¿Por qué las élites (norteamericanas) no se están educando bien?
POST Nº 637
Estaba releyendo esta mañana de sábado ese magnífico libro de William Deresiewicz “Excellent Sheep: The miseducation of the american elite”, publicado por Free Press en 2014 (que yo sepa, está solo en inglés), al que regreso a menudo porque siempre me enseña cosas nuevas sobre qué deberíamos (des)aprender de lo que ocurre en las universidades de élite norteamericanas, a las que tendemos idealizadas en Celtiberia y les copiamos en todo.
Ya reseñé la obra de Deresiewicz en posts anteriores, por si quieres ampliar detalles y descubrir otras revelaciones del autor. En esta entrada explico por qué las elites norteamericanas no se están formando bien, una pregunta que el ensayista estadounidense responde con unos argumentos más que interesantes.
Cuando me refiero a las “élites norteamericanas” y las instituciones en las que se educan, estoy señalando a ese top del top que consigue entrar a las escuelas más prestigiosas de Estados Unidos. En esa nómina se incluyen las llamadas “HYPSters” (Harvard, Yale, Princeton y Stanford), las ocho universidades que forman la “Ivy League” (Brown, Columbia, Cornell, Dartmouth, Harvard, Pensilvania, Princeton y Yale) o, si quieres, las “the Golden Dozen” (las 8 de Ivy League más Stanford, Duke, Williams y Amherst).
Todo lo que voy a contar se refiere a evidencias recogidas en ese país, que tiene un sistema peculiar de gestionar y financiar la educación universitaria. Sin embargo, si eres un lector o lectora avispada, no te será difícil observar patrones que se repiten en la formación de todas las élites, en particular las españolas y latinoamericanas que son las que más conozco. O sea, aunque el libro se centra en lo que pasa allí, muchas de las críticas que hace Deresiewicz tienen un tufillo familiar y harían fruncir el ceño a cualquier observador de lo que ocurre en este lado del charco. También conviene que aclare -por contar la historia completa- que la universidad española tiene, además de estos, otros graves problemas de burocracia galopante y mediocridad educativa que merecerían un post aparte.
Resumo a continuación algunas de las ideas más interesantes del autor que hacen alusión a cómo influye la educación de estas escuelas en las élites que se forman en ellas:
Paradoja de la no-diferenciación
Dice Deresiewicz que en estas universidades-top se produce una especie de paradoja porque prometen diferenciación pero al final “la mentalidad acaba siendo esencialmente la misma” porque “no hay grandes diferencias entre ellas salvo de marketing y de ego, del tipo de cosas que los psicólogos tienen en mente cuando hablan del ‘narcisismo de las pequeñas diferencias”.
Es como si las élites se juntaran para replicarse en lugar de abrirse a la variedad. Eso es así (y esto lo digo yo) porque la brecha -de expectativas y de todo- entre lo/as que entran allí respecto del resto les graba a fuego una marca de distinción que estimula a uniformar su identidad. Este efecto burbuja (y de destrucción de la diversidad) se repite en todos los modelos educativos elitistas que insisten en seleccionar y juntar aparte a los mejores en detrimento de una escuela más inclusiva que se parezca a lo que ocurre en la vida real.
Aversión al riesgo
Los requerimientos de admisión son tan extremos, y la competencia tan feroz, que los estudiantes que acaban entrando a las escuelas de elite nunca han experimentado nada parecido que no sea el éxito. Así que la mera posibilidad de no conseguirlo los aterroriza y desorienta. El resultado de esto es una “violenta aversión al riesgo” porque si la autoestima se basa o depende de la perfección, entonces los estudiantes no estarán bien equipados para encajar la crítica.
A esto se suma -y esto es especialmente importante en Estados Unidos- la enorme losa que significan los costes universitarios, las cuantiosas deudas en las que incurren las familias de los elegidos para entrar en estas academias. Estas circunstancias añaden presión por el desempeño y la necesidad de recuperar esa inversión apostando por lo seguro, financieramente hablando.
Por eso, el autor plantea la hipótesis muy plausible de que a menudo es más probable encontrar a gente interesante, curiosa, flexible y menos competitiva en las escuelas sin tanto prestigio, que en estas donde la presión por el éxito penaliza la voluntad de experimentar de forma más abierta.
Tipos de trabajos en los que se emplean
Lo anterior también explica, en parte, que los sectores de finanzas y consultoría capten la mayoría de los empleos que salen de las universidades de élite. Según datos que cita Deresiewicz, en 2010 cerca de la mitad de los graduados de Harvard fueron a parar a alguna de estas dos industrias. En 2011, el 36% de los egresados de Princeton fueron a trabajar al sector financiero y en Yale “solo” un cuarto, que sigue siendo un porcentaje demasiado alto para la diversidad que uno supone a una universidad como esa. Las oficinas de orientación profesional (“career Service Offices”) están en desventaja para orientar a los estudiantes hacia profesiones que no sean las “big four”: Derecho, Finanzas, Medicina y Consultoría.
Según el autor, es tal la presión por ir al éxito seguro y amortizar la inversión que, los estudiantes de las universidades de élite “terminan eligiendo donde trabajar casi por inercia”. Al salir de la universidad sin un sentido de propósito, abrazan los trabajos que dan más dinero. Así que, como ves, otra vez se destruye diversidad: unos estudiantes de élite, a los que se les supone la libertad de poder ser lo que quieran, terminan en su mayoría eligiendo las mismas cosas, movidos por las credenciales, el prestigio y el dinero.
Un antiguo estudiante, cuenta el ensayista, llama a esto “carrera de salmones” porque la fuerza que mueve a estos peces es el miedo, o sea, querer algo porque ven que las otras personas lo quieren y entonces asumen que eso tiene que ser bueno. Los números le dan una sensación de seguridad. Si no tienen claro que hacer, si no tienen nada mejor que hacer, entonces terminan yéndose a Wall Street a hacer un montón de dinero, que es algo que en teoría siempre da éxito. Siguen un camino conocido porque no tienen la imaginación, ni el coraje, ni la libertad, para inventarse un camino propio que conecte mejor con sus genuinas vocaciones. Y abriendo más el zoom, los diez estudios universitarios más demandados NO son los más interesantes sino los que prometen más empleabilidad. El Top Ten responde al criterio de ingresos medios y no al de satisfacción laboral. Esta lectura es perfectamente extrapolable a la realidad española y es un círculo vicioso que tiende a profundizarse.
Según datos del libro de 2010-11, el 21% de los estudiantes estaban matriculados en carreras empresariales (business) y significaban más de la mitad de los matriculados en todas las carreras de artes y humanidades juntas. Las Ciencias Básicas también continúan sufriendo. El % de estudiantes en carreras de ciencias como física, química, astronomía, geología y similares cayó un 60% desde los años sesenta. Un dato aún más revelador: en 1971, el 73% de los nuevos ingresos declaraban que “desarrollar una filosofía de vida con significado” era esencial o muy importante, y solo el 37% “estar muy bien financieramente”. Para 2011, la proporción se había invertido, y solo el 47% destacaba lo primero mientras que el 80% lo segundo.
Currículos fragmentados
Los currículos de estas escuelas consisten en una larga serie de cursos inconexos con una distribución que responde a los repartos de poder y las escaramuzas inter-departamentales. No hay una visión integradora. Como la investigación se vuelve cada vez más especializada, y los profesores pueden enseñar prácticamente lo que quieran, eso significa que se centran en su libro, su tesis o su campo estrecho de investigación. Esto provoca una gran fragmentación en los currículos… ¿a que suena bastante?
Sobreocupación y estrés curricular
En estas instituciones, precisamente por la presión-por-el-éxito que empuja entrar en ellas, se intenta hacer “demasiadas cosas y cursos a la vez”. El alumnado está sometido a una hiperactividad constante y a una dispersión que les produce estrés. En más cosas se meten por satisfacer el modelo, menos hacen bien.
En resumen, todo esto tiene bastante que ver con “la trampa de la meritocracia” que describe Daniel Markovits, un libro que voy a reseñar próximamente. La mayoría de las personas que entran en estas escuelas lo hacen porque parten con ventaja dado que no hay igualdad de oportunidades para acceder a ellas. Y una vez que lo consiguen, ahondan en la burbuja y profundizan la brecha al salir a competir por los trabajos. Deresiewicz lo explica bien: “El sistema de educación de élite reproduce el sistema de clases (…) exacerba la desigualdad, retarda la movilidad social, perpetúa los privilegios y crea una élite que vive aislada de la sociedad que se supone va a liderar”. Sobre esto ya hable en este post: Diversidad y meritocracia en la educación universitaria: no es lo que parece.
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