La innovación como fetiche erótico
Vaya por delante, para el que no me conozca, que me dedico a esa cosa incierta y gelatinosa que llaman “gestión de la innovación”. Me gano los cuartos con eso, así que el post de hoy además de aguafiestas va a ser tirar piedras a mi propio tejado.
El título de la entrada no es mío. Lo he tomado de un fragmento del excelente ensayo de Lee Vinsel y Andrew Rusell que acabo de leer: “Hail the maintainers” en la insólita revista digital aeon.com. Rusell y Vinsel son profesores e investigadores del Stevens Institute of Technology, New Jersey. La tesis del artículo enlaza perfectamente con otro que compartí hace unos días en Facebook: “Terapia de rehabilitación para los innovadores compulsivos”, escrito por Sebastián Campanario en el diario argentino La Nación, que también citaba a los primeros, así que se juntó el hambre con las ganas de comer porque yo ya tenía muchas ganas de escribir sobre esto hace tiempo.
Esa combinación extraña entre el viejo management reciclado (bien equipado de eufemismos para vender) y la fiebre estartopera e idealizada del Silicon-Valley-Way está degenerando en la típica situación donde alguien crea el problema para después vender la solución. Sip, lo que estoy diciendo es que la innovación puede resolver cosas, pero también ser “el” problema si no se entiende/gestiona bien y en las dosis adecuadas. Por eso va siendo hora de poner en su sitio a los vendedores ambulantes de innovación, que a menudo ni saben lo que venden (y a sus medias naranjas que compran desde la misma ignorancia).
Hablemos, por ejemplo, de esa idea tan bonita del “beta-perpetuo”. Vale, tiene sentido en el contexto del desarrollo de software, pero llevada a lógicas de innovación sostenible puede convertirse en un despropósito. Tiene que haber algún momento en que el prototipo se estabilice, deje de ser algo inestable, para convertirse en una solución replicable. Sé que la “gestión de versiones” es un concepto de capa caída, pero insisto en que se necesita consolidar lo conseguido en sus rasgos esenciales para que pueda asimilarse bien. El prototipo eterno es jodidamente ineficiente. Y ya ni te cuento lo perjudicial que puede ser para la salud organizacional el cambio híper-nervioso al que lleva la innovación crónica. Igual estoy hecho un carca, pero sé que para la mayoría de las personas la turbulencia permanente resulta insoportable, y por eso prefiero hablar de “Beta intermitente” (innovación discontinua) como alternativa de modelo de gestión mucho más viable que el sobrevalorado “Beta perpetuo” (innovación continua).
Un efecto previsible de esta manía y retórica innovadora es lo subvalorado que está el perfil de la hormiguilla que se ocupa, un día sí y otro también, de que las cosas funcionen bien, y que se preste un buen servicio a los usuarios. En cambio, el perfil del “geniecillo”, esa persona a la que se le ocurren las ideas más locas, acapara la mayoría de los elogios en las organizaciones y suele ser el mejor pagado con diferencia (después de los jefes, claro). O sea, se sobrevalora la creatividad mientras se devalúa la constancia y perseverancia que resulta imprescindible para la buena ejecución de las ideas.
Basta con que la innovación (entendida erróneamente como creatividad y mera búsqueda de la novedad) se convierta en un fin en sí misma, o en un producto que hay que vender/comprar sí o sí, para que los efectos perversos de esta moda se empiecen a notar. Es glamoroso crear cosas nuevas, a más originales mejor, pero mal vamos si no nos preocupamos de consolidar y mantener lo que funciona bien.
Los dos artículos que inspiran esta entrada, y que cité antes, son suficientemente buenos para no tener que inventarme nuevos argumentos. Me limitaré a transcribir algunas de las ideas que más me gustaron de ambos, y que refuerzan la tesis central de que la innovación, tal como se está sirviendo en los platos de las organizaciones, se nos va a terminar atragantando porque nos distrae de lo esencial, que es aportar valor auténtico. Ahí va mi resumen:
“Hail the maintainers”, de Lee Vinsel y Andrew Rusell:
- Lo que sucede después de la innovación es lo más importante. El mantenimiento y reparación tiene más impacto en la vida diaria de las personas que la gran mayoría de las innovaciones.
- Esta preocupación por la novedad es lamentable, ya que no tiene en cuenta las tecnologías de uso generalizado, y oscurece que muchas de las cosas importantes que nos rodean son bastante viejas.
- Ejércitos de asistentes jóvenes expertos en tecnología aspiran a ser disruptores [la nueva palabra “favorita” de Ramón Sanguesa :-)], pero que solo tienen la ambición de trascender.
- La evidencia demuestra que las regiones de intensa innovación también tienen problemas sistémicos con la desigualdad (…) Las historias de innovación se centran en el rancio imaginario de los prósperos chicos blancos sentados en garajes en una pequeña región de California, pero los seres humanos en el Hemisferio Sur viven con tecnologías también. ¿Cuáles? ¿De dónde vienen? ¿Cómo se producen, se usan y se reparan? Sí, los nuevos objetos preocupan a los privilegiados porque son los que pueden generar grandes ganancias.
- ‘Infraestructura‘ es un término poco atractivo. Es el tipo de palabra que habría desaparecido de nuestro léxico hace mucho tiempo si no fuera por su inmensa importancia social (…) Los enormes fallos de infraestructura (choques de trenes, fallos de puentes, inundaciones urbanas, etc.) son ejemplos del disfuncional sistema político de Estados Unidos que muestra una extraña fascinación por las cosas triviales, brillantes y llamativas, mientras no hace nada por mejorar su precaria red de seguridad social.
- A pesar de las fantasías recurrentes sobre el fin del trabajo o la automatización de todo, el hecho central de nuestra civilización industrial es la mano de obra, y la mayor parte de este trabajo está muy por fuera del ámbito de la innovación. Los inventores e innovadores son una pequeña parte (tal vez alrededor del uno por ciento) de esta mano de obra.
- La necesidad de programadores en el campo de la seguridad cibernética es obvio, pero debería ser igualmente obvio que las vulnerabilidades fundamentales que se producen en nuestras ciber-infraestructuras están protegidas por los guardias que trabajan en turnos de madrugada y por el personal que repara vallas y lectores de tarjetas de identificación.
- El trabajo de los ‘mantenedores’ es aquel que se dedica al mantenimiento y reparación, y lo hacen individuos que se preocupan por preservar la existencia ordinaria en vez de introducir cosas nuevas. La gran mayoría del trabajo humano, de lavandería y de recolección de basura para trabajos de limpieza y preparación de alimentos, es de ese tipo, de mantenimiento.
- Esta es una realidad perversa: el discurso contemporáneo trata a la innovación como un valor positivo en sí mismo, cuando no lo es. Sociedades enteras han venido a hablar de la innovación como si se tratara de un valor intrínsecamente deseable, como el amor, la fraternidad, la belleza, la dignidad o la responsabilidad. Rara vez la gente se pregunta a quién beneficia la innovación: ¿Con qué propósito? ¿Qué es lo que realmente importa? ¿En qué clase de sociedad queremos vivir?
“Terapia de rehabilitación para los innovadores compulsivos” (Sebastián Campanario):
- Todos quieren iniciar una construcción y nadie quiere ocuparse luego del mantenimiento (Kurt Vonnegut)
- Casi no hay empresa grande u oficina estatal que no tenga un responsable de innovación, cuyo entregable suele ser un evento grande, jornada, hackathon o concurso para el segundo semestre del año.
- El de la innovación es un típico caso donde las marcas suelen suponer que «cuanto más, mejor», y eso no necesariamente es así (Jorge Villegas)
- Idolatrar lo nuevo hace que se distraiga energía de fabricar buenos productos y servicios. Las personas y empresas genuinamente innovadoras rara vez usan esta palabra, y en cambio acuden a otras como ‘problemas’, ‘soluciones’, etc. (Scott Berkun)
- Crear ‘espacios de innovación’ sin un propósito definido genera resultados en menos de un 10% de los intentos (según investigación de Rune Dahl Fitjar y Andrés Rodríguez-Pose).
- Se pueden tomar medidas para combatir el sesgo de poner foco sólo en lo nuevo. Sendhil Mullainathan recomienda crear una “oficina de los detalles” (o un ministerio) que haga el seguimiento y mantenimiento de los proyectos nuevos que luego se desatienden porque surge una iniciativa más novedosa aún.
En fin, tal como vamos de precipitados, todo esto me recuerda una frase que le escuché decir hace tiempo a Anna Cabañas, y que se me quedó grabada a fuego: “Llegará el día en que dejar las cosas como están, cuando funcionan, será considerado innovación”.
Julen
Hay que relativizar porque así, tomado todo a la tremenda, parece que la innovación es lo único. Siempre me gusta el ejemplo del EME, un bar de aquí de Bilbao que lleva toda su puta vida (con perdón) haciendo los mismos triángulos. La gente se los lleva a cientos. Y que no cambien… 🙂
Amalio Rey
Ese ejemplo que pones, me gusta, Julen. Está en la línea de las “experiencias longevas” que comenta Alfonso antes. ¡¡y que no cambien!!! 🙂
Alfonso Vázquez
Las “modas” suelen ser creaciones de los habituales vendedores de elixires mágicos que, dicho sea de paso, constituyen jugosos negocios para ellos, dada la ingenuidad o ignorancia de sus compradores.
Innovar, según el diccionario, es hacer algo nuevo. Pero, ¿no nos damos cuenta de que cada vez que utilizamos la acción de una forma diferente (que no sea mera repetición) algo que no estaba aparece? Es fruto de la potencia inmanente, no de la genialidad momentánea; es fruto del deseo de tener algo que queremos en un mundo que no nos lo ofrece.
Y luego está el tema de lo instituyente y lo instituido. Lo instituyente trata de modificar la sociedad que le rodea y, por consiguiente, tiene que desafiar a lo instituido… pero para instituirse a su vez. Lo instituido tiende a la petrificación, a la molaridad, al “equilibrio estable” en la terminología de la teoría del caos. Pero lo instituyente, si no encuentra “agarre” en lo instituido, tiende a su disolución, a su evaporación. En la terminología del caos, tiende a “equilibrio explosivo”.
Y, hablando de lo “efímero”, te paso un artículo en el que analizo tres experiencias longevas cuyo aniversario he vivido el año pasado, y que, desde luego, no podría “etiquetar” en las dicotomías habituales de la moda de la innovación.
http://www.hobest.es/blog/2014/12/04/el-poder-de-la-comunidad
Amalio Rey
Hola, Alfonso:
Me gustan las “experiencias longevas”. Leeré el artículo con atención. Gracias. Lo que está claro es que el horno de la atención necesita de hypes constantes, y que una vez que nos han acostumbrado a eso, somos nosotros mismos los que los demandamos. Es un círculo difícil de romper. Un saludo
Raúl Hernández González
Interesante el argumentario. Va un poco en la línea que planteaba Julen hace unas semanas cuando hablaba de los programas 5S (“cultura de calidad entendida como preocupación por lo inmediato, por lo que tocas cada día”), de consolidar lo cotidiano. También yo reflexionaba sobre las “tres almas del liderazgo” cuando decía que “las operaciones” tenían que preocuparse del día a día, algo que no puedes hacer si estás en estado de ansiedad permanente por “el mañana”.
Aun así hay una cuestión, para la que no sé si hay solución. La realidad es que, mientras estás en la fase “no innovadora” de esa beta intermitente, puede venir alguien de fuera (un competidor, una pequeña startup de aquí al lado o de las antípodas) y comerte la tostada. Ante esa situación, entiendo la “angustia organizativa” de volverse loca por intentar mantener su posición.
Quizás, para defenderse de esta esquizofrenia, las organizaciones deberían asumir su carácter efímero: ahora estás en posición de explotar un nicho, céntrate en hacerlo y ganar dinero durante este periodo, y deja de creer que está en tu mano mantenerte ahí. Cuando pase tu momento tus accionistas, tus directivos y tus trabajadores podrán subirse al nuevo carro (que es lo que sucede de todas formas cuando la empresa no “da con la tecla”). Mientras tanto no has dedicado recursos ni atención a ver si suena la próxima flauta, si no a explotar la que tienes en las manos.
Amalio Rey
Hola, Raul:
En la cuestión que planteas quizas se pone en evidencia el riesgo de reducir la “innovación” a la novedad y lanzar cosas nuevas, que es realmente lo que critican ambos artículos. La “innovación” tal como se está vendiendo, es eso. Lo que yo veo en el ejemplo que tu pones es que olvidas que se “puede comer la tostada” a un competidor consolidando y profundizando lo que se tiene, y no necesariamente lanzando algo nuevo, como mucha gente supone. Parar el carro del “beta continuo” para estabilizar, apuntalar y consolidar lo innovado antes puede convertirse en una ventaja competitiva brutal. Mientras el competidor lanza su estupenda novedad para comerte terreno, tú estas fidelizando y mejorando tu base de clientes a base de hacer las cosas mejor, rutinizar procesos y expandir tu red inicial. Claro, todo eso se puede entender como “innovación” también, y entonces entraríamos en un bucle infinito 🙂
En realidad, Raúl, de lo que estamos hablando aquí es de la famosa dicotomía entre “exploRar” y “exploTar”. No conozco ninguna organización exitosa que lo haya sido sin encontrar un equilibrio adecuado entre esas dos actitudes. Hay momentos para explorar, pero los tiene que haber para consolidar posiciones. Esta segunda parte de la historia siempre es más tediosa y aburrida. La historia de grandes exitos y fracasos no suelen hablar de esa segunda parte. De los “mantenedores” nadie habla, pasan inadvertidos porque no inventaron nada. Sin embargo, que los tengamos o nos falten explica en gran medida que la cosa haya ido bien o mal.
De acuerdo con que todas las organizaciones tienen un carácter efimero. Ahora más que nunca. Pero eso no debería devaluar la importancia de hacer algo por la sostenibilidad. Fíjate, ahora estoy pensando que si quieres “innovar” de verdad en estos tiempos,e ir contra corriente, igual lo que debes hacer es apostar por no ser efímero, por crear raíces profundas y auténticas en lugar de estar saltando de ramas detrás de las modas. En ese camino no-disruptivo hay, al contrario de lo que piensan los gurus, mucho que hacer. Eso tiene que ver con el “minimalismo” que comentabas el otro día en tu post, y que a mí me gusta llamar “esencialismo”. Echale un vistazo cuando puedas a este libro, que a mí me dió muchas pistas: http://gregmckeown.com/essentialism-the-disciplined-pursuit-of-less/
Raúl Hernández González
Tomo nota 🙂
A la cuestión sobre “lo efímero de las empresas” me viene a la cabeza el ejemplo que siempre se pone de Nokia, que empezó siendo un fabricante de pulpa de madera y acabó siendo fabricante de móviles (y ahora parece que ya ni eso). “¡Qué innovador, qué capacidad de reinventarse!”. Y yo pienso para mis adentros en la serie de casualidades que harían que esta empresa hiciese este camino. ¿Gen innovador, o pura chamba y luego se cuenta la historia como si tuviera sentido?
Amalio Rey
Pos’si, Raul. Se abusa, a menudo, de las virtudes de la “estrategia”. Las trayectorias tecnológicas y empresariales están llenas de casualidades, para bien y para mal. No es el caso de Nokia que erró en alguna decisión crítica. Lo de las historias que se cuentan después, es verdad, tiene tela 🙂