Si te dedicas a la formación, deberías leer esto
POST Nº 673
Noviembre fue un mes complicado, de muchos viajes, así que me tocó leer a cachos entre trenes, hoteles y aviones. Eso me pasó con «El formador 5.0», el primer libro de David Barreda, publicado por LID Editorial, que trata sobre «cómo diseñar e impartir formaciones efectivas en entornos presenciales y virtuales».
Lo primero que debo decir es que David es un amigo. Digo esto para dejar claro que no puedo ser del todo imparcial en la reseña de su libro, pero lo voy a intentar. Haré un relato honesto de lo que su texto me ha transmitido. Todo lo que contaré aquí lo pienso de verdad y, como ninguna obra es perfecta, también compartiré alguna que otra duda, que ya avancé antes a su autor.
«El formador 5.0» es un libro bien escrito. Claro, sobrio y directo. Narrado en segunda persona, de una manera que implica al lector. Fluye y es ameno. Reivindica la formación en su dimensión más genuina de acto educativo, de ser «una de las actividades más bellas y gratificantes que hay» como dice Raquel Roca en el Prólogo.
Al libro no se le escapa nada, y todo está «masticaito», como diría mi madre. Explica desde la hora en que debes llegar a los cursos hasta cómo te presentas al iniciar la formación, la disposición del aula o cómo elaborar el documento de desarrollo. También el detalle de cuidar a la gente que aporta la logística de la formación y las personas que abren la puerta, limpian el sitio y hacen el mantenimiento (¡¡buen punto!!).
A pesar de lo mucho que enseña, no es nada paternalista. Como dice David, lo importante no es lo que él diga, sino lo que el lector o lectora sea capaz de hacer con lo que él diga. Insiste todo el tiempo en que cada uno construya a su manera, con su propio estilo, que invente y cree, sin sentirse encorsetado por la metodología.
El título ―David lo sabe― no me gusta mucho. No hubiera comprado nunca un libro con ese título si no llega a ser porque conozco al autor, y me genera confianza. De hecho ―también se lo he dicho―, todavía me gustaría enterarme bien por qué el tipo de formador que él describe es «5.0», y no merece cualquier otra etiqueta. 😊
Agradezco del libro que siempre cuida no caer en lo que suelo llamar la «soberbia del innovador». Aboga por innovar pero evita el «efecto Wow» tan en boga en el relato esnobista de la educación (pretendidamente) disruptiva. Por ejemplo, es valiente al dignificar el “método expositivo” [«una buena explicación docente sigue teniendo un valor incalculable»] o las presentaciones en PPT, dándoles el valor que tienen (¡¡todavía!!) en su justa medida. No las demoniza como es tan común en el relato de «lo nuevo es lo guay».
Una sugerencia muy oportuna en el libro de David es evitar que esa tendencia a «convertirse en el personaje del curso» que tienen algunos formadores haga eclipsar la propuesta de valor docente que perciben los participantes. Como él bien dice: «somos presa fácil para terminar devorados por nuestro ego», y esto es algo que yo veo en muchos profesionales que imparten formación, sobre todo los que se sienten demasiado seguros y disfrutan de una «marca» reconocida. Es fácil que el foco lo desvíen desde qué aportan realmente al crecimiento de los participantes hacia una puesta en escena espectacular que solo sirve para lucir sus capacidades.
Le comenté a David que la única idea que me costaba suscribir de su libro es la que transmite en el capítulo 2 ―que trata sobre la «identidad docente»― de que el formador «deje una huella positiva y memorable». Quizás sea solo una cuestión de palabras, de cómo lo cuenta. Intentaré explicar por qué. En la página 31 dice que la propuesta de valor debe buscar «posicionar (al docente) como opción preferente» y que «es aquello que hace que se decanten por él/ella». Esto parece venir de ese extraño concepto de «marca personal docente» que, a mi juicio, arrastra los mismos riesgos de su concepto madre, el de «marca personal».
Después, la propuesta de valor docente sí que se explica mucho mejor: «Es la descripción de los beneficios que generas en las personas, los que se esperan y los que encuentran». Y queda más claro con esta afirmación: «una propuesta de valor se diseña pensando en los demás». Por eso, yo pienso que a menos nos preocupemos como formadores de «dejar una huella memorable» y más en los «beneficios de aprendizaje que generamos», mejor nos irá, más valor aportaremos. El foco en ellos, y no en nosotros. De ahí que la verdadera Propuesta de Valor Docente es aquella definida en términos de ―así lo cuenta David― «el valor que creas, el cambio que posibilitas, el aprendizaje que generas».
No buscaría, insisto, «que me tengan como referente», ni «que me elijan». Todo eso distrae, es energía que no dedicamos a lo que es importante. Si como soy inspirara a la gente y eso les ayudara a ser mejores personas, prefiero ni enterarme, porque igual me condiciona. Tampoco debe ser una estrategia porque lo empaña todo. No voy a diseñar formación «con marca propia» ni a intentar que la imagen que doy sea la bomba. Es mejor, en su lugar, hacerme esta pregunta: ¿Cómo puedo hacer que mis alumnos aprendan cosas que les van a venir muy bien y que después las apliquen en su vida? Si esto termina siendo «memorable», ya se verá. De hecho, es curioso, porque al final, en el resumen del capítulo 2 (insisto, el único al que le pongo alguna pega en todo el libro), dice David: «El personal branding es el proceso de gestión consciente de nuestra propuesta de valor docente», y a mí, sinceramente, no me parece que eso sea el «personal branding». Me gusta mucho el cuidado que pone el autor en la «propuesta de valor» pero evitaría mezclar eso con la «marca personal».
Es muy saludable el interés que pone David en evitar el síndrome de «cuanto más, mejor», que consiste, como bien él explica, en «acumular compulsivamente cualquier tipo de información sobre la materia que se va a impartir». Me he visto penosamente reflejado, porque a menudo tiendo a eso cuando preparo mi formación. El «por si acaso» me lleva a pasarme en extensión y en la densidad de contenidos, lo que puede ser empachoso. Hay que centrarse en no más de cuatro ideas-fuerza, y concentrar toda la artillería en transmitirlas de un modo que se metabolicen bien.
Otra clave interesante es saber contextualizar la formación al entorno organizativo donde vamos a darla. En palabras de David: «Necesitamos una aproximación que nos permita conocer cuál es la música que suena en la casa a la que vamos a entrar a bailar». Y en esto hay un peligro latente y difícil de gestionar, que explica muy bien el autor: confundir las necesidades de aprendizaje de los alumnos con los intereses de quién paga. David dice que apenas cierra un encargo, de inmediato su foco gira al alumnado, porque «él es formador, no es un intermediario, ni un representante de nadie». Su manera de alinearse con las expectativas del cliente ―el que paga― es respetando el propósito formativo que pretende satisfacer una necesidad organizativa genuina, y que el formador debe hacer suya con convicción (siempre que crea en ella). La clave está, como dice el autor, en «mirar al alumnado, cuidando al cliente». Pero el dilema asoma cuando los intereses y las necesidades de la entidad convocante y de los destinatarios de la formación no son las mismas. Esto, me consta, produce un desgaste horrible.
El libro, entre los muchos buenos consejos que da, sugiere «tener un contacto previo, sea como sea, con la realidad del contexto de la formación». Por ejemplo, para entender qué situación ha hecho que se ponga en marcha y quién la promueve. Yo añado que a lo/as participantes les encanta ver que el profesor o profesora conoce el contexto y comenta aspectos singulares de la organización huésped. Eso le aporta mucha credibilidad, y transmite la idea de que no se trata de un relato industrial sino de uno personalizado para el colectivo que lo recibe. Esto se extiende también a informarse previamente del perfil de los alumnos. Por ejemplo, el nivel que tienen, la experiencia, respecto del tema que se va a tratar. Es verdad, porque no hay cosa peor que dar una formación básica a gente que es experta y que siente que le están contando obviedades. «Ajustar el nivel de complejidad» es casi un principio de supervivencia.
Por último, un tema importante que trata David ―y que tiene una relación estrecha con la «propuesta de valor docente»― es definir unos objetivos formativos que estén perfectamente alineados con «el cambio que se quiere producir en los alumnos». Ese objetivo es lo que, en última instancia, determina los contenidos y la metodología de la formación, y no al revés. He visto mucha formación que se diseña al revés: se inventan las «necesidades» (y la propuesta de valor) en función de los contenidos y las metodologías que domina el docente. Me gusta, además, que el autor ponga en valor una práctica muy saludable: «formular y compartir [desde el principio] el objetivo de aprendizaje con el alumnado», porque esto les aporta seguridad y les ayuda a entender el porqué de todo el proceso. Esto, añado yo, permite que los participantes puedan ir evaluando los progresos y emitiendo señales de si los objetivos se van cumpliendo, o no.
«El formador 5.0» es un libro descriptivo, muy enumerativo. Está escrito con un estilo manualístico que muchos lectores van a agradecer. Como guía es un «must». Y sé que es lo que buscaba el autor desde su notable vocación pedagógica. Quiero decir, en todo caso, que me quedo con ganas de leer a David en un registro más evocativo, o ensayístico, dejando fluir su talento fuera del corsé de los procedimientos. Es un tío divertido, sensible, con muchos recursos, así que seguro que lo haría muy bien también.
Antes de terminar, me gustaría insistir en que si te dedicas a la formación, y buscas una guía que te ayude a mejorar tus capacidades y a organizarla de un modo más efectivo, es una estupenda idea que compres este libro. Te dejo por aquí el enlace, por si te animas.
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ALBERTO ALMOGUERA MARTON
Buenos días Amalio.
Díle a David que tú tienes la culpa de que me vaya a comprar el libro. Es uno de esos libros que tienes fichado desde que sale, pero que por a o por b nunca es el elegido. Bueno, pues ya se acabaron las excusas. Me lo compro.
Gracias por el fantástico resumen y la motivación adicional.
Y feliz año!!
Amalio Rey
Alberto, no me estreses, que esto de hacer de prescriptor poner nervioso…jajaaja.
Este libro es muy recomendable por los detalles prácticos que aporta. Si tienes ya mucha experiencia en formación, y lo haces bien, encontrarás muchas cosas que ya conoces. Pero lo verdaderamente interesante del libro de David, para mí, está en los detalles. Su perspectiva humanista que mima los detalles. ¡¡feliz año también para ti!!
Cristina Juesas
Interesantes apuntes.
Por añadir… muchas veces los clientes piden formaciones tan cortas para los objetivos que se marcan (y te marcan) que casar eso con cambios en el alumnado se hace complejísimo. En esa lucha estoy yo.
Cómo conseguir que, con un número de horas pírrico, se sienten bien las bases de lo que se quiere transmitir y además se genere interés y cambio real…
Amalio Rey
Así es, Cristina, ese es un problema añadido que tenemos. Es una pista interesante para David, por si quiere tirar de ese hilo en futuras ediciones. Creo que no está tratado en su libro.
Miriam Cervino Rodríguez
Hola Amalio, me encanta la reseña que has hecho porque nos baja los pies a la tierra con respecto a la educación y a ser o no el centro de atención. Soy cada vez más de tu cuerda, de esa que dice que no todo lo nuevo es mejor ni que cuanto más mejor. Gracias por acercarnos con criterio a este manual. Desde luego yo también me lo pienso leer.
Amalio Rey
Gracias, Miriam. Me alegro que te haya servido. Ya nos contarás del libro
Julen
Lo tengo a medio leer todavía… porque hay otros textos sobre la mesa, pero ya que lo has reseñado, a ver si en breve me lo termino. Desde luego que este tipo de libros, que van directos a la “operativa” pero con un sentido “final” de la formación para que merezca la pena —en su más amplio sentido— siempre vienen bien. No hay duda de que aporta. Lo dicho, a ver si le pego “un arreón”, que decimos por aquí 😉
Amalio Rey
Sip, Julen, describe al detalle toda la “operativa” y es algo que reclama mucha gente que está “a pie de calle” en procesos formativos, sobre todo con poca experiencia.