Autoridad y autonomía (post-248)
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Ayer, mientras regresaba en tren a Málaga, estuve revisando apuntes que tomé en su día de “El Artesano” y me encontré ideas curiosas de lo que Richard Sennett llama la “fuente de legitimidad del mando”.
Utiliza para ello una expresión tan lúcida como provocadora: “dignidad de la obediencia”. Aunque “obediencia” es ciertamente una palabra antipática, me ha parecido sugerente su forma de dignificarla.
Sennett acude al pasado para visualizar un problema que es común en las organizaciones de hoy:
“La historia social de la artesanía es, en gran parte, la historia de los esfuerzos de los talleres para resolver o eludir problemas de autoridad y autonomía (…) El taller del artesano es el escenario en el que se desarrolla el conflicto moderno, y tal vez irresoluble, entre autonomía y autoridad”.
Y ese conflicto lo explica así: “en el trabajo artesanal tiene que haber un superior que establezca patrones y que dé formación”, pero “la autonomía, el trabajo autosuficiente realizado sin interferencia de nadie, tiene su propio poder de seducción” para que el trabajador se sienta realmente bien con lo que hace.
Éste es sin dudas un equilibrio tenso y difícil de gestionar, y que nos lleva a dos escenarios muy distintos: 1) “El taller exitoso depositará la autoridad legítima en personas, no en derechos o deberes preestablecidos en un papel, 2) “En el taller fallido, los subordinados se desmoralizan y muestran enfado hacia quienes deberían obedecer”.
De todo esto se podría pensar que (solo) cuando hay una autoridad ganada, hay una dignidad en el seguimiento de las decisiones, un acatamiento voluntario y no coercitivo que se deriva del ejemplo y de la autoridad genuina del maestro. En sus palabras: “Para el artesano, tener ‘autoridad’ es algo más que ocupar un lugar honorable en una red social (…) su autoridad reside igualmente en la cualidad de sus habilidades”.
Reconocer la excelencia de las habilidades y del talento profesional como genuinas fuentes de autoridad me lleva a pensar que (dentro de ciertos límites) hay un tipo de obediencia que es digna, aquella en la que el aprendiz (empleado) renuncia de forma voluntaria a parte de su autonomía transfiriendo decisiones al maestro o maestra (directivo/a) porque confía plenamente en él/ella.
En los talleres de artesanía medievales ha tenido que haber mucho maestro autoritario, que fundaba su poder sobre el temor y la sumisión. Eran talleres muy jerarquizados que llevaban a rajatabla la escala de maestro-oficiales-aprendices. Sennett también habla de ello, aunque para mi gusto y el de algunos críticos del libro, con una mirada demasiado edulcorada.
En todo caso, esos talleres funcionaban en un entorno que no es el de hoy. Es lógico que los talleres de artesanía de entonces fueran un reflejo de la sociedad en la que vivían, donde la sumisión y el orden impuesto estaban a la luz del día. Pero el “taller” de hoy es otra cosa…
Las grandes diferencias del taller moderno, el que yo me imagino, son claras:
- El ejercicio del “superior” o maestro-artesano discurre en un marco de relaciones personales mucho más cercanas, más cálidas.
- Esa interacción más intensa y directa acentúa la necesidad de que la autoridad emane del ejemplo.
- Los márgenes de autonomía aumentan considerablemente porque el artesano, por muy aprendiz que sea todavía, aspira también a sentirse dueño de lo que hace.
Creo que viene bien pensar en esto; que dediquemos un ratito de tiempo cada mes a revisar con tono autocrítico cómo gestionamos esa difícil relación entre autoridad y autonomía. También, cómo no, en cuanta de nuestra autoridad es atribuida y no impuesta.
Nacho Muñoz
Amalio, te dejo mi reflexión sobre el tema, que sabes que me fascina:
Un superior, o maestro-artesano, puede ser digno de una obediencia genuina (y también dignificada) por parte de sus aprendices siempre y cuando ofrezca confianza.
La generación de confianza quizá sea el mayor reto de todo aquel que apadrina el desarrollo de otras personas (puede ser un jefe, pero por qué no también un padre). Esa generación de confianza quizá sea resultado de una combinación de elementos, quizá difíciles de expresar en un comentario de un post.
Comportamientos asociados a la integridad, veracidad, justicia, equidad, «inteligencia emocional»… comportamientos ejemplares y ejemplificantes, que hacen que los aprendices permitan con benevolencia el status del dictador, a cambio de lealtad y compromiso genuino (otras palabras simpáticas) en su relación.
Amalio
Totalmente de acuerdo, Nacho. Tienes razón en conceder tanta importancia a la confianza. Creo que es el lubricante que hace que la maquinaria funcione bien. Sin confianza, los costes se multiplican y la «dignidad de la obediencia» no tiene sentido, «peta» por todas partes.
Los elementos que comentas (predicar con el ejemplo, integridad, veracidad, justicia, etc.) son determinantes. Son los ingredientes de ese «compuesto» tan complejo que se llamamos «confianza».
Prometo escribir un post sobre esto, porque me parece esencial.
Gracias por el apunte 🙂
David Sanchez Bote
Cuando he leído el post me ha venido a la cabeza una palabra: meritocracia que se utiliza mucho en el contexto de las comunidades de software libre. Incluso he conocido el caso de alguna empresa (pequeñita) que funciona de esa forma.
Junto con la meritocracia también aparecen otros «conceptos» en estas comunidades como «dictador benevolente», una aparente contradicción pero que genera una figura de lo más interesante desde el punto de vista organizativo. ¿existe algún equivalente de esta figura en la visión de Sennett?
Amalio
Hola, David:
Sí, efectivamente, la idea que desbrozo en el post conecta con la noción de «meritocracia», y con ese concepto tan contradictorio como el «dictador benevolente». Es una figura que, como bien comentas, merece un repaso… creo que valdría la pena estudiar personas concretas (con nombres y apellidos) que respondan a ese perfil, para entender mejor este fenómeno tan complejo y paradójico.
Creo que Sennett asocia ese concepto con el «maestro» del taller artesano. Con independencia de que queda clara mi admiración por Sennett, pienso que a veces se deja llevar por un exceso de nostalgia, y hace una lectura demasiado generosa del pasado, pero en fin… es siempre enriquecedor mirar hacia atrás y descubrirnos 🙂