomiendo la lectura del libro antes de otro posible viaje a Marruecos, por leer a alguien de allí y porque su intención es “ ayudar a los turistas que viajan a Marruecos a encontrar a sus aliados cosmocívicos…”
Yo disfruté mucho con la lectura, quizás optimista en exceso, pero esperanzadora.
Un saludo
Amalio Rey
Hola, Maria:
No he tenido el placer todavía de leer a Fátima Mernissi, pero cuando estaba buscando literatura sobre Marruecos para leer antes y durante el viaje, todos los caminos me condujeron a ella. Sus cronicas sobre la vida de las mujeres marroquies, es de lo mejor que se ha escrito en el mundo arabe. Prometo leer pronto algo de esta autora.
Esa pregunta de “¿eres racista o estas desinformado?” tiene todo su sentido hoy, aplicado a muchos otros dilemas que vivimos los turistas.
La idea del “aliado cosmocívico” es parte, desde luego, de la experiencia del viajero comprometido.
Un saludo 🙂
Maria Java
En realidad puede que existan más opciones, quiero decir, que estés informado, no seas racista y aún así sientas conflictos o profundas incomodidades ante cuestiones o experiencias consideradas propias de una cultura…de esto en “El antropólogo inocente” se habla de forma muy graciosa y distendida, naturalizando el dilema o el conflicto…un poco como has hecho tu contando así tu experiencia como extranjero.
Y sí, leer a Fatima Mernissi amplia la mirada sobre el mundo árabe, y no porque vayamos a estar de acuerdo con todo lo que dice, sino porque escribe desde un conocimiento situado allí, desde que nació, y porque uno de sus objetivos siempre ha sido aprender a comunicarse con el extranjero.
Un saludo!
David Mora
Enhorabuena por el post, Amalio. En esta era de “postureo viajero”, textos como el tuyo son un soplo de aire ¿fresco? Me refiero a que hayas sido sincero, y te reconozcas comportamientos y hábitos de turista. Pero es que…¿acaso es algo malo? ¿No ha ayudado el turismo a que millones de personas vivan mejor?
El debate sobre la dicotomía viajero/turista me parece interesado, manipulado y, lo peor de todo, esnob. Gente que se cree mejor o con más derecho a disfrutar de las cosas buenas del mundo. Te sugiero que le eches un vistazo a mi último post, dedicado a ello: http://www.emoturismo.com/yo-soy-turista/
Un saludo y gracias por el trabajo que estáis realizando en La Selva, creo que es un modelo a exportar a muchos otros destinos.
David Mora
Amalio Rey
Hola, David:
El contraste de “turista” vs. “viajero” creo que tiene bastante sentido, y está bien que hablemos de eso como dos extremos de un continuo, en el que cada uno se coloca donde quiere y puede. A mí me parece muy didactico.
Dicho esto, estoy de acuerdo con lo que comentas en tu post, que he leido, de por qué te molesta esa “moda actual de aborrecer, despellejar, despreciar y, directamente, insultar a todo lo que suene a turismo y turistas”.
También es cierto que cada momento nos invita a hacer cosas distintas. Por ejemplo, a pesar de que no me gustan los “viajes organizados”, alguna vez me ha apetecido que alguien me lo haga todo 🙂 y decida por mí. Me paso todo el año decidiendo por mí, y por otros, así que no viene mal poner a holgazanear a la mente de vez en cuando
Mauxi Leal
No conocía tu blog y ha sido una muy grata sorpresa encontrarme con esta entrada. Me han parecido muy interesantes todos tus planteamientos y estoy segura que casi todos hemos vivido en algunas de estas situaciones, aunque no queramos reconocerlo.
Entre el debate turista – viajero, yo he dedicido “inventarme” un punto medio: el del turista curios@. Así me considero, intento ser viajera, aunque muchas veces tengo que ser turista, pero curiosa -eso sí- para aprender, compartir y disfrutar del destino que visito y su gente.
Gracias por compartir tus experiencias y reflexiones.
Amalio Rey
Hola, Mauxi: Gracias por tus palabras sobre el blog.
Sip, está bien lo de “turista curioso”. Puede ser un buen equilibrio, y bastante realista. Un saludo 🙂
Rafael
Fui la semana pasada a la Alhambra y estaba lleno de turistas (igual yo era otro más, pero prefiero pensar que soy viajero). Me gustó la Alhambra y todo lo que tiene, pero me parece un poco excesivo el número de turistas que había. Incluso sabiendo que había que hacer una reserva para algunas salas, estaban igualmente llenas y no se podía disfrutar como es debido.
Creo que el acceso que tenemos hoy en día a las cámaras tanto digitales, como las de los teléfonos, nos ha creado una dependencia a capturar todo lo que vemos con mucha facilidad, sin cuestionar si es necesario o no.
Amalio Rey
Hola, Rafael:
Hace tiempo no voy a la Alhambra, y supongo que lo que cuentas me va a chocar bastante, a pesar de que ya no me sorprenda.
Pero si lo analizas bien, y lo encajas dentro de la lógica economicista del turismo, es fácil de comprender. A ver. Si el reclamo fundamental de una ciudad como Granada es, con diferencia, la Alhambra, es normal que quieran meter al mayor número de personas allí, porque un turista que visita la ciudad (probablemente) no iría a Granada si no tiene la oportunidad de ver la Alhambra. Se juntan el hambre con las ganas de comer => La economía de la ciudad necesita de esos turistas + Esos turistas no van a la ciudad si no pueden fotografiarse en la Alhambra, una de las maravillas de la humanidad. Como ves, ese bucle es imposible de romper, me temo.
Respecto de lo que comentas sobre la fotografía digital, me has puesto a pensar. Tienes bastante razón. Cuando usábamos carretes, nos pensábamos mucho más que valía la pena, y qué no, fotografiar. Eramos por lo tanto más sobrios y prudentes. Hoy andamos por ahí desaforados, dandole clics a cámaras y teléfonos moviles, lo que hace que actuemos más por automatismos, en piloto automático.
Jorge
¡Buen repaso! Las reconozco casi todas, es como ver el retrato de unos amigos, jeje. Supongo que esas contradicciones son un acompañante espontáneo de todo viajero, el resultado inevitable de confrontarnos con lo diferente.
Al del fotógrafo impertinente, yo personalmente añadiría una variación: el fotógrafo banal. Cuántas veces, pensándome viajero, me he descubierto de pronto haciendo una foto rápida, sin demasiada atención ni intención, a un momumento o similar, entre otras decenas de turistas haciendo lo mismo. Y de pronto, me pregunto para qué he hecho esa foto, que probablemente no volveré a mirar ni 3 veces en mi vida, y que podría encontrar, casi idéntica, buscando en Internet. Soy más de disfrutar la experiencia y captar detalles que me “lleguen”, pero siempre acabo cayendo en la trampa, en la inercia del turista y su metralla fotográfica.
Sobre el primer punto, yo lo matizaría: no creo que sea tanto cuestión de progresar más o menos, sino de cómo es ese progreso. A mí lo que me fastidia es comprobar cómo, sea en el sitio que sea, el progreso tiene siempre el mismo aspecto. Cuando veo que un sitio exótico, enormemente diferente, se empieza a parecer a mi tierra, me mosqueo. Algo estamos haciendo mal. Cuántos aspectos culturales o climáticos nos estamos pasando por el forro (y borrando) cuando “progreso” significa pérdida de carácter y homogeneización. Si milenios de adaptación han llevado a un paisaje, una forma de vestir o un tipo de edificios, que “progresar” y “lograr unas mejores condiciones de vida” signifique borrar eso… no me cuadra. ¿Que para progresar no podrá permanecer igual? Seguro. Pero no tendría por qué dejar de ser diferente.
Así que, dándole la vuelta, no creo que sea egoísta decepcionarse por ello. Es más, creo que deberíamos prestarle más atención a esa intuición, y escuchar ese sentimiento de boca de otros en nuestro propio país. No cuando nos digan “ya no es lo que era” sino cuando nos digan “esto cada día se parece más a lo que ya conozco, y menos a un lugar diferente”.
Amalio Rey
Hola, Jorge… qué bueno verte por aqui!!!
Muy de acuerdo con tu variante del “fotógrafo banal”. Me he visto mucho con esa actitud. De tantas prisas, nos mimetizamos, y hacemos cosas sin sentido. Por ejemplo, competir contra las postales o las fotos de profesionales. Te diré que yo intento siempre, al menos, meter en la foto a los viajeros que me acompañan, o a mí mismo, para que aquello sea algo más personal, y no una mera postal, a menos que intuya que estoy teniendo la suerte de captar una instantanea diferente, que diga algo de mi forma de ver el mundo.
Es verdad que nos mosqueamos al ver que “el progreso tiene siempre el mismo aspecto”, porque reduce diversidad. Sin embargo, lo que yo me pregunto es qué parte de ese progreso, y de eso que se parece más a lo nuestro, tiene sentido que le ocurra también a ellos. A ver, cuando “lo exotico” es incómodo y molesto para vivir, entonces que cambie por el bien de ellos, aunque deje de ser “exotico” para mí. Por poner el contrapunto a tu idea, hay “homogeneizaciones” (menudo palabro) que no son per se malas, si conducen a una mejora humana, aún para personas como nosotros que apreciamos tanto la diversidad. Si una solución es buena para mí, no debería pensar que no sea buena para ellos, incluso cuando implique “una pérdida de caracter”.
Creo que hablamos de lo mismo, que coincidimos, pero me apetecía hacer esta matización a tu matización. Por eso, Jorge, sigo pensando que hay un poco de egoismo en esa actitud de querer que no cambien 🙂
Teresa Zorrilla
Me cae muy bien oir esa gran dosis de sinceridad y autocrítica.
Seguro que la habrán pasado bien en Marruecos, país que se me antoja conocer y que les brinda además de las experiencias,
y gracias a tus reflexiones con todas sus emociones, aprendizajes significativos.
Me encantaría que tu autocrítica se publicara en las guías de turistas e incluso para nuevos residentes en países diferentes.
Al leerla, me remonto a los años que viví en la sierra Tarahumara, al norte de México, entre un grupo indígena de cultura extraordinaria, gran pobreza material, hambre, tuberculosis, fiestas tradicionales llenas de colorido donde los turistas se intrometían para las famosas fotos, el injusto y jodido regateo y hasta los indigenistas que encajaban su diente y su crítica cuando trasladábamos a pacientes a hospitales para que recibieran los beneficios de la alta tecnología, con el discurso de que la muerte es parte del ciclo de la vida, que si están acostumbrados y demás incoherencias
Así que a seguir echándole ganas en estos aprendizajes multiculturales, multicoloridos y con chispazos reaccionantes a nosotros mismos. Gracias por compartir Amalio.
Amalio Rey
Hola, Teresa. Las “guías de turistas” (al menos las de venta masiva) estan acartonadas, y son bastante simplistas. Sirven para vender, y nada más. Como sabes, no encajan bien las contradicciones.
Gracias por pasarte. Por cierto, muchas ganas las mías de visitar México, es de los pocos países de LaTam que me queda pendiente 🙂
Paco
Totalmente de acuerdo con los puntos que has mencionado. Creo que se acentúan mucho más cuando los españoles viajamos a Marruecos, ya que aunque es un país maravilloso hay muchos prejuicios por ambas partes y los dos lados intentamos comprobar la veracidad de dichos prejuicios.
Todavía hay lugares magníficos donde podemos descubrir muchas cosas, relajarnos y disfrutar del conocimiento y la sorpresa de algo nuevo que se quedará en nuestra memoria.
Un abrazo
Amalio Rey
Gracias, Paco, por tu opinión. Lo de los prejuicios mutuos es muy cierto, e influye bastante en la percepción. En mi caso te juro que iba abierto a asimilar nueva información. Ya habia estado antes dos veces en Marruecos, y me había gustado bastante.
Un abrazo