¿Cómo comunicarse entre diferentes?

POST Nº 659
Conversaba el otro día con un amigo, en una de nuestras sesiones de pingpong dialéctico por videoconferencia que solemos hacer para contrastar proyectos, y reapareció un tema que siempre me ha interesado: ¿cómo comunicarse entre diferentes? Todos los mundos son necesarios y cada uno tiene su “modo de existencia” y sus jergas, me decía él con razón, así que se preguntaba cómo había que comunicarse en esos puntos de encuentro, qué lenguaje debían adoptar las partes para hacerse entender.
Este amigo se mueve a menudo en zonas de frontera, en territorios de intersección entre profesionales de distintas disciplinas, talentos y talantes. Su tesis era que si uno tiene que expresarse en un espacio ajeno, diferente, debe adaptar su lenguaje al del colectivo receptor, para ser bien acogido y que se le entienda. Planteada así, suena bastante razonable y costaría ponerla en entredicho. Sin embargo, tanta empatía produce efectos menos deseables que convendría tener en cuenta. Me explico.
Recuerdo que el debate entre nosotros empezó porque yo usé unos términos concretos, que aprendí de mis estudios sobre Economía de la Innovación, para explicar un problema que se había dado en su proyecto. Mi manera de interpretar ese asunto, muy marcada por mi formación y los paradigmas con que funciono, a él le parecieron extraños, ajenos y, sobre todo, inconvenientes para el ámbito en que él se mueve. Su reacción a cierto lenguaje que yo utilicé fue brusca, porque “leyó” lo que dije desde sus propias manías terminológicas, también marcadas por el lenguaje de su disciplina. Me dijo entonces que, si sabía que podía producirse esa disonancia (como era el caso), debería haber adaptado el relato a uno más empático con la audiencia a la que me dirigía. En fin, que como emisor tenía la obligación de adoptar el lenguaje del receptor si quería impactar en su forma de pensar.
Me quedé dándole vueltas al encontronazo, siempre amistoso, pero no me costó mucho darme cuenta dónde estaba el punto en el que discrepaba de ese enfoque. Por resumirlo en pocas palabras: tomar atajos, cuando no son imprescindibles, se paga de alguna manera. Poner las cosas fáciles permite llegar más rápido a un objetivo, pero desincentiva el desarrollo de capacidades. Voy a concretar más.
Para mí el verdadero reto no está en que si una persona del mundo-1 va al mundo-2, adapte su lenguaje, su lectura, a los del segundo para ser mejor acogido. Si hace eso demasiado rápido, destruye diversidad y, también, oportunidades para muscular la resiliencia de la audiencia a la que se dirige. El nuevo relato empatizado prescinde de detalles interesantes que están embebidos en los códigos del lenguaje ajeno y que pudieran activar revelaciones o disparar un pensamiento distinto. Por decirlo de un modo más directo: uniforma y acomoda, al minimizar la tensión creativa que produce el contacto entre enfoques que son dispares.
Ante un escenario así, soy más partidario de que la persona del mundo-1 se comunique en su propio lenguaje, con sus manías y anclajes paradigmáticos, e invitar al mundo-2 a que haga el esfuerzo de escucharla y entenderla. Por ejemplo, si un gestor de innovación -con formación economicista- habla de “codificar” el conocimiento tácito, un lenguaje que chirriaría a un poeta o a un artista, más propenso a respetar los misterios; lo más conveniente no es que el primero mute su relato para ser mejor acogido, sino que los segundos intenten comprender, desde su propia lógica, lo que ese gestor quiere decir con sus palabras, y no con las suyas. La riqueza de hibridar está ahí y es desde esa diversidad en que aparecen conexiones improbables que disparan la creatividad y aportan más robustez a las soluciones. El esfuerzo de entender un lenguaje extraño desarrolla capacidades. Ir demasiado rápido a una lengua franca, uniformadora, nos acomoda dentro de un único patrón de referencia comunicativa.
Es verdad, también, que si los lenguajes son demasiado incompatibles, resulta difícil comunicarse y entenderse. Estirando ese razonamiento al extremo, podemos llegar a un punto en que haya un dialogo de besugos. Reconozco que, a partir de un determinado momento, puede hacer falta un esfuerzo de converger hacia una lengua franca, pero solo cuando se ha explorado la diferencia en toda su riqueza. Esto funciona, gráficamente, como un diamante. Al principio se abre, porque conviene dejar que los lenguajes y paradigmas se expresen en su propia jerga, que canalicen sus “modos de existencia” y de interpretación, y se expongan tal como son a la influencia de los demás. Esa es la fase de divergencia, que no debe asustar y lleva su tiempo, en la que se libera la diversidad. Después, llegado a un punto, hay que empezar a cerrar el diamante si el resultado del proceso implica ponerse de acuerdo. En ese momento, sí que vale la pena encontrar códigos comunes de comunicación y eso siempre supone reducir diversidad y un claro ejercicio de empatía adaptativa.
Por resumir. La mejor solución funciona en dos pasos: primero, que cada uno se exprese en su lenguaje y que las partes se esfuercen en entender y sacar provecho de esa complejidad. Después, y solo cuando nos hayamos esforzado lo suficiente en entender otras perspectivas, entonces usemos una lengua franca para resolver dudas y encontrar un punto de solución que sea aceptable.
Esa lógica se aplica a, por ejemplo, la comunicación con nuestros hijos cuando son pequeños. Si siempre les hablamos en lenguaje infantil, por adaptarnos a ellos, estamos siendo paternalistas y no musculamos capacidades que contribuyen a su resiliencia y crecimiento personal. Una estrategia más efectiva sería expresarnos con nuestros códigos, en lenguaje de adultos, e inducir en ellos un esfuerzo por entendernos (lo harán siempre a su manera, no a la nuestra, y ya vale la pena). Si el asunto es demasiado complejo para ellos, y se necesita que hagan algo al respecto, se va simplificando el relato hasta llegar al punto de entendimiento. Pero el ejercicio inicial de aproximación desde el multiverso es muy saludable.
En el mundo de la gestión, si invitamos a un artista, no le pidamos que se comunique usando códigos empresariales “para que se le entienda”. Si hacemos eso, reforzamos la endogamia del management. El artista que hable como artista, y el mundo empresarial que se esfuerce en entenderlo para así capturar los matices de un paradigma que les resulta ajeno y al que se han expuesto demasiado poco.
Todo esto cambia un poco cuando el relato busca influir a gran escala. Ya he escrito sobre eso en este post. Sigo pensando que si quieres llegar a mucha gente -me refiero, por ejemplo, a grandes colectivos, ciudades o países- vas a necesitar simplificar el discurso. Esto implica adaptar y uniformar códigos, para que se nos entienda mejor. Pero esa es otra historia.
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Juanjo Brizuela Aguayo
Me gusta mucho Amalio lo que propones, mucho.
Solamente un «punto»: tenemos que hacer mucha pedagogía por poner en valor la divergencia, la diferencia, la diversidad, lo distinto, en nuestras conversaciones para precisamente enriquecer los debates, los puntos de vista, la posibilidad de generar nuevas ideas y sobre todo la riqueza de los matices.
Hay mucho por hacer aún, cada vez más se lleva lo «simplista» y eso frena los progresos.
Amalio Rey
Hola, Juanjo:
Poner en valor la divergencia es un temazo. Claro, siempre que sea constructiva, para después converger si tiene que ver con asuntos en los que hay que ponerse de acuerdo. Un abrazo
JOSÉ fRANCISCO SORIANO
Cierto, yo, que soy un joven con muchos años, y me he dedicado a la educación y otras actividades de tipo social, y me he impuesto que el mejor lenguaje para mi, es usar el sentido común, trato siempre de que lo que explique se base o escribirlo en un lenguaje basado en el sentido común y, suelo añadir un principio que hace años aprendí de unos compañeros, cuando escribas algo piensa siempre en el menor preparado del grupo destinatario para que sea entendido por todos. Con esas dos premisas estoy tratando de escribir mis ideas, aunque a veces, y sobre todo cuando aparecen términos relacionados con la política, cosa que nunca he practicado y me están entrando ganas de participar directamente, en estos supuestos lo veo con mucha mas dificultad.
Enhorabuena por sus apreciaciones y le saludo atentamente
Amalio Rey
Gracias, José Francisco. En cuanto al «sentido común», ya sabes, a veces es el menos común de los sentidos 🙂
Lo de comunicarse aplicando el «mínimo común denominador» me parece que es algo que debe hacerse después. La principal idea que intento transmitir en mi post es no destruir diversidad (complejidad) a la primera.
Julen
A mí me da, Amalio, que es una cuestión de dosis. Iniciada una conversación, veo «vaivenes» porque me cuesta ver un proceso en paso 1 y paso 2. Más bien creo que acontece un movimiento pendular en el que los argumentos se desplazan sobre un ligero equilibrio. Quizá, por otra parte, haya que aceptar que, en otigen, ese no estar de acuerdo es a veces más beneficioso que una comprensión mutua que a veces va descafeinando el sabor potente que al principio tenían las propuestas.
Todo esto, claro está, es del todo opinable. Asunto complejo donde los haya 😉
Amalio Rey
De acuerdo, Julen, son dosis, como casi todo. Pero yo intento poner en valor ese «momento 1» que tendemos a saltárnoslo por tomar atajos. Los atajos no hace falta explicarlos, ni insistir en ellos, porque a la gente les encanta. Yo intento hacer ver que a menudo es mejor ir más lentos. Por eso hablo de intentar, primero, ese primer esfuerzo. No sé si hay un movimiento pendular. Siento que cierta secuencia no viene mal como estrategia comunicativa. Y en cuanto a «no estar de acuerdo» al principio es precisamente lo que quiero decir cuando abogo por dejar que la diferencia fluya al inicio sin caparla precipitadamente. Yo cada vez aplico más este modelo. Antes iba directo a la «lengua franca», ahora la pospongo. Me interesa primero aflorar la «diversidad lingüística» porque los distintos patrones de comunicación llevan embebidos formas distintas de pensar…
Luis
Amalio: Estoy totalmente de acuerdo en tu forma de comunicarse entre diferentes. Solo añadiría un elemento didáctico, desde la parts que utiliza una terminología específica hacia la parte que no la conoce, para así poder transmitir el mensaje deseado y contribuir a diseminar ducha terminología en otro entorno.
Jorge
Iba a comentar lo mismo. Es una postura intermedia razonable y que siempre me ha funcionado: tender puentes. Uso mi lenguaje, pero «preparo» a la audiencia para que lo pueda entender. A veces basta con una explicación o contextualización inicial (esto se refiere a esto, los arquitectos llamamos así a esto…), y a veces añado un símil o sinónimo casi cada vez que uso un término hasta que veo que la otra parte lo maneja cómodamente. Casi siempre, el lenguaje queda incorporado para siguientes ocasiones, o como mínimo amplía el terreno comunicativo común.
Amalio Rey
Gracias, Luis y Jorge. De acuerdo. Seguro que la «postura intermedia» es la idónea. Mi intención es alumbrar el lado que suele estar más olvidado siempre: que el acto-I deje fluir la diversidad y no la cape desde el inicio en favor de una comprensión precipitada. «Tender puentes» es fundamental, pero eso también se puede conseguir en el «acto-I», si creas las condiciones (eso que Jorge llama «una explicación o contextualización inicial») para que la gente vaya más lejos que la simple «tolerancia» al diferente. Hace falta un esfuerzo de integración, de escucha activa, de descubrimiento mutuo desde la disparidad. Entiendo que la clave está en estirar el músculo, para que se haga un esfuerzo, pero no estirarlo en exceso hasta el punto de que desmotive. Los atajos prescinden de lo primero, minimizan el esfuerzo que implica la integración desde la diferencia, y así nos va.
Jorge
Me parece bastante acertada la metáfora, porque la comprensión del otro requiere esfuerzo, un esfuerzo que como sociedad parecemos poco dispuestos a hacer. Ese «músculo» lo veo más necesario que nunca.