¿Rendimos más compitiendo, o no? Lo que piensa Alfie Kohn
POST Nº 655
Soy muy fan de Alfie Kohn, académico independiente norteamericano con varios libros sobre educación, paternidad y comportamiento humano. Un brillante agitador de neuronas que es capaz de explicar ideas complejas con una claridad apabullante. Lo que más me gusta de él es que desbroza las paradojas con mensajes sencillos y no dice nada sin basarse en una extensa investigación científica. Un tipo sabio y riguroso que comunica para todo el mundo.
Kohn es conocido -mucho menos de lo que debería- sobre todo por sus críticas a la educación tradicional, pero sus ideas también han tenido una buena acogida en el mundo de la gestión de las organizaciones. Dos de sus libros: No Contest (1986) y Punished by Rewards (1993, versión en español: Motivar sin premios ni castigos), analizan el efecto de la competencia y del «conductismo popular» no solo en las familias y las escuelas, sino también en el ámbito empresarial.
Voy a dedicar esta entrada al primer libro: No Contest, del que no me consta que se haya publicado una edición en castellano todavía. El título incide en la idea de cómo en nuestra compulsión por clasificarnos, transformamos casi todo en un concurso, y el daño que eso produce en el bienestar de la sociedad. Este es un tema del que he escrito mucho, y tanto que entra en mi categoría de los erre-que-erre. Repaso rápidamente tres entradas que hablan de esto, antes de volver a Kohn.
Tres casos contra la competencia
En un artículo que se publicó en Sintetia, citando al gran Charles Handy, recordaba que hay una gran diferencia entre las carreras de caballos y los maratones. En una carrera de caballos, los tres primeros cuentan, y el resto son ‘fracasados”. Mientras que en un maratón, todo el que termina “gana”, porque el objetivo de casi todo el mundo es solamente mejorar su tiempo anterior. El ambiente al final de un maratón, con todo el mundo exhausto pero jubiloso, es notablemente diferente del de una carrera de caballos, en la que un grupo está alegre, pero la mayoría se siente abatida y decepcionada. Me encanta la metáfora. Es potente y clara porque, como dice Handy, podemos organizar la vida y las organizaciones de manera que sean carreras de caballos o maratones. En las primeras, competimos contra otros (y por lo tanto, caben muy pocos ganadores), mientras que en los segundos “competimos” contra nosotros mismos, y podemos ganar muchos. Por eso, siempre que sea posible, es mejor optar por los maratones, porque al final de las carreras de caballos ganan tan pocos que uno tiene la sensación de “estar en una asamblea de perdedores, no de ganadores”. En palabras de Charles Handy, y cito:
“La competencia puede ser destructiva, porque suele utilizarse como una especie de herbicida selectivo, que desecha lo más pobre (…) Esa clase de competencia divide, y consigue que la gente se preocupe, sobre todo cuando el castigo por perder es alto, como el despido. Las personas preocupadas empiezan a iniciar juegos políticos con el fin de protegerse, y entonces dedican más energía a no perder que a ganar (…) La competencia es buena para todo el mundo, pero solamente si todos pueden ganar”.
También me he cuestionado esa tendencia absurda de algunas administraciones públicas y entidades sociales de querer competir entre ellas, que es algo que ocurre de forma frecuente, cuando ni siquiera deberían hacerlo con el sector privado. Suelo insistir en que al funcionar en muchos casos como un monopolio en la provisión de servicios, deben aprender a motivarse para innovar de un modo diferente a como lo hace la empresa privada. Por ejemplo, todo aquel que alcance determinados estándares de calidad, debería ser reconocido. A mí me parece un desperdicio imperdonable que las entidades públicas/sociales pierdan tiempo y energía en compararse y competir con otras que siguen fines parecidos, en lugar de centrarse en lo que realmente deben hacer, que es descubrir cómo satisfacer las expectativas de sus colectivos objetivo.
En tercer lugar, he dicho muchas veces que detesto los rankings, y más aún en actividades sociales como la salud o la educación, cuya naturaleza es esencialmente sumadora. Los rankings en esos ámbitos -y en muchos otros- son casi siempre comparaciones odiosas y disparatadas. Además de hacer daño, son subjetivos y manipuladores. Los criterios que se usan para ordenar son caprichosos y sesgados por un marco mental perverso. Y si lo dudas, échale un vistazo a los criterios que usan las Escuelas de Negocio para hacer los suyos, y verás el perjuicio que causan los rankings al espíritu educativo de esas instituciones. Tampoco suelen gustarme los Premios del tipo “El mejor de…” porque, insisto, responden a una idea pretenciosa y equivocada. Con honrosas excepciones, tienden a ser operaciones comerciales de patrocinadores, o maniobras para mejorar la visibilidad de blogs, marcas o portales-web.
Los cinco argumentos de Alfie Kohn
Regresando a Kohn, su libro No Contest desmitifica la noción de “competencia” como una actividad natural o positiva en la sociedad. Su tesis central es que competir no sirve al bien común: “la competencia nos hace reactivos, agresivos, cerrados a nuevas ideas y hostiles a las alternativas”. Por eso critica el “encaprichamiento estadounidense” por ser el Número Uno. Según él, esa lucha por ganar de unos a otros en el trabajo, la escuela y otros sitios, nos convierte a todos en perdedores.
En efecto, el paradigma de la competencia como algo inevitable y deseable es el típico marco mental (muy fomentado desde el mito estadounidense) con el que nos han taladrado el cerebro hasta convertirlo en pensamiento único. Por eso, hay que revisar el papel que hemos dado a la competencia en la sociedad y en nuestras propias vidas. Sin embargo, como alguien decía: aunque la mentalidad competitiva puede y debe ser desaprendida; a más obsoleto es el concepto, más se invertirá en adoctrinarla.
De todas las ideas de Kohn, las más oportunas (por contraintuitivas desde el marco normalizado) son las que dedica a demostrar que la competencia no solo es una práctica nociva para el espíritu, sino que también es ineficiente. Él insiste en que la motivación no se seca por la falta de competencia, ni rendimos más por competir. Ese es un viejo engaño porque el deseo de esforzarse rara vez proviene de querer ganar a otros. Este razonamiento es útil para todos los ámbitos, y sobre todo en la educación, pero voy a enfocarlo más al mundo de la gestión de las organizaciones. Resumo seguidamente algunos de sus argumentos en contra de la competencia, porque es difícil explicarse mejor:
1. La competencia genera ansiedad
Es así porque angustia la posibilidad de terminar como un perdedor. La tensión de ganar, o no perder, tiende a inhibir el desempeño. También puede afectar a la autoestima porque, por definición, la mayoría de los competidores pierden. Por eso, la investigación y la experiencia demuestran que la competencia es psicológicamente destructiva y venenosa para nuestras relaciones.
Cualquier arreglo en el que el éxito de una persona dependa del fracaso de otra está destinado a ser contraproducente. Y lo mejor, siempre queda una alternativa más saludable para motivarse: comparar el desempeño de uno con algún estándar absoluto o con cómo lo hicimos el año anterior.
2. La competencia es clasificadora y excluyente
“Nos encanta clasificar. Peor aún, creamos escasez artificial, como premios, distinciones fabricadas de la nada para que algunos no puedan obtenerlas. Cada concurso implica la invención de un estado deseado donde no existía ninguno antes y no es necesario que exista”, afirma Kohn.
En educación, por ejemplo, el puntaje de los exámenes estandarizados, esos números, “como todos los educadores saben en su corazón”, no captan la mayor parte de lo que es significativo sobre el aprendizaje; en cambio, fomentan las comparaciones sin sentido entre alumnos y también entre escuelas. Son un “elaborado dispositivo de clasificación, destinado a separar el trigo de la paja”. Y peor aún, los educadores se ven presionados a «enseñar para los exámenes» renunciando a lecciones potencialmente innovadoras para asegurarse de que sus estudiantes aprendan de verdad.
3. La competencia desestimula el intercambio de ideas, talentos y habilidades
Genera desconfianza y hostilidad. Produce redundancias entre personas intentando resolver los mismos problemas porque no cooperan. Crea una mentalidad de adversario que hace que la colaboración productiva sea menos probable. Sobre todo, fomenta la falsa creencia de que la excelencia o el éxito en sí mismo es un juego de suma cero.
¿Y cuál es la alternativa? el aprendizaje cooperativo. Cuando se anima a trabajar en parejas o en grupos pequeños para ayudarse mutuamente a aprender, los participantes se sienten mejor consigo mismos, se gustan más y desarrollan estrategias cognitivas más sofisticadas que dan como resultado un mayor aprendizaje. La clave está en impulsar la idea no individualista de que “deben depender y ser responsables entre sí” para alcanzar el éxito.
4. La competencia distrae de lo principal
Centrarse en ganar a menudo desvía la atención del objetivo que se persigue con la tarea. El desempeño óptimo se consigue cuando ese trabajo se percibe satisfactorio y desafiante por sí mismo y no cuando se convierte en un medio para alcanzar una meta externa, como la de ser el Número Uno.
Matiza Kohn que la investigación sugiere que la competencia de forma temporal a veces puede ser un motivador adecuado para tareas simples y rutinarias, que cuesta que sean intrínsecamente motivantes. Pero cuando se trata de una resolución de problemas de alto nivel o de creatividad, no hay forma más segura de socavar la calidad que organizar un concurso.
5. La competencia es cortoplacista
Una mentalidad competitiva hace más difícil una transformación genuina de las organizaciones y de la sociedad, porque esos cambios requieren un esfuerzo colectivo y un compromiso a largo plazo que la obsesión competitiva siempre penaliza de alguna manera.
Meritocracia y competencia
Estas críticas nos llevan casi siempre a reexaminar el lugar que ocupa la meritocracia, un principio que se cimenta en una lógica de pura competencia, una forma de competir que parece justa pero que -además de no serlo en la realidad- tiene efectos perniciosos en la equidad social.
La meritocracia es, técnicamente hablando, un embuste si no hay igualdad de oportunidades -es un juego competitivo trucado por desigual- pero, incluso, si pudiéramos tener un mecanismo meritocrático perfecto para asignar recursos y prestigio, seguiría siendo una carrera competitiva y su resultado final también sería muy desigual.
César Rendueles, en su último libro Contra la igualdad de oportunidades: un panfleto igualitarista (Seix Barral, 2020), aporta argumentos interesantes para repensar esta cuestión. Él defiende un modelo alternativo, más colaborativo, que fomente los vínculos sociales y promueva el bien común. Su propuesta no es dar a todo el mundo lo mismo, sino a cada uno lo que necesita. El filósofo norteamericano Michael J. Sandel, con su libro La tiranía del mérito: ¿Qué ha sido del bien común? (Debate, 2020), también se suma, aunque con ideas menos radicales, a las críticas del mito de la meritocracia.
El diseño también importa
Claro, hay concursos y concursos. Todavía estamos a tiempo, si intervenimos en el diseño desde una lógica de inteligencia colectiva, para rescatarlos de la ansiedad competitiva y convertirlos en un ejercicio más inclusivo. Por ejemplo, en vez de concebirlos desde una lógica individualista y centralizada, donde uno/as participantes envían sus ideas, cada uno/a por su cuenta, a una entidad convocante que es quien toma la decisión de quiénes son los ganadores; es posible organizarlos de otra manera, introduciendo, por ejemplo, dinámicas como estas:
- Facilitar la remezcla entre las ideas participantes, o sea, la colaboración entre propuestas, en lugar de tratarlas como candidatas aisladas. Por ejemplo, Matlab o Scratch lo hacen.
- Pensar en alguna fórmula que permita aprovechar las propuestas que no resulten seleccionadas con el fin de que ese conocimiento no se pierda. Hay que implementar formatos que permitan reusar las propuestas no ganadoras para que tengan una segunda oportunidad.
En resumen
Cuanta más energía dedique un individuo u organización a luchar por ser el Número Uno, menos probable es que pueda conseguir y mantener una calidad auténtica. Kohn es taxativo en su mensaje:
«Mi conclusión es que la productividad óptima no solo no requiere competencia, sino que se consigue solo cuando no la hay. La mejor cantidad de competencia en su empresa es ninguna (…) Tenga en cuenta que no me quejo de una competencia excesiva o inapropiada. Estoy diciendo que la competencia en sí misma, o sea, esperar que una persona o un grupo pierda para que otro pueda ganar, es inherentemente contraproducente (…) Estoy diciendo que la competencia tampoco tiene sentido desde la perspectiva del resultado final porque impide que la gente haga lo mejor que pueda”.
La competencia se basa en la motivación externa, así que cuando nos comprometemos a «ganar», eliminamos la diversión y el juego de la experiencia, y de esa forma la empobrecemos. Me quedo con un comentario de una lectora sobre el libro de Kohn, que parece haber entendido bien la lección:
“Nunca he competido para tener nada de lo que tengo. De hecho, siento que mi vida ha sido tan buena porque mientras los otros estaban ocupados compitiendo y haciendo su vida demasiado difícil y estresante, yo estaba disfrutando de mi trabajo”.
Pues eso, más claro ni el agua, ¿a ti también te lo parece, o no?
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Ariel bangher
Muy interesante punto de vista!!
JUAN JOSÉ BRIZUELA AGUAYO
Me apunto al autor porque este tema me interesa mucho, desde la óptica del aprendizaje en deporte … y en la vida, claro.
Una cosa que me ha surgido mientras lo leía es: ¿para qué competir? ¿cuál es su finalidad? Como quiera que la respuesta no es fácil porque creo que genera dudas, siento que no tiene mucho sentido en sí mismo: competir sin más no conduce a nada. El éxito es efímero, decía Bielsa. Además tiene otra frase fantástica que es la de «Se puede ganar, se puede perder (se puede aprobar, se puede desaprobar): lo importante es la nobleza de los recursos utilizados.» Y creo que por competir, se utilizan recursos con poca nobleza, sinceramente.
Amalio Rey
Hola, Juanjo: Qué bueno que cites al loco Bielsa, uno de mis ídolos. Un tipo especial, que compite pero no. En el deporte de alto rendimiento hay mucho de problemático con la competencia, que tendremos que revisar.
JUAN JOSÉ BRIZUELA AGUAYO
Me interesa llevarlo al mundo de deporte, pero fíjate como ya te comenté, que me interesaba más aprender del mundo del deporte, que está evolucionando, para llevarlo al mundo profesional. Y en ese traslado es donde adquiere, al menos a mí, este sentido de la competitividad. Y de la competencia, que creo que tiene que ver más con los recursos que no con el triunfo o la derrota, individual o colectiva.
Julen
Me da que vivimos esclavos de las ideas asociadas a los intercambios de suma cero, que son lógicos hablando de bienes físicos, pero que no aplican cuando se trata de conocimiento. Eso de que si te doy un manzana, me quedo sin ella hace mucho daño. Hay que competir. En cambio, si te doy una idea yo no me quedo sin ella y al compartirla, quizá generemos nuevo conocimiento. Para mí esta es la base de por qué competir hace daño.
Un ejemplo tremendo es lo que está pasando con las vacunas. Sí, tenemos 2, 4, 8 o 15. Pero, ¿no sería más lógico diseñar una colaboración global para sumar y llegar a una solución global? Esto, desde luego, no debe impedir que haya iniciativas específicas que se complementen unas con otras. El óptimo global no llega de óptimos locales.
Buen artículo, Amalio. Muy oportuna la colección de fuentes que citas.
Amalio Rey
De acuerdo, Julen. El ejemplo que pones de las vacunas es un sinsentido global, un ejemplo icónico de suboptimización que se explica por el paradigma de la competencia. El lío que tenemos ahora con el retraso en la entrega de las dosis se hubiera resuelto ya con una coordinación global, sabiendo bien que a más retraso, más riesgos tenemos de que el virus mute. Es tremendo. Nos tiramos piedras sobre nuestros mismos tejados.
Roser Batlle
¡¡Qué interesante, Amalio!! Siempre dando ideas… Como corredora, además, me siento muy identificada con el ejemplo de la carrera de caballos y la maratón. Buenísimo ejemplo.
Y, sin embargo, reconozco que en el ámbito del juego la competencia es divertida… cuando se asume que es un juego y que no se acaba el mundo. Cuando se desdramatiza el hecho de perder.
En educación yo defiendo que, al lado de los juegos colaborativos, los niños y las niñas puedan disfrutar de juegos en los que unos pierden y otros ganan.
Amalio Rey
Roser, ¡¡Cuánto me alegro de que hagas este comentario!! Porque me das pie a añadir una matización que le falta al post. No quiero que parezca que estoy en contra de los juegos competitivos per se. Fíjate, soy futbolero, y me encanta que mi #Betis gane partidos (¡¡y que pierda el #Sevilla). A menudo juego con mis hijos a cosas en las que se gana y se pierde, y nos lo pasamos de miedo. Pero tú das en el clavo: “la competencia es divertida cuando se asume que es un juego”, y como tal, “se desdramatiza el hecho de perder”. Por supuesto que, por esa misma razón, en educación pueden funcionar los juegos competitivos. Además de producir una adrenalina saludable, y muchas risas, dan la oportunidad de perder y de aprender a gestionarlo. Hasta ahí, todo bien. Pero las ideas de Kohn apuntan, como bien supones, en otra dirección. Hablamos de cosas serias, de las cosas que llenan (o vacían) neveras, de dramas que sí pueden matar el espíritu. Si competir puede llevarte a eso, o a producir una repugnante desigualdad (más sabiendo que hay alternativas), entonces se acabó la gracia. Por otra parte, ya que estamos con los matices, soy de los que cree que competir puede funcionar en un primer momento si inmediatamente después se hace acompañar de colaboración. Por ejemplo, pones primero a competir entre las ideas, insuflas un poco de juego al afloramiento del genio, pero llegado un momento, empieza la remezcla, las combinaciones y la complicidad que potencie lo colectivo. El contexto en que utilizas la competencia es esencialmente cooperativo, porque la vida lo es debido a nuestras interdependencias. Es como lo veo. Seguro que me entiendes. ¡¡gracias por pasarte!!