Cosas que pasan en el Camino de Santiago
POST Nº612
Este martes completé, por fin, mi primer Camino de Santiago. Han sido 250 km pateándome Asturias y Galicia en 11 días consecutivos. Elegí el Camino Primitivo, por las razones que explico en este post. Lo peor ha sido la lluvia, que fue constante desde el tercer día, así que el 80% del Camino lo hice pasado por agua. El itinerario fue duro, con muchos desniveles y etapas largas de hasta 35 km, pero, por suerte, el cuerpo-mente del viejuno respondió sorprendentemente bien. Hice mi entrada triunfal en la Plaza del Obradoiro adolorido pero henchido de felicidad por haber conseguido el reto, que fui contando, día a día, en mi muro de Facebook.
Mucha gente da por hecho que el Camino de Santiago produce efectos mágicos. Percibo esa suposición por la forma en que me preguntan qué tal me fue. Supongo que es así en mucha gente, pero no creo que haya sido mi caso. Ni me ha transformado, ni me ha hecho mejor persona. Fue para mí, más bien, un reto físico-deportivo extraordinario y una oportunidad de inmersión en la naturaleza súper estimulante. También una experiencia lúdico-estética de disfrute pleno de los paisajes, de descubrir la cultura interior de Asturias-Galicia y de conocer a otras personas que, como yo, decidieron hacer este camino en fechas tan extrañas, y que fueron (para bien y para mal) muy pocas.
Dicen del Camino que, visto con ojos de peregrino/a, aporta una marcada “dimensión espiritual” (que no necesariamente religiosa). Algo de eso hay, y he sentido, gracias a las muchísimas horas que pasé conmigo mismo, meditando mientras caminaba. Los paisajes también estimulan, por el cambio drástico de contexto, nuevas ideas. Asimismo, es cierto que el sacrificio que implica hacer tantos kms nos descubre la fuerza de voluntad y las flaquezas que tenemos como individuos, y significa un ejercicio de disciplina y constancia del que se puede aprender mucho. Creo que ayuda a entrenar la cabeza para expandir el umbral de resistencia. Por último, aislarse (relativamente) de la tecnología por tantos días y conectar de forma tan intensa con el medio natural es otro aliciente impagable para el coco.
Voy a intentar resumir algunas experiencias y aprendizajes que recogí a lo largo del Camino. Son el fruto de mis observaciones, en modo antropólogo aficionado, que fui anotando en las tardes mientras me liberaba del dolor de cadera y del tendón de Aquiles. Mientras caminaba, ocurrían cosas que podía asociar a otros ámbitos de la vida y que voy a compartir aquí:
1. Las expectativas condicionan mucho la percepción
No descubro nada nuevo. Es una confirmación de lo importante que es preparar bien a la mente. A más difícil me esperaba una etapa, más fácil me parecía después. Las expectativas ajustan muchísimo la percepción. Recuerdo que me hice a la idea de que la famosa variante de Hospitales, en la etapa reina del Camino Primitivo, iba a ser insufrible, lo más terrible que iba a hacer en muchos años, y eso me ayudó porque, aunque fue duro, después me pareció algo mucho más asequible. Así me pasó con varios trayectos, incluso al revés: la última etapa, de Pedrouzo a Santiago (20 km), me la imaginé casi como un paseo y, sin embargo, quizás por eso, terminó haciéndose bastante pesada. De hecho, el Camino Primitivo, en general, lo visioné como un imposible y fui preparado para lo peor, así que me hice el cuerpo para aguantar carros y carretas, lo que al final me ayudó mucho a sobrellevar los malos momentos.
2. Quitarse lo que sobra, y a tiempo
Fui al Camino con sobrepeso en la mochila. Ya lo sospechaba, pero no sabía que tanto. Las dos primeras etapas las hice con casi 13 kilos a la espalda (esto lo supe después), pero gracias a unos peregrinos holandeses que me insistieron, decidí hacer un ejercicio de constricción, madrugando el tercer día para tratar de quitar cosas del equipaje. Me costó un horror y era incapaz de descartar nada. Como buen novato, todo me parecía necesario. Me tuve que poner duro y, según el peso que dio la caja que mandé por Correos a casa, conseguí liberarme de 4,5 kg. Ahora sé que si no hubiera tomado esa decisión, me hubiera lesionado y no terminaba el Camino. Creo que es una buena metáfora de vida: saber quitarse los excesos de peso, y a tiempo. Meter tijera es siempre lo más complicado, pero hay que hacerlo. Lo curioso es que, como comprobé en las siguientes etapas, siempre se cumple el mismo patrón: quitas cosas, te tienes que adaptar a lo que tienes, y solo así entiendes qué es lo que te sobraba.
3. La paciencia es un virtud, y se entrena
En algunas ocasiones me vi perdido y estuve tentado a tomar decisiones impacientes. De hecho, tomé una horrible y me perdí antes de llegar a Borres, lo que significó hacer casi 5 kms de más, bajo la lluvia, y chuparme una buena dosis de estrés. Después aprendí que si no veía la mítica flecha amarilla (señal inequívoca de que iba bien) y dudaba, era mejor no forzar y darme tiempo a que aparecieran nuevas pistas, antes de cambiar el rumbo de forma precipitada. Cuando esperé y me di tiempo, siempre encontré respuesta a mis dudas sin cometer torpezas. Ésta sea, quizás, una metáfora más 🙂
4. Hay de todo en la viña del peregrinaje
El Camino de Santiago también significa diversidad. Es un mito que todos los peregrinos vienen como locos por socializar. Hay de todo, y algunos bastante sosos. No sé si es la época, o el tipo de camino, pero me encontré varios grupillos cerrados, que iban a lo suyo, con pocas ganas de abrirse a otros. Según me contaron, parece que los del verano son más enrollados. Tampoco es cierto que todo el que va al Camino lo hace por razones tan grandilocuentes como la transformación personal o la búsqueda de una revelación espiritual. La mayoría lo hace por motivaciones tan simples como pasárselo bien, exponerse a un fuerte reto físico, hacer amigos o, incluso, ligar (muy típico, según cuentan, del Camino Francés en temporada alta). Esto tiene algo que ver con el punto que sigue…
5. Puristas del Camino y mi dilema con los alojamientos
Hay mucho debate sobre qué es, y qué no es, “hacer el Camino”. Es bastante común que te salga alguien, bien en una conversación o en los foros que existen sobre el tema, con frases rotundas que reniegan de ciertas maneras de vivirlo. Los hay desde “puristas”, que defienden unas condiciones muy determinadas, hasta “pragmáticos”, que entienden el Camino de una forma más relajada. Por ejemplo, se discute sobre si es aceptable que un peregrino o peregrina no cargue su mochila y la envíe por uno de esos servicios que la llevan al siguiente destino, si hay que hacer la ruta practicando frugalidad, si deberíamos movernos por motivaciones espirituales o si, por ejemplo, es un requisito dormir en albergues.
Creo que las dos posturas tienen parte de razón. Los “pragmáticos” abren el Camino a una gran diversidad de posibilidades y yo creo que mientras algo haga feliz a más gente sin hacer daño a los demás siempre es bueno. Pero también tienen razón los “puristas” cuando defienden ciertos rigores porque cumplirlos suele contribuir a que se viva una experiencia más intensa y plena. Creo que la forma en que hacemos el Camino refleja bastante bien nuestras manías y rutinas de vida, pero también hasta qué punto estamos dispuestos a cambiarlas.
En el punto del alojamiento tuve mi mayor dilema. Quería ir a albergues, para compartir con gente y acercarme a la vivencia más genuina del peregrino, pero no me convencía dormir en literas en salas colectivas. Como desconfiaba de mi capacidad física para llegar al final del Camino, me parecía fundamental descansar bien, en condiciones óptimas, así que decidí alojarme en albergues que también tuvieran habitaciones individuales. La diferencia de precio podía pagarla, y, así tenía mi habitación y podía ir a las zonas comunes a socializar. Probé en dos albergues dormir en literas, porque quería ver cómo me sentía, y no dormí tan bien como necesitaba. Sé que no es lo mismo, ni se comparte igual, si uno está en literas a si duerme en una habitación aparte pero estaba, en principio, dispuesto a renunciar a parte de esa potencial socialización por más comodidad. Sin embargo, después me sentía mal por eso, no tanto por el hecho de acceder a mejores facilidades que la mayoría, sino porque me parecía que me perdía la posibilidad de conocer a más gente, o, sobre todo, estaba siendo caprichoso y no entrenaba mi capacidad adaptativa, que es parte de la experiencia del peregrino. Este dilema estuvo presente en todo el viaje y todavía me queda como duda de si hice el Camino como debería haberlo hecho 🙂
6. Cuando la solución está en ti
Comenté antes que hubo un momento delicado en el que me perdí. Fue llegando a Borres, al comienzo de la etapa más exigente del Camino. Estaba lloviendo mucho, no tenía conexión a Internet (no llevaba un mapa de los que se descargan y se pueden consultar offline, y ese fue un error), y me vi dando vueltas sobre mí mismo entre aldeas perdidas de la Asturias vaciada. Cuando peor estaba, escuché voces en algunas casas, y pedí ayuda. Llamé en dos de ellas, y así estuve un buen rato, esperando que salieran a orientarme. No fue así. Nadie me ayudó. Supongo que se trataba de aldeanos tan aislados que se sintieron asustados de que un extraño les llamara. Debo haber sido el único pringao que se extraviaba por ahí en siglos 🙁 La cuestión es que perdí bastante tiempo y me puse de los nervios frustrado porque no me respondieran, hasta que comprendí que nadie iba a ayudarme y que la solución estaba en mí. Solo en el momento que entendí que no había alternativa es que saqué el extra que necesitaba y me puse a trabajar de verdad en tratar de orientarme a partir del punto que marca el GPS en el móvil. A partir de esa única pista, y haciendo pruebas de movimiento en distintas direcciones, fui entendiendo dónde estaba y conseguí volver a la ruta del Camino.
7. Si estás solo/a, intenta pensar bien
Estar solo no es lo mismo que sentirse solo. La soledad voluntaria es gratificante si sabes pensar bien. A mí, por mi carácter inquieto, se me da mejor meditar caminando, moviéndome, que estando tieso en un sitio como sugiere la ortodoxia. Por eso, el Camino era, y fue, una oportunidad única para pensar mucho y sin prisas. Hubo momentos en los que creo que entré en trance, en otra dimensión, tan concentrado en mis elucubraciones que devoraba kilómetros sin reparar en el dolor o el cansancio. Esos estados de flujo fueron de lo mejor que me pasó en el Camino.
Sin embargo, no me pasaba lo mismo al descansar en los alojamientos. Dado que elegí una ruta muy solitaria, cuando caía la tarde a menudo me sentía solo, y no siempre conseguía “pensar bien”. El arrebato de endorfinas después del esfuerzo debería ayudar pero, a veces, me asaltaban ideas menos estimulantes. Esos momentos en que estas sólo contigo mismo muchas horas, sin distracciones, es clave para practicar heurísticas que contribuyan al bienestar. Por otra parte, me aburría y me entraba el mono por no estar “haciendo algo”. En algunos de esos momentos me acompañé mal. Ahora pienso que quizás hay que pasar por eso, por ese tipo de emociones, para aprender a manejarlas y apreciar más las opuestas. Sustituir pensamientos negativos por positivos o, al menos, neutros, es una habilidad que se cultiva.
8. El plan B debilita al A
Si quieres conseguir un objetivo porque sabes que te hace bien o te ilusiona mucho, lo mejor que puedes hacer es suprimir alternativas. Si lo que buscas implica esfuerzo, tener un Plan B más condescendiente, al alcance de la mano, debilita el compromiso en torno a tu plan principal. En su momento me plantee muy en serio que si iba cansado, terminaría el Camino en Lugo (9 etapas en lugar de 11), ese era mi Plan B, pero me di cuenta de que contar con esa posibilidad destensaba mi impulso. Cuando me convencí de que mi único plan era llegar a Santiago, todo se alineó.
9. El proceso vs. el resultado
Este tema estuvo presente en todo el viaje. Es una cuestión que me interesa explorar en todos los ámbitos de la vida. El Camino me sirvió para constatar que la clave está en el equilibrio. Primaba una cosa o la otra según el momento. Cuando sentía dolores o estaba muy cansado, lo que impedía que disfrutara del camino, o sea, del proceso, ponía mi foco en el resultado, en la meta que me había planteado, y eso me servía de aliciente para seguir. Sin embargo, a veces me veía demasiado abducido por la meta, no dando tiempo a saborear el camino, detenerme más en los sitios, entregarme al paisaje, o conversar. Estuve observando cómo me comportaba, mis prisas vitales, y espero haber aprendido de eso 🙂
10. Gente buena que te vas encontrando…
A pesar de que, como dije, mi camino fue algo solitario, por la ruta y el momento en que lo hice, conocí a unas pocas personas muy especiales. El Camino Primitivo tiene eso, que atrae a caminantes algo distintos que el Francés. Simplificando mucho, diría que hay más calidad que cantidad. Recuerdo a Fran y Diana, las únicas personas que me encontré en la variante de Hospitales, y que me invitaron después a un estupendo desayuno en el albergue de Grandas de Salime. También el afecto y generosidad de Miguel, peregrino de Reus, con quien compartí varios alojamientos en distintas etapas. Igual la simpatía de Nubia o Marcial, que descubrí más adelante, en Melide, y con quienes me reí un montón.
11. El Camino como obra colectiva de gente altruista
Este mundo no sería nada , o sería bastante peor, sin los voluntarios vocacionales. El Camino de Santiago está bastante bien señalizado, y eso no se consigue solo con dinero público. Es vital que se financie el mantenimiento con fondos públicos, pero no es suficiente. Escuché muchas historias de gente voluntaria que dedica tiempo y cariño a cuidar la ruta sin que nadie se lo pida. Por ejemplo, en Campiello me contaron de un hombre que hace poco se apareció cargado de estacas, hechas con su dinero, para mejorar la señalización en la variante de Hospitales. Las subía cargadas en la mochila y las ponía sin ayuda de nadie.
12. Darse más tiempo para asentar los efectos
La duración de mi Camino fue buena para el tiempo que dispongo, pero creo que hubiera sido mejor haber estado, como mínimo, 15 días. Se produce un efecto acumulativo, a base de pequeños impactos diarios, que hacen del Camino algo especial en su conjunto. A más se alarga la inmersión, más se asientan los efectos. Convertir las caminatas diarias en rutina, en ritual personal, sería el aprendizaje perfecto.
Si quieres ver fotos de mi Camino, puedes verlas en este álbum.
Berta
Hice 300 desde León. Fueron 2 semanas de encontrarme con lo de siempre dentro, un poco más exponencial y en mayor libertad. Poco gregaria en ese momento. Encuentros bonitos con personas lindas también. Un reto físico que necesitaba. Personajes increíbles y algún “yonki” del camino entrañable. El camino físicamente te consume. Creo que como toda experiencia que te saca de tu zona, es un supositorio que va con efecto retroactivo. Otros caminos habrá que explorar,…
Iván
Me alegro de tu experiencia Amalio. El Camino a mi juicio sigue teniendo cierta magia y encanto, aunque solamente sea por viajar siempre adelante y por los paisajes y paisanajes que te encuentras. Es algo que está ahí, y que en muchos casos sigue siendo una vía de escape perfecta para mucha gente. Me sigue flipando eso de ponerte a caminar 6-8 horas con una ruta marcada por la historia y con infraestructura. El Camino es algo que te permite tener tiempo para ti mismo, para escucharte a ti y a la naturaleza, muchas veces a otras personas, pero también para ver y sentir los contrastes, la arquitectura y la historia que te encuentras, además obviamente de la comida. Me gustó mucho hacerlo, tanto el francés desde Saint Jean Pied de Port hasta Finisterre como la parte portuguesa desde Lisboa a Fátima. Espero repetir y hacer en unos años el Primitivo, el de la Costa y también la Ruta de la Plata. Buen Camino. Ultreia !!!!
Amalio Rey
Muchas gracias, Ivan!!!
Esa magia y encanto al que te refieres están muy presentes en casi todo el viaje. Lo de tener tiempo para estar con uno mismo es fundamental. Mi próximo camino será el de la Costa. Un abrazo, Mr. Viajaprende!!!
Paz
Gracias Amalio por tus historias y reflexiones. Me han parecido muy interesantes. Muy tú en todo tu ser…siempre poniéndote a prueba, siempre tratando de mejorar y de ser coherente y auténtico. !Admirable, amigo! Así visto desde fuera toda una proeza con ese tiempo y esa soledad…..me alegra saber que has sabido sacarle tambien el goce….y a juzgar por las fotos…al menos gastronómicamente fuiste mejorando a medida que te acercabas a la meta….que rica la comida asturiana y gallega!
¡¡¡Enhorabuena campeón!!!
Amalio Rey
¡¡¡Que buena eres, Paz!! Bonito feedback me has hecho. Sabes que valoro mucho que me leas, y tus opiniones. La verdad es que he disfrutado un montón escribiendo este post, y creo que refleja bien lo que he sentido y vivido. Después, lo leo de nuevo, y me gusta 🙂
El capítulo de la gastronomía fue mejorando. Creo que, con perdón, comí mejor en Galicia que en Asturias, aunque en las dos se zampa de escándalo. Un abrazo
Julen
Mi primera ruta de larga distancia con la bici de monte fue en el año 2000: el Camino Francés. Sí, lo más típico y masificado (entonces no tanto como ahora, supongo). Siempre he “peregrinado” en bici y eso hace que mi punto de vista sea algo diferente porque normalmente no sueles trabar mucha conversación con otros “peregrinos”, pero sí, me gusta ir solo. Bueno, no siempre, también alterno con viajes en compañía, a decir verdad.
Con el tiempo cada vez he ido más ligero de equipaje. Me pregunto si todas estas reflexiones que compartes las hice yo también conmigo mismo hace casi 20 años. No sé. Quizá ahora parece que tenemos que introducir toda esta dinámica de “reto”, “esfuerzo” y, en general, sentido épico. Yo siempre digo que con los viajes, disfruto. No los siento como “desafío” sino como una manera de estar a gusto con quien soy, en el sentido más egoísta del concepto. Solo faltaba que diéramos pena habiendo decidido hacer algo que nos encanta.
Algo que no comentas es el grado de planificación del viaje. A mí me encanta hacerlo: mirar mapas, trazar la ruta, buscar lugares especiales, leer sobre el viaje. Suelo decir que disfruto tanto preparándolo como llevándolo a cabo. No, no es para tanto; pero, de verdad, me lo paso genial en esa fase previa. Hay gente que me dice que es perder encanto. Me da igual, yo lo disfruto y hace que me sienta más a gusto cuando estoy pedaleando.
Lo que te pasó en Borres es algo que es difícil que me suceda pero a lo mejor es por la cantidad de viajes y el equipamiento que llevo encima. Antes, cuando solo llevamos mapas en el manillar, era otro cantar jejeje.
Me alegro de que la experiencia haya sido positiva. Difícil que no lo fuera, ¿no? A ver si te animas con otras 🙂
Una reflexión final: te animaría a que en vez de escribir las crónicas en FB lo hicieras en tu blog, en una sección específica.
Amalio Rey
Supongo que con bici, efectivamente, será algo distinto. Tú sabes de eso más que nadie, Julen.
Introducir la dinámica del “reto” o el “esfuerzo” me parece perfecto si es algo voluntario, que realmente apetece, y no se hace por apuntarse a una moda o porque nos digan que tiene que ser así. Buscando el reto también se disfruta, y ya ni te digo cuando lo consigues. El propio proceso de conseguirlo, paso a paso, cada vez más cerca, puede ser una fuente de goce si uno realmente quiere lograrlo. Es también una forma de “sentirse a gusto con lo que uno es”. Nada que ver con “dar pena” 🙂 Al menos yo no he sentido eso en ningún momento porque ha sido un desafío (en mi caso, lo ha sido) elegido con plena consciencia.
Lo de la planificación es, efectivamente, una parte ilusionante del viaje. Sin embargo, debo reconocer que en este caso, en mi Camino, no fue tan así. Lo viví con cierto estrés porque tuve muy poco tiempo para hacerlo, y temía equivocarme en mis decisiones pagando la novatada. Fue raro, porque eso me ocurre muy poco. No creo que por prepararse bien se pierda encanto. Para nada. De hecho, si lees previamente, puedes después fijarte en detalles y hacer observaciones más inteligentes.
La experiencia podía haber sido mucho menos positiva. Por supuesto que podía haber pasado. Es fácil lesionarse o tener un problema en un esfuerzo así. Al menos así lo veo yo. Creo que he tenido mucha suerte. Por cierto, todavía me sigue doliendo el tendón de Aquiles. Espero que no me quede una “tendinitis” crónica.
Lo de escribir las crónicas en este blog, lo pensé antes pero decidí que no. En mi caso, no es algo que vaya a hacer, que yo sepa, a menudo, como tú con la bici. No creo que tenga tanta continuidad. Por otra parte, cuando escribo en este blog, como sabes, dedico tiempo a los posts, le doy vueltas a los textos, los edito. No me salen los textos “de carrerilla”, como al parecer te salen a ti. Me impongo unos ciertos estándares de calidad, que es algo que no podía hacer en el Camino porque me faltaba concentración. Por eso decidí escribir rápido, mal y de prisa, pero escribir para compartir. Esa lógica cabía mejor en un medio más volátil como FBK. Claro, he hecho copy-paste de todo lo que escribí ahí para guardarlo en mi ordenador, como una especie de diario personal, porque no confío en lo que esa red social pueda hacer en el futuro con mis contenidos.