¿Inclusión por arriba o emparejar hacia abajo? (post-434)

En una conversación muy animada que tuve el otro día en Bilbao, Chacolí de por medio, salió un tema bastante interesante del que me prometí escribir. Estuvimos hablando de las dificultades que se dan a veces en los grupos o colectivos para integrar y motivar a personas que son brillantes, muy seguras de sí mismas porque suelen hacerse un criterio propio de las cosas, que están altamente preparadas, son (auto) exigentes, y tienen expectativas por encima de la media. Son personas con muy buenas ideas, pero que elevan el listón de lo que el grupo/equipo debería aportarles para sentirse motivadas a participar. A esto le añadimos que probablemente no tengan problemas de autoestima, sino todo lo contrario 🙂
Pues bien, hablando del asunto me di cuenta que los que impulsamos proyectos colaborativos, o gestionamos equipos, tendemos a poner la mayor atención en asegurarnos lo que llamaría la “inclusión por abajo”, o sea, en hacer lo posible por introducir lógicas de igualdad de oportunidades que permitan integrar a las personas con dificultades, a los eslabones más débiles, a los que les cuesta más mantener el ritmo del equipo; pero descuidamos (o infravaloramos) la importancia de hacer algo para que el talento que está muy por encima de la media no se sienta perjudicado por tener que rebajar sus expectativas, ir a un ritmo mucho más lento para integrar a los rezagados, o forzar un espíritu-de-equipo que desaproveche sus destrezas especiales y termine haciendo el proyecto menos interesante desde su punto de vista.
De hecho, cuando hablamos de “ser inclusivos”, nos viene a la cabeza de forma natural la idea de ayudar a la gente desfavorecida, en desventaja, discriminada (por la razón que sea); y pensamos menos en que un tipo especial de discriminación o perjuicio puede afectar también a los que en principio van sobrados de capacidad y conocimiento.
De esta reflexión me vino lo de la “inclusión por arriba”, o sea, si vale la pena y deberíamos hacer algo para dedicar una especial atención en la gestión de equipos y colectivos a la gente más virtuosa y competente, esa que está muy por encima de la media en capacidades y habilidades, y que por esa razón puede ser difícil de integrar y motivar. Son personas que pueden plantear resistencias o dudas precisamente porque poseen capacidad para hacerse buenas preguntas y tienden a seleccionar con más celo a qué dedican su tiempo.
Esto que estoy contando no es una neura de domingo, ni un ejercicio banal de pseudo psicología de grupo. Tiene mucha más importancia de lo que parece, porque me estoy refiriendo al clásico problema de “emparejar hacia abajo” que se ha llevado al traste tantos proyectos de cambio colectivo. Es, de hecho, un problema recurrente de la Izquierda, que de tanto mirar hacia abajo incurre en el error (a veces con un discurso tan excluyente como el que critican) de enviar un mensaje de menosprecio hacia los-de-arriba, en vez de intentar aplicar estrategias inclusivas que también motiven e impliquen (al menos, de forma selectiva) a aquellos que están mejor preparados para aportar valor, experiencia y talento al cambio, y desean participar sin ser estigmatizados.
Por cierto, OJO, entiéndase que cuando uso la frase “los de arriba” no me estoy refiriendo necesariamente a los más ricos de la clase, sino a lo/as que en principio parecen que menos ayuda o empatía necesitan por estar sobradamente preparado/as, tengan la pasta que tengan.
Estuve dándole vueltas a este tema, y me doy cuenta que ninguna revolución progresista ha conseguido de verdad sus objetivos, ni ha perdurado en el tiempo de forma genuina, ignorando el talento creativo y la experiencia singular de la pequeña burguesía o las capas altamente formadas de la sociedad. Ahora que el tema está de moda, puedo añadir como ejemplo, que la Revolución Cubana empezó a fallar el día en que metió a todos los-de-arriba en el mismo saco y les colocó la fastidiosa etiqueta de “clase acomodada contrarrevolucionaria”. Proteger a los de abajo es algo que hizo muy bien, con resultados sorprendentes, pero ninguneó a un sector muy preparado de la sociedad que mostró interés en participar, con un gran talento y experiencia, y que terminó yéndose del país por no verse aceptado en un modelo que intentara emparejar-hacia-arriba, como era su aspiración.
No soy ingenuo, ni insensato, así que quizás conviene que advierta que con esto no estoy diciendo, ni mucho menos, que todos merezcan la misma atención. Creo en la discriminación positiva y en las lógicas que buscan promover la igualdad de oportunidades. La gente más débil necesita, por definición, más refuerzo y apoyo. También tengo claro que a menudo hay que tomar decisiones valientes por el bien social que perjudican a los-de-arriba, porque hay conflictos que no son de naturaleza Ganar-Ganar, sino Juegos de Suma Cero.
Pero no ignoremos la otra parte de la historia, porque su impacto puede ser decisivo en el éxito de un proyecto. Las prácticas inclusivas, o lo que conocemos hoy por “ser inclusivos”, no debe descuidar, ni infravalorar, la necesidad de implicar y crear espacios de realización para los sectores de más talento y formación, que precisamente por eso pueden sentirse penalizados por procesos que concentran todos los mimos en las capas que están por debajo de la media. Esto que estoy diciendo, y que suena con razón en clave política, es perfectamente extrapolable a la gestión de equipos de cualquier tipo. Es también un tema a considerar en proyectos de Inteligencia Colectiva, así como en el mundo de la Educación. Menospreciar ese músculo de talento, no cuidarlo, puede resultar fatal y un auténtico desperdicio. Emparejar hacia abajo es una mala cosa, mírese como se mire.
Nota: La imagen del post es del album de Paco Matos en Flickr
Iván
Hola Amalio. Me gusta el ejemplo que ante esto ponen las empresas con la mirada de Koldo Saratxaga ( irizar, Ampo, Grupo NER). Es sencillo de explicar y complicado de hacer, la famosa Campana de Gauss. Un abrazo y buena entrada de año 2015.
Amalio Rey
¿Qué ejemplo es ese, Ivan? Pasame un enlace, para echarle un vistazo… Gracias, y feliz 2015
Alfonso Vázquez
Interesante reflexión, Amalio, pero discrepo de tus prescripciones y enfoques.
En primer lugar, la personas «geniales» lo son, en parte, porque se separan de los colectivos al uso y exhiben su potencia sin relación a las normas del equipo. Si les pides que regresen al «rebaño», te darán la respuesta de Brassens en «La mala reputación». En la línea que apunta Julen, la «tecnología de los equipos» es, en nuestra sociedad de hoy, pura artificialidad, juegos de laboratorio, al estilo de Belbin, en su pretensión de construir ¿qué?… ¡equipos de alto rendimiento! (muy acorde con los tiempos). ¿Podemos imaginarnos, sin soltar la carcajada, a un Nietzsche, un Marx, un Einstein… en un «equipo de alto rendimiento»? No intentemos integrar lo que ni es integrable, ni sería positivo que lo fuera…
En segundo lugar, no me parece nada claro achacar el «emparejamiento por abajo» y «la inclusión por arriba» a fuerzas políticas de nuestro tiempo, como la izquierda y la derecha. Creo que el tema tiene mucho más que ver con los juegos de poderes que se establecen en cada momento y en cómo utilizan sus bazas. En las sociedades esclavistas y en las feudales, cada cuál tenía su lugar establecido por designio del nacimento y decisión de los dioses. Pero quienes sobresalían de forma no convencional se exponían a la cicuta, la Inquisición o la hoguera.
Y sobre las «revoluciones progresistas» (no sé si es muy adecuado el término, pero bueno…): Desde la Revolución Francesa hasta nuestros días, esas revoluciones han sido encabezadas, encauzadas y diseñadas por las capas más preparadas, más «elitistas» de la sociedad: Los Voltaire, Diderot, Robespierre, Danton, Marat, Saint-Just… no eran plebeyos. Ni lo eran Lenin, Bujarin, Trotsky, Kamenev, Zinoviev, Krupskaia… Su eliminación se debió a las luchas por el poder, no al «emparejamiento» con los de abajo (igual que ocurrió en la Revolución Cultural China de Mao con el influjo de la «banda de los cuatro»; de Cuba tú sabes mucho más que yo). Y estas «fracasadas» revoluciones, desde un punto de vista utópico, cambiaron el mundo…
Felices fiestas
Amalio Rey
Alfonso, muchas gracias por tu contrapunto, tan fundamentado.
Quizás no lo he explicado bien, pero no proponía que esas personas geniales «regresen al rebaño». Más bien todo lo contrario. Cuando hablo de hacer algo para integrarlos (a lo que he llamado «inclusión por arriba»), me refiero precisamente a que motivar a esa gente exige un trato diferenciado, que dista mucho de empujarlos hacia lo colectivo sin respetar su complejidad y singularidad. Cuando hablaba de errores cometidos por revoluciones progresistas, estaba pensando en ello, porque las que se han equivocado hicieron eso: tratar a esos «genios» como un mero número, esperando que por no sé qué «bien común», estas personas iba a rebajar sus expectativas para ganarse un sitio en el rebaño (por seguir tu terminología).
Quizás al mencionar la idea de «gestión de equipos» pudo dar la impresión que proponía eso que comentas, pero usé el término «equipos» para referirme alegremente a «grupos de personas» que necesitamos poner de acuerdo, para que colaboren de algún modo en el logro de un objetivo.
Figuras tan geniales como Einstein o Marx también hubo que «motivarlas» de algun modo para que participaran en proyectos, y quisieran compartir sus talentos con otras personas. Lo que quiero decir es que me parece un error pensar que estos personajes tan especiales no pueden aprovecharse en el trabajo de grupos de ninguna manera. Vale, creo que el término «integrar» suena excesivo en estos casos, pero siendo laxos en el uso de las palabras, lo que quiero decir es que ese talento hay que aprovecharlo socialmente de algún modo, y para eso se necesitan estrategias específicas, que no serán las mismas que se usan para la media de los participantes.
En cuanto al segundo punto, estoy muy de acuerdo contigo que el «juego de poderes» tiene una influencia determinante en todo esto; pero al mismo tiempo yo sí que veo un sesgo hacia el «emparejamiento hacia abajo» en movimientos de izquierda, del mismo modo que la derecha tiende a vendernos la farsa de que «empareja hacia arriba» (cosa que no hace, como ya sabemos).
La Revolución Cubana, que la conozco bien (con todas sus virtudes, también), se dejó atrapar, en muchos aspectos, por ese paradigma. Si les preguntas a sus dirigentes, lo van a negar. Pero los hechos hablan por sí mismos. Hubo un desprecio sistemático hacia culquier sector o persona brillante, diferente, especial, o muy formada (y vivida) que pareciera ser demasiado inteligente para cuestionarse los cánones colectivos. Se les tachaba de «elitistas pequeño-burgueses», y no creo que fuera solo por un tema de poder (que lo había), sino también porque se asociaba simplistamente a «los de arriba» con esa etiqueta. Algunos efectivamente lo eran, pero otros no, sino que se trataba de «talentos excepcionales» que había que tratar de otra manera, para no perderlos. Quizás nunca se hubieran «integrado» del todo, pero tampoco se hubieran perdido, como en realidad ocurrió con muchos casos.
Sip, lo de «revoluciones progresistas» admite muchas lecturas, y condicionales. Es posible que no sea el término más preciso. Pero creo que nos entendemos 🙂
A mí, en todo caso, no me gustaría limitarme a la lectura política del post, y que efectivamente es muy resbaladiza. Estoy pensando en proyectos de Inteligencia Colectiva, de cualquier tipo. De hecho, tampoco tenemos que subir tanto el listón para fijarnos en «personas geniales» como Einstein o Marx, sino pensar en cómo se puede motivar (o como mínimo, «no desmotivar») a aquellas personas que tienen unas expectivas superiores a la media de un grupo. Creo que ahí tenemos mucho trabajo por delante…
Felices fiestas, Alfonso 🙂
Alfonso Vázquez
Mil gracias, Amalio, por tu amabilidad para aclarar(me) tus propuestas. Reconozco que siento cierta «alergia» hacia toda la parafernalia de «motivación», «inclusión», «liderazgo», «equipos», «marcas personales», y un largo etcétera, y, de paso con su corolario de la panoplia de técnicas, herramientas, cursillos de formación, sesiones de introspección… que crean «jaulas» de instrumentos donde encerrar a los pajarillos para disfrute de sus amos. (Coincido ampliamente con tu magnífico post «La mentira del management», por cierto…).
Yo, desde luego, huiría como alma que lleva al diablo de quienes trazasen la diabólica estrategia de «motivarme» para «incluirme». Me motiva lo que quiero y a quienes quiero, las causas justas y la dignidad. Y creo que es mucho más importante fijarse en los contextos sociales y su transformación que en la psicología del individuo…
Por si puede aportar te dejo un artículo que he escrito recientemente:
http://www.hobest.es/blog/2014/12/04/el-poder-de-la-comunidad
Disfruta, Amalio.
Amalio Rey
jjjj… de acuerdo, Alfonso. Padezco de la misma alergia 🙂
Más claro que el agua con esta frase tan acertada: «jaulas de instrumentos donde encerrar a los pajarillos para disfrute de sus amos». Te la tomo prestada.
Yo sí creo en la motivación para incluir. Eso incluye hacer pedagogia de la buena, la genuina, además de diseñar proyectos de tal modo que su «estructura de motivaciones» se alinee con los colectivos que a uno le gustaría activar y movilizar. Todo eso influye en la motivación, y los que inician o gestionar proyectos deberían dar una respuesta a eso.
Claro que nos motiva «lo que queremos», pero no siempre lo «potencialmente motivante» está tan claro. A veces tenemos que saber, conocer más, o que se explique mejor algo, para saber si realmente lo queremos. Por otra parte, ya sabes que la atención se dispersa, hay muchos frentes interesantes. Más aún para la gente curiosa o creativa. Así que es posible que me acerque mas a los proyectos que hagan algo (bien hecho, sin parafernalia de marketing) para «motivarme».
Leo ese articulo y te comento 🙂
un abrazo
Julen
Conste que siguiendo a tus monjas y su conocimiento sobre inteligencias múltiples, quizá debamos reconocer que ese «talento excepcional» a veces no va sobrado de habilidades relacionales. Complicado asunto, porque a lo mejor la inclusión tenga más que ver con balancear capacidades (enfoque de Belbin) que no con sobrevalorar algunas de ellas.
Dicho eso, y aunque ya lo reconoces, es evidente que si en algún sitio hay que poner la prioridad es que la gente «excluida por abajo» recupere su dignidad, ¿no?
Amalio Rey
Julen, como la 2da idea está dicha, y bien enfatizada en el post, no hace falta que me repita otra vez. Ya lo has hecho tu 🙂
En cuanto a lo primero, esa probable falta de habilidades relacionales (que ya lo comento en el post, aunque conste que no siempre es así) puede explicar en parte que necesitemos ser más «inclusivos» de lo que somos con ellos. La razón es muy practica: un proyecto colectivo necesita de todos los talentos, y más si son excepcionales. Evidentemente, cada uno tendrá que poner de su parte.
Y supongo que estas de acuerdo conmigo con que se dan también muchos estigmas y estereotipos a la hora de calificar a esa «parte aventajada», hasta el punto que a veces, se les niega la «igualdad de oportunidades» que reclamamos con razón, con mucha razón, para los de abajo.
Solo quería aportar ese contrapunto, que suena contraintuitivo, porque lo de «emparejar para abajo» es una historia que me la conozco muy bien, y no me gusta.
Sip, complicado asunto. La vida misma…