«Narcisismo colectivo»: hacia la cohesión desde el odio
POST Nº 682
Hay colectivos que son muy competentes en la cohesión y en cultivar su identidad pero también en su egoísmo y falta de empatía hacia los otros. A este tema dedico un apartado de «El Libro de la Inteligencia Colectiva», en el que comparto los riesgos y perjuicios que supone que un grupo se mire demasiado al ombligo. Hablemos entonces de «narcicismo colectivo», citando algunos fragmentos de mi ensayo, recientemente publicado por la Editorial Almuzara.
La mafia napolitana, un barrio que organiza patrullas vecinales para expulsar a migrantes, la organización terrorista ISIS o un cártel de empresas para subir precios y evitar la competencia podrían ser ejemplos de «colectivos altamente inteligentes» si los juzgáramos según cuatro de los criterios que propongo en el libro (Capítulo 4) para reconocerlos como tales: 1) elegir unas metas que parecen satisfacer sus propios intereses o expectativas de bienestar, 2) desplegar procesos que lo empoderan y que refuerzan su sentido de pertenencia, 3) ser eficientes en los procesos que usan para conseguir sus objetivos, 4) demostrar eficacia —al menos dentro de un periodo determinado— en lograr unos resultados acordes con los objetivos que se propusieron. En los ejemplos que puse antes, y sin entrar en demasiados detalles, se cumplen esos requisitos. Pero la cosa cambia mucho cuando juzgamos la inteligencia grupal añadiendo la quinta capa: 5) ser sensibles al impacto de sus decisiones en los demás, no causando dolor ni perjuicios innecesarios en otros grupos ni en el ecosistema al que pertenecen.
Si (hacer bien) «las cosas correctas» se interpreta solo desde el interés egoísta de estos grupos, no sería descabellado valorar sus iniciativas como colectivamente inteligentes. Por ejemplo, la patrulla vecinal que expulsa migrantes satisface con éxito —gracias al esfuerzo mancomunado de los residentes— el objetivo que se planteó de «limpiar» el barrio de gente a la que culpa de sus problemas. Sin embargo, decir que el ISIS, la mafia napolitana, la patrulla vecinal o el cártel empresarial son organizaciones inteligentes deja de ser una afirmación defendible desde el momento en que se incorpora en la ecuación el impacto que tienen sus actos en los demás grupos. ¿Es inteligente asesinar en masa a millones de judíos, de forma premeditada, porque la ideología racista de un colectivo, el que abrazó el nazismo, los percibía como un enemigo para su bienestar? ¿Es inteligente que Europa rechace y expulse a refugiados e inmigrantes porque, como colectivo de naciones, suponga que hacer eso mejora el nivel de vida de los ciudadanos europeos? ¿Es inteligente acelerar el consumo y ciertos tipos de inversiones en unos países a costa de dañar el medioambiente global o el de los territorios vecinos?
Insisto, «hacer las cosas correctas» no puede limitarse a mejorar el bienestar del grupo ignorando el impacto que produce en los demás. Un comportamiento colectivo no puede ser inteligente si tiene graves consecuencias en otros grupos con los que se comparte ecosistema, sobre todo si son vulnerables.
Cuando digo que la inteligencia de un grupo no puede medirse solo desde la perspectiva limitada y egoísta de sus miembros, la cuestión clave —que salta en todos los ejemplos que he mencionado— no es solo que se perjudique de alguna manera a otros, sino que en sus acciones haya una intención deliberada de hacer daño, de aprovecharse de los demás produciendo más dolor del inevitable. Cuando la búsqueda de los propios intereses se hace a costa de negar dramáticamente los de otros, acaba habiendo consecuencias que ponen en entredicho su eficacia. La dimensión ética de por sí ya es suficiente, pero es que además hay razones prácticas que recomiendan mirarse menos el ombligo y ser sensibles al impacto de las interdependencias.
Marina Garcés observa que, como respuesta a la globalización, «la experiencia del nosotros se ha convertido en una promesa de refugio», lo que ha traído consigo la aparición de muchas comunidades cerradas en sí mismas, que buscan así algún tipo de pertenencia, seguridad o reconocimiento. Esta reacción ayuda, tal y como explica Marina, a que «lo insoportable de la vida se haga más sostenible», pero solo es legítima si no se pierde de vista la pertenencia de esas comunidades a un ecosistema mayor, del que dependen y al que pueden contribuir.
Porque ese narcisismo, que resulta cada vez más marcado en los individuos, también puede ser colectivo y expresarse amplificando un yo identitario con ensoñaciones de superioridad. Así se percibe, por ejemplo, en algunos entornos corporativos o en la deriva supremacista con que se miran al espejo ciertas culturas, religiones y naciones, o al menos parte de ellas.
Si el narcisismo de los individuos adultos es más preocupante que el adolescente, el «narcisismo colectivo» debería alarmarnos más que el individual, dado que se trata de una patología social que inspira decisiones poco inteligentes que causan un gran dolor en grandes grupos de personas. Y este comportamiento tiene bastante en común con lo que el psicólogo Irving Janis acuñó con el término groupthink, «pensamiento de grupo», para referirse a aquellas situaciones en las que las personas adoptan la opinión del grupo aunque contradiga sus puntos de vista individuales.
Janis enumera varios síntomas del groupthink que son muy típicas del narcisismo colectivo:
- Creencia de supremacía moral: los miembros del grupo creen ciegamente en la justicia e idoneidad de su causa, lo que los lleva a ignorar las consecuencias éticas o morales de sus decisiones.
- Ilusión de invulnerabilidad: exceso de optimismo que lleva al grupo a subestimar sus debilidades y a asumir riesgos excesivos.
- Visión estereotipada de otros grupos: los estereotipos negativos del «enemigo» justifican respuestas injustas.
- Ilusión de unanimidad: las opiniones de la mayoría del colectivo se asumen como unánimes, cuando seguramente la diversidad es mucho mayor que la reconocida.
Todo esto hace que el grupo cometa errores, que pueden ser fatales, como fijar mal sus objetivos, no estudiar todas las alternativas o desestimar algunas de forma prematura, subestimar los riesgos de la opción preferida o procesar la información de una manera tendenciosa y subjetiva, entre otros. Y el más importante: tratar con desprecio a otros colectivos que consideran menos capaces.
La sociedad contemporánea vive instalada en una constante crispación, con colectivos en disputa que son incapaces de escuchar y reconocerse como partes de un espacio común. En España, por ejemplo, la polarización resulta insoportable, imposible de atemperarse ni siquiera ante las demandas cruciales de una pandemia, que sin embargo sí generó consenso y cooperación entre colectivos antagonistas de otros países. Esa polarización hace que los miembros de fracciones discrepantes adopten posiciones cada vez más alejadas de las de la otra parte y, lo peor, que acaben definiendo su identidad por oposición a la del otro. Las visiones antagonistas se enzarzan en un bucle interminable de acusaciones, atrincherado cada bloque en sus propios argumentos, en lugar de abrirse a otros puntos de vista para crear un espacio común enriquecido. Eso es cada vez más visible: en algunos colectivos aumenta la cohesión a niveles tóxicos como respuesta a la hipotética aparición de un rival. Y entonces, si el rival apoya una propuesta, el grupo se atrinchera en la contraria, como si discrepar del enemigo condujera a pensar de forma correcta.
El escritor sudafricano J. M. Coetzee dice que el tabú define al grupo propio por oposición al ajeno y que por eso constituye una especie de pegamento. Clay Shirky sostiene, por su parte, que incluso si alguien no es un enemigo, identificarlo como tal puede provocar una agradable sensación de cohesión porque, citando al psicoanalista británico Wilfred Bion, «nada hace galvanizar mejor a un grupo que encontrar un enemigo externo».
En un escenario así, las metas del grupo dejan de estar basadas en una lógica de ecosistema, se disparan las cascadas de auto referenciación, y los objetivos se definen por oposición, adoptando lógicas del tipo «si no estás conmigo, estás contra mí», que producen un aumento del dolor en todas las partes. Este bucle endogámico, tan palpable en nuestros días, necesita interruptores.
Educarse en la «cultura de la interdependencia» ―que es uno de los mensajes principales de mi libro― significa comprender que todo lo que damos se nos devuelve. Los colectivos que se aman demasiado a sí mismos y retuercen a niveles tóxicos las ventajas de su identidad, siempre corren el riesgo de ignorar esta verdad.
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Miriam Cervino Rodríguez
Magnífico post, Amalio. Gracias por desgranar otro fenómeno complejo donde los haya. La polarización en España asusta, yo sigo algunas veces las discusiones entre las feministas y las del colectivo LGTBI favorables a la Ley Trans y solo oigo insultos. Por supuesto tengo mi opinión pero ha llegado un punto en que es odio puro.
Tu post me acaba de recordar a la película británica «Pride (Orgullo)» de Matthew Warchus que relata la lucha de los mineros durante 1984, siendo primera ministra Margaret Thatcher y de como, tras convocar una huelga, un grupo de lesbianas y gays se percatan de que es un colectivo oprimido como ellos y deciden ayudarlos recaudando fondos para ayudar a las familias de los mineros en huelga. Fue una historia real con sus luces y sus sombras porque los prejuicios, y más en aquella época, estaban a la orden del día. Creo que ilustra muy bien como dos grupos totalmente diferentes se «unen» a pesar de los obstáculos para luchar por algo en común. El resultado no fue el deseado pero el proceso hizo crecer a muchos de sus miembros y llevó a que se tomaran algunas decisiones buenas para los dos colectivos.
Amalio Rey
Gracias, Miriam. Conozco muy bien la película PRIDE, y de hecho, la he comentado ampliamente en este post, junto con otros ejemplos bien bonitos: https://www.bloginteligenciacolectiva.com/diversidad-vs-afinidad-tres-ejemplos-en-proyectos-colectivos/ Tienes toda la razón en lo que dices. Un abrazo
Miriam Cervino Rodríguez
Ay, gracias, Amalio, me encantará leerlo con más detalle. Desentrañar el proceso de cooperación que se ve en la película. Mil gracias por ampliar la mirada de los que te leemos! Un abrazo!