Sitios a los que ir, y a los que volver (post-258)
Sigo la costumbre de relatar mis viajes de vacaciones, así que aquí estoy como todos los años con mi crónica estival on the road.
En mi post anterior contaba lo que sería mi recorrido, así que hoy publico la bitácora del viaje. Mi intención es, como siempre, documentar vivencias para que no las engulla el tiempo, y dar información que pueda ser útil para los viajeros que me leen.
Nuestra huída al norte comenzó por un pueblo perdido en la sierra madrileño-guadalajareña que se llama La Hiruela, donde pasamos tres noches. Allí no viven más de 50 residentes permanentes. Casas de piedra, entorno apacible, ideal para dejar pasar las horas. Dimos buena pata por los senderos visitando molinos harineros y carboneras, que es de lo que vivían los pobladores de antaño. La verdad es que llevar más de 16 kg. a mi espalda, con Gonzalito en plan-canguro y en ascensos durillos, no es ninguna tontería, pero el chaval se acomoda bien en la mochila y jamás se queja porque le gusta el meneo. Por suerte la espalda respondió bien. Aquí tienes fotos.
Gonzalito está proyectando su personalidad, y encontrando atajos para destapar su carácter. Es un niño observador, asombrosamente hábil con las manitos para realizar operaciones que a su edad me parecen complejas, y cómo no… bastante cabezota. Le flipan los gadgets hasta el punto que los descubre en cualquier escondite donde los pongas. Habla bastante pero en “Gonzañol”, una jerga atropellada que a los padres nos suena francamente bien. En este viaje ha revelado esa personalidad fuerte que ya veremos cómo canalizar por su lado positivo, pero es un niño muy especial (ains, qué va a decir el padre), le veo madera…
Nuestro siguiente destino fue Asturias, y en particular Lastres, un pueblo pintoresco pero no mucho más que eso. Lo del Dr. Mateo, la serie televisiva que se firmó allí, es un rollo. Ha sido buena para la promoción turística del pueblo y “un tirón” para su economía, pero empobrecedor culturalmente hablando. Toda su identidad ha sido secuestrada por la ficción de la serie. Llegan las hordas de turistas (¿debería aplicarme el cuento también?) a ver dónde se filmó cada plano: que si la peluquería, que si la casa de la maestra, que si la panadería, que si la Taberna de Tom… en fin, por cualquier lugar que vayas te encuentras a gente preguntando lo mismo, así que debe ser bastante coñazo para los residentes que to’quisqui solo se interese por el monotema, como si antes de la serie no hubiera pasado nada allí.
Por cierto, la famosa Taberna de Tom no existe, no hay taberna, solo una fachada… lo que provoca bastante cabreo porque está empinada en una loma, y la gente llega con sed de birras, y solo encuentra una pared. Es un poco tomadura de pelo… dos ventanas con barrotes, sin techo, y lleno de hierbas… No sé, me cuesta entender por qué alguien no ha montado ya una taberna en ese mismo sitio porque se estaría forrando. Creo que si Lastres estuviera en Cataluña, este pueblo ya tendría su Taberna de Andreu, donde estaría rulando el vino y la cerveza desde hace rato.
La casita que pillamos era preciosa. Tres plantas, muchas escaleras pero con unas vistas estupendas. Estaba en el meollo, en el mainstream de la “La ruta del Dr. Mateo”, así que teníamos fans del programa preguntándonos a todas horas, y nosotros poniendo cara de NS/NC como los guiris. Para colmo, gente como yo que anda en quinteto, con tres niños, meterse en un pueblo de estos que está todo en cuestas y con callejuelas muy estrechas, lo del coche se vuelve un suplicio. Pasaba con el mío calculando los milímetros, y de milagro no salí con rayones por varios sitios. Aquí dejo fotos de nuestra estancia en Lastres, por si te apetece echar un vistazo a la villa.
Un pequeño detalle que me apetece recordar. En las fiestas de Lastres me llegué a la parroquia y estuve escuchando a un coro en el que cantaba gente entrada en años, setentones, junto a chavales muy jóvenes, y era obvio que se lo pasaban pipa. Confieso que ver a personas de distintas edades compartiendo juntas es de las cosas que más me emociona, es el tipo de diversidad en la que más me fijo últimamente.
Me encanta conducir, sobre todo si llevo música nueva. Me bajé para la ocasión unas 70 canciones. Degusté lo último de Stevie Nicks, Within Temptation, Lacuna Coil, y una buena ración de pop-rock y hip-hop por reclamo familiar y porque tengo un lado comercial en mis gustos musicales que se revuelve en vacaciones.
Como Ana tenía ganas de volver a Santander, y nos quedaba a 120 km., dedicamos un día a visitarla. Fui hace muchísimo tiempo con motivo de un curso en el UIMP. Me encantó pasearla, y volver al Sardinero. Allí nos zampamos un arroz cremoso con carrillada, setas y foie que estaba de muerte. Un paseo por la zona verde del Faro de Cabo Mayor es un lujo, y provoca envidia ver a gente haciendo footing por un lugar como ese.
Visitando el Palacio de la Magdalena se me ocurrió la genial idea de probar por primera vez un Segway. Es un artefacto que se adapta genial al movimiento natural del cuerpo, una auténtica maquina de fluir. Le tenía ganas, así que me puse en manos de un tío super amable que me enseñó muy bien las tres reglas básicas, pero se olvidó explicarme qué hacer con los baches. Después de varias vueltas pedí que me quitara el limitador de velocidad y en un momento en que iba sobra’o, me di una caída monumental, de la que me estuve doliendo todo el viaje (imágenes en Flickr de visita express a Santander).
Pero no fue la única. Tengo magulladuras y golpes por todas partes (codos, manos, rodillas). He resbalado en los sitios más inverosímiles. Vaya racha. Por andar tan relajado y absorto, los musgos de las rocas (esos viejos conocidos para un isleño como yo) se cebaron conmigo. Mis distracciones también hicieron mella en el coche, porque pensar que un Honda Accord es un todoterreno resulta como mínimo insensato, así que el menda tuvo que ir dos veces al taller a reparar faldones y paragolpes por descuidos cometidos en pistas de tierra. Por suerte soy de los que se relacionan con el coche como “una-cosa-que-está-a-mi-servicio”, y no al revés.
A Asturias le llaman “Paraíso Natural”, pero ir en vacaciones de agosto no es muy recomendable. Miles de turistas por todas partes, y en algunos sitios llegas a sentir agobio. Esa sensación la tuve en lugares tan abiertos como los Picos de Europa y sus lagos, donde parecía que íbamos en manada. Lugar estupendo pero no compensa. Detesto viajar en agosto, pero como a la mayoría de los españoles no me queda otra por temas familiares. Si por mí fuera, me pasaba trabajando los meses de verano.
Después descubrí que Asturias está hiper-explotada sobre todo en su parte oriental, ahí se concentra casi todo, pero su costa occidental es una gran desconocida. El recorrido que hice en dirección a Galicia, mi siguiente parada, permite descubrir sitios que todavía permanecen ignorados para muchos visitantes como Luarca, Porcia, la espectacular playa de dunas de Barayo, el Faro de Ortiguera, la playa de Silencio, el puerto de Viavélez y otros sitios entre los que me recomendó Beatriz (¡¡gracias!!) en sus comentarios a mi post anterior (Fotitos de Asturias en Flickr)
En nuestro viaje hacia el Oeste dedicamos un buen rato a visitar el flamante Centro Niemeyer, que inauguraron no hace mucho en Avilés, que es un homenaje a las curvas y los espacios abiertos, y a la vitalidad de un hombre preclaro y comprometido que no envejecerá nunca, el gran Oscar Niemeyer. Después almorzamos en Cudillero, que nos pilló de pasada. Bonita villa marinera para patearse con ganas, pero hazme caso… no se te ocurra comer allí. Pagamos un pastizal por un almuerzo deplorable. Allí nos recibió un tío con sonrisa Profiden, muy marketiniano, con la peor sopa de mariscos que he probado en la última década (lástima que no recuerdo el nombre del restaurante para denunciarlo).
Un lugar que me conmovió fue el cementerio de Luarca, una humilde necrópolis marinera que describen muy bien en este post. Para los que como a mí no les acojonan los cementerios y más bien le generan cierta fascinación, es visita obligada. Susana (mi casera de Galicia) me contó que su padre decía que para saber cómo es un pueblo, hay que visitar su mercado de abastos y el cementerio. Si te enteras cómo la gente come y trata a sus muertos, ya puedes hacerte una idea de cómo son. Pues eso, que a mí me encanta visitar los dos. En el de Luarca yace junto a su mujer el gran científico español Severo Ochoa, tumba que visité. Envuelto en la niebla, y rodeado de acantilados, parece un lugar escogido para reposar por siempre junto a la brisa del mar. Bordeas el cementerio que está en las alturas, y abajo te encuentras el pueblo, encerrado en forma de concha. Lo que suelo hacer en estos sitios, leer epitafios en las sepulturas, me embriaga de curiosidad y en esos paseos nunca me siento solo, nada de yuyus. Es como si el aura de los difuntos me acompañara, y cada uno se ofreciera con amabilidad a contarme su historia. Recuerdo especialmente un nicho que parecía más una escultura, separado de las demás, con piedras coloreadas en lugar de flores, y un cubo de Rubik entre otros objetos, con una placa que decía: “Quiero ser recordada haciendo acrobacias”. Bonita forma de despedirse, ¿no? (fotos en Flickr).
Nuestra última semana la pasamos en Costa da Morte, Galicia, cerca de un pueblo que se llama Ponteceso. Nos buscamos por Internet una casa aislada, perdida junto a la ría, que resultó ser un fantástico descubrimiento. Para eso mi parienta es mejor que Sherlock Holmes, el mérito es de ella, tiene una intuición digital espléndida.
El refugio de Susana Pose, nuestra anfitriona, es lo más cercano al paraíso en forma de casa rural que he alquilado nunca en mis viajes de vacaciones. No exagero, una pasada. El lugar en que está enclavado es idílico, mágico, muy marinero, y lo tiene todo, pero todo. Diría que es el paraje óptimo para un escritor que busque perderse en sus ensoñaciones, y si todavía lo dudas, mírate estas imágenes que capturé con mi cámara.
De noche se escuchaba un ruido de cascada que resultaba extraño para lo apacible que se veía el agua en el mismísimo borde de la terraza. Después descubrí que se debía a que a unos 200 mts. de la casa se juntaba la salida del río con la entrada del mar. Hicimos algo de canoa para novatos y pesca impaciente (entiéndase, no pescamos nada). Perdimos deliciosamente el tiempo buscando piedras y minerales por las playitas, siguiendo las mareas desde la terraza, o escuchando el remolino que se forma con las corrientes de la ría. Vaaale, venga… te contaré mi secreto por si quieres llegarte, pero sé discreto/a, puedes reservar esta delicia de casa aquí pero no lo hagas en invierno porque según la propia Susana, su humedad puede calar los huesos.
La Playa de Laxe, cerca de allí… una maravilla, muy recomendable. Extensa, poco concurrida, de arenas blancas. Hace tiempo que no veía en España una arena de tanta calidad, parecía una mezcla de harina y algodón. Ese miércoles tuvimos un día de fábula, con asadito uruguayo “take away” servido por el menda. Eso sí, algún fallo tenía que tener la dichosa playita porque el paraíso no existe: el agua congelada, imposible meterse, al menos para una familia del Sur como es la nuestra.
El vaivén de las mareas tiene su aquel. Las cercanas a casa eran “mareas muertas”, no eran tan vivas, pero daban mucho juego. El jueves me di un bureo en solitario al atardecer por toda la costa pedregosa que dejaba la marea baja, llena de mejillones, almejas y lapas. Estuve por uno de esos muchos pequeños astilleros abandonados, que abundan por las costas de Galicia. Me chifla curiosear por sitios abandonados, buscando detalles para fotografiar y huellas que dejan el salitre y el tiempo. Las imágenes marineras me atraen más que nada, por ejemplo, los barcos encallados en el fango por la marea baja o botes volcados que todavía conservan una inexplicable vivacidad a pesar de registrar sin compasión el paso del tiempo. Son lugares para la melancolía, que no tristeza. Quería llegar al punto en que se encuentran el río y el mar, ese que comenté antes. Una vez allí estuve un buen rato velando el ruido de las olas, los remolinos de la ría y la brisa fresca que me regalaba la noche incipiente. Después tomé un sendero serpenteante dentro de un bosquecito tupido de regreso a casa. Un paseo para no-pensar y dejarse llevar por la generosa soledad voluntaria.
La gente de la zona era encantadora. Siempre he sentido gran estima por los gallegos (y especialmente por las gallegas, todo hay que decirlo), me causan un afecto especial. Me parece gente muy tierna y amable. De poco hablar, pero hablan lo justo y lo hacen de un modo que no deja margen a la duda. Cuando se enfadan, se les nota y eso me gusta. Va conmigo, sin medias tintas.
Uno de los últimos días nos dimos un paseo por Costa da Morte hasta Porto Barizo, tierra de aguas bravas y percebeiros, como ellos mismos dicen. Fuimos a yantar al restaurante As Garzas, que nos recomendó con muy buen tino Susana. En el refugio de Caco y María nos prepararon un arroz cremoso de pescados y mariscos que estaba bueno de escándalo. Regado por un Albariño de “Paco y Lola”, enólogos amigos de la casa. Era nuestra cita-estrella dentro del capítulo gastronómico del viaje. El lugar es muy recomendable, cuenta con una estrella Michelin, y lo incluyo como sugerencia para cualquiera que se pase por allí. Hay que reservar, y no es barato pero tampoco prohibitivo (unos 35 euros/cabeza) para lo bien que se come. Vale la pena si el bolsillo permite al menos un momento de desatino. Al día siguiente volvimos a por el restaurante de los padres del chef del de As Garzas, que es menos sofisticado pero muy bueno también, y que se llama Seiruga, situado en la playa del mismo nombre, por la que conviene pasarse después a echarse una siesta post-comilona.
Estas zonas retiradas de Costa da Morte me han parecido las más sugerentes de todo el viaje. Me hubiera quedado varios días por ahí porque me trasladaron a parajes perdidos de Nueva Zelanda que tan buen sabor de boca y recuerdos intensos conservo para siempre.
Me paso el año fustigando las entendederas, así que en vacaciones familiares busco otra cosa. Ni e-mails, ni tuits, ni nada que se parezca. De paso me salvé de sufrir el mega-peñazo de visita del Papa y las ñoñerías del impresentable de Mourinho. Sí que he estado leyendo noticias en mi móvil, pero sobre todo futboleras de mi Betis, porque tenía muy pocas ganas de pensar. Después, curiosamente, se me nota en las fotos de vacaciones, en las que dicen que parezco otro gracias a los antioxidantes que libera el no-stress.
Paco, un amigo de Susana, me estuvo enseñando en Ponteceso su granja casera de lombrices de pesca. Es increíble la que se puede montar en un garaje. Allí tenía el bueno de Paco cientos de cajas de poli-espuma llenas de arena y conectadas a un sofisticado sistema de reciclado de agua de mar donde engordaba lombrices para carnada, y que según él, es un negocio de le da bastante bien para vivir.
Primera vez que soy tan comedido al decidir los libros que cargo para vacaciones, y fueron solo 5 los elegidos con celo de bibliotecario; pero lo absurdo del caso es que en 15 días no me leí ni una página de un solo libro de los que llevé. Ganas no me faltaron (¿o sí?), pero esto de vacacionar con un chaval de 15 meses y tropa numerosa, más las vueltas que dimos por ahí viendo cosas, hizo que los pocos momentos que tenía para mí los dedicara sin complejos a gandulear.
Pues nada, para los que habéis tenido la santa paciencia de llegar hasta aquí, termino mi largo relato (yo creo que este post no se lo va a leer ni el Tato…jjj… pero no importa, me lo he pasado pipa escribiéndolo). El resto de mis fotos de Galicia las puedes ver en Flickr.
Antes de terminar me gustaría decir que mientras más viajo de vacaciones al Norte de España, más me atrae; pero al mismo tiempo, valoro más el hecho de vivir en el Sur. El clima de allá arriba lo complica todo, hace la vida más difícil, y el regreso a casa sirve para corroborar que sitios como Málaga tienen esa suma equilibrada de pequeñas cosas que una persona como yo necesita para vivir.
En fin, como el escritor José Luis Alvite decía en una carta a su amiga Susana: “Lo que necesito no es un sitio al que ir, sino un lugar al que volver“, y por suerte la inminencia del regreso no fue nunca un problema, sino que me generó más bien una sensación placentera.
susana pose
Con casi 5 años y medio de retraso,me encontré con esta bonita y encantadora narración de un viaje.
Aunque tarde,MUCHAS GRACIAS, en lo que a la casa y a mi respecta. Un fuerte abrazo
Angel – refranes
El norte mola, yo casi todos los años me acerco a Galicia o Asturias que son los sitios que mas me gustan.
Amalio
¡¡Sí que mola!!
Hace varias temporadas que siendo del Sur, me subo al Norte en agosto. Creo que un contraste ideal. El verde de allá arriba es una pasada. Y qué bien se duerme con fresco, y como suele ocurrir, algo de lluvia 🙂
Iván
Hola Amalio
Espero que fuera bien todo por Asturias, por cierto en Cudillero no hay que comer, es un robo a mano armada a los turistas, sobre todo en la zona del puerto.
Un abrazo viajero 😉
Amalio
Asturias, tu tierra, es una preciosidad, pero como cuento en el post, el turismo se concentra demasiado en la Asturias oriental, y hay mucho que descubrir en su parte Occidental. Cudillero es una villa preciosa, pero sufre el mal del marketing turístico atrapa-guiris, y efectivamente, me asaltaron la cartera.
Un abrazo, amigo 🙂
Beatriz
Bienvenido! Me alegra que te gustaran las recomendaciones. Feliz vuelta a casa.
Amalio
Beatriz: Pues sí, ya ves que me quedé prendao con el Cementerio de Luarca. Tengo pendiente hacer una incursión por la playa de dunas de Barayo, porque he leído maravillas de ella, como ecosistema natural, pero el problema que tenía es que a esa playa no se puede llegar en coche, y yo iba con una logística complicada (sobre todo por Gonzalo), así que no pude verla.
Gracias de nuevo 🙂
Marina
Bueno Amalio, decirte que te sigo desde hace algún tiempo y que yo si que he llegado al final del post-258 totalmente fascinada por tu relato, has conseguido con tus palabras trasladarme a esos paisajes y hasta he llegado a percibir la brisa, así que gracias por tu generosidad.
Amalio
Hola, Marina:
Vaya, seguro que te ha costado llegar al final porque este post me ha quedado infinito. Lo siento, pero en fin, tenía tantas cosas que contar… Lo de trasladarse en el imaginario a los lugares que uno describe es parte del desafío de contar, y me hace sentir muy bien que me digas que leyendo el post has pasado por eso. Pues oye, gracias a ti por compartir conmigo ese sentimiento…
un saludo..
Mirella
Hola! Te encontré de casual hoy y justo lo comenté en mi blog, al postear acerca del Blog Day! Muy buena forma de contar tus vacaciones dinamico y útil!! Bss! & FELIZ DIA!!!
Amalio
Mirella: Feliz día para tí, también. Me alegro que te haya gustado el relato, y gracias por incluirme en tu quinteto de “Blog Day”.
un saludo 🙂
Saúl Tobelem Cambón
Buenas Amalio!
Es una genial costumbre el narrar las vacaciones y documentarlas intercalando las fotos, y más aún si están contadas de forma tan amena. Se nota bastante que has disfrutado al escribirlo, dan ganas de hacer el viaje!
Un abrazo,
Saúl
Amalio
¡¡hombre, Saul… qué bueno verte por aqui!! ¿qué tal va todo, “masteriano”!! Lo de narrar vacaciones lo hago solo desde que tengo el blog. En un diario personal no lo haría, me aburre escribir solo para mí. Saber que lo pueden leer otros me obliga a escribir mejor, a esmerarme. Después, cuando repaso mis relatos (lo hago a veces para recordar viajes anteriores), resulta que no me aburre, más bien me ayuda a trasladarme mentalmente a esos momentos. El blog es algo público, pero uno puede jugar a los híbridos, que es lo que yo hago. Mientras escribo me cuido de que “escribir para otros” no me genere presión, porque lo principal es disfrutar jugando a las palabras. ¿cómo va todo? a ver si un día nos vemos… ha pasado ya mucho tiempo, no??
un abrazo
Nathalie Vélez
Bienvenido Amalio. Veo que has aprovechado al máximo tus merecidas vacaciones. Realmente estaba esperándote porque formo parte de un equipo interdisciplinario de profesionales colombianos que trabaja el tema de Innovación Social. Estamos interesados en invitarte dirigir un taller práctico de Pensamiento de Diseño y quisiéramos saber si podemos contar con tu valiosa presencia. Es muy importante para nosotros recibir tu respuesta. ¿Podrías regalarme una cuenta de correo electrónico para enviarte la propuesta formal con los datos del cubrimiento del traslado a nuestro país? Quedo a la espera.
Muchas gracias,
Nathalie Vélez Ponce
naticarte@gmail.com
@nvelez
Amalio
Gracias, Nathalie, por la bienvenida y por la invitación. Ya te envié por e-mail lo que me pediste. Un saludo 🙂
senovilla
Lo importante es disfrutar descansando y lo has conseguido.
Un abrazo y bienvenido.
Amalio
Muchas gracias. Pues sí, he disfrutado y descansado, sobre todo cambiando de actividad, porque supongo que puedes imaginarte el ajetreo que implica viajar con tres chavales. Pero contento, la verdad…