El impacto controvertido del Grit en la educación (post-533)
Intercambiábamos algunos mensajes por Twitter hace unos meses con Carlos Magro, sobre el papel de la cultura del esfuerzo en educación, y el “controvertido Grit de los americanos”. Él me decía que le cuesta “tener una opinión bien formada” sobre el tema y que no le convence mucho esto de la “educación del carácter”. Todo esto se complica cuando el asunto se examina, como dice Magro, desde “argumentos intergeneracionales” que se basan en meras sensaciones. Después se publicaba precisamente un artículo que iba por esa línea y que hablaba de “niños mimados y la generación blandita”, y que dio lugar a un breve intercambio con Carlos y Julen Iturbe, que nos pasó el artículo.
Sigo hoy con mi seriado de posts sobre la Teoría del Grit. Esta es la 4ta entrada que dedico al tema. Las anteriores son éstas, por si te apetece seguir el hilo desde el principio: 1) Teoría del Grit: ¿qué tal vas de pasión y perseverancia? 2) ¿Se puede desarrollar el Grit?: lo innato y lo adquirido, 3) Cuando el entusiasmo sobrepasa a la ciencia: Dudas sobre el Grit. Hoy voy a centrarme en el debate que suscita esta teoría en las reformas educativas, y que es el motivo de fondo que me llevó a estudiar más sobre el Grit, y a escribir estos posts pues como ya sabéis, si hay un tema que me atrae es el de la educación.
Como ya venía contando en entradas anteriores, se ha desatado una gran polémica, sobre todo en Estados Unidos, en torno al impacto del Grit en la educación. La discusión comenzó desde el cuestionamiento científico a la propia teoría, con estudios serios que ponían en duda que la combinación de perseverancia y pasión (o sea, el Grit) fuera, como se afirmaba, un predictor fiable del éxito para casi todo. Los científicos se dedicaron a revisar las investigaciones (y los datos muestrales) de Ángela Duckworth para poner en entredicho, e introducir matizaciones relevantes, a sus conclusiones que hasta ese momento eran demasiado rotundas. La campaña editorial para vender el libro también había contribuido, para disgusto de la profesora de la Universidad de Pensilvania, a exagerar los efectos de sus propuestas.
El sector que más rápido, y con más entusiasmo, puso atención en la teoría del Grit fue el de la educación. Rápidamente aparecieron en Estados Unidos seguidores abogando por centrar las nuevas reformas educativas en formar a los menores y adolescentes en habilidades para aumentar su perseverancia y cultivar la pasión. Esto no suena mal y parece una propuesta razonable porque, después de todo, ¿quién puede negar que ser más perseverantes y descubrir nuestra pasión son aspectos que ayudan a mejorar la vida de cualquiera? Pero, como suele ocurrir con las modas, la aplicación del Grit empezó a torcerse con lecturas simplistas que lo entendían como la solución-para-todo (lo que equivale, y ahí está el peligro, a descuidar otros factores igual o más importantes según qué contextos), o desde visiones voluntaristas que suponían que estas habilidades se pueden desarrollar siempre como resultado de una intervención educativa.
Vayamos por partes. No hay conclusiones definitivas acerca de si el Grit tiene un impacto decisivo en el rendimiento escolar. Tenemos estudios contradictorios al respecto. También es verdad que tendríamos que definir primero qué entendemos por “rendimiento escolar”, y si estamos hablando de un efecto a corto o a medio/largo plazo, que en términos educativos son marcos de referencia distintos.
Una de las discusiones es si podemos con acciones educacionales directas, mediante programas reglados y técnicas de estudio específicas (como la “práctica deliberada”), mejorar el Grit. Es decir, si podemos diseñar intervenciones educativas que aumenten la capacidad de perseverancia y la habilidad del alumnado para descubrir/desarrollar su pasión (te recuerdo que “pasión” para el Grit es “persistencia a largo plazo en la motivación” por algo).
Los críticos afirman que, como ocurre con otros rasgos de carácter, no hay evidencia de que el Grit se pueda mejorar mediante un programa escolar. El debate de fondo radica en si la perseverancia y/o la pasión son “habilidades” (que se adquieren) o “rasgos de la personalidad” (que son únicos e innatos). No sé qué piensas tú de esto, ¿con qué postura te identificas más?
Porque si el grado de perseverancia y/o de pasión que lleva cada uno en la ecuación de su personalidad es relativamente estable, invertir en modificarlo (como si fuera una habilidad) puede ser un empeño frustrante. Si fuera así, una estrategia mejor podría ser convertir lo que parece un defecto en una oportunidad, eligiendo hacer el tipo de cosas que mejor se adapten a ese patrón de personalidad en vez de obstinarse en perseverar o en descubrir esa “única” pasión que nos lleve al éxito.
Planteado el dilema, me voy a mojar. Resumo a continuación lo que yo pienso sobre el Grit y qué haría para aprovechar lo bueno (y descartar lo malo) de esa teoría al aplicarse en educación:
1) Exigencia con implicación: Insistir en el Grit es elevar las expectativas, y ser más exigentes con el alumnado. Esto será positivo o negativo según cómo se haga. En mi opinión, se puede ser más exigentes si al mismo tiempo se ofrece más apoyo, más soporte integral. El error está en elevar las expectativas (exigencias) sin invertir el tiempo, los recursos y el cariño que se necesitan para aumentar la probabilidad de satisfacerlas. Nunca olvidaré un jefe que tuve, que era terriblemente exigente pero que al mismo tiempo echaba horas para escribirme recomendaciones de cómo hacer mejor las cosas. Confieso que a veces su presión me parecía insoportable y que a menudo me hacía sentir mal. En su momento no lo comprendí. Pero ahora puedo decir que es una de las personas a la que más debo lo que soy hoy. Su exigencia era brutal, pero también su implicación. Cuando ambas variables encajan, el impacto educativo puede ser muy efectivo.
2) No valen las soluciones únicas. Los contextos son críticos: La educación es un asunto demasiado complejo para hacer depender su éxito en uno o dos factores, o en soluciones únicas. Para que vaya bien, hay que incidir en múltiples variables a la vez. También influye mucho el contexto social. Tanto el micro, como el macro. Esa mezcla de factores hace que en cada situación haya que activar una ecuación específica que pondere más unos que otros. Por ejemplo, nunca debemos olvidar que la “educación del carácter”, a la que se refería Carlos Magro, es un proceso que se desarrolla mayoritariamente en casa, en el contexto familiar. La escuela juega solo un papel complementario, y por eso los factores ambientales son críticos.
3) Si quieres, no siempre puedes. Ser perseverantes no es suficiente: Es cierto que la aCtitud es importante para casi todo. Si quieres, y pones de tu parte, puede que tengas más posibilidades de conseguirlo. Pero es hora de que pongamos freno al voluntarismo motivacional (terrible negocio en sí mismo) del “Si quieres, puedes”, que parece estar en el fondo de la teoría del Grit. Ya he escrito antes sobre los riesgos del “pensamiento positivo fast food” y esto es parte de lo mismo. La perseverancia ayuda pero tiene sus límites. No es mala idea interpretar la realidad en términos de probabilidades. Hay aspectos de aPtitud, de talento natural, que no pueden ser obviados. El papel del educador, en su labor de facilitación, es contribuir a que menores y adolescentes “fluyan” en la medida de lo posible tomando en consideración su mezcla única de atributos personales. Algunos se pueden cultivar, pero otros son innatos. No tiene sentido obstinarse en llegar a un sitio que tiene toda la pinta de que no es el tuyo. Un comentario de una lectora a la reseña del libro en Times decía esto: “Cualquiera que diga a un niño que la única cosa que se interpone entre él o ella y el logro de clase mundial es suficiente trabajo, debe ser encarcelado por abuso de menores”.
4) La pasión se descubre (si hay suerte) probando muchas cosas: El ingrediente de la “pasión” entendida como “persistencia de motivación” hacia un foco determinado no se puede, ni se debe, forzar en niños y adolescentes, que no tienen todavía unas preferencias formadas. Es irresponsable obligarlos a comprometerse con objetivos a largo plazo en un momento que lo que toca es probar y experimentar cosas distintas para dar tiempo a descubrir lo que realmente les gusta. Por eso, la educación debe crear las condiciones para que los estudiantes se pasen años explorando intereses diversos antes de que puedan enfocarse en desarrollar una pasión con determinación. No hay que precipitar, ni quemar etapas, en la búsqueda de esa “persistencia a largo plazo” por algo. A más exposición tengan a experiencias distintas, más posibilidades de (que tengan la suerte de) dar con algo al que quieran dedicarle muchos años de su vida.
5) La pasión se descubre (después) profundizando: Ahora parece que me contradigo con el punto anterior, pero no. Son momentos distintos. Esto se da cuando la persona ha madurado y está mejor preparada para elegir con criterio. Es cierto que hay niñas y jóvenes que desde pequeños ya muestran una vocación definida, pero son la excepción que confirma la regla. A esas edades no hay que forzar la búsqueda obstinada de una pasión, como pretenden erróneamente algunos educadores. Es el tiempo de explorar universos dispares. Sin embargo, hay un momento en la vida en el que ya estamos preparados para centrarnos más. Se eligen menos cestas para poner los huevos. Es ahí donde el Grit tiene más sentido, porque la pasión puede ser algo que aflore como resultado de la maestría, pero solo cuando hemos probado una variedad suficiente que nos permita mejorar la probabilidad de elegir bien, en los casos que haya que elegir, que a cierta edad suele ser conveniente.
6) Mucho cuidado con educar-para-el-éxito: Ésta es de las críticas más oportunas y certeras que se le hacen al Grit, y con la que más me identifico. David Denby, en un artículo de The New Yorker, se pregunta si tiene sentido preparar a los niños (solo) para el éxito personal: “¿vamos a decidir qué ‘características’ son esenciales para el éxito, y vamos a inculcar estos atributos en los niños, la medición y clasificación de los niños en consecuencia? (…) Entre otras cosas, vamos a renunciar a la noción sentimental que una de las funciones cardinales de la educación es poner de manifiesto el carácter individual de cada niño”. Para mí, la obsesión por el éxito es nociva, y que esto se aplique a la educación es aún más peligroso.
7) En defensa del “esfuerzo motivado”: Veo puntos convergentes entre una parte de la teoría del Grit y la llamada “cultura del esfuerzo” en educación. Aquí, otra vez, me voy a mojar, porque ya he puesto en evidencia en este blog que estoy a favor de cultivar la cultura del esfuerzo bajo ciertas circunstancias. Yo insisto en que no podemos acostumbrar (“acomodar”) a los niños a que hagan solo lo que les gusta. Esforzarse tiene sentido pero solo cuando hay un motivo bien explicado y asimilado. Los estudiantes dedican tiempo a algo que probablemente no les agrade porque tiene un coste importante, pero lo hacen porque entienden que es bueno para ellos, y es lo que les sirve de motivación. Los chavales no pueden aprender solo sobre las cosas que les gustan, por dos razones: a) tienen una edad, y una inmadurez, que todavía no les permite saber con certeza lo que realmente les gusta, así que hay que exponerlos también a experiencias que no elijan por sí mismos, b) la vida consiste en hacer un montón de cosas que no necesariamente nos gustan, así que la educación también tiene que prepararlos para eso. Pero insisto, solo tiene sentido hacer cosas que no nos gustan si eso tiene sentido, si hay una razón clara para hacerlo. Los por qué son clave. Hay que explicarlos y razonarlos juntos. Por otra parte, es intuitivo suponer que el conocimiento y las competencias “entran” mejor si se aprenden a través de experiencias lúdicas que reducen la percepción de esfuerzo y fluyen de modo natural. Pero esa aspiración tiene un límite. Por ejemplo, no hay que subestimar los tediosos ejercicios de memorizar conceptos si se complementan con ejercicios de aplicación.
8) El Grit en la educación de niño/as de familias de bajos ingresos: El trabajo de Duckworth está teniendo un impacto nada desdeñable en el diseño de programas dirigidos a la educación de niños de familias de bajos ingresos y barrios desfavorecidos. Algunos defienden que invertir en el Grit puede ser una estrategia válida para reducir la brecha entre los niños ricos y las minorías. Pensar que el Grit va a salvar a esos niños de la influencia de su entorno es suponer que la pobreza, y todo lo que ésta condiciona, es un asunto menor si se desarrollan habilidades. David Denby invita a no ser deterministas, pero citando el libro de Paul Tough (“Helping children succeed“) nos recuerda que “los niños que crecen en ambientes hostiles, en medio del ruido, la violencia, el estrés y la incertidumbre sin fin (…) pueden lesionarse seriamente antes de salir de la infancia”, así que no es solo una cuestión de desarrollo de habilidades porque el contexto pesa, y mucho. El mismo autor afirma, con razón, que “la pobreza en sí misma no crea los niños con problemas. Es la calidad de la crianza de los hijos y del hogar atmósfera es lo que importa” pero esa calidad de la crianza sí que se ve afectada, como tendencia, cuando los niveles de renta están por debajo del mínimo digno o admisible. Eso genera un tipo de estrés que atenta contra el hecho educativo. Esta reflexión no es baladí porque confiar en el Grit como fórmula mágica de la educación para superar el círculo vicioso de la pobreza puede ser, como mínimo, voluntarista. Es eso lo que propone un sector influyente de diseñadores de la reforma educativa: apostar por más Grit, en detrimento de resolver causas de fondo que pueden influir mucho más como el de la desigualdad de oportunidades que se da en esos contextos desfavorecidos. Este es un tema demasiado complejo y delicado para despacharlo en un párrafo, así que a él me voy a referir en el post siguiente, que será el 5to y penúltimo de esta serie.
MarimarRoman
Solamente me gustaría reflejar mi gratitud porque en este post se tenga en cuenta dos puntos esenciales, que para mí tienen, o deberían tener, un peso importante en este debate. en primer lugar el que hace referencia a que la educación es una cuestión compleja como para buscar soluciones únicas y el relativo a la necesidad de atender a todos los contextos. Las personas en SITUACIONES de vulnerabilidad (y digo situaciones de vulnerabilidad que no personas vulnerables) deben estar en el centro de nuestros programas educativos.
Como he dicho, gracias por reflejar estos don puntos ya que en las fronteras de nuestras rutinas diarias se convive con muchas situaciones en las que evidentemente las palabras de “si quieres puedes” se convierten en un verdadero insulto.
José Miguel Bolívar
La perseverancia es una de las manifestaciones del auto-control y creo que el experimento the Walter Mischel (The Marshmallow’s Test) dejó bastante claro que la falta de autocontrol está en la raíz de muchos problemas.
Para mí, que el grit no solo es bueno sino indispensable está fuera de dicusión. La única discusión a la que veo sentido es definir qué rango de grit es el recomendable y qué quedaría por encima y por debajo de lo deseable.
Abrazo
Amalio Rey
Jose Miguel:
No sé si sabes que el famoso experimento de Walter Mischel se ha revisado y está siendo cuestionado desde el punto de vista científico. Se han variado las condiciones del experimento, con distintas variables de control, y se ha observado que la “capacidad de autocontrol” no es tan dependiente de la personalidad, sino que puede ser influida por otros factores como el ambiente, etc. También ha habido discusión en torno a la muestra de niños usada por Micschel.
Busca en Internet el debate que se ha abierto en los últimos años en torno a las conclusiones del test del malvavisco. Por ejemplo, este: http://www.conec.es/investigadores/el-entorno-condiciona-m%C3%A1s-que-los-genes-el-experimento-de-los-malvaviscos-revisado/
De todos modos, JM, para mí sigue relevante el planteamiento de Mischel, pero precisamente por eso, la pregunta que me hago en el post sobre si la perseverancia es una “habilidad” a desarrollar mediante intervenciones educativas, o es un “rasgo de personalidad” más estable, y menos cambiante, sigue teniendo pleno sentido.
Según el experimento de la golosina, los niños que eran más pacientes para posponer la recompensa tenían “mejor vida” en el futuro: ¿eso se provoca con educación? ¿”autocontrol” equivale a “perseverancia”? ¿el “autocontrol” no puede ser también una fuente de infelicidad, si no se gestiona bien?
A mí el asunto me parece más complejo de lo que parece. Es probable que con un fuerte autocontrol se consigan extraordinarios exitos profesionales a costa de ser más infelices. Es una hipotesis a considerar, no??
Un abrazo
José Miguel Bolívar
Soy poco partidario de extremos, maestro. Creo que un fuerte auto-control puede ser fuente de muchos problemas psicológicos, pero creo que un defecto de auto-control también. Lo que está claro es que los «umbrales de frustración» de las nuevas generaciones son, en términos generales, significativamente inferiores a los de generalizaciones actuales, probablemente por un simple tema de expectativas. Autocontrol no es perseverancia, pero sin autocontrol no hay perseverancia. Se pueden criticar matices metodológicos del experimento de Mischel, pero eso no invalida las conclusiones. Goleman, Kahneman y demás, todos sin excepción coinciden en la importancia del autocontrol para lograr resultados que precisan de un esfuerzo sostenido. Y claro que la perseverancia se puede educar. La perseverancia es un hábito, es decir, un comportamiento y, como tal, puede aprenderse y desarrollarse. Eso es compatible con que el punto de partida de cada persona dependa de sus rasgos de carácter y haya variaciones, pero todo el mundo puede progresar. Creo que el debate debería centrarse en cómo trabajar su desarrollo, desde qué edades, cómo medirlo, qué niveles son los deseables, etc.
Un abrazo