¿Qué tal vas de Inteligencia ambiental? Una reflexión post-vacaciones, y no es lo que piensas…
POST Nº 665
Hace tiempo que pongo cuidado en separar los momentos que tienen significados distintos. No siempre lo consigo, pero al menos lo intento. Ya he hablado bastante de cuánto recomiendo blindar los momentos de no-trabajo o de ocio profundo de las distracciones tóxicas que produce la omnipresente tecnología digital. Por eso esta reflexión llega, según los patrones obsesivos del relato-en-tiempo-real, con retardo. Se produjo en un momento de observación relajada en vacaciones así que me limité a registrar unos pistas breves en mi móvil para no olvidarla y dejé para después, cuando estuviera en el contexto adecuado, escribir el post. Quería prescindir del ordenador varios días para oxigenarme, y debo decir que lo conseguí.
Todo me vino de observar a mis hijos en vacaciones. Estábamos en un bungalow de un camping de Tarragona, en un momento (y el sitio) ideal para irnos a la playa, darnos un buen paseo o salir a hacer nuevos amigos. Sin embargo, Alejandro -mi mayor- prefería ver un partido de pádel en diferido por YouTube, mientras me costaba un horror sacar a mi pequeño de su juego de la Nintendo. Sabía que algo estaba mal en esas decisiones, pero no encontraba un buen relato para explicarlo. Quería hacerles entender que, dadas las circunstancias, estaban eligiendo opciones equivocadas, pero ni yo mismo sabía por qué, hasta que apareció esta pregunta: ¿Qué pudiera hacer aquí que no hago (igual) en mi entorno habitual? O dicho de otra manera: ¿por qué mis hijos no están aprovechando lo singular y específico de este sitio y este momento, en vez de repetir lo mismo que hacen en casa?
Intenté ponerle un nombre a eso, al concepto que estaba detrás de esas preguntas, y, de pronto, me vino a la cabeza “inteligencia ambiental”, que refleja bien lo que quiero decir pero que tiene el problema de ser un término acuñado en el mundo de la tecnología para referirse a una capacidad adaptativa que va en otra dirección. También puede confundir con lo medioambiental, con la sensibilidad que tenemos por el respeto de la naturaleza, pero el relato de este post no discurre por ahí, aunque es aplicable perfectamente a ese mundo dado que se trata de adaptarnos al entorno y no hacerlo encajar en nuestros caprichos. Permíteme hacer un parón aquí para explicar mejor la versión tecnológica, y después vuelvo al significado que quiero darle para describir el ejemplo de mis hijos. Puede parecer que me pierdo, pero no. Hay una analogía en este juego de ir y venir muy pertinente.
Inteligencia Ambiental tecnológica
El término “inteligencia ambiental” se acuñó allá por los finales del siglo pasado y proviene de la llamada “computación ubicua”. La idea básica es que los entornos electrónicos sean sensibles y receptivos a la presencia de las personas. Esto se consigue colocando interfaces inteligentes en todas partes, incrustados en objetos cotidianos como los muebles, los coches, la ropa, etc. De esa manera, el contexto gestionado por la tecnología se adapta y se anticipa (en el mejor de los casos) a los deseos y necesidades de las personas. Desde la domótica hasta los milagros automáticos que se ven en las películas futuristas son pistas prácticas que ayudan a entender esta tendencia.
Para que ese sistema funcione, el “entorno” tiene que usar sensores que capturen datos sobre lo que los usuarios hacen o pretenden hacer. Dicho de otra manera, hay que dotarlo de más sensibilidad para “entender” cuál es la mejor respuesta qué esperan las personas del ambiente en que viven. Esta visión también ha recibido críticas, porque una capacidad de reacción tan personalizada obliga a acceder a unos datos de comportamiento que pueden poner en serio peligro la privacidad, pero esa es otra cuestión.
Se habla de: “crear entornos inteligentes que nos ayuden de manera proactiva” pero resulta que esa proactividad tecnológica (incluso anticipatoria) puede llegar a un punto que, gracias a su diseño adictivo, termine pautando comportamientos de una manera intrusiva. Más que adaptarse, modifican conductas. Esto es así porque al hacer más cómodas, más fáciles, ciertas acciones, son las que terminamos adoptando, aunque no sean las que más nos convengan. A simple vista parece que el contexto se adapta amigablemente a nosotros, y de forma neutral, pero lo que ocurre en realidad es que se trata de dispositivos mediados que responden a un diseño que, como tal, embeben ideología. Es así porque favorecer unos hábitos más que otros nos sitúa en un determinado marco ideológico de cómo estar en la vida.
Parece que me he desviado, pero necesitaba poner distancia de la lectura tecnológica del término “inteligencia ambiental” y de su origen, para usarlo en sentido inverso y de paso aprovecharme de él como metáfora. Allá voy.
¿Sabemos interpretar lo que nos sugiere cada entorno?
En un momento en el que se habla tanto de que el contexto (tecnológico) se adapte a las personas, me cuestiono si estamos siendo suficientemente inteligentes para adaptar nuestros comportamientos a la parte más auténtica y humanista (la analógica) que sugieren los contextos “ambientales” en los que vivimos. Mi pregunta es: ¿estaremos perdiendo sensibilidad para interpretar lo que nos dice el entorno sobre qué sería mejor hacer en cada sitio?
Yo pienso que sí, que estamos cometiendo ese error cada vez más. Y mi argumento para afirmar eso es que los dispositivos digitales tienden a igualar la experiencia en todos los sitios hasta convertirlos en no-lugares (a menos que te resistas deliberadamente). Son tan ubicuos que puedes hacer lo mismo con independencia del sitio en el que estés y, para colmo, esos filtros mediadores están diseñados para que hagas más de una cosa que de otra (según intereses), porque -como ya dije- te ponen más fácil, y más cómodo, adoptar ciertos comportamientos que no son necesariamente los más sensibles a las especificidades (y a los beneficios singulares) del entorno en el que estás. Tal como yo lo veo, se da una tensión creciente entre lo digital mediado y lo físico-presencial directo, que está ganando cada vez más el primero. Y aunque algunos se empeñen en hacernos creer que son estados o vivencias complementarias, mi experiencia me dice que en muchos ocasiones no lo son, que compiten entre sí por robar la atención. Si estas en uno, no estás con calidad en el otro.
Si la inteligencia ambiental tecnológica proclama como objetivo colocar sensores en los objetos que nos rodean para que sean sensibles y adaptativos a nuestros deseos y comportamientos; déjame inspirarme en ese marco para proponer el viaje inverso: reactivar nuestros sensores “analógicos”, esos que orientan nuestra forma de ser y de estar, para mejorar nuestra capacidad de convivir de un modo más saludable con nuestro entorno, para adaptarnos a lo que él nos pide y sugiere. Lo que propongo es algo tan sencillo (y tan difícil) como entrenar nuestra sensibilidad para interpretar lo que nos dice cada ambiente, prescindiendo para ello -en la medida de lo posible- de cacharros mediadores que siempre tendrán alguna dosis de interés ajeno.
Inteligencia ambiental = Inteligencia situada = sentido común
Por todo lo anterior, se me ocurrió redefinir la “inteligencia ambiental” así:
INTELIGENCIA AMBIENTAL: Capacidad de una persona de hacer en cada sitio lo más específico y singular que ese lugar -ese “ambiente”- le ofrece para mejorar su vida
Una vez explicado, dejo ahora mi deriva filosófica, y me pongo en modo práctico. Vuelvo a mis hijos. Para ver un partido de pádel en diferido o jugar a la Nintendo no hay que hacerse mil kilómetros de carretera. Hacer nuevos amigos en un camping o disfrutar de una playa estupenda no es algo que esté al alcance de alguien desde su sofá o desde la habitación en que transcurre un día corriente. Si estas en un camping, rodeado de naturaleza y de nuevas posibilidades, aprovéchalas. Echar mano del móvil o del ordenador para hacer lo mismo que haces en casa, ignorando penosamente lo que te sugiere el ambiente, es un despropósito.
Y no se trata siempre de hacer cosas diferentes, sino también de un modo distinto. Pondré otro ejemplo, que es más de frontera. Hacer sexo con tu pareja puedes hacerlo también en casa, en tu entorno habitual. Pero resulta que en vacaciones, más cuando cambias de sitio, se da un “ambiente” distinto, más apto para la experimentación relajada o como quieras llamarlo 😊. Una persona con una buena “inteligencia ambiental” debería darse cuenta de que desaprovechar esa oportunidad, ese momento mágico, perdiendo el tiempo con los mismos aparatitos que inundan su día a día es como pedirse un Lambrusco en Peñafiel u otra comarca de la Ribera del Duero.
Tampoco se vive igual la lectura de un libro en el sofá de tu casa, entre un informe y otro, que hacerlo en una hamaca de un sitio apacible. El “ambiente” te traslada a un estado mental diferente, tal vez más receptivo para descubrir matices o simplemente para disfrutar mucho más de las historias que cuenta el libro. Abres una ventana temporal de oportunidad que no tienes en tu vida habitual, pero la conexión principal es la física, la geográfica, la del lugar, que no regresa contigo. La misma lógica vale si puedes comer algo único, experimentar emociones culinarias que están asociadas únicamente a ese sitio en particular.
¿Y si en casa también funciona?
Ahora voy a darle una vuelta de tuerca más a esta idea de la inteligencia ambiental que, quizás, te sea más útil aún. Intuyo que se puede aplicar también a cómo usamos los distintos espacios de nuestra casa. Piénsalo bien: cada sitio de una casa (si es de un tamaño digno y razonable) es un “ambiente” que sugiere hacer cosas distintas. Si fuéramos más sensibles a eso, nos iría bastante mejor. Por ejemplo, la habitación es un lugar más propicio para dormir y otros divertimentos. Es un espacio para relajarse. Sin embargo, lo contaminamos con trabajo o usando el móvil de manera impulsiva, que es algo que tensiona y debería dejarse para otro lugar de la casa. Para trabajar, mejor el despacho, si lo tienes. Ese es su sitio, el “ambiente” al que mejor le encaja. Si vas a comer y te llevas el móvil a la mesa, o pones el TV, es más probable que la conviertas en un no-lugar comodín, demasiado versátil, en el que caben distracciones que compiten con la digestión o con una buena conversación que tal vez solo puede darse en ese sitio y momento.
Por eso decía al principio que estamos perdiendo sensibilidad para interpretar lo que nos sugiere cada ambiente y que eso se debe a que los dispositivos digitales colonizan los espacios hasta hacerlos intercambiables. Son un factor que introduce desorden vital, que castiga la inteligencia situada, que sería otra manera de referirse a nuestra relación con el entorno. Si puedo estar enganchado al móvil en el despacho, la sala de comedor o la habitación, terminaré haciendo lo mismo en los tres sitios, ignorando que cada uno funciona mejor para cosas distintas.
La pregunta que me hice antes: ¿Qué pudiera hacer en cada sitio que no hago (igual) en otros o en mi entorno habitual? es un buen recurso para mejorar nuestra inteligencia ambiental. Tensiona pero también impulsa, porque nos saca de la zona de confort y de las inercias inducidas. Déjalo reposar y me cuentas. No voy a negar que a mí me cuesta, pero voy haciendo progresos notables…
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Miquel
Gracias por compartir tu reflexión, me recordo una experiencia que tuve en Bruselas hace unos años.
Como el tiempo en la ciudad es variable y habitualment nublado, en verano mis compañeros de trabajo abandonaban la oficina en cuanto aparecía un rayo de sol para disfrutar en el exterior, paseando o tumbandose en el cesped de un parque.
Me pareció que era una práctica extendida y tolerada por la jerarquía.
Inteligencia ambiental en situación de escasez
Amalio Rey
Gracias a ti, Miquel, por compartir tu ejemplo. Ya ves, eso es tener buenos sensores 🙂
Javier Arteaga
Que buen planteamiento Amalio. Llevo ya un tiempo analizando los espacios y ambientes por la profesión a la que me dedico. Y mira lo interesante de este tema que abordas. En mi caso busco que todos los espacios o ambientes me sirvan para un mismo objetivo, generar y gestionar ideas. No importa si es mi oficina, mi casa o los espacios externos que visito. He buscado respetar la teoría de cómo nacen las ideas para de acuerdo a eso configurar los espacios, incluso también en estos días estamos configurando un nuevo espacio digital en feeling. Estoy seguro que el espacio configura el comportamiento y por eso le pongo tanto cuidado a configurar espacios que obliguen a cambiar experiencias. El comedor de mi casa por ejemplo es un Pizarrón. En la sala tengo un Baratorio que es donde puedo tomar un vino y al mismo tiempo escribir en la pared, es la mezcla de un bar y un lab, el estudio es también mi miedo de juguetes de star wars. La coficina de feeling es la mezcla de una cocina con una oficina. Y cuando estoy por fuera en contacto con la naturaleza siempre buscamos con mi esposa experiencias que nos permitan explorar esos espacios para aprovecharlos creativamente.
Ahora bien. Si estoy en el mar Mediterraneo, con un buen vino, pero juega el Barça ten por seguro que haré lo mismo que tu hijo, prenderé el móvil o el iPad y miraré el partido .
Por último hago esta reflexión. Teniendo en cuenta precisamente ese tema que nos gusta tanto Amalio que es el Design thinking. Creo que los espacios deben adecuarse a los comportamientos de las personas y no nosotros adecuar nuestros comportamientos a los espacios. Tu dirás y como puede un playa adecuarse a nuestro comportamiento pues te cuento que no hay pizarrón más hermoso para generar ideas que una hermosa playa.
Amalio Rey
Hola, Javier:
Muy interesante el contrapunto que me haces. Siempre agradezco que me hagan pensar. He estado rumiando lo que cuentas a ver si merece que corrija el planteamiento del post. Intento resumirte cómo lo veo:
(1) este es un tema que, efectivamente, interesa mucho al #diseño, y a los #designthinkers,
(2) Cuando tú le das tanta importancia al objetivo de “generar y gestionar ideas”, poniéndolo en el centro del diseño de todos los espacios, eso me sugiere que estás primando el fin profesional. Piensas en el diseño para “trabajar” las ideas, que es un propósito muy loable. Yo, en cambio, en este post hablo de bienestar, entendido también como descanso, equilibrio, plenitud y todo eso. A distinta prioridad, distinta solución de diseño,
(3) Desde mi incipiente sabiduría viejuna, cada vez pongo más en duda (se nota en el post) esta premisa: “que todos los ambientes sirvan para un mismo objetivo”. Esa uniformización tiene algo que no me gusta, que me chirrea. Seguiré pensando en eso, porque no tengo del todo claro ahora por qué me hace sentir incómodo,
(4) Cada espacio tiene cosas que decirnos, y convendría escucharlos. A veces lo/as diseñadore/as (o los que abrazamos el paradigma del diseño) pecamos de ser algo arrogantes. Creemos que podemos coger las cosas y cambiarlas siempre a nuestro gusto, a veces caprichoso (¡¡no es tu caso!!, siento mucho respeto por tu humildad). Fíjate cómo lo dices tú: “los espacios deben adecuarse a los comportamientos de las personas y no nosotros adecuar nuestros comportamientos a los espacios”. Hay cierto exceso en esa creencia domesticadora, muy de los diseñadores. Eso nos ha llevado, a veces, a creer que el “ambiente” es un atributo manipulable, que no pinta nada. Piensa en ello, y encontrarás un montón de ejemplos de esa “soberbia del diseñador”,
(5) Fíjate tú, hay espacios (auténticos, singulares) más sabios que esos comportamientos que pretendemos tomar como referencia para el diseño. A veces queremos cambiar hasta lo que no conviene cambiar. Según la teoría de “adecuar los espacios a los comportamientos”, yo debería haber modificado las condiciones del entorno para que a mi hijo le fuera más fácil ver su partido de pádel y a mi hijo jugar a la Nintendo. Esos eran sus “comportamientos”, pero resulta que esas conductas eran fallidas para el momento/sitio en el que estaban y para su bienestar. Los comportamientos, entonces, también pueden adaptarse al espacio, o sea, dotarse de una mejor “inteligencia ambiental”,
(6) Creo que no hay una solución óptima para todo el mundo. Si a ti una casa tan versátil, en la que todos los espacios están pensados para impregnarse del trabajo con las ideas, te funciona, perfecto. Si consigues encontrar sitio para la relajación y el descanso, para el “no-trabajo profundo” en medio de una lógica espacial tan mezclada, esa es tu solución. Yo, con mis años, me he dado cuenta de que conviene “parcelar” de algún modo la euforia laboral que todo lo invade. Jugar con los espacios es una manera de sembrar pistas,
(7) Y todavía no he introducido en mi exposición el factor que lo cambia todo: los cacharros digitales. Con ellos echamos abajo puertas y tabiques. El “espacio” que vivimos, entonces, ya no es el nuestro, sino uno inducido. Los smartphones colonizan ese espacio, y nosotros corremos el riesgo de creer que los adaptamos a nuestros comportamientos cuando son estos los que están siendo transformados por aquellos, que como bien sabes, tienen detrás un diseño adictivo soportado por miles de millones de dólares,
(8) Sigo pensando que hay sitios más “especializados” en una casa que otros que pueden ser más polivalentes. Hay sitios más “sagrados” que otros. Este es un tema que daría para mucho pero lo dejo ahí,
(9) De todos modos, mi teoría de la “inteligencia ambiental” apunta más a los espacios exteriores, a los que están condicionados por la geografía, la tradición, la cultura. Ahí la soberbia del innovador/diseñador puede ser absurda y peligrosa. Hay que escuchar a la naturaleza, a ver qué nos dice. Darle una oportunidad para que ella nos cambie a nosotros. Puedes aprovecharla para ser creativo, por supuesto, pero con respeto, ¡¡escuchándola!! La “inteligencia espacial” no significa que te conviertas en un sujeto pasivo, sino que aprovechas lo mejor y singular que cada contexto te ofrece. Incluso te puedes mover en espacios de desbordamiento, pero desde el respeto y la escucha humilde,
(10) En cuanto a lo del partido del Barca, ¡¡por supuesto!! Yo también hago lo mismo si juega el Betis. En ese momento juega, así que ese es el momento de verlo. Pero si te fijas bien, mi hijo veía un partido de pádel ¡¡en diferido!! Ese momento era intercambiable por otro sin que se perdiera nada. Ahí está el matiz equivocado.
Puff… vaya tabarra que te he dado. Siento la extensión, pero este es un temazo. Me encantaría llevarlo a un debate entre estudiantes de diseño, a ver qué piensan. Por lo pronto, te dejo esta idea, para que le des una vuelta: “Inteligencia espacial vs. Soberbia del diseñador”. Lo dejo ahí, hay mucho hilo del que tirar, y algunos nos llevan a la creencia (equivocada) de que podemos y debemos domesticar los ambientes a nuestro gusto. ¡¡seguiremos hablando!! Mil gracias por el “pie forzado”. Un abrazo, Javier… ¡¡ganas de verte!! (te espero en Málaga).
Luis
Interesantísimo el concepto de la inteligencia ambiental. Gracias! Me preguntaba, volviendo al ejemplo del camping de Tarragona, si utilizaste tu otro concepto preferido – el de la inteligencia colectiva – y si pusiste a tus hijos a tratar de buscar ideas de actividades que les sacaran de sus pantallas para conectarles más con el lugar? Yo mientras tanto voy a intentar pensar más en la inteligencia ambiental, que me parece un concepto muy potente.
Amalio Rey
jjjj…. bueno, Luis, a menudo tengo que tirar de la inteligencia colectiva para poner de acuerdo a mis dos chavales, si queremos hacer algo juntos los tres. Un problemilla que tengo es que los dos tienen edades muy diferentes así que, a veces, solo caben elecciones individuales: cada uno hace lo que más prefiere. En ese caso, jugar al Pádel o ir a la playa (que estaba estupenda) fueron las “soluciones colectivas” más socorridas 🙂